El hisopo en la Biblia

En el Nuevo Testamento se habla del hisopo en relación al sacrificio de Cristo en la cruz.

27 DE FEBRERO DE 2020 · 21:10

Imagen de un pequeño arbusto que algunos autores identificaron con el hisopo bíblico, tomada en el Jardín Botánico de la Universidad Hebrea de Jerusalén. / Antonio Cruz.,
Imagen de un pequeño arbusto que algunos autores identificaron con el hisopo bíblico, tomada en el Jardín Botánico de la Universidad Hebrea de Jerusalén. / Antonio Cruz.

Y tomad un manojo de hisopo, y mojadlo en la sangre que estará en un lebrillo, y untad el dintel y los dos postes con la sangre que estará en el lebrillo; y ninguno de vosotros salga de las puertas de su casa hasta la mañana. (Ex. 12:22)

El manojo de “hisopo”, que en hebreo es ezob, y en árabe, zufa, se refiere a algún pequeño arbusto, que debía ser muy abundante en Israel ya que se menciona con frecuencia en la Biblia (Ex. 12:22; Lv. 14:4, 6, 49, 51; Nm. 19:6; Sal. 51:7; He. 9:19; etc.).

Los hebreos lo usaban para la aspersión, o expansión de gotas finas de los líquidos, como en este caso en que esparcieron la sangre de los corderos pascuales sobre los postes y las puertas de sus casas.

Pero también fue empleado en la purificación de los leprosos y de las casas donde éstos habitaban (Lv 14:4-51), así como en las ofrendas de las vacas (Nm 19:6).

También en el Nuevo Testamento se habla del hisopo en relación al sacrificio de Cristo en la cruz: “Y estaba allí una vasija llena de vinagre; entonces ellos empaparon en vinagre una esponja, y poniéndola en un hisopo, se la acercaron a la boca” (Jn 19:29).

Pocas plantas han provocado tanta discusión entre los especialistas modernos como ésta, ya que la especie concreta que se empleaba como “hisopo”, según la nomenclatura de Salomón, el gran naturalista bíblico del Antiguo Testamento, se ha perdido por completo.

Por tanto, algunos han sugerido que podría tratarse de una especie de ajedrea (Satureja sp.), una labiada olorosa similar a la menta.

Otros botánicos especialistas en la flora de Israel sugieren que probablemente se trata de alguna especie de orégano silvestre como Origanum dayi, que es abundante en las montañas y el desierto de Judea, en el Valle del mar Muerto, al norte del Neguev y en Eilat, junto al mar Rojo.

El hisopo en la Biblia

La alcaparra podría ser la planta de donde se obtenía el hisopo ya que coincide con la información que proporcionan todos los versículos bíblicos (foto tomada en En-Guedi, Israel).
 

Vulgarmente se le llama “lavanda del desierto” y tiene un tamaño tan reducido que, en ocasiones, crece sobre los muros y paredes verticales.

Pertenece a la familia de las labiadas (Lamiaceae) y, en los lugares desérticos donde abunda, suele darle al terreno el aspecto de un mosaico verdoso.

Sin embargo, la opinión clásica de autores como el naturalista y teólogo inglés del siglo XIX, Henry Tristram, quien viajó durante mucho tiempo por las tierras bíblicas, sigue teniendo mucho peso.

Él creía que el “hisopo” podría ser la alcaparra (Capparis spinosa), debido a su gran abundancia y accesibilidad [1] y sugiere que si se reúnen todos los pasajes bíblicos en los que se menciona la palabra hisopo, se observa que se trataba de una planta que existía en Egipto, así como en el desierto del Sinaí y en Palestina.

Era un pequeño vegetal que podía crecer en las grietas de las paredes, en los acantilados o en el terreno llano (1 R. 4:33); y que podía alcanzar más de un metro de altura. Todos estos requisitos concuerdan con la alcaparra.

En el Salterio Poético Español del siglo XVIII, se encuentran estos versos que hacen alusión también al hisopo de la Biblia:

Allí me rociarás con el hisopo,
con la sangre preciosa de tu Hijo me lavarás, y quedaré con ella
más blanco que la nieve y el armiño.
A mi oído también darás entonces
con tu perdón consuelo y regocijo,
y mis huesos exánimes y yertos
serán ya de tu cuerpo miembros vivos.
Aparta pues tu vista de mis culpas, vuelvan tus ojos a mirar a Cristo, y lávame, Señor, con esa sangre, que pródigo derramas hilo a hilo
.[2]

[1] Tristram, H. B. 1883, The Natural History of the Bible, London, p. 457.

[2] Spurgeon, C. H., 2015, El tesoro de David, CLIE, Viladecavalls, Barcelona, p. 1156.

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