Antonio Vallespinosa hace protestante a Barcelona

Saboteaban sus conferencias evangelísticas con agitadores pagados, amenazaban y agredían físicamente; y además –dice Vallespinosa- “lo peor eran los insultos”.

14 DE ENERO DE 2013 · 23:00

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Llama la atención Vallespinosa, en su afán evangelizador, el anuncio que puso en las páginas de La Revolución con un “premio de 50.000 duros”, recompensa que el Dr. Hammond ofrecía a cualquiera que fuera capaz de contradecir con textos bíblicos la veracidad de diez propuestas contrarias al catolicismo y que se anunciaban a continuación del anuncio del premio. El anuncio suscitó la atención pública y hubo alguna refutación como la del cardenal y arzobispo de Santiago de Compostela, García Cuesta[i] que resultó nada convincente. Durante su estancia en Madrid, Vallespinosa contempló la evangelización de otros protestantes muy activos como Jean Curie, capellán de la embajada alemana, al servicio del Comité para la Evangelización de España, quien, junto a Pablo Concepción Orejón, ex-capuchino converso al Evangelio, realizaron una campaña basada fundamentalmente en la distribución de literatura gratuita. EN BARCELONA Cuando llegó Vallespinosa a Barcelona, fue recibido por una delegación de evangélicos residentes en la ciudad como Francesc Sendra, familiar suyo convertido por la correspondencia mantenida con Villaespinosa estando en Gibraltar. Este grupo de evangélicos había subsistido clandestinamente hasta estas fechas de 1868 en que la Junta Revolucionaria de Barcelona autorizara a los evangélicos la celebración libre de sus cultos. Hospedado en la Fonda del Universo, en la calle Boquería, Vallespinosa comienza una campaña evangelística convocando a una Conferencia que se celebró, a falta de un local más adecuado, en el obrador de un maestro broncista, Juan Briansó con la asistencia de unas cincuenta personas. Ante el éxito se realizó una segunda conferencia, tres días después, en las dependencias del consulado suizo con asistencia de doscientas personas. A falta de un local lo suficientemente grande ante la demanda de asistentes, se decidió hacer las conferencias de manera itinerante. Una de estas se celebraría en la Fonda de Juan Sanquirgo, simpatizante de las doctrinas evangélicas. Sin embargo la carencia de un local propio preocupaba a Vallespinosa e intentó, como lo habían hecho los evangélicos de Sevilla, que a instancias del Ayuntamiento cediesen iglesias católicas expropiadas por la Junta Revolucionaria. Propondría en 1869 al Ayuntamiento barcelonés le cediesen en propiedad la capilla del Palacio Real que entonces se usaba de almacén. El concejal le desanimó en sus propósitos y Vallespinosa desistió, alquilando un almacén de la fábrica de hilados situado en calle de la Riereta, donde celebró algunas reuniones hasta que el propietario se enteró que allí se reunía una congregación protestante. Después de estas contrariedades Vallespinosa consigue un local adecuado situado en la segunda planta de un edificio de la calle Amalia. Así describe el local nuevo Vallespinosa: “En la nueva sala, que también había servido para una fábrica, cabían de 800 a 1.000 personas, pudiendo tomar asiento unas 300. El interior de nuestra capilla se componía de una plataforma y una mesa (que el pueblo llamaba altar) sobre la cual colocaba la Biblia antes de comenzar el Servicio divino, y que a su propio tiempo tomaba para su lectura. Detrás, y junto a la mesa, había un tabique que dividía lo que llamamos sacristía, de la sala o nave de la capilla, teniendo colocados sobre él tres cuadros con marco dorado, que con grandes letras impresas contenían la oración dominical, el Credo de los apóstoles y el Decálogo en medio. Sobre el cuadro del Decálogo había una cruz negra de un palmó de altura, que si bien no tenia en sí valor alguno, en aquella ocasión servía para mucho, pues cuando la gente entraba y veía la cruz, consideraba que se hallaba en un lugar donde realmente había religión cristiana, y desvanecía el mal efecto que tenían de los protestantes, especialmente cuando a cada momento se decía que no creían en Dios. Enfrente y junto a la plataforma, había una barandilla, teniendo en el centro un paso abierto. En la misma plataforma y a su entrada, a la izquierda, había el púlpito, que estaba pintado de negro. Además de la capilla era todo blanco. Cuando otro debía tomar parte en el cuito, se colocaba una silla delante del púlpito. A la derecha había el reclinatorio donde yo leía y hacía las oraciones. Detrás del tabique de la plataforma estaba el coro de las señoritas. Sobre los asientos de la capilla se colocaban Nuevos Testamentos y Liturgias impresas, de unas diez o doce páginas, con oraciones extractadas de la Liturgia Anglicana, que servían de guía a los asistentes al culto, como también unos libritos de himnos impresos, que había copiado de un libro de himnos españoles. El armónium y el coro, como he dicho, estaban en la sacristía”. Muchos de los asistentes procedían de las conferencias evangelísticas donde se hacía un llamamiento a seguir el Evangelio. La congregación estaba formada por unas doscientas familias que a un promedio de cuatro personas podría llegar a las 800 creyentes según los cálculos de Vallespinosa. La extracción social de los miembros, tanto los antiguos como los nuevos pertenecían a las clases subalternas –dice Solá-. Nosotros seguimos dudando de estas calificaciones, pues creemos que las iglesias evangélicas, excepto en momentos determinados, se nutrieron de todas las clases de la sociedad. Un ejemplo podía ser la boda de Josep Fontanet, compañero de Vallespinosa en el seminario y natural deMontbrió del Camp celebrada como celebración especial en esta iglesia. Lo normal eran los cultos dominicales que se celebraban, según relato de Vallespinosa, de esta manera: “A la hora señalada, comenzaba el coro, acompañado de armónium, cantando el versículo 18 del capitulo XV del Evangelio de San Lucas. Mientras el coro cantaba este versículo, salía yo vestido [con toga negra, se entiende] de la sacristía, y me dirigía al reclinatorio, donde me arrodillaba. La congregación, que se había levantado al comenzar el canto, se arrodillaba a su conclusión, haciendo yo una oración en voz alta y según me dictaba mi espíritu. Leía algunos versículos de la Liturgia, que demostraban que todos estábamos en pecado, siguiendo después nuestra confesión general según estaba en la misma Liturgia. Mientras se cantaba un himno, iba yo al pie de la mesa y, concluido, leía el Decálogo a la congregación. Cantábase otro himno, durante el cual subía al púlpito y, tras una oración, venia la predicación, que duraba unos veinticinco minutos. Después del sermón se cantaba otro himno y con ello quedaba terminado el culto. La comunión era administrada de la siguiente manera: “Antes de empezar colocábase, en la mesa una bandeja, que contenía los fragmentos del pan de la Comunión, y encima la copa del vino, que era una especie de cáliz de cristal, que nos prestaba para tales ocasiones el señor cónsul de Suiza. A la hora señalada se cantaba un himno, leía unas porciones de la Liturgia Anglicana, se cantaba otro himno, hacía un breve discurso, explicando la divina Institución del Sacramento y la necesidad de recibirlo y, después, de dos en dos venían los congregados, para recibir la Comunión. Concluida la distribución del pan y del vino, leía unas oraciones, se cantaba un himno, se daba la bendición y se retiraban todos." Los bautismos, era costumbre realizarlos en domingo, a la conclusión del culto y, a diferencia de otras denominaciones evangélicas, solo se administraba a los infantes. Asimismo, las bodas se efectuaban en domingo, según el ritual de la iglesia anglicana, si bien la ceremonia era totalmente carente de validez legal y, por tanto, los novios debían casarse civilmente. Las mayores dificultades eran los enterramientos y estaban motivadas por varias causas como era no tener cementerios civiles, el que el cónsul británico se apusiera a que los españoles fuesen enterrados en el cementerio de Pablenou, que solo era para extranjeros no católicos y sobre todo por la injerencia de los obispos y los curas que se oponían a los entierros evangélicos en el cementerio de Barcelona. Vallespinosa tendría que enterrar los difuntos en un terreno anexo al cementerio destinado a los suicidas. DISPUTAS EN LA PRENSA CATALANA La actividad evangelística de Vallespinosa, que había creado una gran expectación, no tardó en encontrar oposición pública en la ciudad por parte del clero católico y de los intereses corporativos de la actividad religiosa. Sabotearían las conferencias evangelísticas con agitadores pagados, intentarían agredir físicamente y no sólo amenazar. Y además –dice Vallespinosa- “lo peor eran los insultos que a menudo recibía de mis enemigos. Al salir de casa regularmente lo hacía pasando siempre por calles donde tuviese alguna familia conocida, para que, en caso de necesidad, supiera dónde hallar refugio, pues con frecuencia sucedía que encontraba estudiantes del seminario que me seguían, arrojándome piedras o vociferando palabras insultantes e injuriosas, hasta que me guarecía en alguna parte”. Tiene mucha razón Solá al decir que pese a las libertades del Sexenio Democrático, el ser protestante solía conllevar implícita la marginación social y el desprecio en la actividad diaria. En el caso de los ministros de culto y sus familias, la exclusión social era más notoria, donde la intolerancia llegaba a tener demostraciones violentas. Así narra Vallespinosa esta violencia: “Para que se vea la cólera del clero y las simpatías de la clase obrera, debo decir que cuatro horas antes de que comenzará la reunión se presentaron en el taller del señor Briansó cuatro desconocidos, informándole que habían sabido por una mujer, que aquella noche debía de haber un alboroto en la fonda, y que se trataba de asesinarme, añadiendo aquellos desconocidos que se contará con ellos y con una docena de hombres mas, que llevarían para defenderme. La cosa no pasó a mas, porque había quienes aparecieron encargados de vigilar a los sospechosos." Pero si esta violencia retrajo a muchas personas que abrazasen el protestantismo, a otras las hizo fuertes y valientes. La oposición de carácter apologético no sería menos violenta pero en estas batallas las palabras e insultos dejaban al descubierto la catadura intelectual y moral de cada cual. Entre los controversistas de Vallespinosa está el sacerdote católico Silvestre Rougier que escribe en el diario católico de Madrid “El Pensamiento español” un aviso dirigido a los ministros evangélicos. Desafiaba a sostener una “discusión pública y oral sobre las doctrinas del protestantismo” y Vallespinosa, aunque vivía en Barcelona, aceptó el desafío a título personal a condición de que desafío para que fuese más público fuese a través de la prensa, así lo hizo saber en las páginas de “La Revolucionaria”. Sin embargo el cura Silvestre Rougier escribiría en La Esperanza eludiendo la discusión a través de la prensa “para evitar, según me tiene acreditada la experiencia –decía-, que se conteste con artículos que no pertenecen al firmante, (...) y sobre todo, para descartar de la polémica todos aquellos incidentes extraños, que suelen hacerla interminable, que distraen la atención de los lectores, alteran la base del objeto controvertible, y dejan el asunto sin una solución pronta y eficaz". Con estas palabras Silvestre Rougier se desdice de sus intenciones apologéticas y la disputa quedó sin hacerse. Sin embargo sería retado por Fernando Sellares, alumno del seminario de Barcelona mediante aviso en La Crónica de Cataluña y que en este caso rechazó Vallespinosa por el escaso peso teológico del contrincante, pero que al insistir Sellares, al final Vallespinosa aceptó citándole a asistir a un debate. Nuevamente, y ante la incapacidad de afrontar una disputa teológica con éxito evitó acudir Sellares, lo cual resultó perjudicial para los agentes del catolicismo –dice Solá-. Este quedar en evidencia ante el miedo al debate, obligó al canónigo y apologeta de renombre Andreu Puso a aceptar el debate público en El Amigo del Pueblo, revista católica de Barcelona. Villaespinosa aceptó la disputa en un artículo redactado en La Alianza de los Pueblos con fecha 14 de noviembre de 1869 con la sugerencia de que se hiciese a través de la prensa como el más amplio medio público. A Puso esta condición no le gustó negándose a tener una polémica por los periódicos con el fin de evitar “el tonto e indigno escándalo que haría cundir usted miedo por todas partes, si me dejara yo arrastrar al palenque de la Prensa”. Vallespinosa ante las reticencias insertó otro artículo en La Alianza de los Pueblos a que fuera Puso el que escogiera el medio y el marco más adecuado a sus intereses, pero daría por terminada la discusión en un artículo en La Voz de España que era una especie de manifiesto en el que se exponían argumentos demostrativos de la falsedad de las doctrinas protestantes. Este artículo lo rebatiría Vallespinosa semanas después, a través de la misma revista. Estas disputas favorecían a Vallespinosa y desde entonces evitarían desafiarle pero no así de insultarle y menospreciarle desde las páginas de la prensa y desde las condenas pastorales y las denuncias judiciales. Se apuntaba directamente a Vallespinosa en un artículo de 1869 titulado “El protestantismo propinado homeopáticamente” que iba dirigido a un “desgraciado apóstata del catolicismo”. Cuando aparece “El Eco Protestante” semanario evangélico editado por Vallespinosa, el obispo Montserrat y Catalán firmará una pastoral contra el protestantismo. No sería la única pastoral condenatoria pues mucha de la atención de la jerarquía eclesiástica hasta el Vaticano y a principios de 1870, estaba destinada a la lucha contra el protestantismo. Contra Vallespinosa y para oponerse a sus actividades misioneras se incoaron expedientes del tribunal eclesiástico de Tarazona y a pesar de que Vallespinosa ya había apostatado del romanismo hacía tiempo, el tribunal lo juzgó como subdiácono de la iglesia católica. En lo que se conserva del expediente, algunas declaraciones de religiosos manifestaban que “en algunos libros protestantes que circulaban se veía anotada la dirección del republicano D. José Anselmo Clavé, en la calle Xuclà nº 4. Según declaraciones del cura Juan García “en las primeras sesiones que dio, o a lo menos en las que concurrió el respondiente, había en el local una bandera o pendón con una barretina o gorro frigio, y un triangulo y la inscripción de libertad, igualdad, fraternidad, y Vallespinosa declamaba también contra la ex-reina, contra el padre Claret y el caído gobierno de aquella". Estas acusaciones, que en parte eran ciertas, aunque Vallespinosa no lo diga en sus Memorias, reflejan la vinculación con el republicanismo de Anselmo Clavé.


[i]Es conocido su Discurso en defensa de la unidad católica pronunciado en las Cortes Constituyentes de 1869García Cuesta, Miguel, Cardenal, Arzobispo de Santiago

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