Ni la ley de Moisés (la Toráh) se encarnó en Jesús, ni Jesús se convirtió en sagrada Escritura

Decir que Jesucristo es “la encarnación de la Toráh” no se ajusta a la verdad. He aquí las razones del por qué no es así.

08 DE OCTUBRE DE 2025 · 17:20

Foto: <a target="_blank" href="https://unsplash.com/es/@tannermardis"> Tanner Mardis</a>, Unsplash CC0.,
Foto: Tanner Mardis, Unsplash CC0.

Hace algunos años me encontraba teniendo un debate con algunos creyentes “mesiánicos”, de estos que van predicando la necesidad de volver a la ley de Moisés, la Toráh, porque de otra forma, dicen, no estamos siendo fieles a Dios. Entonces mi interlocutor me envío un párrafo de un estudio sobre la carta del apóstol Pablo a los Gálatas, en el cual se afirmaba que… Yahshua –Jesucristo- es la Torah hecha carne.

Aunque ya había leído algo sobre sus enseñanzas, nunca había leído la afirmación hecha por el autor del artículo referenciado más abajo. 1

Es decir, después de reconocer que Jesucristo es la Palabra, “Camino, Verdad y Vida”, viene a identificar la Palabra con “la Toráh” la Ley de Moisés. Por tanto, concluía que “Yahshua –Jesucristo- es la Toráh hecha carne”. Casi nada.

Así se puede entender ese interés por hacernos volver a la Ley de Moisés, reverenciarla y cumplirla, obviando todo cuanto se dice en el Nuevo Testamento al respecto sobre ella; especialmente en las cartas a los Gálatas, Romanos y Hebreos.

La Toráh, dicen los llamados creyentes mesiánicos, es “la Palabra de Dios”. De ahí se sigue –añaden- que fue la Toráh la que vino a hacerse “carne” en la persona del Señor Jesucristo: el Verbo, el Logos, la Palabra (J.1.1 y 14).

El enorme disparate de tal declaración, está en relación directa con las limitaciones a las cuales someten al Verbo encarnado, el Señor Jesucristo. Juan en su evangelio hace esta declaración: “Pues la ley –Toráh- por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” (J.1.17).

Pero cuando el apóstol Juan escribió esa declaración, no estaba señalando una oposición entre Moisés y Jesucristo; pero sí hay una gran diferencia.

Tal diferencia, impide que podamos hacer la errada declaración mencionada basada más en un juego de palabras, que en una argumentación teológica sólida. Es decir: “Como la ley es la palabra de Dios y Jesucristo es la Palabra de Dios encarnada, entonces, se sigue que Jesucristo es la Toráh de Yahvéh encarnada”. Sin embargo, eso es un error.

En principio, aunque a veces el término “Ley” se usa de forma general para toda la revelación de Dios dada al pueblo de Israel, sin embargo, básicamente “la Toráh” se refiere a los cinco primeros libros del A. Testamento, que conocemos como “el Pentateuco” los cuales son: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio.

En esos libros hay historia, pero también hay leyes y promesas que servirían para el gobierno de un pueblo organizado como nación en su relación con Dios, entre ellos mismos y con las demás naciones que les rodeaban.

Entonces, en la Toráh de Moisés, encontramos leyes de carácter civil, moral, sanitario, leyes dietéticas y de carácter ético; también recoge leyes sobre el culto religioso: Dónde había que realizarlo, quiénes podían llevarlo a cabo y cómo. También se les dio leyes sobre las fiestas que podían y debían celebrarse en el pueblo de Israel; luego, otras sobre el vestir, el uso de las telas, el campo, la siembra, la cosecha y un largo etc.

Todo lo cual eran leyes para una nación, que era el pueblo de Israel y que, como leyes eran superiores a las leyes de los demás pueblos. Pero luego, estaba la ley de Dios expresada en los Diez Mandamientos, el Decálogo.

De alguna manera, el Decálogo de Moisés presidía todos y cada uno de los demás mandamientos, ya que expresaba la esencia del amor, la santidad y de la justicia de Dios para el pueblo de Israel en su relación con Él y entre ellos mismos.

Decir que Jesucristo es “la encarnación de la Toráh” no se ajusta a la verdad.

He aquí las razones del por qué no es así:

1. En primer lugar, centenares de mandamientos que fueron dados por Dios para el pueblo de Israel, (que formaban parte de la Toráh) hoy no tienen validez alguna por no tener un valor absoluto.

Esos mandamientos eran de carácter temporal. Por tanto, no había ninguna necesidad de que dichos mandamientos, dados por Dios de forma temporal, se “encarnaran” en la persona de Jesucristo.

2. En segundo lugar, todo lo relacionado con el templo, el sacerdocio, las ofrendas y las leyes de los sacrificios quedó totalmente abolido con la venida de Jesucristo.

Todo aquello que formaba parte del antiguo Pacto, “era sombra de lo que había de venir” (Col.2.16-17); “Figura y sombra de las cosas celestiales” (Hb.85); “símbolo para el tiempo presente…” (Heb.9.9-11,23-24). Todo lo cual tenía una función didáctica en relación con el Nuevo Pacto hecho en Jesús.

De ahí que el Apóstol Pablo señalara a “la Ley” como “nuestro ayo que nos ha llevado a Cristo” 2 (Gát.3.24-25). Por eso es que dice el texto bíblico que aquel pacto con su validez debía “desaparecer” (Heb.8.13).

También aquí hemos de pensar en la esencia de aquello que se quería enseñar al pueblo; pero todo aquello no era la esencia misma. (Ver Heb. 9.8-11).

3. En tercer lugar, aún el Decálogo tendrá vigencia sólo el tiempo que dure esta humanidad caída. Esto puede parecer un disparate y uno no quiere caer en lo mismo que trata de refutar.

Quiero decir que algunos de los mandamientos relacionados con el Decálogo (“no adulterarás, no hurtarás, no levantarás falso testimonio, no codiciarás los bienes ajenos, etc.) una vez que la historia llegue a su fin y Dios anule, por medio del Señor Jesucristo, todo el mal que ha aquejado a esta maltrecha humanidad, dejará de tener vigor para nosotros.

La razón es que en la Nueva Creación, no estaremos limitados por las influencias del mal que hoy está en nosotros y que nos rodea. Por tanto, ninguna ley a semejanza de la de Moisés estará sobre nosotros, porque la esencia de lo que es Dios, su amor, justicia y verdad, es decir Su santidad, conformarán nuestro ser de forma absoluta. Y dicha esencia trasciende toda temporalidad.

 

La Toráh no se hizo carne; el Verbo de Dios se hizo carne

Entonces, la conclusión a la cual llegamos, es que la “palabra de Dios” relacionada con el A. Testamento, y más particularmente la ley de Moisés, la Toráh, la reconocemos, con el Señor Jesús, como “la palabra de Dios”.

Palabra de Dios dada antes de la llegada del Señor Jesús a muchos efectos: Desde la declaración de que Dios es el Creador de todas las cosas; la caída del ser humano en el pecado y sus funestas consecuencias; la promesa de un Salvador, así como la formación de un pueblo por medio de quien se cumpliría la promesa; la historia del fracaso humano, de forma repetida y estrepitosa y el cómo Dios se va revelando de forma progresiva hasta el cumplimiento de la promesa de la venida del Mesías-Redentor… (Heb.1.1-3)

Todo es palabra de Dios para nosotros los creyentes. Afirmación que sostenemos sobre la base de las mismas declaraciones de Jesús y las de sus Apóstoles (Mt.4.4-10; 2ªTi.3.15-17; 2ªP.1.20-21).

 

“Y aquel Verbo se hizo carne” –hombre- una Persona: “El Hijo del Dios viviente”

Una de las cosas que no pasan desapercibidas, es que Jesucristo es el centro y el asunto más importante de las Escrituras (J.5.39); de él hablan las Escrituras hebreas en todas sus partes (Luc.24.27,32,44-45).

Sin embargo, decir como algunos dicen: “La Toráh se hizo carne”, eso no se ajusta a la verdad de ninguna manera. Juan dijo que “el Verbo era Dios” (J.1.1) y luego añadió: “Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros” (J.1.14).

El que se hizo carne era el Hijo de Dios; “el Santo, el Justo… el Autor de la vida” (Hch.3.13-15); y mal que les pese a algunos, “parece” que la declaración bíblica habla de que el Verbo era una Persona.

De ahí que Juan dijera que “A Dios nadie le vio jamás; -pero- el unigénito Hijo que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer” (J.1.18). No fue “la Toráh” la que se encarnó en la persona de Jesús.

Hay que insistir en ello: No fue la Toráh con todos sus mandamientos, centenares de los cuales hace siglos que no tienen utilidad práctica alguna la que “se hizo carne”, sino el Verbo de Dios, “el Hijo del Dios viviente” (J.6.69).

Tampoco es la herejía del sabelianismo-modalista, es decir Dios manifestándose en forma de Hijo, como también afirman los creyentes unicitarios. 3

No. El encarnado fue y es el Hijo de Dios Padre, porque no en vano el Padre le llamó: “Mi Hijo amado” (Mt.3.17; 17.5); y el Hijo le llamó “Padre”: “Padre… glorifícame tú, al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese” (J.17.5).

A la luz de estos textos y otros que podríamos traer a colación, no parece muy complicado el ver una serie de “personas”: La persona del Padre y la persona del Hijo.

Por tanto, no es la persona del Padre y “la persona de la Toráh” sino la persona del Hijo que estaba con el Padre, “antes que el mundo fuese”.

Lógicamente, lo que hemos dicho de “la Ley de Moisés”, contrasta con la trascendencia de la persona de Jesucristo, el Verbo encarnado: “el Logos” (la Razón) o, “la Palabra” (en su máxima expresión) que por serlo, es de carácter divino y por tanto, eterno, puesto que de él se dice: “tú permanecerás… y tus años no acabarán” (Heb.1.10-12); más todavía, dice el texto: “Y Dios era el Verbo” No dice: “y Dios era la Toráh”.

Él no vino para hablar –meramente- de la esencia de la santidad, la justicia y el amor de Dios, sino que él era “el Santo y el Justo… el Autor de la vida” (Hech.3.14-15;1ªJ.2.29) y si como escribió el apóstol Juan: “Dios es amor”, Jesucristo fue el amor personificado del Padre: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (J.14.9)

Por tanto, Él trasciende a todo aquello que es temporal, es decir el antiguo Pacto; y eso aunque fuese dado en otro tiempo por Dios mismo. Pero también se declara en el N. Testamento: “El que descendió, es el mismo que subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo” lo cual implica, omnipresencia; Ef.4.9-10).

Y también se añade: “En quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento”; lo cual nos habla de omnisciencia. (Col.2.3); y eso no se refiere solamente al conocimiento teológico, sino a todo conocimiento.

Luego añade: “En quien habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (Co.2.9) lo cual es imposible explicar por nuestra parte. Pero también leemos de Jesucristo que Él es el creador y sustentador de todas las cosas (J.1.1-2; Heb.1.2-3). Nadie con sentido común puede afirmar que lo que se hizo carne en Jesucristo fue “la Toráh”, la ley de Moisés.

Por eso, cuando Juan dice en su evangelio: “Porque la ley –Toráh- por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” (J.1.17) entendemos que hay una diferencia abismal entre la persona del Señor Jesucristo y el régimen antiguo de la Ley, el Antiguo Pacto.

Por tanto, el Mesías, nuestro Señor Jesucristo, no es “la Toráh hecha carne”. No nos extraña, pues, que con ese entendimiento del asunto, muchos se estén volviendo al “cumplimiento de la Ley de Moisés” con una reverencia, un misticismo, un énfasis y un “fervor religioso” que aunque es erróneo, a los poco avisados les resulte muy atractivo.

Nada nuevo, según Colosenses 2.8-23. No negamos buena intención, pero las “buenas intenciones” no son suficientes en nuestro empeño de conocer y agradar a Dios.

 

Pero Jesús tampoco “se hizo Escritura” cuando ascendió a los cielos

Pero la cuestión no se queda ahí. Como se suele decir, “para rizar el rizo”, algunos con la buena intención de darle el máximo valor a las Sagradas Escrituras, hacen la siguiente afirmación: “Jesús después de su exaltación a los cielos se hizo Escritura”.

No les basta a ellos el hecho incontrovertible de la inspiración de las Sagradas Escrituras, que les otorga el carácter de Palabra de Dios (2Ti.3.15-17; 2ªP.1.20-21). Ellos necesitan algo más. De ahí la afirmación de que “Jesús una vez ascendido a los cielos, se hizo Escritura”.

Cuando leí esta afirmación me pareció un disparate semejante al mencionado anteriormente. Entonces recordando haber leído algo al respecto, fui a consultarlo a la fuente. En su libro titulado, “Hermenéutica Bíblica”, el pastor y teólogo José María Martínez, dice así:

“En los sectores evangélicos conservadores se tiende al desequilibrio por el lado del énfasis en el elemento divino de la Escritura, por lo que debemos ponderar objetivamente la dimensión humana de esta. De lo contrario resultaría difícil refutar la acusación de ‘bibliolatría’ que se hace contra los que sostienen tal énfasis”

Tal acusación es a veces del todo lícita, dado el empeño que tienen algunos en resaltar “el énfasis en el elemento divino de la Escritura” ignorando totalmente “el elemento humano”.

Y sobre todo -cabe añadir aquí- aquellos que no aceptan otras versiones de la Biblia que no sea la Reina-Valera (¡ella es la verdaderamente inspirada! ¡Las verdadera Palabra de Dios!) ¡Pero ojo! En todo caso, las anteriores a la versión de 1960. Porque “esta tampoco es fiel a los originales” a juicio de ellos.

Pero después de lo recogido anteriormente, añade el autor mencionado:

“Frecuentemente se usa la analogía entre Cristo, en su doble naturaleza divina y humana, y la Biblia. En la encarnación de Cristo, la Palabra se hizo carne; en la Biblia, la Palabra se hizo escritura (…) Sin embargo, conviene proceder con cautela al establecer el paralelo entre encarnación e ‘inscripturación’, a fin de no racionalizar excesivamente el misterio de la Escritura. Las reservas de teólogos como B. Warfiel, J. Packer y G. C. Berkouwer no son injustificadas” (Matínez, José María. CLIE, 1984. P.51)

Lógicamente, es mucho lo que se podría decir sobre el particular; y mucho se ha escrito sobre el tema de la inspiración de las Sagradas Escrituras. No será por falta de bibliografía, que está siempre a la disposición de cualquier interesado sobre el tema.

Pero en esta exposición el propósito no era hablar de ese tema, sino de una de las posiciones que sea en relación a la ley de Moisés como en relación a toda la Escritura completa, no es nada parecido a lo que enseñan las Escrituras sobre el tema de la encarnación.

El terma de la encarnación del Hijo de Dios está bien enseñado y explicitado en las páginas del Nuevo Testamento: El qué, el quién, el cómo y el cuándo; y no parece que sea muy difícil entenderlo. Ir más allá de eso nos deslizaría por sendas que nos llevarían al error que, por muy “interesante” que nos parezca siempre será eso, error.

Otra cosa sería tratar de comprender el misterio mismo de la encarnación del Hijo de Dios, demasiado profundo y sublime para nosotros, limitados seres humanos.

1. “La ‘Palabra – Torah’ es vida cuando creemos y la  hacemos.  Es muerte cuando no creemos ni la hacemos.  Recordemos que Yahshua dijo que él era “el Camino, la Verdad, y la Vida” porque él era la Palabra.  Y la Palabra – Torah = Camino de YHVH, la Vida de YHVH y la Verdad de YHVH.  Yahshua es la Torah hecha carne. La ley no es mala, somos nosotros por quebrantarla.  Nuestro pecado no hace la ley de YHVH mala”. (Una serie sobre Gálatas)

2. El “ayo” –Griego: paidagogós- en familias de cierta posición era el esclavo encargado de la educación y enseñanza de los niños desde los 6 hasta los 16 años, acompañándolos siempre cuando salían o cuando iban al colegio. Así “la ley” ha sido nuestro ayo -escribió Pablo- para conducirnos a Cristo.

3. Esta herejía enseñaba -y enseña- que Dios se manifiesta, unas veces como Padre, otras como Hijo y, otras, como Espíritu Santo, negando así la realidad de tres personas y un solo Dios verdadero, como se puede apreciar en las Sagradas Escrituras y han recogido los grandes credos de la Iglesia desde el principio.

 

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Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Palabra y vida - Ni la ley de Moisés (la Toráh) se encarnó en Jesús, ni Jesús se convirtió en sagrada Escritura