Reforma de la Iglesia, ni regreso, ni avivamiento, sino una nueva creación

La Iglesia tiene una historia de paso, pero su existencia no está en esas pisadas, porque existimos en el futuro.

24 DE NOVIEMBRE DE 2024 · 23:30

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Imagen de Dieter de Vroomen en Unsplash.

Podemos pensar y reflexionar sobre lo nuestro, la Iglesia de la que somos, y sus reformas a futuro, mirando el pasado, sin quitar ojo al presente, también en otros aspectos de lo que hay. Lo uno no quita lo otro.

Y lo que hay es, entre otras muchas cosas, la miseria, por los miserables, que han actuado como tales en la Dana de Valencia. También el buen trabajo de los que han trabajado. Los dos palos siguen actuando, que cada uno se aguante.

Otras cosas pasan, que llamarlas cosas es por usar una palabra cualquiera. En lo de la Dana ha sido muy recurrente la expresión “que aquello es como una guerra”. Recuerdo, y esto es simple impresión de uno que ve en esos momentos la tele, que en los primeros instantes, por alguna razón, efectivamente me pareció aquello como lo que queda después de un devastador bombardeo. Y pensé de inmediato en Gaza (también en los que habían sido masacrados por los terroristas, cómo lo tuvieron que vivir para morir), con la diferencia de que eso de Gaza procede del terror de bombas “inteligentes”, no de una situación atmosférica. Cuando a un niño lo parten, llora, y sus padres y abuelos lloran, no hay sitio que sea “otra parte”. Miserables.

De alguna manera esa mirada nos pone en la conversación de hoy. La Iglesia tiene una historia de paso, pero su existencia no está en esas pisadas, porque existimos en el futuro. Con promesas y en esperanza, aunque eso ya lo tenemos, ¡incluso nuestros niños!

Hechos tan de fundamento como la cruz (todo lo que implica el suceso del Calvario), que son hechos de historia, no tienen significado en la medición histórica. El más excelente y honesto historiador sólo te puede describir hechos que ocurren. Pero el hecho de la cruz no está sujeto a ese momento y tiempo. Tiene que ocurrir ahí y no en otro momento. “Venido el tiempo…. Aún no ha llegado mi hora…”, etc. nos coloca en el tiempo de almanaque, pero el día de la cruz sigue vivo con nosotros, que somos crucificados, porque fuimos, juntamente con él.

En el buen sentido, seguimos sin tener un punto donde asentar la cabeza con nuestro Redentor. Las zorras sí tienen sus lugares, sus santuarios, sus reliquias, pero nosotros solo tenemos al Redentor, que ha sido puesto fuera de la gloria religiosa y política (el templo y el imperio). Al salir con Él fuera, hemos dejado fuera todo lo que el hombre pone dentro.

Esto no es nuevo. Si miramos en toda la historia que se presenta en el llamado Antiguo Testamento, ¿dónde podemos quedarnos? ¿Dónde posar la cabeza? Todo su sentido está en el futuro, en el Mesías y sus frutos. Incluso en momentos de “avivamiento”, lo que luego queda es solo escombros de la conducta humana. Cierto que existen momentos especiales, como la salida de Egipto, pero eso ya vemos cómo se resuelve al poco, en rebelión y apostasía. En el Nuevo Testamento pasa lo mismo, está allí el momento central de toda la existencia de la humanidad, y ningún “historiador” puede ver más de lo que se ve. Incluso los que siguen al Maestro, tienen momentos de gloria especial, como la transfiguración, pero al poco se duermen. Sin duda, lo que llamamos Reforma Protestante, en sus inicios, fue algo notable, pero luego se desvanece. Podemos aprender de esos momentos mucho, pero, al final, la vida que tenemos la tenemos en su dimensión de futuro, de vida eterna.

Por eso aquí enfatizamos que todo se hace nuevo, que somos nueva creación (en el Cristo), y eso es lo que miramos para seguir, por eso somos futuro. Cuando se pretende quedarse en algo del pasado, por muy bueno que parezca, al final, se busca asentar la cabeza en algún punto, y ese punto se trasforma en santuario.

Dos ejemplos, sin mayor relevancia, pero es que los tengo aquí. Uno, unas palabras de soporte argumental de W. Law, (-1761) en su obra famosa sobre la búsqueda de la integridad moral (Un serio llamamiento… uso la edición de 1840), donde expone su doctrina de salvación, “una manera perfecta de vida”, que consiste, y da algunos textos de la Biblia, en “que nuestra salvación depende de la sinceridad y perfección de nuestra conducta para obtenerla”; (a mi modo de ver, la declaración no puede ser más venenosa y destructiva, pero ese texto fue fundamento de algunos evangélicos de santidad y avivamientos) y esos argumentos quedan sustentados en el momento tan inigualable de la santidad y perfección de la Iglesia, según el testimonio “del famoso historiador eclesiástico Eusebio, que vivió en el tiempo del primer concilio ecuménico cuando la fe de nuestro Credo Niceno fue establecida, cuando la Iglesia estaba en su mayor gloria y pureza, cuando sus obispos eran santos y santos padres eminentes”. Este lenguaje “evangélico” no es sorprendente, pues es común ver esos tiempos como el topos donde se debe volver, que no deja de ser muestra de qué se cree, pues esos tiempos son los del monacato, donde los héroes son eremitas y monjes, y donde ya están por todos lados las reliquias y santos. (Si alguien, y son multitud, quiere asentar la cabeza en ese sitio y tiempo, que se acueste, y duerma.)

Otro ejemplo, muy diferente, pero que también es una manera de querer asentar la cabeza en un sitio y tiempo, en este caso la Escocia del XVI y XVII. Se trata de Sketches…, obra editada con los apuntes de personajes y sucesos tras su viaje a Escocia por James Calvin McFeeters en 1913. Textos de gran fervor y ánimo. Útiles para el lector, sin duda. Pero se presenta una época y un sitio como un santuario especial, que hay que conservar y al que hay que acudir, ¡casi en peregrinación! No, eso no es bueno. Para cimentar ese espacio y situación, incluso cambia la situación de los primeros pasos del cristianismo en Irlanda y Escocia. Que allí en los primeros siglos hubo una “iglesia presbiteriana”, pues no. Vale que los obispos no eran como en Oriente. Pero lo que allí hubo, por lo que sabemos, fue un cristianismo de monjes, con monasterios, cuyos abades se elegían de entre los grupos tribales, como un acto tribal más, de familiares. Por si fuera poco, de ahí salió el primer manual de confesores, para medir y tasar la penitencia correspondiente a cada pecado. Modelo, modelo, aquello no parece.

En el libro se menciona un fragmento del que se ha llamado el documento o “paper” de Queenferry. Encontrado en esa ciudad al buen Henry Hall, en su cuerpo tras matarlo, en 1680. No estaba firmado (otros documentos parecidos si lo fueron, con gran parafernalia pública), entre otras cosas se decía que “nos comprometemos y obligamos [pacto] a defendernos mutuamente, en nuestra adoración a Dios y en nuestros derechos y libertades naturales, civiles, y religiosas [divinas], hasta que hayamos vencido, o remitamos este debate a la posteridad, para que otros puedan empezar donde nosotros hemos terminado”. Es evidente que aquellos covenanters estaban convencidos de lo que creían. Muy bien. Pero eso no da pie a dogmas. Pactar defender, hasta la muerte, “lo que esté de acuerdo a la Palabra de Dios y a nuestros Pactos Nacionales”, muy bien para ellos. Pero esa “y” sobra para otros momentos y otras gentes. Unificar Palabra de Dios y Pactos Nacionales, ambas cosas en el juramento de pacto, es una aberración, si se quiere tomar como modelo. Que allí se hizo como mejor entendieron, vale; pero que se entienda que eso no vale para todos y todas las épocas.

Por esos somos libres. No necesitamos, ni buscamos, sitios donde quedarnos. Tenemos muchos ejemplos de la misericordia de nuestro Dios en el pasado. Muchos ejemplos. Una nube de testigos. Yo mismo no dejo de recordar una y otra vez a nuestra reina Juana de Albret, por poner un caso. Pero sus vidas están con nosotros, en el futuro, viven con nosotros. No necesitamos reliquias de ningún tipo. Si algo vemos en ellos, como diría uno de los nuestros, es “nuestra condición caediza”.

Y he puesto lo de Gaza, porque supone un modelo gordo de ese buscar y necesitar un sitio, una marca. No entro en discusiones interminables sobre ese modelo de escatología, que doctores tienen las fábulas judaicas, pero se trata de sostener a Israel como entidad, pues es la pieza necesaria, tras ser achicharrado (que esto no se dice), para que Cristo venga personalmente a la tierra, y reine con los judíos mil años. Nosotros, ya se ve, no necesitamos que nuestro Redentor venga, o nos convoque en algún sitio, su reino ya es reino eterno, y está como está ahora entre nosotros. Si acaso, es lo que yo creo, veremos la gloria de ese reino por toda la tierra, que hasta ahora no hemos visto. Pero por su Espíritu, con sus conversiones y convertidos, todos puestos en el futuro. Nuestro futuro, que ya lo tenemos.

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