“En el ámbito de los derechos y libertades, el hecho religioso es una pieza más y también su encaje”

“¿Alguien se imagina que la diversidad religiosa pueda desaparecer?”, se pregunta el candidato de ERC a la alcaldía de Barcelona, Ernest Maragall. “No, ni a corto, ni a medio, ni a largo plazo”. 

Jonatán Soriano

BARCELONA · 01 DE ABRIL DE 2019 · 12:00

Ernest Maragall durante la entrevista con Protestante Digital. / Marc Borràs, ERC,
Ernest Maragall durante la entrevista con Protestante Digital. / Marc Borràs, ERC

La trayectoria en las instituciones de Ernest Maragall (Barcelona, 1943) es larga y diversa. Además de ser ‘conseller’ de la Generalitat en dos ocasiones, entre 2006 y 2010, y en 2018, también conoce instituciones internacionales, después de ser diputado en el Parlamento Europeo entre 2014 y 2016. Allí, dice haber conocido a “parlamentarios progresistas y explícitamente religiosos”. 

Ahora inicia su andadura en el ámbito municipal, con la candidatura a la alcaldía de Barcelona por Esquerra Republicana, y con la idea de reunirse y escuchar a diferentes colectivos en el proceso de la campaña. También al evangélico, al que considera “un activo indiscutiblemente”. “ No se limitan al hecho religioso sino que son elementos explícitos de cohesión social y de compromiso con la ciudadanía”, remarca Maragall, que ya ha mantenido una primera reunión con representantes del Consell Evangèlic. 

En la oficina de campaña, un local acristalado ubicado en el centro de Barcelona, atiende a Protestante Digital, no para hablar de su campaña, sino para reflexionar sobre la situación del hecho religioso y cómo mejorarla.  

 

Pregunta: Para su campaña está recogiendo información del colectivo evangélico en Barcelona y ya se ha reunido con una delegación del Consell Evangèlic. ¿Por qué?

Respuesta: Son ciudadanos de este país que representan una determinada concepción de la vida y de la religión, además de unas instituciones religiosas concretas y, por tanto, de organizaciones y entidades arraigadas en nuestros barrios y ciudades. Para nosotros es importante saber cómo se sienten, qué aspiraciones o inquietudes tienen, y creo que para el colectivo protestante es útil también saber qué criterio de relación entre la Administración pública y ellos pensamos establecer. Positivo, claro.

 

P: ¿Cómo ha sido la interacción?

R: Hemos obtenido una idea clara de respeto, de arraigo absolutamente consolidado en nuestro país y nuestra ciudad. También de legitimidad, porque están consiguiendo sacar adelante sus proyectos sociales con eficacia, que además no se limitan al hecho religioso sino que son elementos explícitos de cohesión social y de compromiso con la ciudadanía y, por tanto, son un activo en nuestro país indiscutiblemente. 

 

Para su campaña a la alcaldía de Barcelona, Maragall está recogiendo información del colectivo evangélico y ya se ha reunido con una delegación. / Marc Borràs, ERC

P: Hasta ahora, parecía poco habitual incluir a las minorías religiosas en el debate político. ¿Qué ha cambiado?

R: Forma parte de un dominio positivo. De una conciencia de que desde la política se debe tener capacidad de relación y proximidad, y conocimiento real de la diversidad de nuestra sociedad. De la más que legítima existencia de hechos religiosos y culturales de todo tipo. Y, especialmente el hecho religioso, merece una atención y una determinada capacidad de establecer relaciones enriquecedoras. Para el interés general y para un mayor acierto en la definición de políticas públicas en todos los ámbitos. Yo no sé si hay un gran debate, pero cada uno debe tratar de definir con la máxima concreción, claridad y grado de compromiso cómo piensa gestionar y establecer relaciones, con qué grandes objetivos. Y a partir de aquí, se trata de que cada uno pueda contrastar cuáles son las confianzas o quién merece el apoyo o la interpelación y la relación continua que hará falta. Nosotros nos proponemos formalizar, no sólo recibir o escuchar en una campaña electoral, sino tender a consolidar unas vías, unos procedimientos, unas mesas, una relación, en definitiva, frecuente, consolidada, con responsabilidades claramente definidas. Que todos sepamos adónde debemos dirigirnos. Y a esto hay que añadir determinados objetivos más concretos en términos de presencia, de cómo afrontamos los debates clásicos como el espacio público, el reconocimiento de actividades o sedes para la práctica religiosa. En cada uno de estos ámbitos hay mucho trabajo por hacer y creo que lo mejor es establecer un mecanismo de relación, una responsabilidad orgánica y una eficacia con la que poder adoptar acuerdos que se deriven en medidas concretas y que se pueda velar para que se cumplan.

 

P: ¿Y cómo se define todo eso ahora? ¿Hay alguna promesa concreta?

R: Ahora cuenta la actitud y lo que debemos hacer para tomar decisiones es sentarnos. No sólo para una reflexión compartida, como la que ya hicimos (con el Consell Evangèlic de Catalunya), sino sentarnos para trabajar. Cómo convertimos en compromisos formales muchas de las cosas que ya salieron en esa primera reunión desde el punto de vista de quién es quién. Estamos comprometidos a definir una responsabilidad clara para esta relación. No hemos escogido una palabra, y no sé qué tipo de organismo, pero debe haber una función y una responsabilidad que todos reconozcamos. 

En segundo lugar, creo que a la hora establecer esta relación debemos partir de lo que podríamos llamar ‘Barcelona capital de los derechos y las libertades’. En este capítulo, que para nosotros es fundamental y tiene que moverse en todas direcciones, el ámbito de los derechos civiles, de los derechos políticos, de la libertad de expresión, del reconocimiento de la diversidad social de todo tipo con la que queremos compartir y construir futuro, en este ámbito el hecho religioso es una pieza más y también su reconocimiento y su encaje en el sentido más positivo. 

 

P: En cuanto al pluralismo religioso y laicismo, ¿cuál es su fórmula para el equilibrio en cuanto a las tensiones entre el modelo de Estado confesional y la vivencia de la fe relegada al ámbito privado?

R: Nos conviene, precisamente por la diversidad y la riqueza del fenómeno religioso, distinguir espacios. No se trata de hacer desaparecer el hecho religioso del espacio público. Es cierto que debemos aplicar un criterio de laicidad positiva, en el sentido que el espacio público es de todo el mundo y eso incluye a las expresiones religiosas. Lo que hay que evitar es la apropiación, la exclusividad o la hegemonía de nadie, religioso o no religioso. A partir de aquí, una cosa es el hecho religioso en el sentido individual, del derecho y la posibilidad de tener una práctica conforme a las propias convicciones, que es lo que hay que garantizar y conseguir que la ciudad haga posible también con decisiones desde la Administración. Y otra cosa es la presencia en el espacio público, que aquí creo que hay que considerar los mismos aspectos que se consideran en otras ocupaciones del espacio público. Igual que se hacen fiestas, deportes y espectáculos de todo tipo, también debe haber una posibilidad y una regulación clara que permita la expresión del hecho religioso en el espacio con la debida moderación y proporción. 

 

P: ¿No parece fina la línea entre el laicismo positivo y la falta de presencia en el espacio público?

R: Creo que se regula aplicando el criterio de definir y proyectar con claridad que el espacio público no puede ser de nadie porque es de todos. Y como es de todos, todos debemos aceptar que uno de los roles de la Administración es ser capaz de encontrar unos equilibrios y regular las intensidades y temporalidades. Cuánto espacio y con qué afectación respecto al resto de la vida pública y privada de la ciudadanía. Una ocupación legítima del espacio público puede ser un concierto, pero si implica que la gente no puede dormir, comenzamos a tener problemas. Así, trasladado al hecho religioso, también se pueden encontrar escenarios o ilustraciones de eventual tradición o posible conflicto entre intereses legítimos. Y aquí es más importante la flexibilidad y el sentido común y el criterio, que no tener una norma que pretenda preverlo todo. Una norma debe ser clara y deben haber unos criterios que todo el mundo pueda compartir. A partir de aquí, debe haber una responsabilidad de la Administración en la aplicación de los criterios basada en el respeto, la flexibilidad y la protección de los intereses. 

 

P: ¿Cómo se gestiona esa diversidad religiosa teniendo en cuenta el carácter católico que tiene por hegemonía esta sociedad?

R: Ignorar el carácter de nuestra sociedad sería absurdo. Es un dato del paisaje humano, social y cultural y religioso. No es el punto de partida ni condicionamiento de nada, pero es un dato significativo, sobre todo, en términos cuantitativos e históricos. No podemos producir, artificialmente, equilibrios que la sociedad misma no ha generado o no está produciendo. La igualdad está en los derechos, no en los resultados. En los derechos sí debe haber unas reglas claras y una protección de todos, sin ningún tipo de condicionamiento ni privilegio asociado a este dato histórico y social de mayor presencia de una determinada entidad como es la Iglesia Católica. 

 

P: ¿Eso significa que las minorías siempre tienen que jugar un papel de minoría?

R: Las minorías no pueden forzar un cambio en la sociedad en el sentido de que nos tengamos que proponer cambiar las estadísticas, en el sentido real de afiliación e identificación y pertinencia. Las minorías deben evolucionar en cuanto a su propio mensaje, su propia capacidad de convicción y proyección, y no debe haber límites o artificios que impongan ni prohiban. No se trata de prohibir ni imponer, sino de proteger los derechos. Si son minorías, o no, eso lo tiene que decidir la sociedad, no la Administración.

 

Maragall dice estar comprometido para definir una responsabilidad clara en la relación con las minorías religiosas. / Marc Borràs, ERC

P: A pesar de compartir algunos valores, una larga lista de prejuicios históricos siguen provocando sorpresa entre una posible relación entre la izquierda y la religión. ¿Cómo cree que se puede calmar ese conflicto?

R: Pretendo que no sea conflicto y que se pase del conflicto al respeto. Eso implica todo ese escenario de criterios claros y de protección de derechos, en un sentido, y también que desde una concepción de izquierdas estemos en condiciones de crear una sociedad basada en un sistema de valores que sea compartido en lo máximo posible por las convicciones personales y las religiones. Y que eso constituya el grueso de la definición de la sociedad en el sentido cultural, de lo que quiere decir dignidad y libertad con la debida garantía. No se trata de ganar ninguna guerra, sino de que la propia sociedad tenga todos los elementos, la capacidad, la información y la educación garantizada desde estas políticas progresistas para que puedan entender, compartir, cambiar, evolucionar. ¿Alguien se imagina que la diversidad religiosa pueda desaparecer? No, ni a corto, ni a medio, ni a largo plazo. Por tanto, esto será un proceso de continua evolución. Una política de izquierdas y progresista es la que pone por delante el interés general, ese laicismo positivo, y crea escenarios en los que los derechos de todo el mundo son respetados y que, al mismo tiempo, estamos en condiciones de construir alguna cosa en común. Alguna comunidad que tenga sentido por sí misma.

No podemos admitir una teoría en la cual unos tienen los valores y otros la política. Una política de izquierdas también se basa en valores. Un alto representante de la Iglesia Católica me dijo en una ocasión que ellos tienen los valores. Yo le pregunté que si eso significaba que los demás no teníamos. Una cosa es la convicción religiosa y otra cosa es que esto represente algún tipo de superioridad. Estoy totalmente de acuerdo con la idea de que hay muchos valores que la izquierda y el cristianismo comparten. Podría trasladar experiencias personales en el Parlamento Europeo con parlamentarios progresistas y explícitamente religiosos. 

 

P: En otros países, determinados movimientos políticos han encontrado grandes cuotas de voto entre los colectivos religiosos. ¿Puede darse esa manipulación electoralista en nuestro contexto?

R: Sí, en la medida en la que se utilice como herramienta de exclusión, de división o de rechazo a otras expresiones, etnias o procedencias, o como si estuviesen inequívocamente identificadas una determinada expresión religiosa y una determinada entidad o carácter nacional. Y este es un error en el que no podemos caer. Aquí también se ha expresado en otras épocas, especialmente por parte de la Iglesia Católica y su más que íntima relación con el Estado. Teóricamente hemos superado esta cultura, pero en la práctica queda mucho camino a recorrer en este terreno de distinguir con claridad los espacios y las connotaciones políticas que se puedan derivar de la aplicación del dominio de una determinada concepción religiosa.

 

P: Hablando del Estado, ¿una Catalunya independiente gestionaría mejor el hecho religioso?

R: Estamos en condiciones de crear una nueva manera de expresarnos, de relacionarnos y de respetarnos. Esta mejor gestión de la diversidad religiosa seguramente forma parte de lo que serían los planteamientos naturales que con una definición constitucional republicana surgirían con clara aceptación mayoritaria.  

 

P: Barcelona es una ciudad plurirreligiosa. ¿Cómo se debe reflejar esto en su carácter?

R: Ya se refleja. Tiene que cambiar para mejor en el sentido de que haya una mayor claridad en las reglas del juego en cuanto al espacio público y los derechos individuales y colectivos. Se trata de tener los instrumentos, los procedimientos y la relación formal que permita gobernar esto en el sentido positivo, de ir ajustando y actuando en la medida de lo que las circunstancias lo planteen. No creo que tengamos que tomar grandes medidas. Cada camino es la relación, pero en este marco de cambio en relación a los derechos de todo el mundo, de todas las expresiones, cultura y diversidad. 

 

P: Algo que afecta a las minorías religiosas a nivel municipal es la Ley de Centros de culto de la Generalitat, cuya moratoria acaba en 2020 y muchas comunidades podrían quedar en la ilegalidad. ¿Qué piensa al respecto?

R: Las normas se hacen para ser respetadas y cumplirse. Cuando llegue el momento, tendremos que examinar cuál es la situación real. Si estamos en condiciones de practicar un nivel de exigencia razonable o si tenemos que pensar en mecanismos de transición o vías de acuerdo para que esta adaptación se pueda hacer en las mejores condiciones. Supongo que hay que observar caso a caso. 

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