Dawkins y su experimento de la oración

No deberíamos, como hace el biólogo ateo, concebir a Dios como si fuera un ser humano elevado a la enésima potencia.

21 DE JUNIO DE 2014 · 22:00

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Como es sabido, el biólogo ateo Richard Dawkins defiende en sus escritos la idea de que la religión es, en general, la raíz de casi todos los males que hay en el mundo. De tal convicción, saca la motivación principal para arremeter tenazmente contra la probabilidad de la existencia de Dios ya que, según él, toda creencia en el Ser Supremo es una especie de espejismo que puede resultar muy peligroso para la humanidad. La presencia o ausencia de la divinidad es considerada en sus obras como si, en efecto, se tratase de un asunto susceptible de ser analizado científicamente, aunque admite que de momento no está resuelto. ¿Cómo se podría experimentar con Dios? Si realmente existiera un Creador inteligente, sus huellas deberían resultar evidentes en el cosmos. Sin embargo, si su realidad fuese solamente una ilusión -como cree Dawkins-, el universo mostraría por el contrario signos que reflejarían la no existencia de Dios. Un mundo con Dios y otro sin él tendrían que ser radicalmente distintos. Ahora bien, ¿qué respuesta ofrece la naturaleza? ¿Cómo es el mundo según los datos de la ciencia? El propio autor reconoce que el universo y la vida parecen decir que existe una inteligencia sobrenatural que diseñó y lo creó todo, incluido el ser humano. En el prefacio de su libro,El relojero ciego, escribe: “La complejidad de los organismos vivos va pareja con la elegante eficiencia de su diseño aparente. Si alguien no está de acuerdo con que este diseño tan complejo pide a gritos una explicación, me rindo.”[1] Pero, por supuesto, Dawkins no se rinde. Dedica el resto del libro a defender la idea de que los mecanismos de la evolución han sido los únicos responsables del aparente diseño que evidencia la naturaleza. En su opinión, no se necesita para nada un diseñador divino ya que la acción ciega de la selección natural es capaz de hacerlo igual de bien. Hasta mediados del siglo XIX casi todo el mundo estaba convencido de la existencia de una inteligencia sobrenatural que creó el universo y la vida, pero a partir de Darwin las cosas cambiaron. Se empezó a creer que las múltiples evidencias de diseño eran consecuencia de la acción azarosa de la evolución y, por tanto, la existencia de Dios se volvió cada vez más improbable. Uno de los argumentos a los que se refiere Dawkins para explicar por qué cree que Dios es tan inseguro, es lo que llama “el gran experimento de la oración”.[2] El físico británico Russell Stannard llevó a cabo este curioso experimento, que patrocinó la Fundación Templeton (gastándose 2,4 millones de dólares), con el fin de probar experimentalmente que la oración mejoraba la salud de los pacientes con problemas cardíacos. Se eligieron 1.802 enfermos al azar de seis hospitales, a los que se les había implantado un bypass. Éstos no se conocían entre sí, ni a los médicos, ni a quienes oraban por ellos. Se les dividió en tres grupos: el primero, formado por pacientes que recibían oraciones y no lo sabían; el segundo (grupo control), no recibían oraciones y tampoco lo sabían; mientras que el tercer grupo recibían oraciones y eran conscientes de ello. Las personas encargadas de orar fueron seleccionadas también entre tres iglesias: una de Minnesota, otra de Massachusetts y la tercera de Missouri. Los resultados de tan temerario experimento fueron publicados en el número de abril del 2006 de la revista American Heart Journal. Al parecer, las conclusiones obtenidas no dejaban lugar a las dudas. No había ninguna diferencia entre la mejoría de los pacientes por los que se había estado orando y aquellos otros por los que no. El regocijo de Dawkins ante semejante resultado era previsible. Si existe un Dios personal que escucha todas las oraciones, ¿por qué no responde? ¿No se debería interpretar dicha falta de respuesta en el sentido de que, sencillamente, Dios no existe? Hay un error fundamental en este experimento de la oración: con Dios no se pueden hacer experimentos científicos. No es posible ponerle a prueba mediante la metodología humana porque no está constituido por átomos, moléculas, células o fuerzas físicas. Dios no es una causa natural sino un ser espiritual, racional y personal. Semejante intento de ponerle a prueba es una humillación para la divinidad. Pretender examinarle según nuestros criterios constituye un insulto a Dios del que deberíamos avergonzarnos. No se le ultraja por rogarle en oración que sane a un enfermo, se le ofende cuando esto se le pide en el marco de una manipulación experimental humana. Mediante tal práctica colocamos nuestra razón por encima de la fe como hizo Tomás, mereciendo la recriminación de Jesús: “Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron” (Jn 20:29). Como no creo que este versículo impresione demasiado a Dawkins, me lo imagino replicando, a pesar de todo, que si hay un Dios bueno siempre curará al que se lo pide, como hace cualquier médico si está en su mano. Sin embargo, esta réplica incurre en un segundo error. El de suponer que Dios hará aquello que nosotros pensamos que debe hacer. En realidad, el experimento de la oración pretende comprobar solamente la omnipotencia divina para curar al enfermo. Pero es incapaz de averiguar la existencia de Dios precisamente porque él es mucho más que un simple sanador de dolencias físicas. Si existe un Creador sobrenatural, personal, sabio y sobrehumano, resulta del todo imposible comprobar únicamente su poder para curar, porque esta cualidad particular no representa todo lo que Dios es. La omnipotencia divina va inseparablemente unida a su sabiduría y benevolencia sobrenatural. En el Creador se conjugan de manera indisoluble los atributos de la inteligencia, el amor y todo poder. Es imposible, por tanto, comprobar únicamente uno de ellos. No debemos concebir a Dios como si fuera un ser humano elevado a la enésima potencia. No podemos saber cómo percibe y actúa suponiendo cómo lo haríamos nosotros si tuviéramos su poder. Hay una gran diferencia entre lo que es en realidad el Altísimo y aquello que nosotros pensamos que debería ser. El Dios que pretende poner a prueba Richard Dawkins es sólo una versión muy amplificada de él mismo. Por eso no lo ha encontrado todavía. Pero nosotros, por desgracia, no somos seres espirituales, omniscientes, omnipotentes y absolutamente bondadosos. No somos dioses, aunque algunos se lo crean. El error de Dawkins, de considerar a Dios como un ser natural complejo que ha evolucionado, se observa en estas palabras: “cualquier inteligencia creativa, con suficiente complejidad como para diseñar algo, sólo existe como producto final de un prolongado proceso de evolución gradual. Las inteligencias creativas, tal cual han evolucionado, llegan necesariamente tarde al Universo, y por lo tanto, no pueden ser las responsables de su diseño. Dios, en el sentido ya definido, es un espejismo; y tal como se muestra en capítulos posteriores, un espejismo pernicioso”[3]. Este argumento demuestra, una vez más, el equivocado concepto de Dios que posee Dawkins. Si Dios hubiera evolucionado, como sugiere él, no sería Dios. Imaginar que la inteligencia del Sumo Hacedor es como una versión potentísima de la nuestra no nos permite saber qué significa realmente ser Dios. Él es una mente sin cerebro ni cuerpo físico capaz de diseñar y crear el universo. Su intencionalidad y premeditación son anteriores a las leyes del cosmos y las explican por completo. Su inteligencia, que es de una clase completamente distinta a la nuestra, precede a la materia y, por supuesto, a cualquier transformación de ésta. Dios es puramente espiritual por definición. No está formado por átomos. Lo sabe todo, lo puede todo, nos ama a todos -incluso a los incrédulos como Dawkins-. Comprende totalmente todas las posibles repercusiones de cualquier acción, así como el bien espiritual y material que se derivaría de ellas, no sólo para el creyente que ora sino para todos los demás en el presente y el futuro. Tal es el Dios cuya existencia hay que probar y no el que evoluciona según el darwinismo gradualista. Frente a este verdadero Dios, cualquier resultado del experimento de la oración resulta positivo. Él responde las oraciones teniendo en cuenta siempre aquello que es verdaderamente bueno no sólo para quien lo pide, sino también para todos los seres humanos presentes y futuros. No se trata solamente del bien de la sanidad inmediata e individual, sino del bien espiritual y de la inmensa red de bienes múltiples que se entrecruzan en los distintos niveles posibles. Para comprender perfectamente las respuestas de Dios a nuestras oraciones deberíamos poseer su infinita sabiduría y bondad. El teólogo católico Scott Hahn se refiere a la labor de los médicos para poner un ejemplo de lo que podría ser el papel de Dios antes las oraciones de sus hijos.[4] Los profesionales de la medicina se encuentran a menudo con pacientes gravemente enfermos de enfisema pulmonar que, por supuesto, desean curarse, pero no están dispuestos a dejar de fumar. Alcohólicos que pretenden sanar su deteriorado hígado, pero no consiguen dejar de tomar bebidas alcohólicas. Conductores temerarios que anhelan caminar bien, después de un serio accidente de tráfico, pero no están dispuestos a conducir con prudencia ni a dejar de poner en peligro las vidas de los demás. Enfermos de cualquier tipo de cáncer, que durante años han venido amargando las vidas de sus familiares y continuarán haciéndolo si se curan. Se podrían poner muchos ejemplos más parecidos a éstos. Pues bien, si un médico humano se da cuenta de tales aspectos en su trabajo diario, ¿cuánto podrá saber un Dios omnisciente? Es difícil que un materialista entienda que el bien espiritual esté por encima del bien material o físico. Pero para los cristianos es así. La curación última de toda enfermedad o dolencia física es, de hecho, la muerte. El bien final con el que debemos comparar cualquier bien material, como es la propia sanidad, es sin duda la vida eterna. Esto es lo que nos indica la cruz de Jesucristo. Allí fue donde verdaderamente Dios se puso a prueba. Ese fue el gran experimento. Cristo sudó sangre en el Getsemaní, le pidió al Padre si era posible dejar de beber aquella amarga copa y lanzó un último grito al sentirse abandonado mientras cargaba nuestro pecado. Tal es el auténtico escenario que le da sentido a todo y en el que debemos formular todas las preguntas sobre el bien último: los alrededores de la tumba vacía de Jesús.

[1]Dawkins, R., 1986, El relojero ciego, ePUB, p. 7.
[2]Dawkins, R., 2011, El espejismo de Dios, ePUB p. 58.
[3]Ibid., p. 30.
[4]Scott H., 2011, Dawkins en observación, Rialp, Madrid, p. 88.

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