Evangélicos y Católicos: ¿Una Nueva Era?
Es erróneo tener una opinión estática o aplanada del catolicismo. Con el Vaticano II, empezó un período diferente que precisa ser entendido.
15 DE MAYO DE 2016 · 10:00
Una charla dada en la Asamblea General Anual de la Alianza Evangélica Italiana (Roma, 8 Abril 2016)
¿Estamos los evangélicos y los católicos en una nueva era?
Para dar una respuesta necesitamos situar esta pregunta en un contexto histórico y teológico más amplio porque, de otra manera, corremos el riesgo de reducirlo todo al aquí y ahora. Esta observación preliminar sobre el método siempre es válida, pero lo es aún más cuando analizamos el catolicismo, que es una institución que alardea de sus dos mil años de historia con su patrimonio cultural, institucional y doctrinal. El catolicismo tiene que ser evaluado utilizando macrocategorías capaces de mantener unidos el número más extenso posible de elementos. Si se fracasa en esto se llega a una colección de fragmentos, que son sólo pedazos de catolicismo, los cuales no permitirán un entendimiento real de sus dimensiones, profundidad, conexiones y proyectos. Una valoración “espiritual” no puede ignorar el hecho de que mientras nosotros estamos tratando con un sistema compuesto de personas, ellos son, en realidad, gente dentro de un marco que tiene una historia, una doctrina, un vínculo con los sacramentos, un compromiso político, un sistema financiero, la piedad popular, una pluralidad de expresiones espirituales, etc., todos los cuales están, no obstante, conectados a un centro institucional y a una esencia teológica. Para hablar de una “nueva era” es importante recordar que a lo largo del curso de su historia el catolicismo ha conocido algunas eras particularmente significativas. A continuación, un breve resumen:
La Era del Catolicismo Imperial
Después del punto de inflexión de Constantino el catolicismo se transformó rápidamente en un imperio religioso, forjado en el molde institucional del imperio y animado por una ideología imperial. A partir de las cenizas del Imperio Romano se levantó la iglesia imperial que asumió una estructura institucional piramidal envolviéndola con el lenguaje y los símbolos cristianos. La arrogancia imperial del catolicismo romano (o sea, su deseo de ser tanto iglesia como estado) es su pecado original que nunca ha sido seriamente cuestionado y mucho menos refutado. La ortodoxia del primitivo cristianismo ha sido gradualmente ensanchada en el intento de asimilar nuevas creencias y nuevas prácticas, haciendo que la fe cristiana llegara a ser contradictoria. El deseo de representar a toda la humanidad ha desplazado el punto de entrada en la iglesia de la conversión a Cristo al bautismo administrado por la iglesia, conduciendo al establecimiento de una iglesia compuesta de gente bautizada y no de creyentes. La revelación bíblica ha sido de hecho relativizada debido al creciente papel de la tradición de la iglesia. La iglesia se ha convertido en una iglesia nominal formada de personas bautizadas que no necesariamente son creyentes. La gracia de Dios se ha transformado en la propiedad de una institución religiosa que reivindica que puede administrarla y dispensarla mediante su sistema sacramental. La era imperial ha dado lugar a un ADN imperial que el catolicismo nunca ha dejado de lado. En esta era todos los movimientos bíblicos renovadores eran o bien combatidos o asimilados mediante una política de domesticación a la ideología imperial. Los huecos de diferentes formas de espiritualidad fueron excavados de manera que fueran inofensivos y sin vida y así mantener el statu quo.
La Era del Catolicismo Oposicionista
La segunda gran era fue la de la Contrarreforma, estructurada en torno a dos momentos centrales: el Concilio de Trento (1545-1563) y el Vaticano (1869-1870). La larga trayectoria de la Iglesia Católico Romana está caracterizada por una tendencia doctrinal que es al mismo tiempo abrasiva, aburrida e interesada en afirmar la centralidad y la superioridad de la iglesia. Es la época en la que se forma la doctrina católica moderna fundamentada en la prerrogativa de la iglesia como un alter Christus; es la edad en la cual se expresa la doctrina de las dos fuentes de la Revelación: La Escritura y la tradición; es la era en la que la iglesia se eleva a sí misma hasta el punto de pensar que su estructura imperial es la voluntad divina de Dios. Confrontada con la Reforma Protestante que invitaba a la iglesia a librarse de su autorreferencialidad y redescubrir el Evangelio de la gracia de Dios, Roma reforzó un sistema sacramental que hizo a la iglesia mediadora de la gracia divina. Enfrentada a la modernidad que empujaba hacia una revisión de las prerrogativas de la iglesia sobre las conciencias de las personas y de la sociedad, Roma elevó su institución principal (el papado) a un papel incluso más acentuado, así como a dogmatizar algunas creencias marianas sin ningún tipo de apoyo bíblico. Esta recuperación de una sólida identidad condujo también a una expansión misionera del catolicismo y al desarrollo de unas formas de espiritualidad místicas y marianas.
La Era del Catolicismo Compatible y Cautivador
El método oposicionista llevó al catolicismo al aislamiento y a un papel marginal. El cambio tuvo lugar con el Vaticano II (1962-1965). La nueva era empezó entonces, cuando en lugar de resguardarse del mundo moderno, Roma cambió la estrategia, eligiendo asimilarlo para penetrar en su interior sin cambiar en su propia esencia. Después adoptó el método de “ponerse al día”: una adaptación sin reforma estructural, una incorporación sin pérdidas y sin costes, una expansión del sistema sin purificación, un desarrollo sin renuncia de la tradición, o sea, una continua adición sin restar nada. Vittorio Subilia ha hablado correctamente de la “nueva catolicidad del catolicismo”, una postura diferente, un nuevo estilo, un nuevo lenguaje. En todas las direcciones, de todos modos: en la dirección del liberalismo teológico, dejando espacio para una lectura crítica de la Biblia y el universalismo de la salvación; en la dirección evangélica, aprendiendo el código lingüístico de la espiritualidad evangélica (relación personal con Cristo, etc.); en la dirección de la teología mariana, tradicionalismo, ecumenismo, etc. Una catolicidad expansiva de 360 grados, que todavía conserva las estructuras imperiales, devocionales, jerárquicas y sacramentales (desde luego formadas más discretas, pero en definitiva todavía presentes) todas las cuales giran en torno a una eclesiología dilatada y anormal y alrededor de los pilares fundamentales de la doctrina tradicional.
La Pregunta para Nosotros
Sin que se cite con frecuencia, el Papa Francisco encarna la catolicidad del Vaticano II: abierto al diálogo, misericordioso, agradable, pero sin pagar ningún precio espiritual, teológico o dogmático. El marco imperial y el de la Contrarreforma de las anteriores eras permanece, únicamente se ha “puesto al día” de los nuevos requerimientos del mundo contemporáneo global. Habla todos los lenguajes: el evangélico, el ecuménico, el interreligioso, el secular y el tradicional. Parece alcanzar a todos sin ir muy lejos. Y después, el hecho de que cada uno (desde los secularistas a los musulmanes, incluyendo los protestantes y los evangélicos liberales) lo consideren cercano hace que nos preguntemos: ¿Está realmente cerca de alguien? En otras palabras, la estrategia del “poliedro” parece ser el instrumento de la catolicidad que tiene sus raíces en el Vaticano II y que cumple sus objetivos: todos tienen que relacionarse con una iglesia romana que tiene ejes de varias longitudes con el fin de alcanzar a todos, pero sin cambiar su centro de gravedad. Roma ya ha llegado a un equilibrio homeostático tan bien engrasado que puede jugar en más de una mesa al mismo tiempo sin alterar el marco general.
En este clima, algunas personas pretenden que la Reforma ha acabado prácticamente porque ya no existe el catolicismo oposicionista que la rechace. El catolicismo ha ensanchado su síntesis y también ha hecho espacio para los contenidos de la Reforma, aunque recortados de su carácter innovador y tendentes a permitir que coexistan, cohabiten y convivan con otras exigencias opuestas al Evangelio, dentro de un sistema católico que es incluso más ecléctico y plural, pero que es todavía romano y papal. El catolicismo continúa añadiendo sitios en la mesa y extendiendo el menú; colorea cada vez más los códigos, para cumplir su vocación de unir el mundo dentro de la red de catolicidad y bajo la jurisdicción efectiva u honoraria de una cabeza.
En la nueva era de la catolicidad cautivadora habrá un hueco para los evangélicos que han hecho la paz con las estructuras imperiales de la iglesia de Roma y su teología anormal y que ya no están interesados en una reforma exhaustiva de conformidad con el Evangelio. En su lugar, estos evangélicos están satisfechos de ser capaces de integrar su propia espiritualidad en un sistema que es más fluido pero está todavía vertebrado, que mediante una programación está abierto a todo y, sin embargo, opuesto a todo. El criterio del sistema no es el Evangelio de Cristo, sino una versión del Evangelio que garantiza la estrategia universalista y centrada en la Roma del catolicismo.
La nueva época entre los evangélicos y los católicos requiere que nos preguntemos lo que es a la vez antiguo pero también relevante para cada generación de creyentes: ¿Puede la iglesia de Roma renovarse de acuerdo con el Evangelio desde dentro, o tenemos que prever pasarle delante y dejarla atrás en el nombre del Evangelio? Con su carga de los dogmas irreformables, las instituciones imperiales, los proyectos de omnívora catolicidad, ¿puede la iglesia de Roma ser impactada por el Evangelio en su núcleo propulsivo? En otras palabras: ¿es el Evangelio solamente una opción entre muchas posibilidades o es el radical “sí” a la Palabra de Dios que dice “no” a todas las formas de idolatría? ¿Puede una iglesia, cualquiera que sea, estar programáticamente abierta a una multitud de ofertas, o, si quiere ser una iglesia, debe estar fundada exclusivamente sobre el Evangelio bíblico?
De este modo, la teología evangélica tiene los instrumentos necesarios para centrarse constantemente en el Evangelio sin degenerar en actitudes espiritualmente autistas y sectarias. Como se declara en el documento An Evangelical Approach Towards Understanding Roman Catholicism [Un Enfoque Evangélico Para la Comprensión de la Religión Católica] (1999):i
12. Lo referente a la Iglesia Católica en su configuración institucional y doctrinal no debe extenderse necesariamente a todos los católicos como individuos. La gracia de Dios está en acción en los hombres y mujeres que, aunque se consideran católicos, confían exclusivamente en el Señor, cultivan una relación personal con El, leen la Biblia y viven como cristianos. Estas personas, sin embargo, deben ser alentadas a reflexionar en el sentido de si su fe es o no compatible con su pertenencia a la Iglesia Católica. Además, se les debe ayudar a pensar con criterio sobre lo que permanece de su origen católico a la luz de la enseñanza bíblica.
La crítica al sistema católico no debe agrupar indiscriminadamente a todas las personas en sus caminos espirituales. Además, es posible e incluso necesario, crear oportunidades para la cobeligerancia en las áreas de un compromiso común:
13. Para cumplir el mandato cultural puede haber acuerdo, colaboración y acción comunitaria entre los evangélicos y la gente de otras religiones y tendencias ideológicas. Siempre que los valores compartidos en las esferas éticas, sociales, culturales e ideológicas estén en peligro las iniciativas de la cobeligerancia son aconsejables. Estas formas de cooperación necesarias e inevitables no deben confundirse con iniciativas ecuménicas, ni considerarse expresiones de un consenso doctrinal recién descubierto.
¿Una nueva era entre evangélicos y católicos? Una larga mirada a la historia, el discernimiento espiritual y la visión de conjunto del espíritu nos lleva a contestar “sí” y “no”. Ciertamente, con el Vaticano II, empezó un período diferente que precisa ser entendido. Es erróneo tener una opinión estática o aplanada del catolicismo. Por otra parte, el Vaticano II y el Papa Francisco, que es la más afortunada encarnación, son sólo el último paso en la evolución de un sistema que nació y se desarrolló con un “pecado original” del que aún no ha sido redimido, sino que en su lugar se ha consolidado. Ninguna diplomacia ecuménica será capaz de cambiarlo, ni tan siquiera la adición de una nueva oferta evangélica al menú tradicional. La invitación del Señor Jesús se aplica a todo el mundo: “El tiempo se ha cumplido, y el Reino de Dios se ha acercado; arrepentíos y creed en el Evangelio” (Mc. 1:14). El nuevo tiempo real, si Dios quiere, será cuando el catolicismo romano rompa el modelo eclesiológico imperial y reforme su propia catolicidad, no basándose más en su proyecto de asimilación, sino sobre el fundamento de la fidelidad al Evangelio.
i http://www.alleanzaevangelica.org/cattolicesimo-romano/1999-
“An Evangelical Approach Towards Understanding Roman Catholicism”. Evangelicals Now, Dec. 2000, 12-13; European Journal of Theology X (2001/1) 32-35)
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