La ‘zona de confort’

Es un estado mental en que permanecemos pasivos ante los sucesos de la vida, desarrollando una rutina sin sobresaltos ni riesgos.

Redacción PD

14 DE ENERO DE 2018 · 21:00

Christelle Bourgeois / Unsplash,sillon, salon
Christelle Bourgeois / Unsplash

Nuestra sociedad (y nuestra fe) tiende a vivir sumida en lo que los psicólogos llaman “zona de confort”.

Dice la psicología que la “zona de confort” es un estado de comportamiento en el cual la persona opera en una condición de "ansiedad neutral", utilizando una serie de comportamientos para conseguir un nivel constante de rendimiento sin sentido del riesgo (White 2009).​

Designa un estado mental en que el individuo permanece pasivo ante los sucesos que experimenta a lo largo de su vida, desarrollando una rutina sin sobresaltos ni riesgos, pero también sin verdaderos incentivos

Allí nos sentimos seguros, sin situaciones conflictivas que nos lleven a un enfrentamiento con otros, y obviando en definitiva hechos o ideas que nos puedan suponer un problema.

No es malo que busquemos ese espacio de tranquilidad, pero cuando llegamos a instalarnos definitivamente en esta “zona de confort” a toda costa, incluso en situaciones graves a las que nos negamos a ver, caemos en ese baile de salón ideológico que se queda en la intrascendencia.

Como medio de comunicación, y según pasa el tiempo y la difusión de nuestros contenidos es cada vez mayor, es más frecuente que tengamos que vivir fuera de esta zona de confort. Y no es agradable.

Pero de la misma forma, podemos decir que esto nos enseña a madurar. A entender cada vez mejor lo que es prioritario y lo que no. A saber lo que es innegociable (sea con amigos o adversarios) y aquello en lo que debemos ejercer al máximo la comprensión.

Nos queda mucho camino, mucho que crecer en todos los sentidos, pero sí somos conscientes de que hemos tomado tres decisiones.

La primera, no conformarnos con la divulgación interesante sin trascendencia. La segunda, no cerrar los ojos a la evidencia y a lo que es relevante. Y la tercera, no callar si vemos al rey desnudo, aunque todo el reino alabe su ropaje invisible.

Parece quizás sencillo, pero podemos asegurar (tras la experiencia de casi quince años de Protestante Digital) que es una senda llena de trampas, de dificultades propias y ajenas, y de sombras que nos alejan de la cálida seguridad de nuestra zona de confort.

Pero creemos que es la única forma de hacer verdadero periodismo, y de cumplir con nuestro compromiso con la cosmovisión que fluye del Evangelio de Jesús.

Tropezando unas veces, corriendo otras, recorreremos paso a paso este 2018. Junto con todos nuestros lectores. Gracias por leernos, por comprendernos, y por querer participar de esta aventura.

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