Orar es posible

Orar significa que el Dios creador y sustentador del universo me escucha y me responde.

03 DE ENERO DE 2015 · 22:45

,

Señor, enséñanos a orar” (Lucas 11:1)

¿Se puede aprender a orar?

Cierto día los discípulos se acercaron a Jesús y le dijeron: Señor, enséñanos a orar. Jesús aceptó el reto, tomó a sus discípulos en su clase y les enseñó esa oración maestra que nosotros conocemos como “Padrenuestro”.

Cada generación de cristianos tiene la necesidad de aprender a orar. Hoy, como siempre, se habla de Dios, pero se habla poco con Dios. La oración es una práctica en retroceso. Y esto es peligroso, porque, donde se deja de hablar con Dios se acabará dejando de hablar de Dios. El hombre se volverá entonces a otros temas más actuales o que les parezca más interesantes o de más relevancia. Y es que, cuando la oración languidece, la fe está amenazada, pues la oración es la expresión de nuestra fe.

La oración está estrechamente ligada a la fe. La persona que cree en Dios, sentirá la imperiosa necesidad de hablar con él. Si cesa la oración, se muere la fe; pues la oración es el oxígeno de la fe. Cuando se deja de respirar, aunque sea sólo durante unos segundos, la vida corre un gran peligro. Gracias a los adelantos médicos y científicos, hoy estamos en condiciones de alargar la vida por medio de la respiración artificial procurada por pulmones mecánicos. ¿Pero qué clase de vida es ésta? Indudablemente no es vida auténtica, orgánica, natural. Estableciendo un paralelismo, podríamos decir que muchos hombres y mujeres tienen hoy esta clase de vida espiritual artificial.

Nabucodonosor, rey de Babilonia, promulgó un edicto decretando la prohibición de orar en el espacio de treinta días (Daniel 7:7-9). Si hoy fuese promulgado por el gobierno de España una prohibición semejante, la mayoría de los españoles se partirían de risa, diciendo: ¿Queeé? ¿que no tengo que orar durante un mes? ¡Pero si ya hace más de un año que no oro! Y después de buscar en su memoria hasta podría añadir: Bueno, en realidad… no oro desde que dejé de ser niño.

La oración en crisis

En nuestro mundo moderno, de sofisticada tecnología y de vastísimos conocimientos científicos, la oración se ha convertido para muchos en un problema. Y esto porque, dicen que Dios es de ayer, pero nosotros somos de hoy. Y completan este razonamiento explicando que ayer el hombre era un ignorante que atribuía a Dios todo lo que no entendía. Aún más: que para librarse de las angustias de la incertidumbre, ese hombre ignorante de ayer encontraba su paz atribuyendo a Dios todas las cosas que le ocurrían y le afectaban, tanto las buenas como las malas. Así, las hambrunas, las epidemias, los terremotos y las catástrofes naturales, lo mismo que las buenas cosechas, la rica prole de hijos sanos y fuertes y los tiempos de paz eran señales del poder y del gobierno divino sobre el mundo. Pero habiendo alcanzado el hombre su mayoría de edad en virtud del conocimiento y de la ciencia, siendo ahora el hombre capaz de controlar las cosechas, predecir los terremotos, dominar las aguas, traer al mundo hijos “a la carta”, plantarle cara a las enfermedades y epidemias y dominar el mundo, Dios está demás. Simplemente no lo necesitamos. ¿Para qué pedirle a Dios lo que nosotros podemos hacer y debemos hacer? Ante estos argumentos, tiene poco sentido orar hoy a un Dios que es de ayer, de la infancia de la Humanidad.

El hombre ha alcanzado su mayoría de edad gracias a la ciencia y la técnica, y en virtud de ambas ha desterrado de su horizonte la idea de Dios. ¿Para qué orar, pues, en medio de un mundo desmitificado? ¿Por qué comunicarnos con un Dios que hemos borrado de nuestro horizonte cultural y espiritual? Cuando la personalidad de Dios se ha disuelto por la virtud de la ciencia, resulta absurda la oración como invocación a un Dios personal, a un TÚ divino que se encuentra frente a un yo humano. Hablar con Él es entonces un inadmisible.

Dios nos habla

Pero esta idea de Dios como fruto de la ignorancia y recurso para los infortunios y los momentos de apuro en la vida es completamente extraña a lo que nos enseña la Biblia y contradictoria a la esencia de la revelación divina. El Dios de la Biblia no es un bombero, a quien llamamos únicamente cuando se nos quema la casa, o hemos tenido un grave accidente, tampoco cuando tenemos delante un examen difícil.

El centro del mensaje bíblico lo constituye la idea de un Dios viviente y personal, que se nos ha revelado, es decir, que se ha dirigido a nosotros a través de una persona: Jesucristo. Y mientras que nosotros creamos en este Dios personal y tengamos depositada en Él nuestra confianza, tendremos necesidad de la oración como puente para el diálogo y como recurso y expresión de nuestra comunión con él. Y es que, la comunión no se da sino en ese recíproco oír y responder. De manera que la oración es diálogo del hombre creyente con Dios y no el monólogo de un iluso ignorante con su propia sombra.

Puesto que el hombre no se ha creado a sí mismo, no puede vivir de su propia palabra. El monólogo consigo mismo y el diálogo con su semejante no les son suficientes. El hombre vive del hecho de que Dios le dirige la palabra. Así, ya al principio, en el Edén, el hombre oyó la palabra de Dios que le preguntaba: Hombre… ¿dónde estás tú? (Génesis 3:9). Muchos años después Dios habla al hombre de la manera más clara y sublime a través de su Hijo Jesucristo ; leemos en Hebreos 1:1-2: Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros tiempos nos ha hablado por el Hijo…Y desde entonces, la voz de Dios no se ha apagado. Hoy podemos oír la voz divina en su palabra, la Biblia, porque Dios no es un Dios de ayer, sino de hoy, de mañana y de la eternidad. Dios busca en el hombre al “tú”, que creó a su semejanza, para dialogar con él (Génesis 1:27). Dios siempre ha hablado al hombre a través de la historia. No importa cuánto cambie el mundo y cuán radicales sean sus transformaciones, Dios no dejará de hablar al hombre.

Este “hablar divino” precede a toda oración por parte del hombre. De manera que nuestra oración nunca es lo primero, sino que siempre es respuesta al mensaje divino que en Jesucristo se nos ha acercado de una vez y para siempre.

La oración como posibilidad no descansa en la voluntad humana ni en la capacidad del hombre, ni siquiera en su angustiosa necesidad existencial, sino en la disposición divina de abrirse a nosotros a través de su palabra y de su Espíritu. De manera que, en primera y última instancia, la oración es un don, un regalo divino, una operación del Espíritu de Dios en nosotros, antes de que se convierta en una necesidad del hombre. Si oramos es porque Dios nos ha dado de su Espíritu, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! (Romanos 8:15). Precisamente así comienza la oración que nos enseñó Jesús: Padre, nuestro que estás en los cielos.

Si tú no oras a Dios es que no cuentas con Dios, y si no cuentas con Dios es que tu fe está en peligro. El cristiano ora. Ora porque el Espíritu de Dios que mora en él le guía a hacerlo, ora porque el Señor Jesús se lo ha enseñado y ora porque lo siente como una necesidad.

Y mientras ora, sabe:

que la oración no es un conjuro mágico, pero surte efecto;

que la oración no es una medicina para dormir, pero proporciona descanso;

que la oración no es gimnasia para el alma, pero fortalece;

que la oración no es un tranquilizante, pero relaja;

que la oración no es un mérito piadoso, pero acerca a Dios.

Para el cristiano:

orar es invocar a Dios,

orar es hablar con Dios, poniendo en ello todo el corazón.

Y de esta comunicación el cristiano espera una respuesta.

En este sentido, orar significa que el Dios creador y sustentador del universo me escucha y me responde.

Ciertamente, la oración no es sustituto de ninguna acción, pero la oración no puede ser sustituida por ninguna otra acción.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - La claraboya - Orar es posible