La gran falacia

A pesar de lo que afirman algunos movimientos, el Nuevo Testamento no fue escrito en el idioma hebreo, sino en el griego ‘koiné’.

25 DE ENERO DE 2023 · 12:56

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Imagen de Michal Matlon en Unsplash.

Desde hace ya algunos años oímos a algunos autores pertenecientes al Movimiento de Raíces Mesiánicas que “lo más probable es que el Nuevo Testamento fuera escrito en hebreo”. Argumentan ellos que el idioma hebreo “es el idioma santo”. En tal caso, dicho idioma es el que pudo transmitir la Palabra de Dios de forma correcta y pura; pero no así otros idiomas. Ellos siguen argumentando que en algún momento de la historia, muy al principio, el Nuevo Testamento fue traducido del hebreo al griego y los manuscritos originales en hebreo los hicieron desaparecer o los escondieron en alguna parte. Hemos leído en algún lugar que incluso, “es posible que los manuscritos escritos en hebreo, estén escondidos en los sótanos del Vaticano…”

La torpe argumentación, es tan evidente que apenas le da a uno ganas de emplear tiempo para rebatir tal falacia. Pero es posible que también haya una actitud de mala intención en algunos. Y decimos esto, porque sin venir a cuento, achacan la supuesta traducción del hebreo del Nuevo Testamento al griego, por una cuestión de antisemitismo. Goebbels, el propagandista nazi dijo que “una mentira repetida muchas veces, al final llega a ser creída como verdad”i. Pues lo mismo podemos decir en el campo religioso. ¡Cuántas mentiras se han llegado a creer como verdades, en base a ser repetidas una y otra vez! Y una vez creídas no es fácil desarraigarlas de la mente de los que las aceptaron.

Sin embargo, las evidencias de lo contrario a lo que afirman los llamados creyentes mesiánicos son claras y suficientes y ellas no permiten interpretaciones alternativas. Tampoco vamos a entrar en especulaciones sobre si el idioma hebreo fue el que Dios usó en el Edén. Lo lógico es que el escritor inspirado narrara los hechos que tuvieron lugar al principio en el idioma de su propio pueblo: el hebreo. Ni tampoco si era el idioma que hablaba toda la humanidad antes de la confusión de Babel, por intervención divina. Todo eso nos queda demasiado lejos y, con las evidencias posteriores, tenemos más que suficiente para saber que Dios está muy interesado en que los seres humanos le conozcamos y que lo hagamos en la mejor lengua que es la que cada uno conoce. Así desde el principio. En nuestro caso, el español. Malo es cuando las santas instituciones o “santos grupos” se dedican a sacralizar para el dominio de unos pocos lo que debe ser patrimonio de todos.
 

Preparando el camino: La versión griega de la Septuaginta (los LXX)

Entre los siglos III y II a.C., se llevó a cabo una traducción y por tanto, versión de la Biblia del A. Testamento, que se llegó a conocer como La Septuaginta, o “Versión de los Setenta”. Dicha versión, fue una traducción del Antiguo Testamento hebreo al griego, y a juicio de los expertos historiadores se hizo por dos motivos: Uno, el interés del rey de Egipto, Ptolomeo II Filadelfo, de que la literatura judía también tuviera lugar en la gran biblioteca de Alejandría. La otra razón era que dicha versión pudiera suplir la necesidad religiosa de la gran comunidad judía que había en Alejandría, ya que ellos no hablaban ni hebreo ni arameo, sino el griego.

Para el trabajo de traducción –dice la leyenda- el rey mandó llamar a 72 ancianos, escribas de Israel. Ellos se ocuparon de llevarla a cabo. De ahí que dicha versión se conociera, como dijimos antes, como “la Septuaginta” o, “Versión de los LXX”. Desde entonces, esa fue la versión que usaron los judíos de la diáspora que hablaban griego, para su lectura, conocimiento y uso de las Sagradas Escrituras en las sinagogas. Así que dicha versión fue usada por los judíos de la diáspora, por espacio de casi 150 años hasta la venida de Jesucristo.


 

La soberanía de Dios y la versión de los LXX

En el Imperio Romano, la lengua griega koiné se convirtió en la lengua franca

Cuando aquellos eruditos judíos llevaron a cabo la traducción de la Biblia del hebreo al griego, ellos no sabían que Dios habría de usar dicha versión más allá de las fronteras de los propósitos por los cuales fue llevada a cabo. En su soberanía, Dios estaba preparando el terreno para el adelanto de sus planes. Así que “cuando llegó el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo…” (Gál.4.4) y todo estaba preparado para que el mensaje de las buenas nuevas del Evangelio se extendiera por todo el imperio. Por una parte, Roma se había hecho con todos los territorios que Alejandro el Magno conquistó, cuatro siglos antes. Sin embargo, no pudo desarraigar el idioma griego de los mismos, quedando la lengua griega como la lingua franca (o, internacional).

Entonces no hay dudas de que en Palestina se hablaban tres idiomas: el hebreo –hablado más por la clase religiosa- el arameo siendo la lengua materna de los habitantes de esa región, y el griego como la lengua de habla internacional. Este último se diferenciaba del griego clásico y era conocido como el griego koiné –“común”-. Luego, el latín era el idioma oficial del Imperio Romano. Por otra parte, habían construido toda una red de vías de comunicación a través de todos los territorios conquistados que unían a todo el imperio con Roma. De ahí, el popular dicho que ha permanecido hasta el día de hoy: “Todos los caminos llevan a Roma”. Así que el camino para la evangelización estaba expedito.


 

La versión de los LXX no solo fue conocida, sino también usada por los Apóstoles

Así que la versión griega del A. Testamento de los LXX, realizada entre los siglos III y II a.C. estaría preparando el camino para la evangelización de todo el mundo entonces conocido. Alguien dijo que si no hubiera sido por dicha versión griega de la Biblia del A. Testamento, el cristianismo no habría salido de los reducidos límites de Palestina, pues el idioma hebreo era hablado por un reducido número de judíos. Es posible, pero Dios que es más sabio, se adelantó -¡casi dos siglos!- para que aquello no sucediera.

Es cierto que Jesús y sus discípulos conocerían el idioma hebreo y las Escrituras que se leían en las sinagogas en el territorio de Palestina y que estaban escritas en hebreo. Pero cuando Jesús comenzó su ministerio público, ya han pasado más de cien años, y la versión de los LXX era conocida por toda la comunidad judía de habla griega. Al respecto, dice el famoso y erudito profesor que fue, de la Universidad de Manchester, F.F. Bruce:

Pero en Palestina, y hasta en la misma Jerusalén, había muchos judíos helenistas que hablaban griego y había sinagogas adonde podían ir para escuchar las Escrituras y las oraciones en ese idioma. Así era la sinagoga llamada de los libertos, donde Esteban mantuvo un debate en Jerusalén (Hech. 6.9) […] Y por mucho que las palabras de defensa de Esteban que tenemos en Hechos 7 puedan ser del narrador, resulta coherente la utilización que hace de las citas y alusiones bíblicas de la Septuaginta. Puesto que Esteban era helenista, la Septuaginta era la edición de las Escrituras que naturalmente utilizaría”ii

Luego, todos los que han leído la Biblia y conocen un poco el desarrollo de la historia de la iglesia primitiva, saben que aunque la iglesia, en principio, estaba compuesta por personas judías, pronto salió de los límites de esa comunidad, siguiendo el programa divino trazado por el Maestro, en Hechos 1.8, alcanzando también a los siempre enemigos de los judíos, los samaritanos (J.4.7-30; Hech.8) y al mundo grecorromano, a quienes en ese contexto se les conocía como “los gentiles”. (Lucas 24.46-48)

Los autores del Nuevo Testamento citaron las Escrituras de la traducción al griego que disponían

En todo este proceso jugó un papel muy importante el antiguo rabino judío, llamado Saulo (“que también es Pablo” –Hech.13.9-) a quien apareció el Señor Jesús, resucitado, en el camino de Damasco cuando estaba ocupado de forma “feroz” en la persecución de los discípulos de Jesús (Hch.9.1-3). Saulo recibió de parte del Señor su llamado al ministerio que se desempeñaría, principalmente, entre “los gentiles” (Hech. 9.15; 22.21; Gál. 2.7-8; Ro.15.17-21). Entonces, al llegar a este punto, es de sentido común pensar que si los judíos de la diáspora no conocían –en su gran mayoría- el idioma hebreo, los gentiles no lo conocían en absoluto.

Por tanto, añade el autor ya mencionado, Bruce:

Tan pronto como el evangelio fue llevado al mundo grecoparlante, la Septuaginta se convirtió en el texto sagrado que utilizaban los predicadores. Fue utilizada en las sinagogas de habla griega en todo el imperio romano”iii.

Pero también fue usada por los apóstoles a la hora de citar los textos del A. Testamento, cuando escribían tanto los evangelios como los Hechos de los Apóstoles y las epístolas.

A veces, algunos creyentes se extrañan porque leen en nuestras versiones en el Nuevo Testamento, citas del Antiguo y cuando van a leerlas allí, se dan cuenta de que difieren en algo. Pero no saben a qué se deben esas diferencias. Tales diferencias en dichas citas, se deben a que los escritores del N. T. citaban de la traducción griega de los LXX, pero el A. Testamento que usaron tanto Reina-Valera como casi la mayoría de las traducciones católicas y protestantes posteriores, están traducidas del texto original conocido como Texto Masoréticoiv. Y no es lo mismo citar de una traducción, que citar del idioma original del cual se hizo aquella traducción. Siempre hay alguna diferencia.

Esto que acabamos de decir prueba que el idioma usado para predicar y para escribir el Nuevo Testamento era el griego, no el hebreo. Además, es de sentido común que si yo voy a evangelizar a un pueblo determinado y les hablo o les escribo en un idioma que ellos no conocen estaré cometiendo, además de una falta de respeto, una necedad.

 

No hubo unas escrituras del N. Testamento escritas en hebreo

No. No hubo unas escrituras en hebreo del Nuevo Testamento. Ni del apóstol Pablo ni de ningún otro. Todo cuanto la historia nos muestra es que, en principio, la Septuaginta no sufrió ningún tipo de rechazo, dada su gran utilidad a todos los judíos helenistas, de habla griega. Fue cuando los apóstoles y toda la comunidad cristiana, “se apropiaron” de la versión de los LXX que los rabinos judíos rechazaron dicha versión, como también habían rechazado al Mesías Jesús y al cristianismo.

Tanto es así que dice el ya citado F.F.Bruce:

Así, de hecho, los cristianos se apropiaron hasta tal punto de la Septuaginta como su versión de las Escrituras, que los judíos fueron rechazándola poco a poco. Llegó un momento en que un rabino comparó el maldito día en que los setenta ancianos escribieron la Ley en griego para el rey (Ptolomeo II de Egipto) con el día en el cual Israel hizo el becerro de oro”v.

El rechazo a la Septuaginta por parte de los judíos tiene relación con el uso que los cristianos hicieron de ella

Lógicamente esta reacción de la comunidad religiosa judía expresa el rechazo hacia todo lo cristiano que se había salido del contexto del pueblo de Israel, incluidas sus escrituras en griego. Pero a la vez, dicho rechazo no es sino el cumplimiento de lo que dijo el Señor Jesús, cuando después de haber expuesto la parábola de “los labradores malvados”, les preguntó a los dirigentes religiosos:

¿Qué, pues, les hará el señor de la viña? Vendrá y destruirá a estos labradores y dará su viña a otros” (Mat.20.14-18) O, si se prefiere, el cumplimiento de la profecía de Deuteronomio, citada por el apóstol Pablo en Romanos 10.19: “Yo os provocaré a celos con un pueblo que no es pueblo…” En realidad esos “celos” se ven a lo largo de todo el ministerio de Jesús, yendo en aumento hasta llevarlo a la muerte (J. 12.19; Mt.27.18) y continuando con los apóstoles en Jerusalén desencadenando una gran persecución contra la iglesia (Hch.5.17; 8.1-3; 9.1-2; 12.1-5). Esos mismos celos también fueron provocados por el hecho de que los cristianos se apropiaron del mismo Antiguo Testamento escrito en griego; es decir la Septuaginta. Y lo que antes había sido aceptado por ellos, ahora era rechazado, calificándolo como satánico.

Sin embargo, la comunidad judía de habla griega reconoció que no podían prescindir de las Sagradas Escrituras en griego y para suplir la falta de la Septuaginta surgieron algunas versiones rivales: la versión de Aquila (130-150 d.C.); la de Teodocio (180-190 d. C.); la de Simaco (170-200 d. C.) etc.

La pregunta, que debemos hacernos y que se responde por sí sola, es: Si los mismos judíos de la diáspora, de habla griega, necesitaron su propia Biblia del A. Testamento traducida al griego, ¿A qué viene introducir la sospecha e incluso afirmar que el Nuevo Testamento fue escrito en hebreo, cuando los principales destinatarios hablaban griego? El experto en Historia de la Iglesia antigua y en el idioma griego koiné, Antonio Piñero, dice al respecto:

Ninguno de los veintisiete escritos de este conjunto fue compuesto en arameo, ni siquiera los evangelios más primitivos. El análisis crítico ha demostrado que no hay ninguna obra del Nuevo Testamento que fuera redactada en esa lengua, o en hebreo (…) La lengua de los autores del Nuevo Testamento es la llamada ‘koiné’, o idioma común del griego, empleado sobre todo en el Mediterráneo oriental en la época que va del siglo IV a.d.C., hasta bien entrado el siglo V, d.C., por múltiples pueblos integrados dentro del Imperio Romano, de orígenes étnicos diversos”vi

Entonces, como dijimos más arriba la respuesta salta a la vista; y pretender lo contrario, como reza el título de esta exposición, es “una falacia”. Una falacia que está dañando (además de otros aspectos de la fe cristiana) la credibilidad en nuestro Nuevo Testamento, traducido del idioma original griego y que está creando una gran confusión y división en muchas iglesias, no solo de España, sino de América Latina y otros países. Una falacia que, por serlo, hay que resistir y rechazar sin que por ello deba causarnos problema alguno.

 

Notas

i Algunos dicen que fue Lenin quien pronunció esa frase.

ii Bruce F.F. El Canon de las Sagradas Escrituras. Clie 2002. P.49. Las negritas, son mías.

iiiBruce F.F. Ibido ib. P.49. (Las negritas y cursivas, son mías).

iv El Texto Masorético fue el resultado de los arduos trabajos de eruditos rabinos judíos (“masoretas”) que se dedicaron al estudio de los textos hebreos disponibles y que refundaron en un texto único. Este texto hebreo llegó a conocerse como “el Texto Masorético”.

v Bruce F.F. Op. cit. P.49. Nota 18. Las negritas y cursivas son mías.

vi Piñero Antonio. Los libros del Nuevo Testamento. Editorial TROTTA, S.A. 2021. Pp. 17-18

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