Sobre la palabra dicha que no vuelve

La palabra dicha sigue siendo nuestro gran veneno: a nivel personal, interpersonal, familiar, social… también en la iglesia.

20 DE FEBRERO DE 2016 · 21:50

Foto: Unsplash,
Foto: Unsplash

Asistimos estos días, ya casi meses, a las dificultades titánicas que nuestros aspirantes a dirigentes tienen para ponerse de acuerdo.

Sorprende, no sé si a todos por igual, que después de tantos días con sus noches correspondientes para la reflexión, no se haya podido llegar ni a un mínimo acuerdo, a algún punto que consiga “desatascar” una negociación que no parece llegar a ninguna parte.

La cuestión es que parece que seguimos donde estábamos, y a pesar de que sabemos que no estamos para dispendios, a veces pienso, no sin cierta frustración, que terminaremos yendo a anticipadas otra vez.

Lo que sí me pregunto casi todos los días es cuál es la razón de fondo para que no haya posibilidad de llegar a ningún punto de concierto. Inicialmente pudiera parecer que se trata de planteamientos ideológicos, pero me temo que no es así. Digo me temo porque, de ser así, supongo que sería algo más asumible para mí de lo que creo que verdaderamente hay en la base del asunto.

La realidad del día a día, con sus comunicados, sus noticias, sus tertulias y demás parafernalia nos dice que partidos con elementos en común muy claros no son capaces de acogerse a esos criterios de acuerdo, porque aunque lo que les une es mucho, algo les separa irremediablemente. Pero, ¿qué es ese algo?

Aún a riesgo de equivocarme y a pesar de que evito utilizar este espacio para hablar de temas políticos, porque no es mi tema y otros lo pueden hacer un millón de veces mejor que yo, en este caso lo haré con una hipótesis que no tiene que ver tanto con política como con cuestiones de comportamiento, que al fin y al cabo es en lo que yo me manejo.

Y es que, en general, dicho brusca, pero claramente, una de las verdaderas razones de fondo para no haber posibilidades de acuerdo (seguro que no es la única, pero creo que es una delas más importantes) es que se ha sido muy bocazas en general. Sí, sí, no me equivoco al usar el término.

Me reafirmo, porque así lo siento, pero más que por eso, que sería subjetivo, me reitero principalmente porque lo que vinimos contemplando durante la campaña electoral fue un cúmulo de despropósitos en ese sentido, por parte de casi todas las partes, valga la repetición, aunque reconozco que de unos más que de otros.

Verborrea sin medida, insultos, descalificación, ni un puntito de moderación en algunas ocasiones, un “cargar tintas” o, más bien, “escopetas” contra todo el que se pusiera delante, sin el más mínimo decoro o elegancia, que es lo mínimo que se le puede pedir a quien se presta a gobernar un país desde el sentido común.

Se ha sido faltón, por una parte y por ser finos, pero además tremendamente atrevido cuando cada uno hablaba como si no hubiera un mañana en el que las cosas pudieran salirles de forma imprevista, como así ha sido. Porque según los resultados, discúlpenme los que discrepen, creo que a nadie le han salido las cosas como quería y que nadie ha ganado las elecciones.

Y por tanto, cuando eso es así o se sospecha que será así, que es lo que intuíamos la mayoría (todos menos los propios candidatos, parece ser), no se puede ir tan “sobrado”, porque luego nos toca alimentarnos con nuestras propias palabras, que suelen indigestársenos, además.

Efectivamente, cuando estos días se pregunta a los políticos sobre sus acuerdos, su proceso de negociación, sus posicionamientos respecto a abstenciones, a posibles sesiones de investidura y demás asuntos afines, todos ellos terminan diciendo “¿Pero cómo vamos ahora a decir blanco, cuando toda la campaña hemos estado diciendo negro?”.

Pues efectivamente. Es que quizá hablar en términos de blanco o negro puede quedar muy contundente cuando uno quiere marcarse un órdago, pero la realidad va por cauces bien distintos y resulta que, miren por dónde, sorpresa para algunos, se mueve en grises.

Seguimos, entonces, metiendo la pata, que es el resumen de la cuestión. Lo cual, añadido a nuestra profunda dificultad para desdecirnos, pedir perdón, identificar errores o comportamientos inadecuados y demás, resulta en una cosa muy complicada. Pero no aprendemos.

Ya Salomón nos avisaba mucho en sus Proverbios acerca de las problemáticas de no poder o no saber contener nuestra lengua, nuestras palabras, y otros detrás de él, como Santiago, también lo decían desde las propias líneas de la Palabra, con Dios mismo, inmutable, respaldando los mismos principios a través de los tiempos.

Ese es el mismo Dios, por cierto, del que algunos listos y listas, o listas y listos (para no ofender a las feministas con el masculino genérico o con el orden de los factores), hacían mofa en estos días atrás con un “Padre nuestro” salido de todo orden. Porque seguimos siendo unos incontinentes verbales, porque ya no respetamos nada ni a nadie.

Porque no sé si quien leía ese “poema” se detuvo a pensar por un momento que habemos muchas mujeres cristianas en este país, le pese a ella o a quien le pese, que desde luego no podemos aplaudir el poco tacto y principalmente el poco respeto con el que se ha tratado esto. Y yo, que me declaro abierta a la libertad de expresión, me declaro aún más abierta al derecho que todos tenemos a ser respetados, lo cual entiendo como un bien superior.

Se podía haber hecho una declaración feminista “adaptando” un poema de Neruda, pero no. De lo que se trata es de lo que se trata, es decir, no tanto de lanzar un mensaje sino, de paso, atacar a quien quiero atacar, lo cual sospecho estaba, parapetado tras una intención puramente feminista, como primer objetivo de todos. Y si me equivoco, que me lo expliquen, pero francamente reconozco que me cuesta entender ciertas cosas a las alturas que estamos.

Se puede ser liberal sin ser faltones. Y me da igual que esto venga de la señora que leyó el “poema” o que provenga de un periódico satírico francés. A ver si empezamos a medirnos, para variar, y lo tomamos como costumbre de referencia. No solo porque luego pasan las cosas, sino principalmente porque la mesura sigue siendo virtud.

Estarán de acuerdo conmigo en que hay muchas formas y no todas son iguales, de manifestarse en contra de posicionamientos ideológicos, personales o religiosos. Pues a ver si empezamos a hacerlo y, además, bien, que no es tanto pedir.

La oportunidad perdida, la flecha lanzada y la palabra dicha… tres cosas que una vez puestas en marcha, son irreversibles. O difícilmente reparables sus daños. A no ser que nos hagamos crítica, que nos miremos en el espejo que nos dice a gritos cómo somos, que busquemos dónde estamos frente a nosotros y frente a los demás, que sopesemos qué clase de respeto nos tenemos unos a otros, si de boquilla o del que va en serio.

De la tolerancia intolerante ya hemos hablado otras veces. Y me da igual si se produce en el plano de las “artes”, de la ideología, de la política o en las cuestiones más de día a día entre nosotros. La palabra dicha sigue siendo nuestro gran veneno: a nivel personal, interpersonal, familiar, social… también en la iglesia.

Esto es lo que seguimos cociendo a fuego lento. Esto es lo que devora nuestras posibilidades de avance, bajo un disfraz de supuesta “autenticidad”. Esto será y es nuestra propia ruina, porque ya no respetamos ni a nada ni a nadie, e igual, cada uno en nuestros propios entornos, porque todos hacemos lo mismo.

Y ya que el mal que nos aqueja es igual, quizá nos lo tenemos que ir haciendo mirar a la luz del Espejo más grande de todos, el más certero, que es el criterio de Quien dicta los tiempos y las formas y Quien finalmente, si quienes creemos estamos en lo cierto y creo firmemente que sí, aunque desde el respeto a la discrepancia, tanto para los que creen como para los que no creen sopesará los actos y también, cómo no, las palabras.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - El espejo - Sobre la palabra dicha que no vuelve