La importancia de la inspirada Palabra de Dios

La Revelación divina no nos fue dada para que especulemos sobre ella, sino para nuestra vida práctica.

05 DE FEBRERO DE 2025 · 16:20

Foto: <a target="_blank" href="https://unsplash.com/es/@fan11">Fa Barboza</a>, Unsplash CC0.,
Foto: Fa Barboza, Unsplash CC0.

Mientras los teólogos han buscado y buscan la mejor definición sobre la inspiración de las Sagradas Escrituras, añadiendo muchas discusiones sobre la extensión, profundidad y precisión de dicha inspiración, sin llegar a un acuerdo definitivo, el Apóstol Pablo parecía saber lo que decía, sin entrar en mucho detalle pero poniendo de manifiesto el principal propósito de dicha inspiración. (2ªTi.3.16).

Él no lanzó una declaración al aire sin tener en cuenta, en primer lugar, todo el testimonio del pueblo de Israel sobre este tema; pero también el hecho de que fue al pueblo de Israel que Dios les encomendó “sus oráculos”/”la Palabra de Dios” y no solo para que los recibiera sino para que los guardara y transmitiera a las futuras generaciones (Ro.3.1-3;J.4.22).

Igualmente vemos en relación con el testimonio del Apóstol Pedro, sobre este tan discutido asunto (2ªP.1.20-21). Testimonio igualmente generalizado en el pueblo de Israel sobre las Sagradas Escrituras del A. Testamento.

Pero además tenemos el principal testimonio que es el del Señor Jesús, sobre el carácter de las Sagradas Escrituras, en virtud de tantas y tantas veces cómo las usó, qué partes de ellas usó, así como también el hecho de que para Él las Escrituras zanjaban cualquier discusión en relación con las cuestiones que le planteaban los religiosos de su tiempo. (Mt.4.3-11; 22.29; Lc.24.27,44-45; J.5.39; 10.35).

Básicamente, en los dos textos en los cuales se nos declara sobre la inspiración de las Escrituras (2ªTi.3.16 y 2ªP.1.20-21) se nos dice, por una parte el apóstol Pablo, escribió que las Escrituras fueron “inspiradas –’sopladas’- por Dios”; o sea, llevan el aliento divino y por otra, el texto del apóstol Pedro afirmando que “los hombres de Dios fueron inspirados (impulsados/llevados) por el Espíritu” a hablar –o, a escribir- su Palabra.

No en vano, tenemos tantas referencias al hecho de que fue Dios el que “habló muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas” (Heb.1.1-2); lo cual se puso de manifiesto en multitud de ocasiones, en el Antiguo Testamento, con la aquella conocida declaración: “Así ha dicho el Señor…” (Is.36.1; 57.15; Jer. 30.1-2, etc.).

Todo lo cual fue confirmado por el mismo Señor Jesucristo tal y cómo él usó las Escrituras, tanto en relación con su vida misma como en sus discusiones con los religiosos de su tiempo, tal y cómo hemos señalado antes.

Sin embargo, más de eso las Sagradas Escrituras mismas no nos dan otra u otras definiciones complementarias sobre este tema. Aunque para el creyente el testimonio interno de las Escrituras debería ser más que suficiente, en vista de que también fue avalado por el mismo Señor Jesús.

El tema de la inspiración de las Escrituras es un tema que, como el de la existencia de Dios en la Biblia se da por sentado y tanto una cosa como la otra no se discute ni se explica como nosotros, cristianos del siglo XXI hubiéramos deseado.

Y es que, en realidad las Sagradas Escrituras no nos fueron dadas para que especuláramos sobre todos los asuntos que en ellas aparecen, sino que apuntan más a su utilidad, por lo cual nos dan un mensaje muy práctico, tanto en nuestra relación con Dios como en relación con nuestra propia vida y nuestro prójimo.

Tomemos, por ejemplo, los tres versículos mencionados más arriba, en 2ªTi.3.15-17. Si atendemos a todo el contexto anterior y posterior donde aparecen; es decir, comenzando desde el Cap.3.1 hasta el capítulo 4.1-18, esas referencias a las Escrituras que hace el Apóstol Pablo no son ni del tipo académico –que diríamos hoy- ni arbitrarias.

Están en el centro de los dos capítulos: El 3 y el 4. ¿Por qué? Un examen atento del contenido de ambos capítulos nos muestran el por qué.

Las Sagradas Escrituras se presentan…

  1. Como solución para el creyente y su familia, ante una sociedad en proceso de descomposición a más, y en la cual la maldad se manifiesta en sus distintas formas. (2ªTi.3.1-4).

  2. Como medio para discernir la falsa piedad de la verdadera (3.5).

  3. Como respuesta a las víctimas de esa sociedad que buscan “la verdad” liberadora, que aparte de las Escrituras que conducen a Cristo Jesús, no la encuentran en ninguna parte. (3.6-7,15).

  4. Como orientación para detectar a los falsos apóstoles y maestros siempre presentes, aún en medio del pueblo de Dios (3.8-9); algo de lo cual se trata en las epístolas pastorales, principalmente.

  5. Como medio por el cual conocemos la forma de vida alternativa al mundo que nos rodea, aunque suframos oposición. (3.10-13).

  6. Como información a fin de que conozcamos cuál es el fin de todos aquellos que se rebelan contra Dios y sus mandamientos (3.12).

  7. Como instrumento para preservar a nuestros hijos e hijas de su propia naturaleza caída, e instruirlos en el bien que Dios nos muestra en su Palabra, preservándolos de las influencias nefastas de un mundo sin Dios (3.14-15).

  8. Como el medio elegido y dado por Dios a fin de conocer la salvación, por medio de la fe en Jesucristo, que es la esperanza de la vida eterna. (3.15).

  9. Como el instrumento usado por el Espíritu Santo para llegar a ser hombres y mujeres “equipados” “correctos”, “completos”, maduros, etc., conformes a Cristo y cuya finalidad en este mundo es hacer el bien -“buenas obras”- no el mal (3.16-17).

  10. Como el mensaje que ha de ser predicado por los siervos de Dios con la finalidad de guardar a la grey de las influencias contrarias a la verdad de Cristo Jesús (4.1-5).

  11. Como la base sobre la cual depositar nuestra confianza y enfrentar la muerte con fe, seguridad y esperanza (4.6-8).

  12. Como el medio por el cual se nos advierte contra la apostasía y se nos enseña acerca del verdadero compañerismo cristiano, por la vía del ejemplo. (4.9-13).

  13. Como el medio por el cual nos formamos intelectual y espiritualmente en todo lo concerniente a la voluntad de Dios hasta nuestra muerte, y sin que ese hecho inminente impida el que sigamos aprendiendo mientras tengamos vida en este mundo (4.13).

  14. Como el medio por el cual recibimos la fortaleza, frente a la oposición de los enemigos de la fe, así como el abandono de aquellos creyentes en los cuales confiábamos. (4.14-16).

  15. Finalmente, a través de las Escrituras se nos dan promesas respecto de la presencia del Señor con nosotros, dándonos las fuerzas necesarias para cumplir con su voluntad aun en los momentos más difíciles, y llenarnos de esperanza en relación con su reino celestial (4.17-18).

El asunto parece un tanto tedioso. Pero todo aquel que considere y haya experimentado el valor de la Palabra de Dios obrando con poder en su vida, en cualquiera de los aspectos mencionados antes, no desviará su interés en otra dirección que no sea la que marca la misma Palabra de Dios inspirada por el Espíritu Santo.

Pero en realidad esta es otra forma en la cual el Señor nos habla, al igual que hablaba antiguamente y de forma continua e insistente al pueblo de Israel acerca de oír su voz y obedecer su Palabra. Advertencias y mandamientos que tanto y tanto se repiten (Dt.4.1; 5.1; 6.1).

¿Por qué sería? Pues porque a nosotros –como a aquellos creyentes antiguos- nos cuesta prestar oído a las palabras de Dios y corremos o nos deslizamos muy pronto para oír otras cosas.

Jesús sabía esto mismo y esa es la razón por la que además de otras exhortaciones, sobre la obediencia, la dependencia y la permanencia en su Palabra (J.14.15,21-24; 15.7,10.14) le dijo a sus discípulos: “Haced que os penetren bien en los oídos estas palabras…” (Lc.9.44).

Entonces, más bien deberíamos dar gracias a Dios porque nos ha dejado una orientación, un plan, unos lineamientos tan claros, tan precisos y tan sencillos que, como diría el mismo Apóstol Pablo en relación con la revelación natural: “de tal manera que no tienen –no tenemos- excusa” (Ro.1.19-21) para no hacer lo que debemos.

¿Conclusión? Pues, teníamos razón cuando hace tiempo decíamos que la Revelación divina no nos fue dada para que especulemos sobre ella, sino para nuestra vida práctica, tal y cómo se escribió antiguamente: “Las cosas secretas pertenecen a nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros y nuestros hijos para siempre, para que cumplamos todas las palabras de esta ley” (Det.29.29).

Aplíquese mucho más, lógicamente, a lo referente al Nuevo Testamento de nuestro Señor Jesucristo. Esa realidad no niega el estudio serio de la Biblia, pero traslada la atención y el énfasis a las demandas divinas y a la vida práctica, más que a la especulación.

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