La Palabra de Dios (3)

Unas Sagradas Escrituras catalogadas como “Palabra de Dios”, completas y fiables en cuanto a su contenido, y el múltiple propósito para el cual fueron dadas por Dios.

17 DE JULIO DE 2024 · 15:44

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Porque la palabra de Dios es viva y eficaz y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu (…) Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (He.4.12-13)

El “Hijo” máxima revelación de Dios

En las anteriores exposiciones pusimos de manifiesto que el autor de la carta a los Hebreos al referirse a “la palabra de Dios”, se estaba refiriendo a toda la revelación que Dios había dado desde tiempos antiguos y que culminó con su Hijo Jesucristo. (Hb.1-1-3). Para el autor de Hebreos (independientemente de quién haya sido) las Escrituras son palabra de Dios y “el Hijo” (Cristo Jesús) siendo el Verbo encarnado (J.1.1,14) era “el resplandor de su gloria (de Dios) y la misma imagen de su sustancia, y el que sustenta todas las cosas con la palabra de su poder…” (Heb.1.3). Él era la palabra de Dios manifestada en carne. De él hablaron las profecías, hacia él apuntaron y en él se completó de forma absoluta y determinante la revelación divina. ¡Que razón tenía el apóstol Juan cuando describió al Verbo como Dios, enfatizando su divinidad! Pero ¡que razón tenía también el apóstol Juan cuando enfatizó la humanidad de Cristo al declarar: 

Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros, y vimos su gloria…” (J.1.1,14).

Así que en tanto vivió “entre nosotros”, desde su nacimiento y hasta que comenzó su ministerio, todo cuanto hizo y todo cuanto habló, incluida su muerte y su resurrección, Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios constituye la máxima revelación de Dios para nosotros. 

El Antiguo Testamento también es Palabra de Dios

Pero el Hijo de Dios no dijo: “Olvidaos del Antiguo Testamento, porque ha sido invalidado”. No. Él usó el A. Testamento como Palabra de Dios que ocupaba (y ocupa) su lugar en la revelación de Dios. Como alguien dijo: “El Nuevo Testamento en el Antiguo está escondido, y el Antiguo en el Nuevo es revelado”i. Y los escritores del Nuevo Testamento hicieron lo mismo que Jesús. De ahí que al leer la epístola a los Hebreos, el autor no duda en echar mano del A. Testamento para mostrar y demostrar lo que ya anunció previamente en el primer versículo de la epístola: “Dios habló muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo…” Por tanto, miremos por dónde miremos en el A. Testamento nos encontraremos con esa realidad:

1.- Dios habló a través del pueblo de Israelinterviniendo en la historia. El autor de la epístola a los Hebreos afirma que dichas intervenciones fueron hechas por el mismo Espíritu Santo a través de sus siervos, tal y cómo dice el texto: “Por lo cual dice el Espíritu Santo…” (Hb.3.7-19; 4.1-7). Realidad esta que se percibe en toda la epístola a los Hebreos.

2.- Dios también habló instituyendo los pactos sobre los cuales se relacionaría con su pueblo, tanto con Israel como con la Iglesia: 

He aquí vienen días, dice el Señor… que estableceré con la casa de Israel y con la casa de Judá un nuevo pacto…” (Hb.8.8).

La expresión “dice el Señor” aparece repetida varias veces en ese contexto, para volver a afirmar que esas mismas palabras eran un testimonio del Espíritu Santo: “Y lo mismo nos atestigua el Espíritu Santo…” (Heb.10.15).

3.- Pero Dios también habló al pueblo a través de tipos.ii Hay todo un gran respaldo bíblico acerca de que en el A. Testamento estamos ante la palabra de Dios escrita en la cual fue recogido un amplio testimonio, en relación con los tipos. De ahí las continuas referencias en esta epístola a “las figuras y sombra de las cosas celestiales” (Hb.8.5; 9.23; 10.1. Ver, Col.2.16-17) y los “símbolos” (Hb.9.9) Es decir personas, cosas, circunstancias, historias, etc., eran tipos de Cristo, de la Iglesia, del reino de Dios y de las cosas futuras. Así, Melquisedec era figura y tipo de Cristo como especial y único sacerdote. (Hb.7). Moisés, en su función de caudillo liberador del pueblo de la esclavitud de Egipto, era tipo de Cristo; el sumo sacerdote, el profeta y el rey eran tipos de Cristo, en quien se cumplen los tres oficios, tal y cómo se nos presenta en el Nuevo Testamento; el tabernáculo y después templo eran figuras de la Iglesia: “un templo santo, para morada de Dios en el Espíritu” (Ef.2.20; 2ªCo.6.16). La experiencia de Jonás en el vientre del pez, era un tipo de la muerte de Cristo y su resurrección. (Mt.12.40) y un largo etc.

Pero para que no hubiera duda de quién es el que estaba detrás “ordenándolo todo” (Prov.8.30) en el programa en orden a la nueva creación resultado de la obra redentora de Dios en Cristo, el mismo autor lo declara, cuando habla del tabernáculo y del orden en el que todo estaba bien dispuesto: “Dando el Espíritu Santo a entender con esto…”(Hb.9.8). Es decir todo aquello de lo cual venía hablando referente al tabernáculo, su contenido y función temporal, no era algo que inventó Moisés ni algún otro, sino que fue ordenado por disposición divina, como un orden preparatorio, didáctico y que tenía el propósito de hablar, enseñar y preparar al pueblo “hasta el tiempo de reformar las cosas” (Hb.9.10). Esto es algo que el apóstol Pablo resaltó cuando habló del papel pedagógico y la finalidad de “la ley”, la cual “ha sido nuestro ayo para conducirnos a Cristo” (Gál.3.24); “Porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree.” (Ro.10.4). Si no comprendemos al papel temporal de la ley mosaica, podemos caer en la trampa de aquellos judaizantes que pretendían que había que guardar la ley de Moisés y circuncidarse para ser salvos. (Hch.15.1; Gál.5.1-3). Posición esta en la cual han caído muchos hoy día, y que están representados en el “Movimiento de Raíces Hebreas”.

4.- Dios habló por medio de hombres “inspirados por el Espíritu Santo”. Al llegar a este punto, no se nos escapa que tan amplio, preciso y detallado testimonio de su palabra dada en el A. Testamento (como después en el Nuevo Testamento) no podía llegar al pueblo de Dios sin que Él mismo se preocupara de que se registrara con fidelidad. De ahí que, aparte de otras consideraciones, el apóstol Pedro escribiera: 

Porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados (impulsados, llevados) por el Espíritu Santo” (2ªP.2.21).

Sin embargo, mientras que Pedro puso el énfasis en “los santos hombres de Dios” que “hablaron” su palabra siendo “impulsados por el Espíritu Santo”, el apóstol Pablo puso el énfasis en las Escrituras que fueron “sopladas por Dios”:

Las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación que es en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia…” (2 Ti.3.15-16-17).

O sea las Sagradas Escrituras fueron asistidas por el “soplo divino” (no fueron “inspiradas” sino “sopladas”; de “espirar”, “echar el aire”) con la finalidad de que el resultado de la obra literaria de los escritores, fuera lo que el mismo Señor Jesucristo calificó como “Palabra de Dios” (Mt.4.4,6,7; Mr.7.8,9,13; J.5.39; 10.35). Pero lógicamente, Dios no actuó solo en las Sagradas Escrituras, sino que tuvo en cuenta a los escritores a los cuales asistió a impulsos del Espíritu Santo, como ya vimos más arriba. El resultado lógico, fueron unas Sagradas Escrituras catalogadas como “palabra de Dios”, completas y fiables en cuanto a su contenido y el múltiple propósito para el cual fueron dadas por Dios. Algo de lo cual lo cual veremos en la próxima exposición. 

 

Notas

i Dicho tribuido a Agustín de Hipona. (Siglo IV)

ii Relativo a personas, circunstancias, cosas, sucesos, etc., que prefiguraban realidades que habrían de manifestarse con la llegada de Cristo y la nueva dispensación de la gracia que con Él tendría lugar. 

 

 

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