Olimpiadas: cuando el arte confunde ‘liberté’ y estupidez
Reírse de convicciones profundas de la persona es todo menos creatividad, festividad y libertad: es falta de respeto y mediocridad.
Evangélico Digital · 27 DE JULIO DE 2024 · 15:00
Imaginemos un espectáculo en el que los personajes de Simone de Beauvoir, Barbara Butch y Thomas Jolly aparecen en una fiesta en la que lesbianas son ridiculizadas, los gays son motivo de parodia humillante y las banderas de los colectivos LGBI y transexual son pisoteadas como trapos de los que los espectadores se ríen festivamente.
Imaginemos que los gestores del espectáculo explicasen que era una exaltación de la creación artística y la libertad… ¡Ay no, por favor! ¡Ay qué horror! ¡Qué indignante! ¡Ay qué negación de los básicos principios de respeto! ¡Qué denigración de los derechos humanos!… ¡Qué farsa!
Sí ¡Qué farsa! Bajo el epígrafe “Festivité” la inauguración de los Juegos Olímpicos de París presentó un espectáculo con gays, lesbianas y trans emulando el cuadro de Leonardo da Vinci “La última Cena” de Jesús con sus discípulos.
Pero al parecer eso no es horroroso ni indignante ni niega los básicos principios de respeto ni los derechos humanos: es “festivité”, libertad de creación, arte. Este estúpido espectáculo en la inauguración de los Juegos ridiculiza y denigra un episodio dramático de la historia de la humanidad, en el que Jesús reúne a los doce anticipando Su entrega voluntaria para sufrir y morir por toda la humanidad, un trascendental momento de la historia que ha sido recogido con el respeto que merece por Leonardo da Vinci o por J. S. Bach en “La Pasión según S. Mateo”, un episodio ante el que se impone cuando menos el silencio, y no la ocurrencia de los coreógrafos de los Juegos, tan mediocre y ramplona como agresivamente ofensiva.
Se manifiesta así la absoluta pertinencia del reciente comunicado de la Alianza Evangélica Española ante la iniciativa del gobierno español que pretende trivializar el respeto a las convicciones y sentimientos espirituales.
La festividad y la creatividad tienen un objetivo: el disfrute limpio y la dignificación de las personas. Reírse de convicciones profundas de las personas, hacer escarnio de sus más elevados sentimientos, humillar su dignidad es todo menos creatividad, festividad y libertad: es falta de respeto, mediocridad y estupidez.
Es todo menos Liberté, es todo menos Egalité, es todo menos Fraternité. Es todo menos coraje, y si no, que nos lo demuestren: en los próximos Juegos que organicen, a ver si se atreven a montar un espectáculo parecido con episodios de la vida de Mahoma. Humillar miserablemente a los cristianos sale barato: ellos no te ponen una bomba debajo del asiento. Pero, por favor, no se confundan: no devolvemos las agresiones, pero no somos estúpidos. No callaremos hasta que se traguen estas majaderías.
Los “creadores” que presentaron ese espectáculo en los Juegos son emuladores de quienes, poco después de aquella cena, se llevaron a Jesús al pretorio y desarrollaron allí todo un artístico espectáculo de “Festivité”: lo desnudaron, le echaron encima un manto escarlata bromeando sobre su condición de Rey, le pusieron una artística corona de espinas, le colocaron como cetro una caña en la mano y realizaron una imaginativa coreografía como la de París, hincando la rodilla ante Él.
En aquel momento las artísticas ocurrencias de aquellos miserables soldados romanos humillando a Jesús despertaron, sin duda, el aplauso de los espectadores, como en el caso de la parodia en estos Juegos, pero al final hoy contemplamos a aquellos soldados arrinconados en las cloacas de la de la historia de la dignidad humana; las mismas que acogerán a estos “artistas” de la Festivité.
Aquellos soldados romanos mataron a Jesús. Los artistas de la Festivité pretendieron matar la imagen y el mensaje de Jesús por la vía más agresiva: la de la distorsión denigrante.
Lo cierto es que Jesús murió porque se entregó voluntariamente a sí mismo por nosotros, incluso por aquellos soldados, incluso por los “artistas” de estas Olimpiadas. Y la realidad es que los soldados no pudieron evitar que Jesús resucitase al tercer día; los creadores de esta Festivité tampoco podrán evitar que Jesús siga vivo hoy y con todo honor ofreciendo a todos –incluso a ellos– la dignidad y la vida que ellos han despreciado.
Pero no se confundan: ese mismo Jesús es el que juzgará sin apelación cada acto de cada uno de nosotros, y eso incluye la ceremonia de apertura en París.
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