Preguntas de un santo inquieto

¿Qué historias se escribirían si menos cristianos murmuraran de otros? ¿Qué mensaje llegaría al mundo si fuésemos modelos de unidad y fraternidad? ¿Qué pasaría si viviéramos conforme a las Escrituras?

02 DE FEBRERO DE 2022 · 19:59

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Por Osmany Cruz Ferrer

“Mas el Dios de toda gracia, que nos llamó a su gloria eterna en Jesucristo, después que hayáis padecido un poco de tiempo, él mismo os perfeccione, afirme, fortalezca y establezca. A él sea la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén”. (1 Pedro 5:10,11)

 

El 27 de julio de 1890 desaparecería para siempre la posibilidad de ver una nueva pintura de Van Gogh. El artista se dispararía en el pecho y moriría dos días después en brazos de su hermano Theo. Con él murieron todos los girasoles que estaba por pintar. El 28 de abril de 1941, la autora de La señora Dolloway, Virginia Woolf, se lanzaría al río Ouse, Inglaterra, con piedras en los bolsillos para impedirse nadar a la superficie. Había desaparecido de su casa el día anterior y jamás se podrán escribir los libros que ella escribiría, de no haber tomado tan trágica decisión. Emilio Salgari, el creador del mítico Sandokan, se abrió el vientre con un cuchillo según el rito japonés del Seppuku, el 25 de abril de 1911. El autor de El corsario negro ya no fascinaría al mundo con un nuevo título. Con su muerte innatural, moriría mucha imaginación. En su último disco, Kurt Cobain cantaba: “Me odio y quiero morir”. Poco después se disparó con una escopeta en la cabeza. La poetisa Anne Sexton, Jerzy Kosinski, Hunter S. Thompson, Yukio Mishima, Sylvia Plath, Ernest Hemingway, Karin Boye, Horacio Quiroga y la lista podría seguir con Stefan Zweig, Alejandra Pizarnik, Paul Celan, Vladimir Maiakovski y otra cantidad lamentable de hombres y mujeres que decidieron darse por vencido. Renunciaron a luchar, bajaron los brazos y perdieron mucho, lo perdieron todo. 

¿Qué hubiera pasado si no hubieran elegido la muerte? Muchos de ellos escucharon el evangelio de una manera u otra. Leyeron la Biblia, o entraron en contacto con la fe cristiana a través de su herencia familiar, el arte o sus relaciones. Podían cambiar su suerte, pero no lo hicieron. Suponer qué hubiera pasado si no daban la espalda a la vida no es más que eso, suposiciones. Sin embargo, la tragedia de una vida truncada siempre es motivo de tristeza y de reflexión. Todo comienza por un pensamiento y culmina con una elección. Si el pensamiento es bueno, lo será también la decisión consiguiente.

Los adalides bíblicos no están exentos de esas elecciones negativas que truncan futuros. ¿Qué giro sorprendente hubiera tenido la historia si Abraham no se hubiera acostado con una esclava? ¿Qué hubiera pasado si Esaú no canjea su primogenitura por un plato de lentejas? ¿Cómo sería el relato bíblico si Moisés no hubiera golpeado a la peña en franca desobediencia a Dios? ¿Qué hubiera ocurrido en la familia del rey David sin los desaciertos morales en los que el monarca se hundió? ¿Cuál sería la historia de Demas si no hubiera apostatado de la fe? El desertor quizás sería hoy un héroe, pero no, ya no hay vuelta atrás.

Historias cuya conclusión podía ser mejorada por sus propios autores, pero no fue así. Relatos bíblicos que nos advierten de nuestra propia pecaminosidad, de ese mal innato que se fragua en los corazones de los hombres y que hay que apagar con determinación y ayuda del Espíritu Santo. Pablo escribió: “Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría; cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia, en las cuales vosotros también anduvisteis en otro tiempo cuando vivíais en ellas. Pero ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca. No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno” (Colosenses 3:4-10).

¿Qué pasaría si se hiciera caso a estos pocos versículos paulinos? Esta también es una pregunta válida para hacernos. Si hacemos morir lo mundanal, lo terrenal, aquello que desagrada a Dios por su vínculo con lo perverso y pecaminoso, ¿qué pasaría? ¿Qué historias se escribirían si menos cristianos murmuraran de otros? ¿Qué mensaje llegaría al mundo si fuésemos modelos de unidad y fraternidad en lugar de dividirnos insanamente en una mitosis de muerte? ¿Qué tal si dejamos a un lado lo inmoral, lo que carece de virtud, las impurezas, la avaricia, la codicia? ¿No son estos pecados una forma de suicidio del alma? Quitarse la vida es trágico, pero igual lo es vivir con el alma muerta. 

Estos ejemplos nos aleccionan con grave sentencia. Hay que elegir la vida, hay que renunciar a aquello que nos anula y nos degrada. Cada elección cuenta, cada episodio de nuestra existencia debe ser escrito con osada valentía y estoica determinación. ¿Qué pasará si vivimos conforme a las Escrituras? ¿Hasta dónde podemos llegar si pisamos sobre las huellas de Jesús, dejando atrás las pisadas espurias de caminantes execrables?

Tengo la impresión de que sabemos la respuesta a estas interrogantes. Elijamos la vida que ofrece Dios, aunque el camino a otros destinos sea más atrayente a los sentidos. No convirtamos nuestra vida en un signo de interrogación. Hagamos de nuestra historia un canto a la virtud, un poema a lo justo, un verso a la lealtad a Dios y a su Palabra. 

 

Osmany Cruz Ferrer – Pastor – L’Alcúdia (Valencia)

 

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