La mancha humana en la obra de Philip Roth

Roth nos recuerda que lo que ignoramos los unos sobre los otros no tiene fin: las verdades y las mentiras abundan.

25 DE AGOSTO DE 2013 · 22:00

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El escritor Philip Roth.

Hay un elemento que asoma de vez en cuando la cabeza en la obra del escritor judío norteamericano Philip Roth: se trata de la imagen de una mancha que se encuentra en lo más profundo del ser humano. Encontramos esta mancha simbólica en varios relatos de Goodbye, Columbus, publicado en 1959, y en la novela La mancha humana (2000). Cuando le preguntaron acerca de la influencia que espera tener en los lectores, el autor dijo lo siguiente: “Si me pregunta si quiero que mi ficción cambie la cultura, la respuesta sigue siendo no. Lo que yo quiero es poseer a mis lectores mientras leen mi libro -si puedo, poseerlos de una manera que otros escritores no hacen-. Finalmente, les dejo regresar, tal y como estaban, a un mundo donde toda la gente trabaja para cambiarlos, persuadirlos, seducirlos y controlarlos”. Roth muestra con precisión el problema de la identidad de los judíos en la sociedad estadounidense, y utiliza de forma especialmente vívida un símbolo intrigante: una mancha, una oscuridad o una enfermedad de la que sus personajes no se pueden deshacer y que precede cualquiera de sus acciones. El tono de la obra de Roth se caracteriza por ser humorístico y serio a un mismo tiempo. Los relatos están llenos de escenas cómicas, y “La conversión de los judíos” es un buen ejemplo. El joven protagonista, Ozzie, no es un chico conflictivo, pero no puede evitar desesperarse ante las evasivas de su profesor cuando le hace preguntas difíciles sobre su fe. Además, ve con inquietud que hay adultos que repiten sus rituales sin pensar realmente en Dios, como los repetidos murmullos que hacen que Ozzie sospeche que otro personaje “había memorizado las oraciones y se había olvidado de Dios”. En la clase de la sinagoga, el chico se gana una regañina tres veces por desechar las respuestas del rabino, quejándose de que lo que él quiere saber “es otra cosa”, y la madre de Ozzie le pega como castigo por sus problemas en clase. El conflicto central estalla cuando durante la hora de debate en clase, Ozzie se enfada y le dice al rabino Binder que no sabe nada sobre Dios. Estas son las inocentes preguntas que le hace Ozzie al rabino: “—Le pregunté sobre Dios, sobre cómo si había sido capaz de crear el cielo y la tierra en seis días, y todos los animales y los peces y la luz en seis días (sobre todo la luz, esto siempre me sorprende, que creara la luz). Crear animales y los peces, eso está muy bien… Pero crear la luz… O sea, si lo piensas, es muy fuerte. En fin, le pregunté a Binder que si Dios había podido hacer todo eso en seis días, y había podido elegir los seis días que quiso de la nada, por qué no iba a poder permitir que una mujer tuviera un hijo sin mantener relaciones sexuales. —Volvió a empezar con la explicación de que Jesús era una figura histórica y que vivió como tú y como yo pero que no era Dios. De modo que le dije que eso ya lo había entendido. Que lo que yo quería saber era otra cosa. Lo que Ozzie quería saber siempre era otra cosa. La primera vez había querido saber cómo podía el rabino Binder llamar a los judíos “el pueblo elegido” si la Declaración de Independencia aseguraba que todos los hombres habían sido creados iguales. El rabino Binder intentó hacerle ver la distinción entre igualdad política y legitimidad espiritual, pero lo que Ozzie quería saber, insistió con vehemencia, era otra cosa.” Después de que el rabino le pegue accidentalmente, Ozzie huye al tejado de la sinagoga, desde donde se encuentra en una posición de poder respecto a su profesor. Este último le ruega a su alumno que no salte hacia abajo, mientras que el resto de los niños le piden alegremente que salte. Anochece gradualmente, y todos siguen allí, pendientes del niño que lucha con las dudas sobre su identidad sobre el tejado. Cuando la oscuridad se cierne sobre ellos Ozzie les pide a todos que se arrodillen, y lo hacen todos, incluso los bomberos. El niño les obliga a confesar uno por uno y luego todos juntos que Dios puede hacer todo lo que quiere, y a decir que creen en Jesús, y, por último, hace que prometan que nunca pegarán a nadie a causa de Dios. “Eli, el fanático” cuenta cómo Eli, un abogado judío, intenta hacer de intermediario entre los judíos que han abierto un colegio para niños judíos y los vecinos del barrio, que sienten rechazo hacia la ropa negra de uno de los judíos. A los vecinos les da miedo el judío porque les parece un fanático por su forma de vestir, y por eso Eli le ruega que se ponga otra ropa, pero le dicen que es imposible porque no tiene otra ropa más que ese traje negro. Desesperado, Eli le regala su mejor traje, y el judío no sólo se lo pone, sino que le deja a Eli su ropa negra. Eli no puede evitar ponérsela, y decide salir a la calle, donde los vecinos le miran horrorizados. Finalmente, le arrancan la ropa y le inyectan un tranquilizante que le calma, pero no puede alcanzar lo más profundo de su alma, donde sí ha llegado la negrura. Esa oscuridad que no se puede tocar y se ha instalado de forma inevitable en Eli simboliza su identidad, que nadie le puede arrebatar por mucho que su sociedad le presione para quitarse las ropas oscuras que le señalan como judío. El símbolo de la oscuridad vuelve a aparecer en otro relato, “Epstein”, en el que hay algo misterioso que impulsa al personaje a empezar una relación adúltera. Esa fuerza que le ensucia sale a la luz con el cambio en su manera de vivir, pero en realidad ya estaba presente en él antes, como él mismo reconoce. La consecuencia y la evidencia de sus actos es una enfermedad visible, pero debajo hay una mancha simbólica, una enfermedad incurable. Ante la pregunta desesperada de la mujer de Epstein (¿puedes limpiarlo?), el médico le tranquiliza diciendo que le curarán de manera definitiva. Pero la mancha invisible no se puede curar. Podemos pensar que lo sabemos todo sobre una persona, pero luego resulta que ocultaba algo que no sospechamos ni por asomo. Roth nos recuerda que lo que ignoramos los unos sobre los otros no tiene fin: las verdades y las mentiras abundan. El autor muestra lo asombroso de las cosas que creemos que sabemos pero que en realidad ignoramos: tanto los motivos y significados como las intenciones y consecuencias de nuestras acciones permanecen velados en gran medida a nuestros ojos. El protagonista de La mancha humana, Coleman Silk, decide crear para sí mismo una nueva identidad racial. Logra engañar a la sociedad y a su propia familia, pero no puede destruir del todo la verdad que mantiene en secreto y la confiesa a algunas personas. Sin embargo, fría y racionalmente, Coleman intenta borrar su pasado: sabe que nada puede persistir pero nada puede durar tampoco en la vida. Así se describe en la novela la “mancha humana” que afecta hasta a un cuervo que ha pasado demasiado tiempo con los humanos: “dejamos una mancha, dejamos un rastro, dejamos nuestra huella. Impureza, crueldad, abuso, error, excremento, semen..., no hay otra manera de estar aquí. No tiene nada que ver con la desobediencia. No tiene nada que ver con la gracia, la salvación o la redención. Está en todo el mundo, nos habita, es inherente, definitoria”. Se trata de la mancha que está ahí, en el ser humano, antes que la marca que deja. Vemos la marca, pero el problema es la mancha que no podemos borrar y que precede a la marca. Esa mancha se presenta como la raíz ineludible de nuestros problemas, somos incapaces de deshacernos de ella y seguimos manchando todo lo que tocamos. El texto niega con vehemencia que esa imperfección tenga algo que ver con los conceptos bíblicos de desobediencia y salvación, pero lo cierto es que Roth describe algo muy similar a lo que la Biblia llama pecado, una mancha como de lepra, de la que sufre todo el mundo y que nosotros mismos no podemos eliminar.

Este artículo forma parte de la revista P+D Verano/08 quepuedes descargar aquí (PDF), o leer en el navegador a continuación:

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