Calvino: respondiendo a Elvira Roca

El mismo Castelio, en su gran confrontación con Calvino, afirma que él no mató a Servet. Fueron “los ginebrinos”.

01 DE JULIO DE 2018 · 06:05

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“Calvino quemó a 500 herejes en 20 años”, nos pontifica Mª Elvira Roca. Ex cátedra.

Ya sabemos que el material con el que la señora Roca compone su España es bálsamo para algunas almas católicas; también sabemos que sirve igualmente para que algunos partidos fabriquen su bandera de su España. Pero esto es solo una parte pequeña, ruidosa. La España normal, tiene otros referentes. Imperiofobia no deja de ser un edificio en el que puedes ver algún ladrillo suelto, y es verdad lo que se dice (que ya se sabía antes, no se ha descubierto nada), pero que el conjunto es algo sin el mínimo rigor histórico. ¿Por qué algunos lo han aceptado y le han hecho publicidad? Porque lo presenta la autora envuelto totalmente en papel con los colores de la bandera de España, y a muchos con eso le basta para comprarlo, si la envoltura es ésa, lo de dentro no importa, porque ahora se trata de la bandera, no de historias.

Esto comentaba Melitón Cardona (Embajador de España), en la Revista o blog, “General Dávila” (4/02/ 2018). “Asistí el pasado lunes 29 al almuerzo que organizó el Club siglo XXI (felizmente dirigido por mi amigo y compañero Chencho Arias) con intervención de la profesora Roca Barea…En el turno de preguntas al que se sometió tuvo ocasión de hablar del problema de autoestima de los españoles, de la locura independentista catalana, de la facilidad con la que muchos españoles han asumido nuestra leyenda negra y de desmontar tópicos como el de la libertad de prensa o religiosa en algunos países protestantes.

En España, uno de los fenómenos más desconcertantes de nuestro tiempo es la generalización de la aspiración a la insignificancia que consiste básicamente en una trasferencia de los horizontes vitales amplios a ámbitos de irrelevancia en los que la gente se siente más segura en su aislamiento provinciano. Esa renuncia entusiasta a proyectos ambiciosos y viables en favor de otros mediocres cuando no inviables es caso digno de estudio. Roca Barea se refirió a ello y no tuvo reparos en criticar el diseño autonómico de nuestro Estado en un país de tendencias centrífugas y a gobernantes que deberían instruirse mucho más antes de entrar en la Moncloa.

Recomiendo vivamente la lectura de Imperiofobia y leyenda negra: si el nivel intelectual medio de nuestros políticos fuera siquiera la cuarta parte del de la profesora Roca Barea, otro gallo nos cantaría”.

Los políticos, no sé, pero, por supuesto, otro gallo nos cantaría, si el Cuerpo Diplomático tuviere un conocimiento del protestantismo, que no le provenga de la leyenda negra que han montado los propagandistas católicos de la fe en la España de Trento.

Las burradas que Roca Barea espeta contra el protestantismo no me detienen ni un minuto a “desmontarlas”, pues para eso haría falta que tuvieran armazón, aunque fuera mínimo. No, realmente son un vómito, como el que aquí miramos hoy, los 500 herejes matados por Calvino en 20 años. Pero, como ya indiqué, se trata del uso que de ellas se hace por medios culturales y políticos; lo cual representa que algunos compran el producto, se supone, porque lo consideran regenerador de esta España nuestra, tan deprimida por los conjuros del malvado norte protestante. De manera que, con el vómito en el suelo, queda echarle un poco de serrín y avisar para que no se pise, hasta que vengan a ponerlo en el contenedor de basura; pero si en vez de serrín, alguien lo tapa con una bandera, y ves que algunos se lo llevan en ella envuelto, y presumen y publicitan el vómito, por su envoltura, entonces sí que tienes que decir algo sobre el asombroso suceso.

En el caso de Calvino, también hay que añadir, que el vómito no es nuevo (aunque eso de 500, yo no lo había leído antes), y que tenemos casos de gente que se lo ha llevado sin envoltura siquiera. Tal cual. Sin necesidad de excusa. No existe temporada de veda; contra Calvino, todo, y a todo tiempo: todo vale.

Algunas obras lo presentan como el epítome del rencor, del odio a la libertad y la felicidad de la gente, en fin, del tirano de los tiranos. Podemos fijarnos en una, muy conocida. En 1936, Stefan Zweig publicó una alegoría sobre Hitler y el poder del su partido, es la conocida Castelio contra Calvino, en la que, como puede verse por el título, usa a estos dos personajes como personificación de los lados opuestos de la situación que vive en ese momento Europa. Llevaba un subtítulo, que en la edición castellana traducen por “conciencia contra violencia” (Order ein Gewissen gegen die Gewalt). La figura de Calvino es presentada de forma tan despreciable, que una bola de carne putrefacta y agusanada atraería más empatía. Aunque es, y se sabe, una alegoría, con la caricatura demoniaca de Calvino, y que no tiene rigor histórico; sin embargo, ha sido el retrato más reproducido de Calvino en tiempos modernos. Menos mal, nos dice el autor, que Europa, “como en este tiempo con su voluntad de vivir”, se libró de la oscuridad, de ser “ginebrizada”. ¿Y quién ha ganado esa batalla? Un solo individuo, desarmado, Castelio. (Ésta es la alegoría: un hombre, desarmado, con su conciencia, vencerá el poder nazi.) Frente al indefenso, pero, al final, vencedor, Castelio; Calvino tenía (esto no puede ser historia) con él “miles y cientos de miles, además del aparato militar del poder estatal.”

Habría que poner Hitler, pero se puso Calvino. “Todo aquello que tiene influencia en la ciudad y en el Estado depende de su poder omnipotente: el conjunto de las autoridades y de las competencias, el magistrado y el consistorio, la Universidad y la justicia, las finanzas y la moral, los clérigos, las escuelas, los alguaciles, las cárceles, la palabra escrita, la hablada, incluso la susurrada en secreto…” Y Calvino ha quedado con esa imagen, que algunos consideran conforme a los datos históricos, pues les conviene. A no pocos protestantes, para quien Calvino ha sido tan incómodo por sus exégesis bíblicas, les ha venido muy bien esta caricatura, pues así se libran del Calvino que vivió y murió en Ginebra.

Sobre la imagen de este “histórico” Calvino de Zweig, les pongo una referencia aclaratoria del uso de la misma como “hecho cultural”. El periodista y escritor Sergio del Molino, en un artículo donde precisamente se advierte de los juicios inapelables de la red, y cómo con ello se está en una tiranía “jurídica” donde los jueces andan sueltos en su anonimato, que titulaba Hacia una Inquisición 2.0, (El País, 18/02/2018) y advertía sobre la pervivencia en la sociedad de “la presunción de culpa” medieval, se despachaba así sobre Calvino (haciendo lo que criticaba: ¡asumir la presunción de culpa!): “Todo empieza con una de las ordalías más ignominiosas de la historia intelectual europea: la ejecución de Miguel Servet a manos de Calvino en Ginebra. Calvino fue un fanático religioso no muy distinto de los de hoy, que instauró un régimen de terror en la ciudad suiza, un tiempo y un espacio narrados magistralmente por Stefan Zweig en Castelio contra Calvino. La obra se publicó en 1936, cuando los nazis ya habían prohibido los libros de Zweig en Alemania y éste iba a emprender el exilio. Es por esto por lo que el texto se ha leído más como una alegoría del presente que le tocó vivir que como reconstrucción histórica de un pasado de intransigencia religiosa.” Y se refiere luego a Eugenio Fuentes, por un reciente libro sobre este tema. “Del mismo modo, Eugenio Fuentes lee la historia de Calvino [no aclara si la “historia” de Zweig] y no puede evitar la analogía con la actualidad, y no precisamente recurriendo al Estado Islámico: “Al tiempo que condena sin juicio al adversario”, escribe, refiriéndose a los torquemadas y calvinos que predican en las redes sociales.”

No sabemos si ante tantos quemando a Calvino, el bueno de Castelio no escribiría hoy un libro en su defensa. “Castelio contra la leyenda negra de Calvino”.

Al realizar una caricatura de Juan Calvino, se tiene que hacer otra de la Ginebra de su tiempo. No hay posibilidad de pintar a uno sin la otra. Y como con el personaje tendremos siempre opiniones y gustos, será bueno ponernos un poco en la situación de la ciudad, pues con ella “veremos” mejor a Calvino. ¿Cómo quedan la ciudad y sus habitantes cuando se presenta a Calvino como su dictador cuya voluntad era la ley inviolable? Vale que no se respete a Calvino, pero, al menos, convendrá un poco de respeto a Ginebra y sus ciudadanos. Si Calvino es el dictador con “poder omnipotente” (Zweig), entonces los ciudadanos son abyectos esclavos serviles, los peor de todos: serviles voluntarios. Y las instituciones de la república carecerían de la mínima dignidad. Al falsificar a Calvino, se falsifica a Ginebra. Si él no merece respeto, que lo merezcan los ciudadanos ginebrinos y las instituciones de su república.

Ginebra es una de las ciudades que mejor puede ser visualizada en ese periodo del siglo XVI. Disponemos de multitud de documentos sobre sus instituciones, funcionamiento, actas, personal, nombramientos, relaciones, etc. El resultado, para cualquiera que maneje esos documentos, aunque pueda sentir un profundo desprecio hacia Calvino, es que en esa Ginebra no se puede dar una dictadura personal, y menos, por un pastor extranjero. Respecto a esa mirada necesaria sobre la estructura política y religiosa de Ginebra, un buen resumen lo encontramos en la obra de William Monter (Calvin’s Geneva, 1975 –El autor tiene publicado un trabajo muy valioso sobre la Inquisición española-); los archivos del Consistorio en tiempos de Calvino se empezaron a publicar en 1996 por Robert Kingdon. En fin, que quien quiera ver tiene mucho donde mirar.

Además, es evidente por esos datos, que las libertades civiles de Ginebra no proceden de la Reforma, son anteriores. Como anterior es el modelo de gobierno republicano, que luego, no necesariamente por la Reforma, sino durante el tiempo de la misma, se modifica en algunos aspectos. Gobierno que tiene un órgano fundamental: el Gran Consejo o Asamblea General, donde cada año votan todos los ciudadanos libres (a mano alzada). Luego están los otros órganos interconectados: el Pequeño Consejo (de 25 miembros, con sus 4 Síndicos), que es el de gobierno diario; el Consejo de los Sesenta, y el de los Doscientos. Los cargos de gobierno, como en toda buena república, se señalan por esos consejos a los ciudadanos particulares, los cuales tienen que aceptarlos (y pagar los gastos de su actuación de su bolsillo. Si alguien se negaba, era multado y le salía más caro). Cada año se renovaban; no se podía acceder de nuevo, en general, hasta pasado un tiempo. ¡Que no había manera de que se diera una dictadura!

Los ciudadanos de Ginebra habían, pues, luchado y conseguido sus libertades civiles. Liberados de la casa de Saboya y del obispo (durante los últimos años eran lo mismo), porque no quisieron reconocer precisamente esas libertades, se constituyen en república independiente. Esto no fue totalmente pacífico, hubo sus facciones, unos cuantos espadazos, y alguno escapó a mejor lugar. Solicitaron que se repusiera un obispo que no huyera, pero con las condiciones que la sociedad civil establecía. “Los Síndicos y el consejo… Nuevamente sin respuesta, el 1 de octubre de 1534, declararon la sede episcopal vacante, ocuparon la residencia del obispo y retomaron el conjunto de regalías episcopales, incluida la de acuñar moneda. Ginebra fue desde ese momento una república independiente” (Antonio Rivera, Los orígenes de la República calvinista de Ginebra, 2015). Ginebra, una ciudad ciertamente de las más pobladas del entorno, pero “pequeña” en tanto que contaba con unos diez mil (doce si se cuenta el reducido espacio rural), no dejaba de ser un punto débil en medio de las más poderosas Friburgo y Berna. Un bastión católico la primera, y ejemplo del nuevo modelo protestante la segunda. Ambas quieren tutelar, y Berna es un referente de ayuda en la independencia. Tras la final ruptura con Friburgo, bajo la mirada de Berna, en agosto de 1535, el Consejo de los Doscientos suspende las misas, y el 21 de mayo del mismo año, el Consejo General (a mano alzada) votó la adopción de la reforma protestante (“la santa ley evangélica y la palabra de Dios”). Luego llaman a Farel, que viene como delegado por Berna, y ya se sabe lo siguiente. Calvino llegó de paso en julio de 1536, y no más del 16 de enero del año siguiente, presentan al Consejo unos artículos de gobierno eclesiástico: la iglesia se configura como poder independiente. Y no más del final del año siguiente, el Consejo de los Doscientos y luego el General, expulsan a Farel y Calvino. (Tras su regreso en septiembre de 1541, Calvino se queda hasta su muerte.) Al menos en su inicio, una dictadura con “poder omnipotente”, un poco extraña; suponemos que todavía no quemó a nadie.

Conviene tener algunos apuntes de la situación antes de la llegada de Calvino en 1536. Podemos conocer bastante, y con ello usar claves para explicar los acontecimientos ulteriores de la república durante la vida de Calvino. Disponemos de abundantes datos (ya he citado la obra de Monter, y allí se puede ver mucho donde remitirse). La Ginebra “de Calvino”, antes de ser “suya”, disponía de, por lo menos unos seis conventos y otras tantas iglesias. De gremios de artesanos, nada. Era una ciudad comercial, de ferias y banca, pero no productora. (Luego, con la Reforma, y, sobre todo, con la presencia de refugiados, comenzará a producir.) Ciudad imperial, tuvo durante años un conflicto de jurisdicción entre el obispo y la casa de Saboya. Hasta que las dos partes se convirtieron en una. Los obispos eran de la casa de Saboya, todo arreglado. Incluso tuvieron su papa. El Félix V, obispo de Ginebra; el gran visitado en Wikipedia cuando renunció el papa Benedicto Ratzinger, pues éste Félix también renunció.

La primera “presencia” de protestantes en Ginebra proviene de una situación compleja. La protestante Berna (desde 1528) y la católica Friburgo tenían acuerdo con Ginebra de protección mutua. En 1530 Ginebra les pidió ayuda militar contra la casa de Saboya. Sobre todo, Berna acude con un buen ejército ¡de protestantes! Por el camino no solo pelean contra Saboya, también se ocupan en destruir imágenes y reliquias. Ginebra, ante la pronta llegada de sus aliados, viendo lo que hacían, decidió que se cerraran las iglesias y conventos, no sea que estos aliados se ocuparan dentro de la ciudad de hacer lo mismo que de camino. Efectivamente no hubo destrucción de imágenes y reliquias, pero las tropas de Berna exigieron poder celebrar su culto protestante. Pusieron a un predicador que cada día, en la catedral, les ofrecía predicación y servicio religioso. Esta es la primera “predicación” protestante en Ginebra. A los pocos días, cuando las tropas se fueron, todo quedó “oficialmente” como antes. La presencia de predicadores protestantes estaba prohibida. La primera llegada de predicadores: Guillermo Farel, Antonio Saunier y Pierre Olivetan, tras juicio público por la autoridad catedralicia, terminó con expulsión, y ¡casi linchamiento!

De todos modos, ya nada era como antes. Se dieron casos de destrucción de imágenes y reliquias, ahora por grupos ginebrinos. Y las iglesias protestantes ya no enviaban ayuda militar contra Saboya, sino predicadores contra el papado. Sabemos que Farel, expulsado, desde Lausana, recabó la ayuda del joven Antonio Fromment para lograr en Ginebra lo que él no pudo. Llegó en noviembre de 1532. Su trabajo evangelizador lo ocultaba con su trabajo de tutor privado. La iglesia clandestina creció. Incluso se animó a salir a la luz pública, y en año nuevo, pretendieron realizar un culto público en la plaza. Otra vez fueron expulsados. (Entre los convertidos en ese grupo, aparece Amy Perrin, personaje que tantas veces lo veremos en la historia de Ginebra y de Calvino.) Pero ya no eran expulsiones “pacíficas”. Se dieron tumultos, alguna pedrada, y no pocos ya salían con el garrote en la mano. Se quiera o no, guste más o menos, la Reforma entraba en las ciudades con esos conflictos. Se da un hecho casi repetido: para que la Reforma pueda instalarse, tienen que salir las imágenes y reliquias. Nunca lo uno sin lo otro. Y, al revés, cuando se recupera una ciudad para el papado, entran de nuevo las imágenes y reliquias. Los papistas habían traído a un predicador dominico incendiario. Predicó en la catedral con graves insultos para los protestantes: ¡esos que comían carne los viernes! Sobre los sacerdotes y la eucaristía profirió unas burradas asombrosas. Berna reclamó que se debatiera en público con Farel de esas cuestiones. El dominico (Furbity) se negó a rebajarse a debatir de teología con un tipo tan “vil y malo”. Berna obligó, ultimátum por medio, a que el debate se produjera. Con presencia de embajadores berneses, se llevó a cabo. Estaban allí Farel y Pierrre Viret. Se ordenó al dominico retractarse. La bronca estaba servida.

Amy Perrin, de familia poderosa ginebrina, con un grupo interrumpió una procesión. Llegaron al convento franciscano, y entraron por la ventana. Puso en el púlpito a Farel para que predicase. El primer sermón protestante en Ginebra se dispuso por los soldados berneses. Ahora, el primer sermón público de la nueva etapa, se lleva a cabo por la acción de grupos civiles, no exentos de violencia. “Por un acto de abierta rebelión contra las leyes establecidas, los protestantes finalmente ganaron un lugar público de adoración” (Carlos M. N. Eire, 1986). (Mejor no pensar qué harían esos pastores que necesitan sus tres días para preparar su sermón en estas circunstancias.)

Las autoridades de Ginebra tienen delante un problema que era bastante común en esos momentos: la cuestión religiosa “produce” resultados sociales, y se ha tornado una cuestión de conflicto y convivencia civil. Se encuentran entre Berna y Friburgo. Una reclamando tolerancia para los protestantes, y la otra exigiendo que no se tolerase la presencia de predicadores protestantes. Al final, Friburgo rompió los acuerdos (15 de mayo de 1534) y solo quedó Berna. Luego, como ya se ha dicho, se concluye el episodio con la aceptación de la Reforma por la Asamblea General.

Sin embargo, el poder civil ginebrino mantendrá una pugna permanente para retener el control social y político de la reforma religiosa. En eso sigue el modelo luterano de Berna. De ahí las continuas confrontaciones con Calvino, para quien la esfera religiosa de la iglesia debe quedar fuera de la jurisdicción estatal. El gran avance de Calvino en este contexto es “lograr” que la excomunión fuese algo propio de la iglesia y no del Estado. Y eso no lo consigue siempre. Incluso el órgano “eclesial” del Consistorio, lo componen 12 representes puestos por el poder civil, y unos cuantos pastores (junto con Calvino); de manera que siempre el poder civil tenía mayoría. Los casos que se podían tratar y dirimir eran de conducta relacionada con la religión. No tenía poder en la esfera estatal. No podía condenar a muerte a nadie.

La oposición estaba en su grado máximo en 1553. El Pequeño Consejo lo componía y presidía el grupo enemigo de la posición de Calvino. Habían llegado a quitar de la mano del Consistorio la excomunión, al negarle validez en un caso concreto. De manera que, en ese momento, incluso el aspecto más religioso estaba en manos del poder civil. El “dictador omnipotente”, como en otras ocasiones antes, ve que su salida de Ginebra es cuestión de tiempo. Y en esas llegó Miguel Servet.

Unos siete años antes, había escrito Calvino que si el tal Servet viniese a Ginebra, procuraría con todas sus fuerzas que no saliese vivo. Acababa de recibir unas notas insultantes hasta el extremo sobre el Redentor. Yo no sé qué habría hecho en su lugar. De todos modos, tras el cabreo momentáneo, es evidente que no buscó la muerte de Servet. Pudo descubrir dónde estaba, y ya la mano papista se hubiera encargado de liquidarlo. No lo hizo. Al final, de modo indirecto, se supo quién era el que vivía en Vienne con nombre falso. La Inquisición papal lo atrapó. Huyó; y lo quemó en efigie. Llegó a Ginebra, donde, no se olvide, Calvino está en sus horas más bajas. Es descubierto y puesto a juicio. Lo normal hubiera sido que su caso lo tratara el Consistorio. Pero el Consejo (25), presidido por el enemigo jurado de Calvino, Amy Perrin, no quiere que los pastores tengan poder social. Se ocupa de Servet. El poder civil, el estatal, juzgará y condenará a Servet.

Todo es un despropósito. Incluso ofrecen al acusado que lo pueda juzgar la Inquisición papal. Por supuesto, Servet suplica que no lo pongan bajo ese tribunal, él prefiere Ginebra. Durante el juicio, incluso sus actuales defensores, no se explican por qué usó de palabras tan insultantes contra Calvino, incluida su petición de muerte. La contradicción es de todos, aunque al que queman es a Servet.

Calvino no quemó a nadie. No podía. Tampoco a Servet. Es el poder del Estado quien lo hace, el único que puede hacerlo. El retrato del contexto de Ginebra ha desaparecido; solo queda la caricatura de Calvino.

Y queda, como frase sacramental de efecto inmediato, eso de “matar a un hombre no es defender una doctrina, es matar a un hombre”. Todo pastor que se precie (por centrarnos en el ámbito evangélico) la habrá pronunciado alguna vez. Suele hacerse modulando la voz, con media sonrisa de superioridad moral. Solo pronunciarla produce indulgencia plenaria: ¡qué gran tipo el que la pronuncia! Normalmente suele decirse en medio del ruido de un discurso falsificado, y Calvino está por ahí. Cuando Calvino mató a Servet, no defendió una doctrina, mató a Servet.

La frase se encuentra en el escrito de Sebastián Castelio Contra el libelo de Calvino. Es una obra escrita contra la justificación de Calvino respecto al derecho del Consejo de Ginebra para actuar, y condenar a muerte, a Servet. En ella, Castelio, con el método de diálogo (entre un Calvino y otro que responde, Vaticano), reprocha a Calvino que con esa justificación contradice sus muchos asertos anteriores. Efectivamente, se trata de presentar las muchas afirmaciones de Calvino en favor de la libertad de conciencia, y cómo, al justificar la acción del poder estatal, se contradice.

Calvino ha afirmado que los pastores deben llevar la cruz, pero “a los reyes se les ordena que defiendan con su protección la doctrina de la piedad” (Calvino # 77, y contesta Vaticano), “Matar a un hombre…” Pero debe recordarse que Castelio, después de poner “es matar a un hombre”, sigue: “Cuando los ginebrinos mataron a Servet, no defendieron una doctrina, mataron a un hombre”. El mismo Castelio, en su gran confrontación con Calvino, afirma que él no mató a Servet. Fueron “los ginebrinos”. Así que, contra quien diga que Calvino mató Servet, ahí está el bueno de Castelio para defenderlo. No fue él, sino los ginebrinos.

Castelio reprocha a Calvino que haya justificado la actuación del Estado en un asunto de herejía. Y lo hace de manera sorprendente. Calvino, según Castelio, no ha explicado bien, no ha demostrado, que Servet fuese impío o blasfemo, sólo hereje. Ése es el problema, porque si hubiera demostrado que era impío o blasfemo, entonces la intervención del Estado sería correcta. (No se me enfaden, que esto es lo que decía Castelio.) Calvino había “mezclado” la herejía, con la impiedad y la blasfemia, y así puso todo en un mismo sitio. “Pero no nos satisface este engaño. Que muestre Calvino la ley que ordena matar a los herejes. No existe. Existe sobre los apóstatas y los blasfemos”. (Calvino # 125, y la respuesta de Vaticano)

Y tengo que terminar. Que esto es larguísimo. Dos semanas más, d. v., estaré con ustedes. Veremos algo sobre la Apología de Guillermo de Orange. Para desmontar la propaganda de Mª Elvira Roca.

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