La guarida de las zorras

Jesús mostró también a sus discípulos que seguirle fielmente implicaría muchas privaciones y sacrificios personales.

17 DE AGOSTO DE 2023 · 19:20

Zorro fotografiado en el macizo de Sant Llorenç del Munt, Cataluña. / Antonio Cruz.,
Zorro fotografiado en el macizo de Sant Llorenç del Munt, Cataluña. / Antonio Cruz.

Según Mateo, Jesús dijo que “las zorras tienen guaridas, y las aves de los cielos nidos, mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza” (Mt. 8:20).

A las guaridas o madrigueras de los zorros se les llama también “zorreras”. Son fáciles de identificar en la naturaleza ya que suelen estar orientadas sobre pendientes que dan hacia el sur.

Cuando el zorro la excava, saca la tierra y la extiende inmediatamente en la entrada por todas las direcciones, formando una especie de abanico sin vegetación que la delata.

En su interior, la hembra pare a las crías y las amamanta hasta que éstas crecen y son capaces de abandonar el hogar.

En cuando a los nidos de las aves, éstas generalmente los instalan sobre árboles, en lugares bien protegidos y bastante inaccesibles, con el fin de evitar a los depredadores.

Su aspecto, tamaño, estructura y materiales de construcción son muy variables y dependen de cada especie concreta. De manera que cada animal del mundo natural está perfectamente diseñado y posee el instinto adecuado para construir su propia guarida o nido.

Esta frase del Maestro es la respuesta dada a un escriba que manifestaba su deseo de seguirle adondequiera que fuera. Sin embargo, el Señor nunca prometió a nadie que seguirle fuera un camino de rosas sino todo lo contrario.

Él mismo tuvo que renunciar a muchas cosas en su vida terrena. Una de ellas fue precisamente algo tan común y necesario como un hogar propio.

Se deshizo de todo aquello que constituyera un tropiezo en su camino hacia el Calvario. Por tanto, Jesús mostró también a sus discípulos que seguirle fielmente implicaría muchas privaciones y sacrificios personales.

No es que literalmente no dispusiera de un lecho para dormir. Es evidente que en las casas de sus amigos y parientes, donde se alojaba con frecuencia, los utilizaba.

Tanto en la casa de Pedro en Capernaúm, como en la de Marta, María y Lázaro en Betania, así como en la de su madre, el Maestro disponía de hospedaje.

Lo que significa esta frase es que tales casas no eran de su propiedad porque su vida y ministerio itinerante no las requería.

Jesús y sus discípulos vivían de la generosidad de otras personas (Lc. 8:1-3). El Hijo de Dios, heredero de toda la creación, se despojó de todo menos de la cruz romana. En ella encontró el lecho donde recostar la cabeza.

Tal como escribió el apóstol Pablo: “se hizo pobre siendo rico, para que nosotros con su pobreza fuésemos enriquecidos” (2 Co. 8:9).

Pobre fue su nacimiento en un establo; no tuvo escrituras ni títulos de propiedad; el vestido que llevaba fue un regalo de algunas mujeres; el pollino con el que entró en Jerusalén fue prestado; el aposento en el que celebró la última cena también y hasta la mismísima tumba donde lo sepultaron pertenecía a un amigo secreto. Paradójicamente, quien era dueño del universo entero, no tuvo apenas nada en la tierra.

Si Jesucristo vivió así, ¿cómo deberíamos vivir hoy quienes pretendemos seguirle? Nunca fue fácil imitar a Jesús. La mayoría de sus discípulos tuvieron muertes trágicas por predicar el Evangelio.

Quizás esto pueda servirnos a nosotros para aprender a valorar lo que realmente tiene importancia en la vida. Ante un mundo consumista, los cristianos tenemos que vivir y reivindicar la austeridad y la sobriedad. ¿Dónde está nuestro verdadero tesoro?

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