Érase una vez la familia

El quinto mandamiento resume de forma muy concisa la preocupación de Dios por la familia y su funcionamiento.

21 DE OCTUBRE DE 2020 · 12:50

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Flores en el desierto. /Tim Peterson, Unsplash.

“Honrarás a tu padre y a tu madre” suena como un mensaje de un tiempo lejano. Siempre se había considerado la familia como la entidad más pequeña en la estructura de una sociedad. Los miembros de una familia solían cuidarse mutuamente. Eso daba estabilidad a la vida y era el fundamento de cualquier estado moderno y antiguo. Pero esto se acabó en nuestros tiempos. Por lo menos en Europa.

El quinto mandamiento resume de forma muy concisa la preocupación de Dios por la familia y su funcionamiento. Y porque esto hoy en día no se entiende sin dar más explicaciones, voy a hacer cuatro observaciones de entrada:

Primero: para que los hijos puedan honrar a sus padres, tienen que estar en condiciones de hacerlo. El mandamiento habla de “padres” y presupone que ambos padres viven en el mismo hogar. Además implica que los padres tenían tiempo y ocasiones de enseñar a sus hijos lo que implica la palabra “honrar”.

Segundo: en el contexto bíblico, “padres” se define siempre como unión de hombre y mujer. La Biblia no conoce otra forma de definir esa palabra.

Tercero: el mandamiento implica que los hijos tienen una responsabilidad con los padres. Los tiempos del Covid-19 nos han demostrado hasta qué punto ya abundan personas mayores que están “aparcados” en algún hogar de ancianos sin que nadie se preocupe por ellos.

Y en último lugar: en el contexto de la Biblia, la educación de los hijos estaba única y exclusivamente en manos de los padres. Y esto exigía de los padres una dedicación no solamente a su trabajo sino también a sus hijos.

El contraste no puede ser mayor. Lo que encontramos hoy en nuestra sociedad es una completa disolución de la unidad familiar. En la legislación de la mayoría de los estados europeos, la familia tradicional ha dejado de existir. Siguiendo a las pautas que dicta la ideología antifamiliar militante de la generación del 68 y de sus hijos que ahora ocupan los sillones de los ministerios, el enemigo número uno por combatir es la familia tradicional. Es un paño rojo para los apóstoles del amor libre que predican la redefinición de lo que antaño se llamaba familia.

¿Hemos hecho las paces con un modelo familiar que dista bastante de la idea que tiene Dios del tema?

La mujer ha conseguido la plena integración en el mundo del trabajo a cambio de dejar la educación de los hijos en manos de educadores que por las buenas o por las malas tienen que ejercer su trabajo según las normas que dicta la ideología gubernamental. La expresión “ama de casa” suena al inicio del siglo XXI como un insulto y un mal ejemplo por evitar a toda costa. Guarderías que cuidan incluso a los recién nacidos durante el tiempo que haga falta ya no son una excepción. Pocas voces se levantan en nuestras iglesias para criticar una tendencia que ya hasta muchos creyentes consideran como lo más normal del mundo. Que un matrimonio difícilmente pueda aguantar que los dos padres ejerzan sus profesiones a pleno tiempo fuera de casa en nombre de la necesidad económica o simplemente de la auto-realización personal, de eso hablan elocuentemente las tasas de divorcio – por cierto también entre creyentes.

Por supuesto, siempre está el argumento de que la sociedad moderna no nos deja otra opción. Pero ¿realmente es así? ¿No es más bien el caso que hemos conscientemente escogido un estilo de vida que no nos deja otra opción? ¿No es que, en el fondo mucho, cristianos piensan exactamente igual y han hecho las paces con un modelo familiar que dista bastante de la idea que tiene Dios del tema?

Pero el problema va más allá de esto: la estructura familiar, tal y como la Biblia la describe con toda su sencillez, ha dejado de existir. Legalmente pueden casarse ahora también los homosexuales, incluso adoptar niños como es el caso en muchos países, entre ellos España. Por otro lado existen innumerables familias monoparentales, fruto del absoluto libertinaje que existe en esta área. El simple mandamiento “honrarás a tu padre y a tu madre” ya supone para muchos niños un desafío al desconocer quien de los dos hombres o mujeres hace de madre o de padre, o porque tal vez nunca se sabía quien era el padre o la madre.

El número cada vez más creciente de niños con severos problemas psicológicos que se refleja en una tasa de fracaso escolar cada vez más alta habla un lenguaje elocuente.

Queda el hecho: los padres en nuestra sociedad por regla general han renunciado a educar a sus hijos. Se limitan a administrarlos y mantenerlos más o menos tranquilos y contentos, suministrándolos una secuencia interminable de videojuegos y teléfonos móviles.

Será por algo que la educación en casa está terminantemente prohibida en muchos países europeos. La lucha del ministerio de educación de querer tener a los hijos en los centros de educación a cualquier coste no solamente tiene que ver con la necesidad de educarlos, sino con una cuestión mucho más importante: ¿A quién pertenecen los hijos? La ministra de educación Isabel Celáa ya ha dado una respuesta clara al tema.1 Y en consecuencia parece que por decreto ministerial hasta el Covid-19 se contagia menos en centros públicos educativos que en el hogar.

Lo políticamente correcto es decir que las innumerables variantes de organizar una “familia” no incide en el desarrollo del niño y que no tiene ningún efecto negativo sobre nuestra sociedad. La respuesta a esta afirmación la darán nuestros hijos dentro de unos años cuando tendrán que recoger los escombros de una idea divina que en su momento se llamaba “familia”.

Como creyentes deberíamos ser muy celosos para que no nos roben lo más importante que Dios nos ha dado: nuestros hijos. Para que ellos puedan cumplir con el mandamiento de honrar a sus padres, los padres tienen que haberles enseñado antes principios que les capaciten para ello.

Los niños imitan a sus padres de forma automática y por lo tanto es muy importante que los padres pasen el mayor tiempo posible con sus hijos, enseñando no solo por sus palabras, sino también por su estilo de vida.

Además, para los padres debería ser una prioridad de hojear los libros de texto que reciben sus hijos, sobre todo en asignaturas como biología, ética o formación ciudadana. Los padres deberían acudir con regularidad a las reuniones con los tutores de sus hijos para asegurar que se respeten los principios educativos familiares. Esto significa en muchos casos esfuerzo, luchas y enfrentamientos.

Es la responsabilidad de los padres ejercer la autoridad que Dios les ha dado sobre sus hijos. Esto implica que tienen que tomar decisiones en cuanto al tipo de educación que reciben sus hijos. Esto no va a salir gratis. El Estado está dispuesto a regalarnos su educación. Pero lo que parece una ganga, realmente tiene un precio muy alto. En la medida que dejemos que el Estado eduque nuestros hijos nos desvinculamos de la responsabilidad que Dios nos ha dado como padres.

Las iglesias deben hacer todo lo posible para ayudar a los padres a educar a sus hijos.

La iglesia local tiene la sagrada tarea de vigilar sobre el bien de las familias que forman parte de ella y sobre todo de los niños que Dios le ha dado. Por lo tanto, debería hacer todo lo posible para ayudar a los padres de sus congregaciones a poder ejercer su responsabilidad en la educación de sus hijos. La idea de una “escuela de padres” en el seno eclesial no me parece mala idea.

Padre y madre son responsables de que sus hijos conozcan la Biblia cuanto antes. No se puede delegar esta responsabilidad simplemente en los maestros de la escuela dominical de la iglesia. Ellos hacen una tarea complementaria, pero no son los últimos responsables de que un niño tenga conocimiento bíblico y finalmente decida seguir a Cristo. Ningún niño jamás va a tener mejores profesores que sus propios padres. Eso exige tiempo por parte de los padres. Pero es un tiempo bien invertido.

La Biblia tiene mucho que decir sobre la educación de los hijos. Simplemente quiero citar Efesios 6:1 porque en este pasaje Pablo resume la ética del quinto mandamiento en pocas frases:

Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo. Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento con promesa; para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la tierra. Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor.”

La disciplina en su justa medida es bálsamo para el niño. Por lo tanto, el creyente debería rechazar cualquier intento por parte del Estado de meterse en la forma como eduque a sus propios hijos. Y huelga decir que con la Biblia en la mano nadie puede justificar el abuso y una rigidez exagerada en la educación de los hijos. Pero el otro extremo, al cual estamos llegando, es la expropiación de los padres en cuanto a sus hijos.

El niño que aprende a respetar sus límites y enfrentarse a los desafíos de la vida con disciplina es fruto de una educación coherente por parte de sus propios padres. Esto trabajo no lo conseguirá ningún pedagogo ajeno a la familia con muy bien que sea pagado y entrenado.

Una familia sana e intacta es en consecuencia la mejor forma de cambiar a una sociedad podrida donde ya no se respeta a nada que es sagrado. Una familia cristiana en el mejor sentido de la palabra es como una flor hermosa en medio de un desierto. Y los desiertos pueden empezar a florecer. Lo único que hace falta es lluvia y semillas plantadas.

 

Notas

1 Artículo en La Sexta.

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