Científico y creyente (1): ¿Si no lo veo no lo creo?
Supongo que un gran número de científicos han tomado al menos una vez en su vida una decisión muy importante basándose en algún tipo de fe.
16 DE ENERO DE 2021 · 16:00
Hace poco más de un año, era antes del COVID, me encontré en un panel contestando preguntas de adolescentes en mi iglesia. Siendo el científico de turno, contesté la siguiente pregunta: “¿Cómo puede uno ser científico y creyente?”. Al final de la reunión le pedí a mi hija menor, que había asistido, su opinión. Me dijo de manera muy directa: “Papá, no he entendido nada de tu respuesta”. Había metido la pata.
Así me di cuenta de que hay muchas razones por las que la gente se sorprende de que un científico pueda ser creyente. Después de haber realizado mi pequeña encuesta, encontré 3 razones por las cuales la gente se extraña de la cosa[1]:
1. Los científicos son gente que solo creen lo que ven. Lo que puede tocarse. Por tanto, son personas que no pueden tener fe.
2. La ciencia explica muchas cosas. Así que no hace falta Dios para explicarlas.
3. La ciencia contradice el libro de Génesis.
Volveré en otra ocasión a las dos últimas razones. Ahora quiero, más bien, centrarme en la primera. Lo haré mediante dos anécdotas que, en mi opinión, enseñan que los científicos son más flexibles de lo que muchos se imaginan. Hablaré de matrimonio y de Laurent Schwartz.
Matrimonio
¿Qué tiene que ver el matrimonio con esto? Es bastante sencillo: cuando me casé con Isabel, hace casi 25 años, mi intención era unirme a ella para toda la vida. Cuando vino hacia mí en la iglesia, no pensé: “Bueno, probamos un par de años y, luego, a ver qué pasa. Después de todo, nada es seguro”. Todo lo contrario. La idea era pasar el resto de mi vida con ella.
Sin embargo, en ese día de noviembre de 1996, ¿qué me demostraba de forma perfectamente segura que permaneceríamos juntos de por vida? Nada. Obviamente, un conjunto de hechos me permitía tener la confianza suficiente como para decidir casarme con ella. Pero ningún viajero del futuro había venido a visitarme desde el 2050 para asegurarme: “No hay problema, el futuro está limpio, terminaréis juntos para bien o para mal. ¡Adelante!”. En resumen, tenía ‘fe’ en que funcionaría[2].
Ahora bien, no soy el único científico casado. Y espero que todos los demás no se hayan casado preguntándose si la garantía era de uno o dos años. Supongo, entonces, que un gran número de científicos, como yo, han tomado al menos una vez en su vida una decisión muy importante basándose en algún tipo de fe.
Laurent Schwartz
¿Qué está haciendo este Laurent Schwartz aquí? Laurent Schwartz fue uno de los grandes matemáticos franceses del siglo pasado, galardonado con la Medalla Fields (el “Nobel de las mates”) en 1950. En sus memorias, compartió una anécdota notable. Antes que parafrasearle, prefiero dejarle la pluma[3]:
El matemático-mecánico Boussinesq, un gran científico, perdió a su primera esposa. El funeral, que había comenzado en un día muy claro, terminó con una lluvia torrencial. Todo el mundo se fue empapado. Volvió a casarse, y volvió a enviudar. El mismo fenómeno meteorológico se reprodujo en el funeral. Cuando también murió su tercera esposa, el funeral se llevó a cabo bajo un cielo azul estable, pero todos los académicos que asistieron habían llevado un paraguas.
Tomemos un descanso. ¿Qué hacía esta gente con un paraguas cuando hacía tan buen tiempo? ¿Qué relación puede existir entre el tiempo y el entierro de la tercera esposa de este pobre Boussinesq? Ninguna. Sin embargo, Schwartz es muy claro: todos los académicos habían llevado un paraguas. Como nos enseña el resto de la cita, algunos, como nosotros, se sorprendieron[4]:
Émile Borel (pez gordo de probabilidades en la Sorbona) se volvió hacia Polya, matemático extranjero que estaba en ese momento en Francia, y dijo:
Oye, Polya, ¿no es patético? Somos académicos, no somos supersticiosos, soy experto en probabilidades, sé perfectamente que no puede haber una conexión entre la lluvia y el entierro de la señora Boussinesq. Sin embargo, he traído mi paraguas.
Para nada, respondió Polya, estamos trabajando con hechos científicos. Y es un hecho científicamente probado que a menudo llueve en el entierro de la mujer de Boussinesq.
No nos confundamos. Estamos aquí en presencia de destacados matemáticos. Una búsqueda en Google mostrará rápidamente la influencia que Émile Borel y Georges Polya tuvieron en las matemáticas de su tiempo. Sin embargo, Borel, hombre tan honesto como riguroso matemático, no puede evitar lamentarse porque todos los académicos presentes en el funeral cedieran a una especie de ‘superstición’, que la broma final de Polya destaca aún más.
Entonces, ¿son los científicos personas que solo creen en lo que pueden ver y tocar? Parece que no. Puede que sea por eso que los que sobresalen en ciencia, sobresalen. Pero esa es otra historia.
Notas
[1] Si el lector conoce otra que sea fundamentalmente diferente, estoy interesado en conocerla.
[2] El hecho de que de momento funcione, no cambia nada. La idea es que esta importantísima decisión no podía, en 1996, tomarse 100% en base a lo visto e, incluso, lo vivido hasta ese momento.
[3] Laurent Schwartz, Un mathématicien aux prises avec le siècle, Odile Jacob, 1997, p. 156. Que yo sepa, no se ha traducido al castellano. La traducción de la cita es, pues, mía. Justo después de los pasajes citados, Schwartz añade lo siguiente: “Esta historia circuló un tiempo y luego cayó en el olvido, porque la mayoría de sus protagonistas se habían ido. Polya, a quien conocí en los Estados Unidos en 1960, fue probablemente el ultimo testigo de este caso. Tenía curiosidad por saber si mis recuerdos eran fieles y le rogué que me los confirmara, lo cual hizo. Ahora soy el último custodio de esta historia que entrego al público”.
[4] El paréntesis con “pez gordo” no es mío. Está en el texto original.
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