Venciendo la sombra (III): ¿Qué sucede después de la muerte?

Cuando nuestro corazón da el último latido y cuando respiramos el último aliento, ¿qué será después?

08 DE OCTUBRE DE 2025 · 12:25

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¿Qué pasa un segundo después de morir? Es una pregunta que ha intrigado a mucha gente desde siempre. A veces surge en momentos de insomnio nocturno o ante la pérdida repentina de un ser querido. Cuando nuestro corazón da el último latido y cuando respiramos el último aliento, ¿qué será después? ¿Nada? ¿Un túnel de luz? ¿Un juicio inmediato?

En nuestros tiempos no escasean explicaciones extravagantes de todo tipo. Sin embargo, la Biblia no deja espacio para especulaciones vagas. Nos ofrece una visión clara, reconfortante y a la vez solemne de lo que sigue. Nada es más seguro que la muerte, y la Biblia nos ofrece información privilegiada sobre el tema. Al fin y al cabo, Jesucristo no solo regresó de la muerte, sino que además triunfó sobre ella.

Que este tema es más actual que nunca lo demuestra el último bestseller de Dan Brown que acaba de salir.[1] Brown mismo reconoce que ha cambiado su opinión sobre si hay vida después de la muerte. En una entrevista con el periódico alemán “Die Welt” declaró hace unos días:

“Si me hubiera preguntado hace ocho años qué pasa después de la muerte, habría dicho: nada. Es el fin. Oscuridad. Siempre lo imaginé como una computadora a la que le desenchufan el cable de alimentación. Simplemente nada. Pero después de siete u ocho años trabajando en este libro, hablando con científicos y estudiando la investigación actual, he llegado a la convicción de que nuestra conciencia, de alguna manera, sobrevive a la muerte de nuestro cuerpo mortal.”[2]

Son palabras sorprendentes de un autor que describió el momento de la muerte de algunos de sus protagonistas en libros pasados con una palabra escueta: oscuridad.

De Dan Brown volvemos a la Biblia: el libro sagrado no deja la menor duda: la vida no termina con la muerte física. De hecho, la Biblia distingue incluso entre el estado inmediato después de la muerte y el destino eterno tras el juicio final.

Comencemos por lo primero. Lucas 16:19-31 nos permite una visión única a través de la historia del rico y de Lázaro. Aunque muchos comentaristas lo tratan como si de una parábola se tratara, el texto bíblico no lo dice.

El rico, que vivió en lujo ignorando al pobre Lázaro a su puerta, muere y se encuentra en tormento, clamando por una gota de agua. Lázaro, en cambio, descansa en el “seno de Abraham”, un lugar de consuelo. Esta historia, contada por Jesús, no es una alegoría abstracta; ilustra que, al morir, el alma — parte inmaterial y sede de nuestra autoconciencia— va inmediatamente a un lugar intermedio hasta el día de la resurrección: los justos a la presencia de Dios, los injustos a un estado de separación de Dios y de angustia. Pablo lo confirma en 2 Corintios 5:8:

"Así que vivimos confiados siempre, y sabiendo que entre tanto que estamos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor... pero cobramos ánimo y preferimos más bien estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor".

Para el creyente, morir es “estar con Cristo” (Filipenses 1:23), un estado de paz consciente, libre de dolor terrenal. Además, todo indica que el creyente se encuentra en compañía de ángeles desde el primer momento de su fallecimiento (Lucas 16:22).

Otro pasaje interesante es la transfiguración de Cristo en Mateo 17:1-8, donde Moisés y Elías —muertos siglos antes— aparecen conversando con Jesús. Esto sugiere que seremos activos y conscientes y no sumidos en un sueño inerte. Históricamente, esta enseñanza ha sido sostenida desde los tiempos de los apóstoles por generaciones de creyentes.

Vivir es un arte, pero morir es el broche final. Pero mientras mucha gente se empeña en enseñarnos a vivir, muy pocos nos preparan para morir. No siempre ha sido así. Los apóstoles y los primeros cristianos se enfrentaban a la persecución romana, sabiendo que la muerte los llevaba a la presencia divina, no a un vacío incierto. En la Edad Media, durante plagas como la Peste Negra, los cristianos se dedicaban a cuidar a los moribundos, encontrando consuelo en las enseñanzas bíblicas y orando a la vez por un paso rápido al “seno de Abraham”. En tiempos modernos, testimonios de misioneros en campos hostiles, como Jim Elliot asesinado en Ecuador en 1956, reflejan esta certeza: “Es necio quien da lo que no puede guardar para ganar lo que no puede perder”.

Para nosotros, la certeza de la vida eterna significa que, ante una enfermedad terminal, no tememos lo que viene como un salto al incierto, sino como una vuelta a casa; es un reencuentro con el Salvador, un descanso real mientras esperamos la resurrección corporal. El secreto consiste en ser coherente y soltar lo que queda atrás.

Pero, ¿qué hay del destino eterno? Nuestra morada eterna se describe en Apocalipsis 21-22 como una ciudad santa, llamada la “Nueva Jerusalén”, donde “no habrá más muerte, ni llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron”. Ríos de agua viva, árboles que dan fruto eterno y la presencia misma de Dios iluminando todo —se trata de un paraíso restaurado, mejor que el Edén original.

Estamos hablando de un nuevo mundo muy real y físico, de la misma manera que nuestro nuevo cuerpo será físico y espiritual a la vez. En definitiva: hablamos de una creación renovada. No estaremos flotando sobre nubes, tocando arpas, como algunas caricaturas lo sugieren. Este nuevo mundo habla de cosas materiales, de belleza inimaginable y de una eternidad fascinante.

Inspirados por el texto bíblico, nos imaginamos relaciones perfectas, cuerpos glorificados libres de enfermedad y una creación renovada donde la justicia reina. Y, por supuesto, nos reconoceremos. Estaremos más vivos que nunca. La Biblia vislumbra gozo eterno, no sombras ambiguas o simplemente un cese de nuestra existencia, como nos lo explican algunos “expertos” modernos que mentalmente siguen anclados en un materialismo desfasado.

En contraste, el infierno es la separación eterna de Dios, un lugar de tormento consciente. Marcos 9:48 lo describe como “donde el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga”. No es sadismo divino; es la consecuencia lógica de rechazar la gracia ofrecida.

Históricamente, esta doctrina ha impulsado misiones: pensadores como Jonathan Edwards predicaban con pasión para despertar almas, recordando que el juicio es real. En nuestra era, ante ideologías que niegan responsabilidad eterna, esto nos urge a evangelizar. Ateos como Voltaire ridiculizaban el juicio eterno y lo siguen haciendo hasta el día de hoy. Pero raras veces se ve a un ateo o a un agnóstico morir en paz. Es duro morir sin Cristo y sin esperanza. Pero si es esto lo que deseas, lo tendrás. Para siempre.

En este contexto hay que hablar obviamente del así llamado “purgatorio”. Los católicos romanos lo entienden como un proceso de purificación después de morir. Se entiende la intención, pero ante la realidad de la revelación divina es mejor no apoyarse en quimeras. La salvación es por gracia sola, no por obras post mortem (Efesios 2:8-9). Hebreos 9:27 declara: “… de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio”. No hay intermedio “purificador”. Los justos van directamente a la presencia de Dios, confiando en la sangre de Cristo que limpia por completo (1 Juan 1:7). Esta verdad soberana asegura que la salvación depende de Dios, no de esfuerzos humanos, liberándonos para vivir con gozo. Y esto fue exactamente la verdad que Cristo mismo compartió con el criminal arrepentido en la cruz. No le esperaba ningún purgatorio, sino el paraíso de forma inmediata.

Además, no cabe duda de que creer en algo como el purgatorio, a la hora de la muerte, da poco ánimo — y eso con o sin extrema unción. Lamentablemente, prácticamente los católicos romanos van al purgatorio según la enseñanza de su propia Iglesia —a menos que consigan una de las pocas “plazas”, reservadas para “santos” especiales que serán acogidos directamente en el cielo.

La Biblia, sin embargo, nos inspira y nos alienta. Ante la muerte de un familiar, encontramos consuelo sabiendo que si creen en Cristo están con Él —no en el limbo o en el purgatorio, sino en paz. Esto motiva funerales de celebración, como es común en comunidades cristianas africanas o americanas, donde en el cementerio cantan himnos de victoria. Esto contrasta con los entierros habituales, donde a veces se te quita la esperanza de la vida eterna por completo.

En lo personal, la esperanza cristiana de la vida eterna reduce la ansiedad por el futuro. Para nosotros, el evangelio significa enfrentar crisis —como un diagnóstico grave o haber llegado al final de nuestra vida— de forma confiada, sabiendo que el más allá es real y un lugar de gozo inimaginable. El que sabe que vive para siempre, vivirá también sin temor.

Esta perspectiva ofrece una profunda paz, porque nuestro camino en esta tierra termina en la casa del Padre.

Volvamos a la pregunta del inicio: ¿qué pasará un segundo después de morir? La respuesta bíblica es sencilla: el alma de un cristiano se libera del cuerpo físico y accede a una dimensión eterna de conciencia plena y paz sobrenatural. En ese instante, el espíritu se encuentra con una claridad de pensamiento y conciencia que disipa el miedo terrenal. Los justos inician en este momento un viaje de gozo infinito, acompañados por ángeles, en la presencia de Dios.

Sin embargo, los que rechazan la gracia experimentan una soledad reflexiva y el comienzo de un estado de horror y angustia.

El primer segundo después de morir, el cristiano está a punto de encontrarse finalmente con su Salvador. ¿Qué cosa mejor podemos anhelar?

 

Notas

[1]  Dan Brown: El último secreto, ed. Planeta (2025)lala

[2]  Die Welt” 27.09.2025

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