Lo que aprendemos del problema del mal con “la niña del napalm”

Para muchos, su historia tiene que ver sobre todo con el perdón. Y no es para menos. Sin embargo, la historia de Phuc también permite desarrollar una reflexión más profunda sobre el problema del mal en el mundo y la forma de entenderlo desde una cosmovisión bíblica.

11 DE JULIO DE 2024 · 14:00

La famosa imagen de Nick Ut, con la niña Kim Phuc en el centro. / <a target="_blank" href="https://en.wikipedia.org/wiki/Nick_Ut#/media/File:The_Terror_of_War.jpg">Nick Ut, AP</a>, Wikimedia Commons.,
La famosa imagen de Nick Ut, con la niña Kim Phuc en el centro. / Nick Ut, AP, Wikimedia Commons.

Era junio de 1972 cuando la aviación estadounidense bombardeó Trảng Bàng con napalm y quemó, entre muchas otras personas y hogares, buena parte del cuerpo de Kim Phuc. Su fotografía corriendo desnuda por la carretera, con la piel quemada y gritando de dolor, que le valió a Nick Ut el premio Pulitzer en 1973, es muy reconocida en el mundo. 

Dejada con tan solo 9 años en la morgue, donde la encontraron sus padres, para Phuc comenzaba en realidad una vida de un constante y largo sufrimiento. Dan prueba de ello las 17 operaciones de injertos de piel a las que se ha tenido que someter hasta ahora, con 60 años. «Estaba llena de odio, amargura e ira, hasta que llegué a ser cristiana», explicaba Phuc en una ocasión1.

Para muchos, su historia tiene que ver sobre todo con el perdón. Y no es para menos. Tiempo después, Phuc se reencontró con John Plummer, uno de los pilotos que participaron en la orden de bombardear Trảng Bàng el día que Phuc fue quemada con napalm. Él le pidió perdón y ella le respondió que perdonaba: «Todo ya está en orden»2. Sin embargo, la historia de Phuc también permite desarrollar una reflexión más profunda sobre el problema del mal en el mundo y la forma de entenderlo desde una cosmovisión bíblica

¿Una pregunta subjetiva?

Como le ocurría a Phuc, es habitual que cuando pensamos y hablamos del mal lo hagamos desde una óptica mayoritariamente subjetiva. De hecho, nos es difícil abarcar una definición completa del concepto del mal, por lo que o lo planteamos según nuestras propias experiencias de dolor, o lo hacemos según los tópicos generales a los que, en cierto sentido, todos nos reconocemos sujetos a la posibilidad de padecerlos, como una catástrofe ambiental, una enfermedad o una guerra. «Miraba mis brazos y me preguntaba: ¿por qué a mí? Llegué a pensar que no tendría novio, ni me casaría, ni tendría un bebé»3, se lamentaba Phuc al hablar de su dolor. 

Es posible, pues, que al hablar de mal, muchos de nosotros nos refiramos especialmente a nuestras experiencias dolorosas y a esas categorías generales a las que reconocemos que podemos estar sujetos. Sin embargo, es importante plantear la cuestión con una perspectiva más amplia. Es decir, hablar del mal como esa entidad de carácter particular, con la capacidad de expresarse en el mundo tanto a nivel general (catástrofes, enfermedades, etc.) como personal (el mal que me ocurre a mí) y que es externo al mundo, o sea, irrumpe en algún momento en la historia, aunque no es externo al conjunto del orden creado. Esta es la perspectiva cristiana. Norman Geisler la describe así: «[…] tanto Dios como el mal son reales. Sin embargo, esto no constituye de verdad un problema, al menos para el concepto cristiano de Dios. El Dios de la Biblia lo sabe todo y preveyó que aparecería el mal en su mundo»4. Siguiendo esta línea de argumentación, la pregunta pertinente no sería tanto por qué Kim Phuc fue quemada con napalm, sino, en un sentido objetivo, por qué algo así puede tan siquiera llegar a ocurrir en un mundo que, en el principio fue declarado «bueno».

El mal no compromete a Dios

La realidad del mal parece, para muchos, el fundamento de esa idea por la cual la existencia de Dios queda comprometida. Es lógico. A simple vista parece más soportable la idea de un cosmos sometido a algo como el mal de forma natural, ya sea por azar o por el proceso de la selección evolutiva, que no el hecho de concebir que exista el mal al mismo tiempo que se afirma la realidad de un ser supremamente bondadoso, como es Dios. Sin embargo, no tiene por qué verse desde esta paradoja. El filósofo de la religión Alvin Plantinga, distingue entre dos líneas de explicación posibles. La primera, dice, es la de la «teodicea del libre albedrío», según la cual el mejor universo es el que contiene criaturas libres, con la capacidad de escoger entre el bien y el mal, y en el que algunas escogen el mal y otras el bien. Esas elecciones llevadas a cabo en libertad son la razón suficiente por la que Dios permite la posibilidad del mal. En ese escenario, también es seguro que un número relevante de criaturas escogerán amar y seguir a Dios de forma voluntaria. 

Plantinga, no obstante, prefiere hablar de una «defensa del libre albedrío» para explicar la posibilidad real del mal. Dice: 

Un mundo que contiene criaturas que son significativamente libres (y que libremente realizan más acciones buenas que malas) es más valioso, siendo otro igual, que un mundo que no contiene ninguna criatura libre en absoluto […] Dios puede crear criaturas libres, pero no puede causar o determinar que hagan solo lo que es correcto. Porque si lo hace, entonces no son significativamente libres.5

Siguiendo el argumento de Plantinga, parece factible la conclusión de que para que haya un solo ser humano que opte por hacer algo bueno, como Kim Phuc cuando perdona al piloto que ha bombardeado se pueblo con napalm y le ha quemado el cuerpo, el mal también debe ser una posibilidad real. De lo contrario, ¿podría ser el bien el mismo bien? El razonamiento de Plantinga le da la vuelta a la tortilla: ¿y si en lugar de ver el mal como algo que compromete la existencia de un Dios infinitamente bondadoso, fuese visto como algo que reafirma su realidad, su deseo de ser buscado libremente (por la voluntad) de sus criaturas y su capacidad para crear un cosmos en consecuencia? 

Esta idea no es dualista. No implica que para que existe el bien tenga que existir el mal, puesto que el bien se encuentra definido en la esencia misma de Dios, la cual es inalterable. Más bien, se trata de reconocer en la existencia del mal la realidad de un universo creado por un Dios que desea que le busquen de corazón, con voluntad expresa (Jeremías 29:13), y libertad. Y la libertad debe incluir, necesariamente, la posibilidad del mal.

El mal no imposibilita el bien

En este sentido, otro aspecto desde el que es conveniente abordar la realidad del mal es que éste no imposibilita el bien. Y esto también puede resultar en una afirmación de la bondad infinita de Dios, que no permite una libertad caótica, sino una libertad medida, en la que el mal pueda ser una posibilidad, pero no anular por completo el bien sino incluso exaltarlo. Kim Phuc podría haber muerto como consecuencia de las quemaduras, o abandonado en la morgue, si sus padres no hubiesen sentido la necesidad de ir a buscarla. Pero, probablemente, el piloto de bombardeo Plummer se habría arrepentido igualmente sin la posibilidad de recibir el perdón directo.

Richard Swinburne, también filósofo de la religión, habla de una forma de entender el bien mayor final que extrae Dios como consecuencia del bien que se escoge, optativo y ocasional, propio de su creación, que también debe poder ser rechazado.

[…] Dios ha creado mundos de dos clases: el nuestro por un lado, y por el otro el cielo de los bienaventurados. El segundo es un mundo maravilloso con una inmensa variedad de posibles bienes, pero que carece de algunos, como el de ser capaz de rechazar el bien. Un Dios generoso podría seguramente decidir ofrecernos a algunos la capacidad de rechazar el bien en un mundo como el nuestro, antes de otorgarnos a los que lo abrazamos un maravilloso mundo en el que ya no existe dicha posibilidad.6

Lo absurdo del mal sin Dios

Toda esta línea de pensamiento parece aplicarle una especie de sentido y de propósito a la existencia del mal, a lo cual se oponen algunos de los más reconocidos ateos, como Richard Dawkins, que niega un carácter teleológico de por sí en el ser humano y en cualquier criatura7.

Esta idea de una resignación ante el mal (aunque luego se utilice para acusar a Dios) es rechazada por filósofos teístas como William Lane Craig. Él dice que tratar de dar una explicación al mal y a cualquier cosa sin Dios es «imposible. Si uno vive consistentemente con su visión fatalista no será feliz; y si uno vive feliz, es solo porque no es consecuente»8. Dicho de otra forma: ¿qué sentido podría tener algo como el mal si no hay un propósito? ¿No sería un exceso grotesco de crueldad? ¿Un sinsentido gratuito? 

Historias como la de Kim Phuc arrojan sentido a todo aquello que más nos horroriza. Como embajadora de buena voluntad por la UNESCO, en la actualidad, Phuc ha dicho: «No podemos cambiar el pasado, pero con amor podemos redimir el futuro»9. En su caso, un amor personal, como el de Cristo, que da a conocer la intención de un Creador que nos ha dotado con la libertad para escoger hacer el bien y el mal, pero por encima de todo con el deseo de ofrecernos definitivamente su bondad infinita.


Jonatán Soriano Altamirano es graduado en Teología por la Facultad Internacional IBSTE y forma parte del equipo de redacción de Protestante Digital.

'Razones de la fe' es una sección impulsada desde la asignatura de Apologética que se imparte en la Facultad Internacional de Teología IBSTE.​


Notas

1 J. de Segovia, «La fe de la “niña del napalm”», s.p.

2 Sin autor, «Kim Phuc en España: “El perdón es más poderoso que cualquier otra arma”», s. p.

3 Ibid.

4 N. L. Geisler, Si Dios existe, ¿por qué el mal?, 14.

5 A. Plantinga, Dios, la libertad y el mal, 41.

6 R. Swinburne, ¿Hay un Dios?, 147-148.

7 R. Dawkins, El espejismo de Dios, Kindle.

8 W. L. Craig, Fe razonable, 80.

9 Sin autor, «Kim Phuc en España: “El perdón es más poderoso que cualquier otra arma”», s. p.

 

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