Perseguir y derramar sangre: Valores del Anticristo, no de la iglesia redimida

02 DE MARZO DE 2025 · 21:40

John Owen.,
John Owen.

La expresión del título se puede encontrar fácilmente en cualquier tratado puritano (o protestante en general) contra el papado. En este caso, sin embargo, la tomo de la prevención que nuestro John Owen hace contra la “Pía Asamblea” [de la Iglesia de Escocia].

La ocasión no carecía de ningún ingrediente de solemnidad. Es un breve apéndice, sobre la tolerancia, que insertó en el sermón que el Parlamento publicó, y que había predicado en el “acto solemne del Parlamento” al día siguiente de la muerte del rey Carlos I.

La cosa es bastante sencilla, si bien se mira, se trata de la afirmación de que no se pueden usar los métodos de dominación papal como si fueren medios de ministerio pastoral.

Tan sencillo como reconocer que la pretensión del papado de tener dominio sobre el espacio religioso, ámbito único de salvación, lo único que tiene de malo es que lo administran otros. Si lo administrásemos nosotros (pon el pastor o grupo que quieras), entonces es lo adecuado.

Eso tan antiguo en la historia de la cristiandad de que el espacio “civil” o secular solo puede acceder a la salvación mediante la acción santificadora de la liturgia (trabajo) sagrada, que está en manos de los sacerdotes de turno.

Que a las colonias de Nueva Inglaterra llega este pensamiento es evidente. Y por eso es tan relevante su historia, porque, al final, triunfa un modelo diferente. Incluso el ejemplo de Maryland es todo un ejemplo.

Una de las primeras colonias, que ni siquiera tiene “carta de asentamiento” garantizada por la corona, sino una “escritura de propiedad” otorgada por el rey a su amigo católico, lo que se propone como su razón de ser es “disponer de un espacio protegido donde los católicos puedan celebrar su culto”.

O sea, que la posterior construcción de los U.S.A. se tiene que hacer en medio de “papados” de muchos colores. Cada uno reclamando su “infalibilidad”.

No deja de ser esclarecedor de la situación lo que Franklin escribió en su diario sobre la ordenación del primer obispo de Maryland, sobrino de John Carrol (de Carrollton, el único católico que firmó la Declaración de Independencia), pues al final, se trataba de concretar que dondequiera se ordenase, quien lo hiciera no tendría autoridad sobre nuestro obispo; le dijeron, que para eso los jesuitas dicen lo que sea menester, que “no solo de otros obispos, sino del mismo papa, sería independiente”, lo que, puso Franklin, “no le sonó nada claro”.

Lo que quedaba claro es que la iglesia romana o papado era una más de las iglesias, en el estilo literario de la época: una secta más. (Seguro que esa humillación hacía que cualquier cardenal no necesitase capelo, ya con el rojo de la ira en la cara le valía.)

La insensatez de los puritanos que seguían la senda de la “Pía Asamblea” a la que el buen puritano Owen hace referencia, se tiene que mostrar para que nadie hoy se ponga un hábito de puritano y piense que eso es identidad compacta. (Esa pretendida significación compacta del término se usa en dos direcciones: la peyorativa o la dorada.)

A los que hoy se ponen el traje limpito de, al menos, seguidores de los “puritanos”, en cuanto puedo los llevo de excursión a Dunbar. Solo te acercas un poco y ya estás lleno de barro y pisas excrementos. Se puede ensuciar el traje, seguro, pero la mente sale un poco más equilibrada, más limpia.

Justo un 3 de septiembre de 1650, aunque es de madrugada, las 3 y pico, podemos barruntar algo de lo que pasa. Se está moviendo, con la debida prevención para no ser vistos, bajo una buena lluvia, un ejército de “puritanos” del Parlamento, bajo el mando de Cromwell, allí también está nuestro Owen.

Van a matarse con otro ejército de “puritanos”, estos covenantes escoceses, al mando de un curtido y eficaz comandante. Estamos mirando la colina de Dunbar, no lejos de Edimburgo.

Si hubiéramos llegado un par de días antes, nos llegarían los cantos de salmos por uno y otro bando. Con grandes sermones de predicadores puritanos en ambos lados. Con ruegos y suplicas al Dios de los ejércitos por ambos ejércitos.

Y si en vez de unos días, hubieran sido unos años, los veríamos juntos en Westminster firmando la Confesión, que de los dos bandos contribuyeron a elaborar. Peleando en el mismo ejército contra las tropas del rey.

Pero ahora, en solo tres años, cada uno se ha ido a su casa. La casa del Parlamento, con cabida para grupos disidentes religiosos, sin entrada del rey con su pretensión de rey; la casa covenanter, con el rey como rey y su rechazo como impiedad de todo lo que no sea su modo religioso. Si ellos llegaron a eso, estar en esa colina será muy necesario para que nosotros lleguemos a ver eso.

Y llegados al punto, vemos en esa madrugada al ejército del Parlamento, dicen que por una intuición de Cromwell al leer un salmo, sin dejar tropas de refresco, todos juntos al empuje, bajo la lluvia, que luego cesó, empujando al otro ejército, que era algo superior y estaba asentado, de tal manera que aquello acabó en gran paliza para los escoceses.

Por la tarde se pudieron contar mil o tres mil muertos en sus filas (si solo fueron mil, ya son muchos), frente a menos de treinta en las filas de Cromwell. Preguntando uno de los dirigentes vencido y herido a Cromwell, en presencia también de Owen, ¿por qué había ocurrido aquella derrota tan “de Dios”?, nuestro Owen le contestó: porque habéis confiado en el brazo de carne [eso lo escribió años después el citado dirigente].

Y ya que vamos de excursión, aprovechemos porque justo un año después, el mismo día, esos ejércitos de “puritanos” siguen peleando, con salmos, sermones y oraciones en ambos bandos. En esta ocasión asistiremos a la derrota final del ejército escocés, en esta batalla está al frente el propio rey Carlos II. Otra gran paliza en Worcester. El propio rey escapó por los pelos.

Le pusieron ropas de labriego, y lo escondieron, en un momento, en el tronco de un roble. Al final de varias semanas pudo escapar para Francia. (Al roble le dieron el título de Roble Real, qué menos. La zona se puede visitar en excursión real, no ficticia como esta.)

De todos modos, aprendemos, ya sin tener que ir a ningún sitio, solo a la historia como puede verse, que la cosa pintaba mal. Tras la muerte de Cromwell, incluso nuestro Owen intenta recomponer el ejército independiente ante lo que él veía como derrota no en el campo de batalla, sino en el de las ideas. No consiguió nada.

Lo que quedaba era un espacio de comprensión de la Escritura donde un peregrino camina en su experiencia personal, sin sus hijos pequeños, a los que abandona, hasta llegar a la ciudad santa.

La ciudad que puede y debe construirse en la tierra, ya no vale. Y donde la ciudad no pasa de ser la ciudad de Mansoul (el alma), donde se libra la “guerra santa”. [Como ahora se lee poco, me refiero a John Bunyan y dos de sus obras más famosas.]

Que tenemos luego los grandes episodios de fortaleza en las persecuciones de los puritanos escoceses por parte del rey al que ellos han coronado, pues sí. Crítica de la insensatez de coronarlo, pues nada de nada. ¿Que firmó la Solemne Liga y Pacto?, pues el corazón católico de un rey aleccionado por jesuitas puede con su mano firmar lo que sea menester.

La semana próxima, d. v., seguimos con estas cosas.

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