¿Quién soy yo? Yo soy cristiano

Cuando el cristianismo nos ha tocado la médula, decir “soy cristiano” habla de todo lo que nosotros somos, hacemos, pensamos y sentimos en cualquier ámbito.

21 DE MAYO DE 2016 · 22:40

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Todos en algún momento de la vida nos enfrentamos con una sencilla y complicadísima pregunta a la vez: “¿Quién eres tú?” o “¿Quién soy yo?”, según quién lo pregunte. La misma cuestión, pero planteada desde uno u otro lado, desde fuera o desde dentro, y con respuestas no siempre coincidentes.

Porque una cosa es lo que le responderíamos a alguien, y otra bien diferente lo que, a lo mejor, seríamos capaces de reconocernos a nosotros mismos. Sin embargo, en ninguno de los casos es una pregunta trivial, como tampoco lo es su respuesta.

Cuando es alguien de fuera quien nos pone en la tesitura de tener que buscar respuesta a este dilema, generalmente nos vemos a nosotros mismos buscando la contestación que nos deje en el mejor lugar posible. Al menos, el objetivo es no salir perjudicados, y por ello solemos dar una respuesta que, más que optar por la veracidad total, el equilibrio o el subrayado de los aspectos verdaderamente importantes, transmita una imagen lo más digna posible de nosotros, aunque que “levemente” distorsionada respecto del original.

Queremos impactar en positivo, queremos caer bien o al menos no ser rechazados, procuramos para ello disfrazar nuestros defectos y escogemos, de entre las muchas cosas que somos y que nos identifican, las que puedan proyectar lo mejor en menos tiempo. Pero nuestra elección no siempre es el mejor reflejo ni el más veraz de nosotros mismos.

Escogemos en esa contestación mostrarnos en función de nuestras profesiones, si las tenemos, o quizá mencionando aquel rol del que estamos más orgullosos (padre o madre, por ejemplo). En otras ocasiones, nos basta un calificativo que resalte alguna característica en la que queramos que otros centren su atención (“Soy una persona trabajadora” o “Soy alguien sacrificado”) y en otros se mencionan las dificultades del terreno con las que uno se ha ido encontrando y que, quizá han hecho un aporte más claro a quienes somos a día de hoy (“Soy un superviviente de…”).

Otros casos colocan en el centro de la respuesta algún elemento que consideren más o menos central de su personalidad o de su ideología (por ejemplo, ser de izquierdas o de derechas, o incluso la propia orientación sexual). Y así en un largo etcétera de opciones que transmiten algo, pero solo algo, de lo que somos a quienes nos demandaron saberlo.

Luego está el asunto de cómo nos responderíamos esa pregunta si fuéramos nosotros mismos quienes nos la hiciéramos. Y ahí es justamente donde quiero detenerme. Porque en lo referente a lo anterior, todos sabemos que cuando se trata de transmitir imagen hacia fuera, somos tremendamente cautelosos respecto a nuestras elecciones y la respuesta estará claramente marcada por ello.

Pero, ¿qué nos responderíamos a nosotros mismos, cuando nadie nos ve, cuando nadie más escuchará lo que contestemos, si fuéramos verdaderamente honestos, y si estamos dispuestos a que nuestra propia respuesta nos rete?

Si pensamos en la cuestión detenidamente, una buena respuesta sería aquella que consigue transmitir, de manera sintética pero eficaz la mayor parte de lo que verdaderamente somos. A nadie se le ocurriría contestar “Soy una persona a la que le gusta el azul”, porque este tipo de respuesta es absolutamente irrelevante para el 99% de los aspectos de la vida.

Muchos entonces, escogen la profesión, como comentábamos, porque al ser la actividad laboral y profesional algo que abarca tantos aspectos prácticos de la vida cotidiana, resulta en bastante representativo de nuestra actividad general, del tipo de vida que llevamos… pero tampoco habla del todo personalmente de lo que somos y de quién somos.

Dicho de otra forma, se nos queda un poco “superficial”. No “destapa” nada de lo interior nuestro. No supone ningún nivel de “riesgo” prácticamente. Es una respuesta sencilla. Y es que hay pocas palabras, calificativos o secciones de nuestra vida que verdaderamente puedan hablar alto y claro de lo que somos en todas las áreas de nuestra existencia.

Sin embargo, cuando una persona ha creído en Jesús y la obra que Él ha hecho, y se declara a sí misma como cristiana viviendo verdaderamente como tal, responder a esa pregunta diciendo “Soy cristiano”, hacia fuera y hacia dentro, cuando otros nos lo preguntan y cuando nos lo preguntamos nosotros, marca completamente la diferencia y es probablemente el término más representativo posible a todos los niveles.

Vivir el cristianismo con coherencia marca nuestros pensamientos, nuestros sentimientos, nuestra conducta hacia nosotros mismos y hacia los que nos rodean. También marca nuestro comportamiento con los amigos, en pareja, a nivel sexual, familiar, laboral, respecto a la forma en la que manejamos nuestra economía, en la que enfocamos nuestro tiempo libre o determinando nuestras prioridades.

Cuando el cristianismo nos ha tocado la médula (y si no nos la ha tocado, quizá no es cristianismo), decir “soy cristiano” habla de todo lo que nosotros somos, hacemos, pensamos y sentimos en cualquier ámbito, hasta el punto de que pondrá bien de manifiesto cualquier posible incoherencia que se produzca.

Quizá por esa misma razón muchos no se atreven a decirlo (para evitar el ojo escrutador, o para no tener que verse comprometidos a vivir como lo que decimos ser). En ese sentido, quien no es cristiano, se podría definir completamente por el calificativo “No cristiano” y quedar absolutamente retratado en cuanto a todas las áreas vitales que se han comentado hasta aquí.

Porque lo que creemos lo condiciona todo, incluido lo que somos, mal que nos pese. Y tal y como lo plantea la Biblia, en último extremo, la cosa se debate entre esos dos puntos: ser cristiano, con todo lo que implica, o no serlo.

Si lo pienso detenidamente, siendo cristiana…

  • no soy YO, con mi nombre y apellidos por delante, porque ya no vivo yo, sino vive Cristo en mí.
  • Tampoco soy mi profesión, porque eso solo habla de la actividad que realizo algunas horas al día, pero no de quién soy como persona. Ese podría ser, probablemente, un buen parapeto para esconderse, pero no me define. Solo describe una parte de mí. Pero si verdaderamente soy cristiana, desarrollaré mi profesión a la luz del Evangelio en el que creo, en uno que le da el valor justo a las personas, que las considera como un tesoro precioso, y buscaré propósito en el sufrimiento, porque ciertamente lo tiene.
  • No soy madre como carta de presentación, aunque es uno de mis roles más relevantes, sino que entiendo los hijos como un regalo de Dios que se nos ha dado en depósito y del que se nos hace responsables, a la par que se nos da el privilegio de disfrutarlo.
  • Y así sucesivamente, porque el verdadero cristianismo lo envuelve todo, ya que Dios lo es todo y en todos. Por eso por más que nos empeñemos no tiene sentido una separación entre lo secular y lo espiritual, entre lo “normal” y lo sobrenatural. Quizá durante mucho tiempo nos hemos creído nuestra propia historia de un Dios ausente, pero ese hecho nunca le retiró de la Historia. Solo de nuestra percepción de ella, y de nuestra percepción de nosotros mismos, que nos autodefinimos con facilidad desde cualquier parámetro menos del que tiene al bien y al mal como punto de inflexión determinante.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - El espejo - ¿Quién soy yo? Yo soy cristiano