Introducción al Antiguo Testamento (1): La gran historia de la Biblia hebrea

¿Nunca te sentiste extrañado o incómoda al leer el Antiguo Testamento?

20 DE AGOSTO DE 2023 · 09:00

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Le pregunté a la Inteligencia artificial: “¿Qué piensa la gente del Antiguo Testamento?”. Y su respuesta fue: “La gente tiene diferentes opiniones sobre el Antiguo Testamento; algunos lo ven como una obra sagrada que contiene la palabra de Dios y un registro histórico importante, mientras que otros lo consideran como un texto antiguo con ideas anticuadas y relatos violentos que son difíciles de aceptar en la actualidad”.

Las personas que no creen que la Biblia sea un libro sagrado a menudo ven los textos del Antiguo Testamento como una obra muy importante de la literatura universal. Sin embargo, el sentimiento más común es que hay un montón de historias incómodas, molestas o imposibles de creer: la Creación del mundo [Génesis 1-2], el diluvio universal [Génesis 7], la vez en que Dios habló a través de una burra [Números 22], la triste historia del pobre Job [Job 1] o la muerte de los primogénitos en Egipto [Éxodo 12].

Uno de los ateos más famosos del mundo, el científico Richard Dawkins, dijo lo siguiente: «El Dios del Antiguo Testamento es posiblemente el personaje más molesto de toda la ficción: celoso y orgulloso de serlo; un mezquino, injusto e implacable monstruo; un ser vengativo, sediento de sangre», etc.

Pero otras personas ven esos textos como una obra sagrada, inspirada por Dios. Los cristianos llaman a esos textos “Antiguo Testamento”, y los judíos los llaman “Tanak”. Si a un creyente le preguntás “¿vale la pena leer el Antiguo Testamento?”, su respuesta va a ser: “¡Por supuesto que sí! Es la Palabra de Dios”. Incluso algunas personas se van a enojar simplemente por escuchar una pregunta como esa. Pero, si vamos a ser sinceros, hasta los creyentes más piadosos van a reconocer que generalmente se concentran en algunos pasajes, y a los que son más complicados o no se entienden mucho, directamente no les prestan mucha atención.

Leer las cientos y cientos de páginas del Antiguo Testamento puede ser algo abrumador. Estamos hablando de ¾ partes de la Biblia cristiana. Son casi 1000 capítulos, más de 20 mil versículos, más de 300 mil palabras en sus idiomas originales. Además, hay un montón de géneros literarios: relatos históricos, poesía, literatura sapiencial, profecía, apocalíptica, leyes, tratados, epístolas. Lo escribieron muchas personas a lo largo de muchísimo tiempo, y no siempre sabemos exactamente quién y cuándo se escribió cada cosa.

¿Viste que siempre hay un amigo al que uno quiere muchísimo, pero que, en los momentos menos adecuados, dice algo fuera de lugar? Bueno, justamente así me sentí durante mucho tiempo con el Antiguo Testamento.

Al leer los Salmos, uno se siente abrazado por Dios. El Salmo 136 dice: «¡Den gracias al Señor, porque él es bueno! Su fiel amor perdura para siempre» [Sal. 136:1, NTV]; pero al pasar de página aparece la frase: «Oh Babilonia, serás destruida; feliz será el que te haga pagar por lo que nos has hecho. ¡Feliz será el que tome a tus bebés y los estrelle contra las rocas!» [Sal. 137:8-9, NTV].

O venía leyendo el libro de Josué y me encontraba con un versículo como «Mira que te mando que te esfuerces, y seas valiente; no temas ni desmayes, porque yo el Señor tu Dios estoy contigo en dondequiera que vayas» [Josué 1:9, JBS]. Y mientras leía que el pueblo de Israel tomó Jericó milagrosamente, podía sentir el cuidado de Dios… pero seguía leyendo y terminaba descubriendo que, después de tomar Jericó, el pueblo de Dios mató y prendió fuego a todos los habitantes de la ciudad.

Y podríamos seguir. ¿Qué onda esa historia entre Judá y Tamar [Génesis 38]? ¿Por qué Dios castigó a Uza si solo quería ayudar [1 Crónicas 13]? ¿No es un poco exagerado que 42 muchachos murieran descuartizados por dos osos simplemente por burlarse de la calvicie del profeta Eliseo [2 Reyes 2]?

Es verdad que, cuando estudiamos la cultura de la época, los géneros literarios y las intenciones teológicas de cada texto, entendemos mejor algunas cosas que en un primer momento resultan shockeantes. Pero incluso con buenas herramientas de estudio y con una actitud humilde frente al texto sagrado, ¿nunca te sentiste extrañado o incómoda al leer el Antiguo Testamento?

Si nos enfocamos en cada una de las historias, la cosa se vuelve bastante abrumadora; pero si entendemos que cada historia es como un capítulo en una novela más larga, las cosas toman un poco más de sentido. Así que empecemos por lo básico: un resumen del Antiguo Testamento.

Abrimos la primera página de la Biblia y descubrimos que Dios es el Creador de todas las cosas. Y que todo lo que hace es bueno. La frutilla del postre de la Creación es el ser humano. Dios crea a Adán y Eva con dos grandes motivos: ser su imagen y semejanza, y ser sus representantes. El propósito de la humanidad, según el libro de Génesis, es ser un reflejo de los atributos de Dios y extender su obra creativa en el mundo.

Pero con la creación del ser humano, viene también la posibilidad de elegir. La historia de la serpiente y del árbol del conocimiento del bien y del mal ha sido interpretada de muchísimas maneras a lo largo de la historia, pero de cualquier forma, cuando Adán y Eva comen del fruto, algo se rompe. Quieren ser libres del control de Dios, pero en ese proceso algo de su identidad cambió para siempre. Las consecuencias de ese acto no solo alteraron la armonía con Dios, sino también su autoimagen, la relación con los demás y con el resto de la Creación.

Después de comer del árbol del conocimiento del bien y del mal, la cosa se pudre muy rápido: el trabajo y la familia se vuelven algo agridulce, Adán y Eva son expulsados del Huerto del Edén y sucede el primer asesinato. Llega a un punto en el que Dios se lamenta de haber creado a una especie que no refleja su imagen ni lo representa adecuadamente. Ahí viene la historia del arca de Noé y el diluvio Universal, que es como un borrón y cuenta nueva. Noé es una especie de Adán 2.0; Dios le da las mismas instrucciones que les había dado a los primeros humanos, pero él y sus descendientes demuestran que, aunque el Diluvio se había llevado parte del problema, la maldad vuelve a brotar. Parece un proyecto destinado al fracaso.

Pero ahí Dios propone una estrategia mucho más lenta que se extiende por el resto de la historia de la Biblia. Dios hace una alianza con Abraham y su familia con el propósito de restaurar la armonía original. Y aunque la familia de Abraham, Isaac y Jacob es famosa por sus defectos, a pesar de todo, Dios sigue apostando por ellos.

Pasan los años y esta familia crece y se convierte en un pueblo tan grande que hace sentir amenazado a Egipto, la potencia mundial de la época. Para controlarlos, los egipcios los esclavizan; pero Dios no se olvida de ellos. Bajo la guía de Moisés, este pueblo cruza el desierto y se dirige a una tierra que les recuerda la belleza y abundancia del Huerto del Edén. Dios les da leyes y rituales para que pudieran vivir como imagen y representantes de Dios entre las otras naciones. Pero la utopía de la tierra prometida fracasa estrepitosamente.

El pueblo de Israel falla una y otra vez en vivir a la altura de la alianza que Dios les propuso; se dedican a copiar el estilo de vida de los otros pueblos y eso los va llevando a una escalada de decadencia. Eventualmente, terminan siendo llevados cautivos a Asiria y Babilonia. Es como volver atrás 10 casilleros, porque una vez más, como en Egipto, se encuentran humillados y prisioneros de los grandes imperios de la época.

Después de un tiempo, el pueblo vuelve a la tierra prometida. Pero vuelven con una actitud más reflexiva y autocrítica. Los profetas venían hablando repetidamente de que Dios estaba por hacer algo nuevo, esta vez a través de una figura clave: el Mesías.

Así termina el Antiguo Testamento. Hay un origen paradisíaco, una trama caótica y un final abierto. Los primeros cristianos entendieron que Jesús era la continuación natural de la historia del Antiguo Testamento, que era el Mesías esperado y que un día llevaría a su pueblo de vuelta al Edén: a un nuevo cielo y una nueva tierra donde recuperar finalmente la armonía con Dios, con nosotros mismos, con el prójimo y con la Creación.

 

LA SEMANA QUE VIENE, LA SEGUNDA PARTE:

“Seis errores comunes”

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