De perseguidos a protegidos: Nicea y el cristianismo en Roma

El siglo IV comenzó con un periodo de tolerancia hacia el cristianismo, pero pronto fue eclipsado por una intensa represión. Sin embargo, concluyó con un Imperio cristianizado. ¿Cómo se desarrolló este proceso?

Marina Fernández Soto

06 DE MARZO DE 2025 · 12:00

Icono del Concilio Nicea I en el monasterio griego de Mégalo Meteoro / Imagen: <a target="_blank" href="https://www.worldhistory.org/image/10019/first-council-of-nicaea/"> Jjensen </a>, World History Encyclopedia,
Icono del Concilio Nicea I en el monasterio griego de Mégalo Meteoro / Imagen: Jjensen , World History Encyclopedia

Este año se conmemoran 1700 años desde el Concilio de Nicea, una reunión convocada por el emperador Constantino en el 325 que ha sido conocida como el Primer Concilio Ecuménico de la Iglesia cristiana. 

En su entrevista, José Moreno Berrocal nos explicó las decisiones que se tomaron en ese concilio y su impacto posterior. Ahora, analizamos cómo fueron las relaciones entre el Imperio romano y los cristianos de estos primeros siglos para entender el evento en todas sus dimensiones históricas.

 

Expansión y rechazo inicial

Inicialmente, los cristianos no eran un grupo social peligroso para el Imperio romano. Los consideraban una secta más dentro de las tantas otras que había en el judaísmo, como los fariseos, saduceos o esenios. Con el tiempo, los cristianos se diferenciaron de los judíos. Suetonio, historiador romano, a caballo entre el siglo I y II, los describe como “una agrupación de individuos peculiar, que practicaba una superstición nueva y maléfica”.

La visión negativa de los cristianos se relaciona con su rechazo de la religión romana tradicional. Esto suponía una amenaza para “la costumbre de los ancestros” (mos maiorum) en Roma, ya que los seguidores de Jesús no practicaban el culto tradicional romano. Ese rechazo trascendía lo religioso y personal, pues la autoridad religiosa del emperador era un elemento vertebrador del régimen político romano.

De perseguidos a protegidos: Nicea y el cristianismo en Roma

El emperador Augusto representado como Sumo Pontífice de la religión romana. / Creative Commons
 

La crisis del siglo III y las persecuciones

El siglo III estuvo cargado de inestabilidad en Roma. La combinación de crisis política, social y económica creó el cóctel perfecto para una crisis espiritual en la que la población se preguntaba por una vida mejor tras la muerte. El filólogo agnóstico E. R. Dodds (1893-1979) explica este momento de cambio en el libro Paganos y cristianos en una época de angustia. Siguiendo la línea planteada por Joseph Bidez (1867-1945), afirma que, en esta época tan convulsa, las personas tendieron a “replegarse sobre sí mismos” ante la incertidumbre exterior.[1] En ese contexto, las religiones salvíficas, como los cultos mistéricos y el cristianismo, ganaron importancia.

Este es “el gran siglo de las persecuciones” contra los cristianos, lo que no significa que no hubiera otras persecuciones contra ellos (recordemos las de época de Nerón, Domiciano, Trajano o Marco Aurelio). Por el contrario, lo que el historiador Jesús María Nieto Ibáñez indica con esa afirmación es que “durante los dos primeros siglos no hay constancia de persecuciones generalizadas”, como bien señala en su obra Historia Antigua del cristianismo.[2]

La diferencia estaba en que en el siglo III, la Iglesia ya no era un simple grupo de personas creyentes, sino que comenzaba a fortalecerse como una institución jerarquizada. Entre sus miembros contaba con personajes de gran prestigio y riqueza que financiaban la construcción de nuevos lugares de culto. Por ello, se empezaron a emitir leyes para hacer desaparecer a la Iglesia y confiscar sus bienes, en un intento de reducir el impacto de la crisis económica en Roma.

Acusados de religión ilícita, superstición y magia, entre otras, los cristianos fueron condenados a raíz de los decretos de los emperadores Decio (249), Valeriano (257-258), Galerio y Diocleciano (303). Bajo pena de muerte, prisión o tortura, los residentes en el Imperio estaban obligados a rendir culto a los dioses romanos y al emperador, buscando acabar así con esta “organización paralela y poderosa” que era la iglesia.[3]

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Miniatura medieval sobre la muerte del papa Sixto II durante la persecución de Valeriano. / Creative Commons
 

Los edictos de Tolerancia

Aunque las consecuencias de estas persecuciones fueron palpables, el siglo III tuvo también ciertos periodos de paz. En el 260, el Edicto de Tolerancia de Galieno, supuso reconocer por primera vez la Iglesia con mayúsculas, como una institución propia, a la que se devolvían las posesiones expropiadas a cristianos durante las persecuciones. 

Ese edicto se extendió hasta que en 303 Diocleciano y Galerio iniciaron “la gran persecución”,[4] que en la parte oriental del imperio se extendió hasta el 313. Por el contrario, en la parte occidental, las persecuciones prácticamente habían desaparecido ya para el 305. Es en este contexto cuando se emite el Edicto de Tolerancia de Galerio, en 311, que devolvía a los cristianos sus bienes y les permitía practicar su religión libremente. 

 

La conversión de Constantino

Con el Edicto del 311, los cristianos quedaban integrados de pleno en el Imperio y su religión era lícita. Pero el evento más recordado de este siglo, tanto por lo trascendental de la experiencia como por sus consecuencias a posteriori, es el de la conversión de Constantino y el Edicto de Milán del 313.

Para evitar la inestabilidad política dentro del Imperio, Diocleciano había ideado un sistema llamado tetrarquía. Según este modelo, dos emperadores, uno en Occidente y otro en Oriente, gobernaban bajo el título de “Augusto” junto a un “César” que, tras su muerte, sería el siguiente emperador. 

En tiempo de Constantino, la tetrarquía estaba en crisis, por lo que buscó eliminar a sus rivales y controlar el Imperio en solitario. Majencio era uno de ellos, un “usurpador” que tomó el mando de la ciudad de Roma desde 306. Para enfrentarse a él, Constantino debía llegar a Roma por el norte, atravesando el puente Milvio, motivo por el cual la batalla decisiva entre ambos en 312 es conocida como la Batalla del Puente Milvio.

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Miniatura medieval representando la visión de Constantino. / Bibliothèque Nationale de France

Antes de iniciar el combate, Constantino tuvo una visión. Eusebio de Cesarea, obispo cristiano, consejero del emperador y autor de la Vida de Constantino, narra el suceso de la siguiente manera:

“Comenzó a invocar en oración a Dios, suplicándole e implorándole que le mostrara quién era, y que extendiera su mano derecha para ayudarle en sus planes. Mientras hacía estas oraciones y súplicas fervientes, se le apareció al Emperador un signo divino muy notable. […] Hacia la hora del sol del mediodía, cuando el día apenas comenzaba a clarear, dijo haber visto con sus propios ojos, en lo alto del cielo y posado sobre el sol, un signo resplandeciente en forma de cruz, y un texto unido a él que decía: «Con este signo vencerás» (in hoc signo vinces).”[5]

Esta no era la primera vez que algo así le ocurría. Dos años antes, Constantino había promovido el culto a Apolo y al Sol Invicto, de carácter pagano, precisamente a raíz de una visión que había tenido también en contexto de enfrentamiento bélico.[6] Pero ahora, Constantino no entendía el significado de aquella cruz.

El emperador decidió consultar a los sacerdotes cristianos que se encontraban en su séquito. Estos le dijeron que “el signo que había aparecido era una señal de inmortalidad, y un trofeo permanente de la victoria sobre la muerte, que había ganado una vez cuando estaba presente en la tierra”.[7] Convencido de que aquel era el Dios verdadero, se convirtió al cristianismo y ordenó a sus soldados que inscribieran en sus escudos el crismón o monograma de Jesucristo.[8]

Al menos este es el relato que presenta Eusebio de Cesarea, transmitido y recordado por la tradición cristiana. Pero Zósimo, historiador pagano del siglo V, retrata al emperador como un “político sin escrúpulos, ambicioso, que llevó al Imperio a la ruina y se convirtió al cristianismo porque este le ofrecía la posibilidad de ser perdonado por las tropelías cometidas”.[9]

Este debate entre si Constantino se convirtió o no realmente al cristianismo es hoy por hoy una cuestión sin resolver. De cualquier modo, lo cierto es que Constantino finalmente venció a Majencio en aquella batalla, haciéndose con el título de emperador de Occidente. Desde entonces, sus decisiones fueron favorables a los cristianos, empezando por el Edicto de Milán del 313, firmado junto a Licinio, emperador en Oriente.

 

El emperador cristiano y el Concilio de Nicea

En 324, Constantino derrotó a Licinio en las batallas de Adrianópolis y Crisópolis, quedando como único emperador tanto en Occidente como en Oriente. Ese mismo año, para celebrar su victoria, fundó la ciudad de Constantinopla. Esta ciudad sería la nueva capital del imperio, “una capital cristiana de un Imperio cristiano frente a la Roma pagana”.[10]

Aunque el emperador se declaraba cristiano, el Imperio aún no lo era. El Edicto de Milán confirmó la tolerancia y reconocimiento del cristianismo como religión lícita, pero no la impuso a todo el Imperio. Ahora bien, las decisiones del primer emperador cristiano y sus sucesores estaban claramente orientadas a que todo lo gobernado por Roma fuera cristiano: exenciones fiscales para la Iglesia, centros de culto financiados por la familia imperial, un marco legal específico para los tribunales de la Iglesia…

Entre esas decisiones se encuentra la que conmemora su 1700 Aniversario este año: el Concilio de Nicea. Este evento respondía a la necesidad de unificar el dogma acerca de quién era Jesús y qué relación tenía con Dios Padre. Con su convocatoria, se buscaba establecer una fórmula que disipara las diferencias entre las iglesias locales y adecuar la organización de la Iglesia a la del Estado. En palabras de Nieto Ibáñez, Nicea supuso el establecimiento de “un Dios, un emperador, un imperio y una fe”.[11]

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Mosaico bizantino donde Constantino (derecha) ofrece a María y al niño Jesús la ciudad de Constantinopla. El emperador Justiniano, del siglo VI (izquierda), ofrece la Iglesia de Santa Sofía. / Creative Commons

Teodosio y el imperio cristiano

Tras el Concilio de Nicea, el cristianismo fue promovido cada vez más, a excepción del emperador Juliano, que regresó al paganismo. No fue hasta el reinado de Teodosio que la fe cristiana se convirtió en la religión oficial del Imperio. El 27 de febrero del 380, Teodosio promulgó el edicto Cunctos populos, conocido como el Edicto de Tesalónica:

“Queremos que todos los pueblos que son gobernados por la administración de nuestra clemencia profesen la religión que el divino apóstol Pedro dio a los romanos […]. Esto es, […] la divinidad única del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo bajo en concepto de una igual majestad y de la piadosa Trinidad. […] Los demás […] serán objeto, primero de la venganza divina, y después serán castigados por nuestra propia iniciativa que adoptaremos siguiendo la voluntad celestial.”[12]

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Icono medieval representando a Constantino sosteniendo el credo niceoconstantinopolitano. / Creative Commons

Además, en 381, Teodosio convocó el Segundo Concilio Ecuménico, que se celebró esta vez en la propia capital del Imperio. En este Primer Concilio de Constantinopla se terminó de definir el concepto de Trinidad en lo que se ha denominado el "credo niceoconstantinopolitano". Este es un síntoma más de que la unión entre la Iglesia y el Imperio se estaba consolidando. El cristianismo, de ser una fe perseguida, se había convertido en una parte fundamental del Imperio Romano, moldeando su estructura política y cultural.

El Edicto de Tesalónica y el Concilio de Constantinopla de 381, junto con el legado del Concilio de Nicea, marcaron el triunfo definitivo de una religión que, solo unos siglos antes, era vista con sospecha y hostilidad. Esto sentó las bases de un cambio histórico con repercusiones en toda Europa durante siglos y por el que incluso los reformadores protestantes se preocuparon: las relaciones entre Iglesia y Estado.

 



Notas

[1] Dodds, R. (2007), Paganos y cristianos en una época de angustia, Ediciones Cristiandad, p. 24.

[2] Nieto Ibáñez, J. M. (2019), Historia Antigua del cristianismo, Editorial Síntesis, p. 74.

[3] Ibid., p. 79.

[4] Ibid., p. 81.

[5] Eus., VC, I, 28 (trad. propia).

[6] Baker, S. (2006), Roma. Auge y caída de un imperio, Ariel, p. 327. 

[7] Eus., VC, I, 32 (trad. propia).

[8] Baker, S. (2006), Roma. Auge y caída de un imperio, Ariel, p. 327.

[9] Nieto Ibáñez, J. M. (2019), Historia Antigua del cristianismo, Editorial Síntesis, p. 86.

[10] Íbid., p. 86.

[11] Íbid., p. 112.

[12] Íbid., p. 88.

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