No avergonzarse del evangelio

El Evangelio que conoció aquel Saulo perseguidor de Jesús, tenía y sigue teniendo algo por lo cual merece la pena dejar atrás todo cuanto no es compatible con el mismo.

28 DE AGOSTO DE 2024 · 12:00

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Imagen de Priscilla Du Preez en Unsplash.

“Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree…” (Ro.1.16-17)

El enseñador bíblico, chino, Watchman Nee, de mediados del siglo pasado contaba una anécdota en uno de sus libros. Él había estado estudiando la carrera de Derecho y podía haber sido abogado y ejercido de forma brillante. Pero él conoció el Evangelio y el Señor le llamó a Su obra.[i] Nee cuenta que, algunos años después, estaba con un grupo de hermanos, repartiendo folletos y testificando acerca de Jesucristo. Entonces entró en un lugar público y, de pronto, se encontró con su antiguo maestro de universidad. Éste, lo miró de arriba abajo con cierto desdén, moviendo la cabeza y le dijo: “¿Y… a esto has llegado?” Fueron unos segundos –decía Nee- “en los cuales estuve a punto de sentir vergüenza ante mi antiguo maestro”.[ii] Pero él contaba: “De pronto sentí como nunca antes había sentido, cómo ‘el Espíritu de gloria, reposaba sobre mí’”. Él hacía alusión a 1ªP.4.14 y cómo el Espíritu del Señor está a nuestro lado, para hacernos más reales las cosas eternas, cuando recibimos el desprecio de parte del mundo, a fin de que no tengamos ningún motivo para avergonzarnos de Él.

Seguramente muchas veces hemos leído el versículo mencionado más arriba, sin darnos mucha cuenta de las implicaciones de estas palabras del apóstol Pablo. ¿Por qué  saca a colación el tema de la vergüenza, relacionada con el Evangelio? El dice: “Porque no me avergüenzo del evangelio”.

Pablo sabía muy bien a qué se refería. Por una parte él era un rabino judío y su preparación en todo lo relacionado con la religión de su pueblo, su historia, su cultura y sus tradiciones  estaba fuera de toda duda (Hech. 22.3; Gál.1.14). Esa preparación incluia la creencia en que si alguien venía de parte de Dios, el tal tenía que ser respaldado con “señales y milagros”. Algo que el mismo Apóstol Pablo afirmó cuando escribió: “porque los judíos buscan señales” (1Co.1.22). Tal actitud y demandas se ven claramente reflejadas en los dirigentes religiosos, en relación con Jesús:

“¿Qué señal, pues, haces tú, para que veamos y te creamos? ¿Qué obra haces? (J.6.30); “Maestro, deseamos ver de ti alguna señal milagrosa” (Mat.12.38-39)

Cierto, Jesucristo hizo milagros pero ellos querían ver milagros cada vez más extraordinarios (J.6.30-31); aunque alguno, como Nicodemo, tenía otra percepción y actitud hacia  Jesús. Al final, para ellos, nada de lo que Cristo hizo tenía valor, pues aquel de quien se decía que podía ser el “mesías” murió colgado de una cruz. De esa manera puso de manifiesto –siempre según el criterio de ellos- la falsedad de sus pretensiones. Esa era la razón por la cual, antes de su conversión en el camino de Damasco, Saulo –después Pablo- con furia y con saña, era el principal instigador y perseguidor de los discípulos de Jesucristo; y todo en defensa de la religión judía y -en palabras de Pablo- “de las tradiciones de mis padres” (Hech.8.3; 9.1-2; 1ªTi.1.12-13).

¿Dónde estaba la virtud y el poder de ese Jesús de Nazaret, que murió como un malhechor en la cruz y de la cual no se pudo librar? ¿Qué clase de Mesías, líder-político-religioso era ese, que ni siquiera echó mano de todos los recursos que tenía a su alcance, para derrotar a sus enemigos y establecer así “el reino de Dios”? (J.6.15; Mat.22.49). Por tanto, ese “mesías” era una farsa e increible para los israelitas. Así que, de cara a sus paisanos, Pablo podía haberse sentido avergonzado por el mensaje que predicaba, basado en “ese hombre”, Jesús de Nazaret (Hec.5.28) muerto en una cruz, como un malhechor más.

Pero por otra parte, siendo un gran conocedor de la cultura helénica y habiendo sido llamado por el Señor para ello, Pablo también predicaba el evangelio entre los griegos. El apóstol no era un ignorante, fanático religioso como bien podría parecer a la gente. Su obediencia a Jesús de Nazaret se debía a razones que veremos más adelante. Pero él sabía muy bien que el principal interés de los griegos estaba en la búsqueda de  “la sabiduría”, la respuesta última a todas las interrogantes que siempre han preocupado a los seres humanos.  Ellos tenían un gran caudal de sabiduría acumulada a lo largo de su historia y proveniente de los grandes filósofos griegos (1ªCo.1.22). Por tanto, la sabiduría no iba a venir por un hombre que fue crucificado en la tierra de Israel y del cual se decía que había resucitado. Tal afirmación era  para ellos ¡una locura! ¡Eso era ridículo! (1ªC.1.23). Los filósofos griegos no creían -¡ni por asomo!- en la resurrección del cuerpo. Pero la experiencia de Saulo-Pablo era otra; y fue en base a la resurrección de Jesús, a quien vio, que declaró que “Dios le ha hecho por nosotros (a Jesús) sabiduría…” (1ªCo.1.30-31). ¿Sabiduría de uno que había sido crucificado por los romanos en la tierra de Israel y que había resucitado? De ahí que cuando Pablo predicó en Atenas a un grupo bien nutrido de filósofos de los estóicos y epicúreos, él sufrió las burlas y el rechazo por parte de ellos:

“Pero cuando oyeron lo de la resurrección de los muertos, unos se burlaban y otros decían: Ya te oiremos acerca de esto en otra ocasión.” (Hech.17.18,32).

Es como si hubieran dicho: “¡Venga ya, hombre! Vete con ese cuento a otra parte” Algo que también lo hemos oído nosotros muchas veces.

Por tanto, de cara al mundo judío y gentil/pagano no sólo Pablo sino también los demás apóstoles, aparecían como una especie de “espectáculo” (bochornoso, desde luego): “como insensatos… débiles… despreciados, difamados…  hemos venido a ser hasta ahora como la escoria del mundo, el desecho de todos”, dice Pablo (1ªC-4.9-13).

Así que cuando el Apóstol Pablo declara: “porque no me avergüenzo del evangelio…” lo que tenía en mente, por una parte era su posición pasada y el gran futuro que habría podido tener como rabino judío, con una sólida posición social  y religiosa (Fil.3.4-6; Gál. 1.13-14) además de todo el gran privilegio relacionado con la revelación de Dios dada a Israel, “la adopción, la gloria, el pacto, la promulgación de la ley, el culto y las promesas…” (Ro.9.3-5); y, por otra parte, lo que había venido a ser a los ojos de todos: “como la escoria del mundo, el desecho de todos”. Y eso tanto de cara a su pueblo como a los de la cultura griega. Era ese gran contraste el que podría haber sido motivo suficiente para sentirse avergonzado del nuevo “Camino” que había asumido como suyo.

Pero ¿cuál era la razón o razones por las cuales él confiesa y afirma -a pesar de todo- que no se avergonzaba del evangelio? ¿Por qué renunció Saulo/Pablo a aquella posición que tenía dentro del contexto social y religioso de su pueblo y además, con una ciudadanía romana, para venir a ser uno de los principales sufridores e incluso mártires de la iglesia cristiana? (2ªCo.6.4-6; 11.23-28; 2ªTi.4.6-7).

Al respecto, las preguntas también se podrían hacer en relación a muchos hermanos y hermanas que a lo largo de la historia se tuvieron que enfrentar a situaciones parecidas, al entregarse al Señor Jesús y seguirle a Él, dejando posiciones de privilegio para ser consecuentes con la fe que profesaron; aunque eso les reportó innumerables sufrimientos. ¿Por qué Watckman Nee renunció a su futura profesión de abogado, para seguir un camino que según el mundo es despreciable, y sin sentir vergüenza por ello? ¿Por qué aquel estudiante del seminario católico, llamado José Borrás, que estaba para estrenarse como sacerdote habiendo tenido  una conversión a Cristo y dejándolo todo tuvo que enfrentarse al rechazo de su familia, encontrándose en la calle a altas horas de la noche, en  un frío invierno y sin saber a dónde ir?[iii] ¿Por qué aquel Canónigo Magistral de la Santa Iglesia Catedral de Tarazona, llamado Francisco Lacueva[iv] tampoco se avergonzó del Evangelio cuando llegó a conocer al Señor Jesús como no le había conocido antes? A estos mencionados así como a otros muchos creyentes de distintos contextos, les hubiera ido mucho mejor en aquella posición que tenían antes de su conversión y se hubieran ahorrado muchos sufrimientos. Sin embargo, el Evangelio que conoció aquel Saulo perseguidor de Jesús, tenía y sigue teniendo algo por lo cual merece la pena dejar atrás todo cuanto no es compatible con el mismo. Algo de lo cual seguiremos compartiendo en la siguiente exposición.

 

Notas

[i] Ojo, no todo el que es llamado a la obra de Dios tiene que dejar los estudios o su profesión. Pero a veces se producen llamados a la obra de Dios  que requieren dejar la profesión; en ocasiones incluso profesiones  muy prometedoras desde el punto de vista económico.

[ii] De todos es sabido el gran respeto que en oriente se tiene por los mayores, y sobre todo por aquellos que están en autoridad, como era el caso, también, de los maestros. Y sobre todo, a principios del siglo pasado, cuando todavía “la globalización” ni siquiera se había producido en los países occidentales; y mucho menos en los países orientales, dado que todavía conservaban sus antiguas tradiciones.

[iii] Del sacerdote José Borrás, convertido al Cristo que no conocía, se puede escuchar su testimonio – y de otros temas relacionados con la fe- en You-Tube, con solo buscarlo por su nombre.

[iv] De igual manera, de Francisco Lacueva se puede encontrar en You-Tube, no solo su testimonio sino mucho material acerca de la fe cristiana. Pero tanto Francisco Lacueva como José Borrás tuvieron su experiencia de conversión en plena dictadura franquista, en la década de los años 50, cuando cualquier disidencia política y religiosa eran perseguidas sin contemplaciones.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Palabra y vida - No avergonzarse del evangelio