Vidas en punto muerto
Una crítica de la película Ferrari, de Michael Mann (2023).
22 DE FEBRERO DE 2024 · 19:13

“No podemos elegir nuestras circunstancias, pero sí podemos elegir cómo enfrentarlas”. (C. S. Lewis)
Teniendo en cuenta la trayectoria de Michael Mann, responsable de títulos como El último mohicano, Heat, El dilema, Collateral o Enemigos públicos, la llegada a las pantallas de una aproximación suya a Ferrari, hacía presagiar una suerte de película llena de adrenalina, furia, tensión, emoción, épica. La maestría habitual de Mann a la hora de otorgar personalidad a la imagen, su siempre lograda puesta en escena y su habilidad con el montaje, nos podía hacer imaginar que Ferrari no sería una película más sobre la famosa escudería, sino la película definitiva.
Tras su estreno, los críticos la han vapuleado y la taquilla también la ha dado de lado. La sentencia es clara y casi unánime: aburre. No solo no estoy de acuerdo, sino que me parece una película interesante y, por supuesto, que nada despreciable. Eso sí, lo que Mann ofrece no es un relato épico de cómo Enzo Ferrari supo sobreponerse a una crisis económica y sacar adelante la empresa, y mucho menos se centra en la espectacularidad que puede ofrecer una carrera de coches por las carreteras italianas de finales de los 50. Michael Mann ha planteado un drama doble; por un lado, uno en el que la muerte es el resorte y, por otro lado, un drama que explora el cómo cada una de las decisiones que tomamos tiene consecuencias. Ferrari, es un intenso y complejo retrato, incómodo pero certero, de Enzo (Adam Driver consigue ser lo antipático que debe ser el personaje) y de Laura, su esposa (una magnífica Penélope Cruz, en uno de los papeles más desagradecidos y complicados de su carrera).
En cuanto al drama construido con la muerte como tema, el matrimonio ha perdido a su hijo, y en cada plano de la película está presente esa perdida. El sentir de los protagonistas no puede ser más desgarrador. Son vidas en punto muerto. Tanto Enzo como Laura parecen reflejar la petición de Job: “Diré a Dios: no me condenes; hazme entender por qué contiendes conmigo”. (Job 10:2). La pérdida de un hijo es posiblemente la peor experiencia humana por la que puede atravesar alguien, y eso está perfectamente visible en la película. Otras muertes que hacen avanzar el relato son las de un piloto intentando batir el récord de velocidad y la de unos aficionados que, entusiastas ven pasar los coches en el transcurso de una carrera. La intención de Mann, a sus más de 80 años, no es que disfrutemos, sino la de contrastar lo que normalmente asociamos a una marca como Ferrari: glamour, lujo, éxito, con algo que lo minimiza: la pérdida de un ser humano.
En el otro drama, construido a partir de las consecuencias de las decisiones que tomamos, es un drama sólido en el que podemos apreciar cómo estos personajes viven sus vidas intentando escapar de sí mismos, atrapados en unas emociones de las que no consiguen desprenderse. La doble vida familiar de Enzo, la depresión de Laura, cómo cada vez que se suben a un coche los pilotos están aceptando arriesgar su vida, son ejemplos de ello.
Ferrari es una película sobre seres humanos, no sobre coches, que encaja a la perfección en la filmografía de un director que, sea cual sea el género, siempre se preocupa especialmente por estudiar el comportamiento humano, cómo enfrentan sus circunstancias e intentan escapar de su condición.
Por un año más
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