El Evangelio de Lucas según Vicente Leñero (II)
Sigue resultando necesaria y hasta urgente una relectura y reinterpretación del evangelio de Lucas, tan reivindicador como es de por sí, en una clave que lo siga actualizando e insertando en la realidad latinoamericana.
26 DE DICIEMBRE DE 2014 · 17:12
—¿Usted qué piensa de las divisiones que hay ahora en la Iglesia, maestro?
—¿Qué pienso de qué?
—De las divisiones. De los tradicionalistas, de los integristas, de los progresistas, ¿no ha oído hablar de ellos? Andan todos a la greña y ya no se sabe quién interpreta mejor el Evangelio.
—El Evangelio se cumple o no se cumple, no hay de otra. […]
—Cuando triunfe la justicia de Dios no se va a medir a nadie por su fe, sino por sus obras. Y tenga la seguridad de que habrá muchos creyentes que serán acusados de haber entorpecido la justicia, y muchos incrédulos que serán reconocidos como creyentes por haber favorecido la justicia de la que habla el Evangelio. […]
—Yo no sé mucho de teología.
—Pero sí sabe a lo que me refiero, maestro, no me diga que no. […]
—Lo único que puedo decirle y hasta jurarle es que hay ateos más cristianos que los cristianos, y cristianos más ateos que los ateos.
—Eso es pura semántica, maestro.
—Tampoco sé mucho de esa cosa —sonrió Jesucristo Gómez, y dio por terminada la discusión.1
V.L., El evangelio de Lucas Gavilán
Encontrarse con un Jesús “popular”, hablando como un habitante de barrio de alguna ciudad mexicana y verlo reproducir un esquema un tanto ideologizado de lucha social causó sorpresa e irritó a muchos militantes eclesiásticos. Pero con El evangelio de Lucas Gavilán, Vicente Leñero alcanzó un objetivo que se había trazado desde los tiempos de Los albañiles, un proyecto acariciado hondamente: traducir al habla del México contemporáneo los dilemas del Evangelio de Jesucristo en la línea de sus admirados Georges Bernanos, François Mauriac o Graham Greene, para quienes la exigencia cristiana consiste en desenredar las marañas del mal y encontrar los trucos de la gracia divina para hacerse presente en medio de la conflictividad humana. Porque, después de todo, como afirma Ziolkowski: “Los novelistas han seguido apoderándose del mito de Jesús como un modelo o estructura de su ficción: sigue siendo la historia más grande jamás contada, o al menos la más familiar, y proporciona de tal manera una base común para la parodia que ni siquiera mitos tan conocidos, pero más literarios, como los de Fausto y Ulises permiten”.2
Así lo pensó durante mucho tiempo, como cuando comentó las incidencias del premio Nobel otorgado a José Saramago, autor de la también muy polémica novela El evangelio según Jesucristo. En aquella ocasión, Leñero amplió el espectro de su análisis, ya con la experiencia de haber reescribir la historia de Jesús y de adaptarla para el teatro, se refirió a intentos narrativos similares, y especificó aspectos muy puntuales del debate religioso y cultural al hablar de la estirpe de la obra del autor portugués como todo un experto:
El premio Nobel a José Saramago ha revivido de manera inevitable el enojo del Vaticano por su novela El evangelio según Jesucristo que los modernos inquisidores condenaron por “blasfemia” y por presentar “una visión sustancialmente antirreligiosa del mundo”. Nada para extrañarse. Frecuentes son estas reacciones de los jerarcas de la Iglesia (siguen sin entender qué demonios es en realidad es una novela), como frecuentes son, al mismo tiempo, los libros de ficción que tanto en Europa como en América se han empeñado a lo largo de los siglos 19 y 20 en abordar la figura de Jesucristo en el papel protagónico de historias imaginarias derivadas de los Evangelios: desde el piadoso Pérez Escrich con su Mártir del Gólgota, hasta este “blasfemo” Saramago, pasando por Papini y Mauriac y Kazantzakis y tantos otros prolongan hasta lo interminable la bibliografía de ficciones sobre Jesús.3
Otro analista ha notado la manera en que Leñero acometió esta labor desde su horizonte religioso personal:
El trabajo de Leñero, a diferencia del de Saramago y los de otros escritores que han tematizado la vida de Jesús con una intención exclusivamente literaria, se inscribe dentro de esta preocupación, pero nace de la sincera y honda vivencia existencial de un escritor que asume los postulados doctrinales de modo consciente y crítico. Él lo confiesa: “Uno siempre escribe sobre las inquietudes v las experiencias. Toda mi obra está muy invadida de ideas religiosas que provienen de mi catolicismo, planteado más como una preocupación que como una respuesta de vida. Yo siempre me he cuestionado el catolicismo a la luz de las ideas que flotan en nuestro ambiente y lo he desahogado en mis novelas y en mis obras de teatro). No es un propósito sino una preocupación personal: uno escribe de lo que le inquieta, de lo que le duele. De ahí salen los temas o la magia o el punto de vista, o lo que está detrás y oculto en los libros”.4
Sobre El evangelio según el Hijo, la novela de Norman Mailer, no escatima objeciones estrictamente literarias, aunque con el toque ideológico-teológico obligado:
Mailer se empantana en su propósito. Pese a su falta de fe cristiana, el puntal del llamado nuevo periodismo sigue con extrema ortodoxia a los sinópticos del pasaje de Lázaro del evangelio de San Juan, pero no logra sustentar con su narrador en primera persona —lo que para algún crítico argentino es prueba irrefutable de la megalomanía de Mailer— desde qué territorio cuenta este Hijo su aventura: ¿desde la realidad del Jesús resucitado?, ¿desde el mismísimo Jesús resucitado?, ¿desde el mismísimo cielo eterno? Ni Dios lo sabe. Tampoco el Hijo a quien Mailer convierte durante 233 páginas en el muñeco de un padre ventrílocuo. Desde el principio el Hijo se sabe Hijo de Dios, y como tal abre la boca y de su boca salen, sin la menor conciencia propia, enseñanzas, profecías, parábolas y sentencias. No habla él, habla el padre ventrílocuo. (Idem)
Acaso por haber lidiado en verdad para inculturar el texto de Lucas en un ambiente tan diferente y lejano en el tiempo, su indignación teológico-literaria es muy palpable: “Y es también el Padre ventrílocuo quien realiza por la intermediación pasiva y tonta del Hijo todos los milagros y prodigios consignados en los sinópticos. No hay siquiera misterio dramático en la persona de este Jesús que se remite a narrar los acontecimientos como si nada le compitiera, como si nada le emocionara, como si viviera en la pereza o en la depresión” (Idem). En cambio, manifiesta su aprecio por el libro de Saramago, a quien ve como compañero de lid, pues consiguió, desde su declarado ateísmo, asomarse en profundidad al mensaje evangélico y, sobre todo, a la personalidad de Jesús de Nazaret, con todo y la controversia suscitada, especialmente al centrarse en uno de los episodios evangélicos:
El Jesucristo del Nobel portugués es en todo momento y un personaje formidable, de carne y hueso. Entregado y comprometido en su tarea durante sus tres años de vida pública, pero también actor y sujeto de una volcánica pasión amorosa, carnal, con la Magdalena legendaria. […] Toda su novela parece apuntalada desde el principio —es en realidad el móvil del escrito, según ha confesado el propio autor— en un hecho que relata el Evangelio de San Mateo, sólo el de San Mateo, y del que se sirve el escritor portugués para apoyar la esencia de su relato literario; la matanza de los inocentes. […]
Jesús crece y se entera. Huye de su casa, no para iniciar en un primer momento su misión redentora, sino precisamente para averiguar qué y cómo ocurrió aquella matanza de inocentes que su padre pudo delatar a tiempo. Entiende al fin el Jesucristo de Saramago la gravedad de aquella culpa imperdonable de su padre —culpa a la que debe la vida— y es entonces cuando esta culpa, a la manera de una herencia, cae, sobre él como la sombra de una iniquidad, diría Freud. Se comprende entonces, en la novela, que la tarea salvífica de Jesucristo surge como un impulso frenético para redimirse en los demás de aquella traición capital cometida por su padre y endosada a él desde su origen. La clave de esa historia, concluida en la cruz, se centra y se explica ahí, según Saramago. (pp. 53-54)
Pero tampoco le ahorra una crítica: “Donde Saramago tropieza —si eso puede decirse en relación con una novela fascinante— es en su empeño por envolver el momento histórico de Jesucristo con la lucha esquemática entre el Bien y el Mal, entre Dios y el Maligno, planteados como dos fuerzas opositoras del mismo nivel que dialogan y discuten y pelean —en otro plano literario distinto al de la acción central— por el gobierno y por el poder sobre el mundo creado”. Pero finalmente lo “rescata”: “Pese a estos alegatos conceptuosos —¿existen de veras novelas perfectas?— la obsesión por un Jesucristo angustiado prevalece y restablece en El evangelio según Jesucristo de Saramago. Entusiasma. Contagia. Edifica; más tratándose del libro de un autor agnóstico, por no llamar ateo a quien sin duda no lo es”. Para Leñero, Saramago es una especie de Pasolini literario, pues el gran cineasta italiano, desde la increencia total, logró una profundidad semejante en su versión de El evangelio según san Mateo. Se han incluido sus opiniones aquí a fin de valorar los alcances que el propio Leñero consiguió con su Evangelio, el cual, como él mismo hizo con Mailer y Saramago, puede y debe ser deconstruido con las armas de la crítica para llegar al fondo de sus aportaciones. Porque en esta obra, como bien ha analizado Juan Pellicer (profesor emérito de la Universidad de Oslo), la fe se mezcla irremediablemente con la parodia mediante una serie de procedimientos narrativos que recrean y actualizan lo contado por el evangelista original como parte de un proyecto bien definido. Luego de resumir exhaustivamente los elementos de la “actualización liberadora”, así como las correspondencias históricas y literarias practicadas en la novela, las observaciones de Pellicer son exactas y agudas:
¿Es realmente “imposible hallar equivalencias lógicas de la época de Jesucristo a la concreta y muy compleja realidad nacional de los días que vivimos”? ¿Podemos pensar que el “cinismo” del que se autoculpa el autor ficticio Gavilán lo comparte el autor real Leñero? ¿Se trata nada más que de un recurso retórico defensivo -irónico- para inmunizar al texto contra la crítica de quien lo considere “cínico”? Gustavo Gutiérrez parece coincidir con Gavilán cuando advierte que: “Queriendo descubrir en Jesús las más menudas características de un militante político contemporáneo no sólo tergiversaríamos su vida y su testimonio, no sólo revelaríamos una pobre concepción de lo político en el mundo presente, sino que, además, nos frustraríamos (sic) precisamente de lo que esa vida y ese testimonio tienen de profundo y universal y, por lo mismo, de vigente y de concreto para el hombre de hoy” (Teología de la liberación. Perspectivas).5
Este crítico encuentra que “la novela no hace otra cosa más significativa, a mi juicio, que revelar las analogías entre las injusticias de los dos mundos, de las dos épocas y de la vida y la muerte de Jesucristo hace dos mil años y hoy”. Y cita también al teólogo vasco-salvadoreño Jon Sobrino en el sentido de que “los evangelios se entienden mejor al conocer lo que históricamente ha ocurrido en América Latina; agrega que a cualquiera que haya vivido y sufrido la historia en esa región, le parecerá aún más creíble que Jesús fuera como fue; acaso esos textos del Nuevo Testamento resultan también más verosímiles al verificar sus afinidades con lo que ha pasado en América durante los últimos cinco siglos, especialmente […] si percibimos la analogía de las muertes de cientos y de miles de personas con la de Cristo (Jesús en América Latina). (Idem). En las líneas que abren esta nota, Jesucristo muestra debilidades e ignorancia, lo que evidencia una sólida lectura de la obra de Sobrino, particularmente de su Cristología desde América Latina (1976). Esta percepción de Jesús, lejos de propiciar una desvaloración de su imagen, lo acerca al conjunto de lectores capaces de identificarse con él y de dialogar de otra manera con todo lo que representa.
Hoy, más que nunca, sigue resultando necesaria y hasta urgente una relectura y reinterpretación del evangelio de Lucas, tan reivindicador como es de por sí, en una clave que lo siga actualizando e insertando en la realidad latinoamericana, tal como lo hizo Leñero desde hace 35 años.
1 V. Leñero, El evangelio de Lucas Gavilán. Barcelona, Seix Barral, 1979 (Nueva narrativa hispánica), pp. 179-180.
2 T. Ziolkowski, La vida de Jesús en la ficción literaria. Caracas, Monte Ávila, 1982, p. 267.
3 V. Leñero, “El Jesucristo de Saramago”, en Proceso, núm. 1146, 18 de octubre de 1998, p. 54.
4 José Luis Martínez Morales, “Vicente Leñero: de San Lucas a Lucas Gavilán”, en Texto Crítico, nueva época, núm. 9, julio-diciembre de 2001, pp. 238-239, http://cdigital.uv.mx/bitstream/123456789/7614/1/2001v9p235.pdf. La cita de Leñero proviene de Martín Solares, “La realidad da más temas que la imaginación”, en La Jornada Semanal, núm. 255, 30 de abril de 1994,. p. 20.
5 J. [López] Pellicer, “Vicente Leñero: entre la fe y la parodia”, en Revista de la Universidad de México, núm. 47, enero de 2008, p. 22, www.revistadelauniversidad.unam.mx/4708/4708/pdfs/47pellicer.pdf.
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