Desafíos para la fe cristiana hoy: navegando el malestar de todos los días

No es conveniente cerrar los ojos ante los peligros y problemas, pero el mundo no solamente se define por sus calamidades.

11 DE SEPTIEMBRE DE 2024 · 11:29

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Imagen de Kawin Harasai en Unsplash.

El otro día, un vecino me comentó su frustración: "Me da la sensación de que la gente cada vez anda más enfadada y con peores modales. Pero tampoco me sorprende. Lo único que nos llegan son malas noticias". Sus palabras resonaron en mí, pintando un cuadro sombrío de la realidad que nos rodea. Si él fuera creyente, quizás habría añadido: "Y esto se nota también en nuestras iglesias y foros evangélicos en internet". Parece que la negatividad se ha infiltrado en cada rincón de nuestra sociedad, incluso en aquellos espacios que deberían ser refugio de paz y esperanza.

X (Twitter) nos permite ser bombardeado con una descarga constante de catástrofes, atentados y guerras, cada uno acompañado de imágenes impactantes que se graban en nuestra memoria. Incluso el universo mismo parece conspirar contra nosotros, con amenazas de tormentas solares, agujeros negros y extraterrestres potencialmente hostiles. La sensación de vulnerabilidad y desasosiego es palpable.

Vivimos en un mundo donde las amenazas y peligros acechan tanto a gran escala como en los detalles cotidianos. Sin embargo, no todos percibimos esta realidad de la misma manera. Mientras que en algunas partes del mundo se experimenta un progreso notable en diversas áreas y un optimismo desconocido aquí, una parálisis y un pesimismo persistente se han apoderado de lo que llamamos el mundo occidental. Europa, en particular, está inmersa en una espiral descendente, donde todo parece ir al revés y para peor.

Razones para estar preocupado, por lo tanto, no faltan.

En 1997, Neil Howe y William Strauss publicaron su famoso libro "The Fourth Turning" ("El cuarto giro")[1], que describe cómo la historia se desarrolla en ciclos de aproximadamente 80 años, cada uno compuesto por cuatro generaciones. Cada ciclo se divide en periodos definidos por cada generación: Baby Boomers, Generación X, Millennials y la Generación Z. La última, según las predicciones, se comerá el marrón.

La esencia de esta teoría se resume en una frase: "Los tiempos duros nos hacen fuertes, la fortaleza trae buenos tiempos, la comodidad nos debilita, y la debilidad nos lleva de vuelta a tiempos duros". Esta perspectiva cíclica de la historia nos invita a reflexionar sobre nuestra posición actual y a preguntarnos: ¿estamos viviendo un "cuarto giro", un momento de crisis y transformación profunda? Y de ser así, ¿cómo afecta esta realidad a nuestra fe y a nuestra capacidad de navegar el malestar cotidiano?

Según el análisis de los autores, el cuarto giro siempre trae una época de destrucción, a menudo relacionada con una guerra, revolución y disturbios sociales, en la que la vida institucional se destruye y se reconstruye en respuesta a una amenaza percibida para la supervivencia de la sociedad.

Comparto la idea del cuarto giro y de la crisis. Dos de mis libros se dedican al tema[2].  Llevo 30 años analizando los tiempos que corren desde una perspectiva histórica y teológica. Y efectivamente: parece obvio que el cuarto giro ha empezado en Occidente. La situación no pinta bien, en lo particular y también en lo general.

Pero, ¿cómo reaccionamos ante un mundo que parece desintegrarse cada día un poco más?

Los evangélicos tenemos la mala costumbre de entender los desafíos como amenazas. Todo lo nuevo e inesperado parece malo. Todo amenaza con poner en peligro nuestra supervivencia como iglesia. Muchos creyentes entienden que las malas noticias indudablemente indican que el Señor volverá en cualquier momento.

Infelizmente, no nos damos cuenta de que así también nosotros bailamos al son de la marcha fúnebre que entonan los medios de comunicación y los agoreros de Facebook.

Efectivamente, todas las catástrofes del mundo nos llegan en tiempo real y uno se pregunta: ¿qué dosis de catastrofismo podemos aguantar antes de convertirnos en psicópatas y neuróticos? Escribo esto, porque ante la sobrecarga de malas noticias me da la sensación que más de un creyente ha descubierto un nuevo deporte favorito: ir a la greña aunque fuera simplemente para desahogarse de alguna manera.

En las redes sociales observo a diestro y siniestro la denuncia de tantas herejías y herejes que el cielo se debe de quedar prácticamente vacío: no habrá ni calvinistas, ni arminianos, ni bautistas y tampoco pentecostales y carismáticos. Y ni hablamos de los que llevan el sambenito de “liberales”. Posiblemente se me ha olvidado de algún grupo. Ese “deporte” da aún más gusto cuando se puede denunciar desde el anonimato y al ser posible bajo un pseudónimo piadoso.

En esta serie de artículos que empiezo hoy, pienso escribir de amenazas y desafíos, porque son reales. Siempre ha sido así. Y cada época tiene sus propias amenazas. Pero sobre todo, quiero escribir sobre las correspondientes oportunidades que nacen de cada problema. Porque desafío no solo significa amenaza, sino también oportunidad. Y una oportunidad se presenta cuando la preparación se encuentra con la circunstancia oportuna. No hay nada más poderoso que una idea cuyo momento ha llegado. Y estoy convencido de que ha llegado la gran oportunidad para el evangelio en esta época del cuarto giro.

Me atrevo a cambiar la teoría del cuarto giro a una versión más optimista:

"Los tiempos duros traen avivamiento, el avivamiento cambia la sociedad, una sociedad que se acomoda se debilita, y la debilidad lleva a la gente a buscar a Dios".

Esto suena como el libro de los Jueces, ¿verdad?

Para poder aprovechar estas oportunidades y no dejarse contagiar y vencer por el desánimo y el pesimismo generalizado, nos hace falta algo que nadie - salvo un cristiano - puede tener: la paz de Dios, que es la base de nuestra salud espiritual.

Por eso quiero mencionar en este primer artículo sobre el tema de los desafíos a nuestra fe algo muy básico: tenemos que cuidar esa salud espiritual.

No es conveniente cerrar los ojos ante los peligros y problemas, pero el mundo no solamente se define por sus calamidades. Y tampoco es buena idea recurrir a la vieja práctica pietista de encerrarnos en nuestros conventículos e iglesias esperando el desastre inevitable. En medio de la destrucción hay belleza, bondad y alegría. He visto flores brotando del asfalto y mis padres me contaron que incluso en aquel mayo de 1945 en medio de un país destruido completamente por las bombas, reverdecieron los árboles y había flores en los pocos parques que quedaban en Alemania. La destrucción nunca es el final, sino el momento de un nuevo comienzo.

Esa perspectiva de las cosas nos trae paz. Los cristianos deberíamos ser expertos en este tema y no en teologías que buscan cinco patas al gato.

Esa paz de Dios sobrepasa todo entendimiento (Fil. 4:7). Es decir: no tiene explicación humana. En el versículo siguiente, Pablo nos indica lo que ayuda a fomentar esta paz: fijarnos en lo verdadero, honesto, lo justo, lo puro, lo amable y en lo que tenga buena reputación. De eso queda bastante, como sigue habiendo flores en un descampado en primavera.

La afirmación de Pablo descarta la gran mayoría de la información que día tras día nos tira para abajo y una buena parte de lo que se publica en muchos muros de Facebook.

La paz divina desafía toda lógica humana. Es una profunda tranquilidad que persiste incluso en medio de las tormentas más turbulentas de la vida. No se trata de una paz superficial o pasajera, sino de un estado de serenidad que brota de las profundidades del alma, anclado en la certeza inquebrantable de la presencia divina y en el cuidado comprensivo de Dios.

Para comprender la magnitud de esta paz, nos sirve el ejemplo del apóstol Pablo, cuya vida fue un testimonio vivo de este fenómeno sobrenatural. Conocemos la escena: Pablo y Silas son brutalmente golpeados, sus cuerpos doloridos y ensangrentados, y arrojados al calabozo más profundo y oscuro de una prisión romana. Esto les pasa justo en Filipos, donde se encuentra la iglesia que recibe la carta de la cual cité antes, carta que Pablo por cierto escribe de nuevo de una cárcel.

El aire es pesado, húmedo y saturado con el olor de la desesperación y el sufrimiento humano. Sus pies están atados con pesadas cadenas de hierro; cada movimiento es un doloroso recordatorio de su situación aparentemente desesperada. En este escenario de pesadilla, ¿qué esperarías oír? ¿Gemidos de dolor? ¿Lamentos de desesperación? ¿Gritos de rebelión contra la injusticia sufrida?

Sorprendentemente, lo que hace eco a través de las paredes frías y húmedas del calabozo son cantos de alabanza y plegarias de acción de gracias. A medianoche, en el momento más duro, literal y figuradamente, Pablo y Silas están cantando himnos a Dios (Hch. 16:25). Esta escena desafía toda comprensión humana. ¿Qué clase de paz convierte una celda de prisión en un santuario de adoración? ¿Qué fuerza interior permite a una persona enfrentarse cara a cara con la posibilidad de ser ejecutado y encontrar motivos de alabanza?

Esta es la paz que Jesús prometió, una paz que el mundo no puede dar ni comprender (Jn. 14:27). Es una paz que no depende de circunstancias externas, sino que fluye de una fuente inextinguible dentro del creyente. Esta paz no es una mera ausencia de conflicto o un simple sentimiento de bienestar, sino una presencia divina y tangible que sostiene y fortalece en medio de la adversidad. No es un concepto abstracto reservado solo para santos y mártires. Es una realidad tangible al alcance de todos los cristianos que aprenden a sintonizar su corazón con la frecuencia divina para estar en la misma onda con su Señor.

La paz divina puede ser nuestra brújula interna, un indicador infalible de que estás en el camino correcto, alineado con la voluntad de Dios. Cuando te enfrentas a decisiones difíciles o situaciones desafiantes, esta inexplicable paz puede ser una clara señal de que Dios está guiando tus pasos. Es como si, en medio del caos de la vida, pudieras escuchar el suave susurro del Espíritu Santo diciendo: "Este es el camino, camina en él" (Is. 30:21).

No significa que nunca sentiremos miedo o ansiedad, sino que, incluso en medio de estas emociones, habrá un ancla firme, una profunda certeza de que nuestro Señor tiene el control. Era Él que nos ha dejado un regalo que nos sirve todos los días: “La paz os dejo, mi paz os doy” (Jn. 14:27).

¿Estamos en el cuarto giro? Posiblemente. Una razón más para cantar alabanzas.

 

Notas

[1] Valor Editions de España (2024)

[2] “Crisis - Europa en la Encrucijada” y “Juicio - Europa se enfrenta a su Dios”.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Teología - Desafíos para la fe cristiana hoy: navegando el malestar de todos los días