El uso del dedal
Recuerdo cuando era niña, que por más que las monjas pusieran en ello todo su empeño, la tarde que en el colegio tocaba clase de costura, nunca conseguí sentirme cómoda usando el dedal, y los usé de muchas tallas, no crean.
08 DE JUNIO DE 2006 · 22:00

Si me preguntaban por él, confieso que les mentía diciendo que lo había olvidado en casa, y si me obligaban a ponerlo, lo escondía en el pupitre en cuanto se daban la vuelta.
Demás está decir que actuando así, la yema del dedo corazón se me hacía polvo, y sangraba. Pero no le daba importaba. Sabía que al cabo de unos días iría endureciéndose a fuerza de puntada.
Los psiquiatras y psicólogos dicen que muchos problemas que padecemos los adultos, vienen arrastrados de la niñez. Los creo, ya que a mi edad sigo con la misma manía de coser sin dedal, y las consecuencias son las mismas. El otro día, sin ir más lejos, mientras zurcía un pantalón vaquero, más tieso y más duro que el cartón piedra, volví a sangrar.
Este inconveniente mío, me hace pensar que no nos vendría mal usar a diario un dedal como escudo contra las puntadas de maldad que se entrelazan por el lienzo del mundo.
No se confundan, no hablo de “comodidad” sino de “dedal”, que no es lo mismo.
Estoy convencida que tal y como está la vida, necesitamos dedales de supervivencia; dedales para el dolor; para los ojos; dedales pompones para los oídos; para superar las injusticias; para hacer el bien sin mirar a quien; en definitiva, para seguir adelante.
Se necesitan dedales para soportar la vida ¿ No creen? Doy gracias porque el dedal de fe que el Señor me regaló hace muchos años, ni me molesta, ni me endurece por dentro, sino me protege, me alienta, me cura, que si no... tendría el corazón como todavía tengo el dedo.
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