Fraude de etiquetas: el cristianismo formal

Usamos el nombre de Dios en vano cuando predicamos un cristianismo vacío de contenido bíblico, hueco, quietista, descafeinado y sin pasiones.

07 DE OCTUBRE DE 2020 · 11:57

Toledo, España. / <a target="_blank" href="https://unsplash.com/s/photos/europe-old?utm_source=unsplash&utm_medium=referral&utm_content=creditCopyText">Greta Schölderle Møller</a>, Unsplash,
Toledo, España. / Greta Schölderle Møller, Unsplash

“No usarás el nombre de Dios en vano”

Europa ha dejado de ser cristiana - y esto en el sentido más amplio de la palabra. Esta verdad se aplica tanto a los países que en su momento abrazaron la Reforma como a los países con mayoría católica u ortodoxa. Salvo pocas excepciones - como podrían ser Irlanda, Polonia y Malta - la fe cristiana no juega absolutamente ningún papel en la vida pública. El protestantismo, mermado por las nefastas consecuencias de una teología racionalista que se adapta completamente a los moldes de las modas del pensamiento contemporáneo por un lado y un cristianismo pietista que se retiró del mundo para esperar al arrebatamiento, se ha debilitado de tal manera que no se le percibe como fuerza capaz de marcar pautas para la sociedad.

El pecado contra el tercer mandamiento es el pecado por antonomasia de aquellos que llevan el nombre de Cristo sin realmente tomar en serio sus enseñanzas.

Si en Europa al inicio del siglo XX se usaba el nombre de Dios para cimentar y bendecir regímenes políticos totalitarios y fascistas, hoy en día está mucho más de moda hacer apología de posturas socialistas en nombre del cristianismo.

Al mismo tiempo es cierto que una buena parte de los evangélicos de nuestro tiempo han sucumbido ante la tentación de un evangelio mercantil y comercial. Raras veces se predica hoy en día confiando en el poder de la Palabra de Dios. Todo lo contrario: poco de esa Palabra todavía se puede reconocer en la proclamación pública del mensaje del evangelio. Los actos públicos de muchas iglesias evangélicas obedecen más bien a técnicas de venta. Y finalmente, con tal de rellenar una tarjeta o levantar la mano al final de una presentación del evangelio parece que ya se ha hecho lo suficiente para poder decir que un número x de personas ha “aceptado a Jesús como su Señor y Salvador”. Más que otra cosa, parece una forma de usar el nombre de Dios en vano.

En muchas iglesias la doctrina pierde su importancia. Se tiran por la borda siglos de trabajo teológico.

Y lo mismo se aplica al descomunal desinterés y la apatía que caracteriza a una gran parte del cristianismo protestante en Europa. El conocimiento de los contenidos y doctrinas más esenciales de la fe cristiana, ni se enseña en muchas iglesias ni se aprenden por parte de los creyentes. Las notables excepciones confirman la regla.

Muchos evangélicos ya no quieren escuchar nada de teología. Todo lo que suena a doctrina o teología parece que está destinado a tener que desaparecer de nuestras iglesias. Los sermones deben entretener, pero no enseñar. El arte de la predicación expositiva está en vías de extinción. Pocos se atreven a predicar hoy en día sobre temas doctrinales. Se ha hecho muy popular la frase: creemos en una persona y no en una doctrina. Existen muchas iglesias que, por falta de conocimientos de doctrina bíblica, se están abriendo a influencias que están de moda pero que poco tienen que ver con la esencia de la fe. La doctrina cristiana pierde su importancia y con esto se tiran por la borda siglos de trabajo teológico.

“No usarás el nombre de Dios en vano”. Posiblemente es el mandamiento contra el cual la iglesia al siglo XXI peca con más intensidad porque usamos el nombre de Dios en vano cuando predicamos un cristianismo vacío de contenido bíblico, hueco, quietista, descafeinado y sin pasiones.

Si un marciano viera la situación que tenemos actualmente en Europa, tendría que llegar a la conclusión de que vivimos en un tiempo post cristiano. De hecho, la misma expresión se ha puesto muy de moda en algunos círculos teológicos que se dedican a la misiología.

Sin embargo, estaríamos equivocados si pensáramos que es la primera vez que la fe cristiana pasa en Europa por una grave crisis. Solamente basta con una mirada a cualquier libro histórico que trata los tiempos de la Reforma. En el siglo XV, la mayor parte de Europa fue dominada por una iglesia católica romana corrupta hasta la médula. Los papas del Renacimiento, los Borgia y otros clanes, habían convertido al papado en una farsa y a la “santa” ciudad de Roma en un burdel. El conocimiento bíblico en Europa, brillaba por su ausencia. La gente no tenía ni la más mínima idea de las doctrinas bíblicas ni del evangelio.

Y sin embargo, en contra de todas las probabilidades, Dios usó a un monje completamente desconocido en Roma para reformar esta iglesia muerta y que a la luz del tercer mandamiento no era más que una parodia. Falta el espacio ahora para entrar en los pormenores de este tema, pero literalmente se levantó un monje avivado por su lectura de las Sagradas Escrituras en contra de todo un Imperio. Y ganó el monje. Posiblemente no fue tanto el emblemático acto de la publicación de las 95 tesis, lo que fue el punto detonante de la Reforma, sino la traducción de Martin Lutero del Nuevo y del Antiguo Testamento al alemán y sus consecuencias, lo que hizo que ganase una buena parte de Europa en cuestión de pocos años de nuevo para el evangelio.

Podríamos también hablar del Reino Unido en los tiempos de Juan Wesley. El país se caracterizaba precisamente por una Iglesia petrificada y con ninguna apertura para la fe vibrante de los hermanos Wesley y de su compañero en el ministerio, Whitefield. Y sin embargo, Dios cambió la situación en el Reino Unido bajo la predicación de estos hombres de Dios, de tal manera que a diferencia de Francia, su vecino en el otro lado del canal de la Mancha no sufrió ninguna revolución atea al estilo francés.

Podríamos dar muchos más ejemplos, como los avivamientos dentro de la iglesia luterana en Alemania, los grandes avivamientos en Gales, etc.

Tiene que ser la oración y el ferviente deseo de cada creyente de pedir a Dios que nos conceda de nuevo, una vez más, la gracia de ver a esta Europa cambiada.

O bien la fe cristiana en Europa remonta el vuelo, o el cristianismo en Europa está condenado a morir.

Los desafíos son de tal magnitud, que solamente - en mi humilde opinión - caben dos posibilidades a lo largo de los próximos 50 años: o bien la fe cristiana en Europa remonta el vuelo de una forma tan espectacular como ha ocurrido en el pasado, o el cristianismo en Europa está condenado a morir. Y si alguien piensa que esto es imposible, de nuevo una mirada a los libros de historia, nos puede sacar de dudas: el norte de África fue una de las zonas más vibrantes de la fe cristiana en los primeros siglos después de la resurrección de Cristo. Algunos de los teólogos más importantes vinieron de esta zona, como los bereberes Agustín y Tertuliano. Sin embargo, el cristianismo se desvió de tal manera que debilitó también al imperio que había mantenido con vida. Finalmente, llegaron los vándalos, luego el islam, y esto borró del mapa la fe cristiana en el norte de África hasta el día de hoy.

Lo mismo podríamos decir del hundimiento de una de las culturas más importantes de rasgos decididamente cristianos: el imperio de Bizancio. Durante casi 1000 años fue el centro de un gran Reino donde la fe cristiana no solamente marcaba la vida pública, sino que también fue capaz de hacer grandes hazañas misioneras con la conquista pacífica de Europa del Este para la fe.

Sin embargo, por su creciente formalismo y falta de visión también el estado que la protegía entró en crisis y finalmente de nuevo fue el islam que acabó con el imperio y con su capital Constantinopla, que hoy se llama Istanbul. La transformación del monumento más impresionante de aquellos tiempos, la Iglesia de la Santa Sabiduría, la Hagia Sofía, en una mezquita cuenta la historia de forma elocuente.

Es posible, de seguir las cosas así, que el islam se convierta de nuevo en el látigo de Dios para desheredar a una cristiandad desobediente y sin fuerzas. De momento todo indica que la religión del futuro en el viejo continente, será el islam que a su vez dominará a los secularistas, a menos que la Iglesia experimente uno de los mayores avivamientos de toda la historia.

O vivirá de una forma más gloriosa que nunca, o Dios mismo se encargará de quitar de en medio un cristianismo adaptado a las modas y hueco de contenido. No será el fin del cristianismo, pero será el fin de Europa tal y como ha existido durante casi 1500 años.

No usarás el nombre de Dios en vano. Porque nuestro Dios es un Dios celoso.

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