La misión: palanca definitiva para conseguir la unidad de la iglesia (8)
Última reflexión tras la serie "Recuperando algunos de los pasajes clave sobre misiones".
BARCELONA · 04 DE ENERO DE 2025 · 18:00
Tras mi serie de siete artículos sobre la misión, que espero hayáis tenido ocasión de leer y os hayan animado y ayudado a vislumbrar un poco más la importancia que le da el Señor, quiero invitaros a hacer un viaje al campo de misión: “…el campo es el mundo” (Mt 13:38). Porque solemos mirar a las misiones casi sólo desde las implicaciones del envío, pero el envío no constituye más que los prolegómenos para siquiera empezar la tarea en sí. No quiero entrar en el detalle de todos los aspectos que abarca la obra en el campo (un intento por abordar algunos de estos aspectos es mi libro “Recomponiendo la Misión con Jesús”: amazon.es/dp/8494911279). Sino más bien, quiero abordar algunas implicaciones que supondrá el hecho de tener ya a alguien en el campo para los que hayamos quedado en la retaguardia. Y la mayor implicación es que nos dará un baño de humildad. Todo un señor baño de humildad. ¡Bendita humildad!
Y también nos otorgará la oportunidad de un nuevo y renovado encuentro con el Señor: profundizar en nuestra relación con Él como nunca antes (los que no heredaban tierras en Israel, los levitas, tenían por heredad nada más y nada menos que al Señor mismo, Dt 18:1-2; y así es un poco con los que dejan atrás sus tierras y con los que los apoyan). ¡Pero sobre todo nos introducirá en una nueva dimensión de la unidad de la iglesia! Aunque sea un poco a la fuerza…
En mi último artículo con el título de “Como me envió el Padre: Los misioneros no salen, son enviados” ponía de ejemplo el envío de un astronauta a la luna como símil de los esfuerzos combinados que requiere enviar a un misionero. El propósito de esta comparación es ayudarnos a entender cuántos recursos diferentes necesitamos reunir para el envío, y por ello destacar la gran necesidad que tenemos los unos de los otros. Y por “los otros” me refiero a otras iglesias, otros programas de capacitación, otras organizaciones con experiencia en el campo de misión, etc. etc. etc. Esto nos lleva a buscar una unidad o unión de recursos.
Pero estar en el campo ya no es sólo cuestión de falta de recursos, sino de impotencia y perplejidad ante el desafío y las imposibilidades (me refiero sobre todo a campos “vírgenes” donde la obra en todo un país empieza de cero o prácticamente de cero). Es asunto de que lo que hacías en tu tierra, aquí y ahora ya no sirve. De que los distintivos de tu denominación o de tu teología o tu metodología sirven para poco o casi nada… Por tanto, el “campo” nos arrastrará, no ya a buscar una unidad de recursos, sino una unidad de humildad. Aquella auténtica a la que nos invita la Palabra: “Nada hagáis por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de vosotros considere al otro como más importante que a sí mismo” (Flp 2:3). Y el “otro” aquí será alguien de “otro” país y cultura (bien sea “otro/a” misionero/a u “otro” creyente nativo con una percepción del mundo, incluso del Señor, que contrasta con la que has conocido siempre), alguien con “otro” idioma, de “otra” denominación, de “otro” énfasis teológico, de “otra” metodología, de “otra” experiencia muy distinta de la de tu país de origen (quizás viene de un contexto de “avivamiento” o de un contexto donde la iglesia está “en declive”… de una cultura donde priman las emociones o de una cultura pragmática, fría y calculadora). Y lo bueno es que allí te darás cuenta de que aquello que en tu país de origen quizás infravalorabas, ¡ahora lo vas a necesitar! Porque sin ellos/as “tu cosecha” no prosperará… Y esto te va a dar un baño de humildad.
Hay dos símiles que suelo usar a la hora de presentar el desafío que implica el envío de misioneros y la misión en el campo. El ya mencionado símil del “astronauta” y el símil del “cíclope”. Pero por la razón que sea el símil con el que todos se quedan aquí es el del astronauta (ver artículo no 7, donde digo: “Para enviar a alguien a la luna, por ejemplo, no podemos esperar que la iniciativa parta del astronauta y que éste se vaya a una ferretería y se construya un cohete de hojalata…”). ¡Y eso que para mí el símil del cíclope es mucho, pero mucho más importante que el del astronauta! Creo que la razón es que miramos a las misiones desde el lado de las dificultades de los que envían (i.e. desde la logística de Cabo Cañaveral) y no desde el lado de las dificultades del campo (i.e. desde la anoxia mortífera –la falta de oxígeno– de la Luna). Las dificultades de los que envían afortunadamente nos llevarán a buscar la unidad de recursos (lo que en muchas ocasiones ya conlleva superar diferencias denominacionales). Pero las dificultades del campo nos abocarán a necesitar la unidad de humildad y de verdadera dependencia y valoración mutua.
Ulises en su accidentado viaje de regreso a Ítaca llega a una isla donde se topa con el cíclope Polifemo (cuyo nombre significa “muchas palabras” o “muchas lenguas”). Gigante irreductible de un solo ojo, al que Ulises no consigue apaciguar ni con presentes. El cíclope lo apresa y almacena en su gruta para devorarlo a él y a su tripulación. No tienen ninguna posibilidad ante tan descomunal enemigo. Así que Ulises se las ingenia para vencerlo. La única manera es dejando ciego al monstruo. Pero ¿quién y cómo se atrevería siquiera a acercársele? (“¿quién le pondrá el cascabel al gato?”). Lo que hace Ulises es aprovechar mientras está durmiendo para asestarle el golpe de gracia, clavándole una estaca en el único ojo. Y así huir de la gruta camuflados bajo las ovejas del cíclope enfurecido pero ciego, de forma que éste no los pueda ver ni palpar.
Los gigantes que enfrentamos en los campos “sin el evangelio” son gigantes irreductibles si no nos mimetizamos con las ovejas del lugar y colaboramos con ellas. ¿Y cuáles son los gigantes y qué o quienes son esas ovejas? Por lo pronto enfrentamos la barrera de la lengua y la cultura (los Polifemos). Luego la de los usos y costumbres, por no decir los prejuicios del lugar (como dicen en turco: es casi imposible “introducir una nueva costumbre en un pueblo viejo”[1]). Además, está la barrera de ser vistos como intrusos y como amenaza de la que deshacerse (el cíclope nos quiere devorar). Traemos con nosotros “vicios” e “incompatibilidades” culturales que violentan e incomodan a los naturales del país. Y nos enfrentamos sobre todo a los “poderes que operan en el aire”, que envenenan y confunden a las mentes (cf. Ef 2:2; 2Co 4:4).
Muchos son los que llegan de otras latitudes al “campo” y creen que tienen la “fórmula mágica” (aunque la suelen llamar “unción”), y muchos son los que si no aprenden la unidad y dependencia mutua, abandonan descorazonados después de arduos y largos intentos. El evangelio, no es sólo el evangelio de “la Cruz”, sino tanto o más el de la “encarnación”. Y si al “encarnarse” en una nueva cultura a Jesús le llevó 30 años antes de empezar el “ministerio”, ¿qué podemos esperar nosotros? Lo que se necesita no son “fórmulas mágicas” sino aprender a identificarse y colaborar con las “ovejas”; no ir de “sobrados” ni de “llaneros solitarios”. ¿Y quiénes son las ovejas”? No son ovejas en el sentido de miembros de una iglesia. Las ovejas son, mirando a nuestra experiencia de cuatro décadas en el campo, todos aquellos que están en el “campo” intentando igualmente cumplir con la tarea: creyentes nativos, agencias misioneras, diferentes nacionalidades y culturas, ministerios variopintos, metodologías diversas, matices teológicos dispares, denominaciones foráneas, incluso las iglesias tradicionales… En el “campo” en vez de luchar las ovejas y los Ulises unos contra los otros, deben aprender a resolver todas sus diferencias; que no significa optar por el uniformismo, sino percatarnos de cuanta necesidad tenemos los unos de los otros. Y percatarnos también de cuánto afecta la desunión al testimonio y avance de la obra.
Así el símil del cíclope, sobre todo, nos insta a darnos cuenta de cuánta necesidad tenemos de poner nuestras diferencias a un lado para dar a conocer a un Cristo que no está dividido. Y no se trata únicamente de unir esfuerzos, sino más allá de ello, de no darle la ocasión al enemigo de las almas de introducir cizaña entre los suyos y confusión entre los que, de otro modo, no saben a cuál de los “Cristos” que anuncian estos supuestos hermanos enfrentados deberían creer. Se trata de glorificar al que es un único Señor y Señor de todas las almas, cultivando un mismo sentir de unidad respetuosa en la diversidad.
Recuerdo una de las primeras reacciones al compartir el mensaje en tierras musulmanas: “Ya no hay quien los escucha en sus países, de tan divididos que están, y ahora vienen a dividirnos a nosotros”. El mundo nos dice: “¿Por qué vamos a creer sino se ponen de acuerdo entre ellos?” No es que debamos movernos por la opinión de los demás, pero sí que debemos ser sensibles si lo que queremos es dar un buen testimonio (que es lo que Jesús nos dice en Jn 13:35). Uno de los mayores daños a la credibilidad de la Tarea Global ha sido el empeño de los que proclamaban Su nombre, en descalificarse mutuamente. Y en un mismo sentido, el querer arrastrar a los nuevos conversos bajo la propia bandera, en vez de aglutinarlos alrededor de la fidelidad pura y exclusiva a Jesús. En vez de educarlos para que “reciban” a todo aquel que Cristo “ha recibido”, y “no para contender sobre opiniones” (Ro. 14:1, 3). “Por tanto, aceptaos los unos a los otros, como también Cristo nos aceptó para gloria de Dios” (Ro. 15:7).[2]
Por lo tanto, se trata de ganarle la batalla al “difamador” y “acusador de los hermanos” (Ap 12:10). Si unir esfuerzos es necesario a la hora de enviar “emisarios”, lo es cien veces más a la hora de sobrevivir y fructificar en el “campo”. De modo que la iglesia desplazada a tierras inhóspitas a través de sus emisarios, o aprende a enfrentar junto con las ovejas del lugar al gigante y enemigo común, o fracasa estrepitosamente. Cuanto “mayor” el enemigo, mayor la unidad que se precisa. Y si en casa el “enemigo” eran los carencias y dificultades a la hora de enviar y sostener “obreros” (i.e. enviar astronautas), en el campo el “enemigo”, además de la escasez de recursos, es un gigante espiritual dispuesto a devorar cualquier intento de ganarle el terreno (i.e. el cíclope de Ulises). La única salida a esto es descubrir la verdadera unidad. Por eso “La misión es la palanca definitiva para conseguir la unidad de la iglesia”. La misión nos fuerza sí o sí a buscar la unidad (“A la fuerza ahorcan”). El desafío es tan grande que se nos acaban las “tonterías”.
Nosotros en el campo hemos trabajado hombro a hombro con OM, Ágape, WEC, AAHH, IMB, AADD, Fronteras, PI, PMI, Puertas Abiertas, Wycliffe, APEN, Voz de los Mártires, World Relief, colaboradores coreanos… y tantos otros más. Así como con toda clase de estilos eclesiales, desde los más carismáticos a los más conservadores. Incluso las iglesias tradicionales han acabado usando nuestra literatura para ofrecerla a los visitantes y curiosos en Turquía.
Años atrás una imprenta creyente en Irak ofrecía gratis una impresora offset y una publicadora cristiana de Turquía la quería aprovechar. Pero a la impresora le faltaba una pieza clave que sólo se podía obtener en Alemania. A través de contactos de agencias de origen alemán que trabajan en Turquía, localizaron un proveedor creyente que tenía dicha pieza y estaba dispuesto a donarla para la obra. Y una organización misionera que hacía un viaje de reconocimiento al país estaba dispuesta a traerla. Nadie preguntó “¿De qué denominación o postura teológica eres?”. Todos trabajaron para “el reino”. Es decir, para el avance del evangelio, al margen de diferencias eclesiales o denominacionales. Se trata no sólo de no marcar diferencias “eclesiales”, sino de tener “mentalidad de reino”. Podemos decir que la iglesia del Señor, si hablamos de la iglesia local a la que pertenecemos, es también “mi” iglesia, pero no podemos decir del Reino del Señor que es “mi” reino. Decir “Estoy plantando mi reino”, no sonaría muy bien (aun cuando a veces esto parece lo que intentan algunos). Los desafíos del campo son el antídoto más eficaz para la discordia y la desunión.
Desde iniciativas colaborativas como la Plataforma Española de Misiones (PEM), anidada en la Alianza Evangélica (AEE), trabajamos para invertir en las misiones y por lo tanto en “el reino”. Lo cual no significa desprendernos de nuestras señas identitarias, pero sí significa no enarbolar dichas señas como muros de discordia y desunión, ni como banderas de competencia o rivalidad. El Espíritu Santo está levantando una nueva conciencia y pasión por las misiones en las iglesias de la Península, que hasta hace pocos años sólo se veían a sí mismas como receptoras necesitadas de misioneros e incapaces de abordar el desafío de las misiones transculturales. ¡Ya no es así! Y gloria a Dios porque son cada vez más los que quieren incorporar (o mejor dicho recuperar) el desafío de las misiones transculturales entre sus objetivos eclesiales. Esto a la práctica nos obliga a procurar la unidad, como ninguna otra necesidad de la obra. Y como consecuencia directa de ésta, a procurar la colaboración sin buscar echarnos flores a nosotros mismos. ¡Bendita sea pues la misión! No ya sólo por el privilegio de ocuparnos de los confines de la tierra, sino por los “réditos” espirituales que de refilón aporta para los que se comprometen con ella. Uno de ellos, el redescubrir la unidad más genuina: “Vuestro amor mutuo será el distintivo por el que todo el mundo os reconocerá como discípulos míos” (Jn 13:35, BLP).
Y si el considerar la misión como proyecto de envío para nuestras iglesias promueve la unidad, qué no decir ya de lo que nos aportará una vez tengamos a alguien, o a más gente, en el campo. Reformulando una expresión de Pablo: “Porque si a pesar de la exclusión de la misión continuó la reconciliación del mundo, ¿qué no será su admisión, sino vida de entre los muertos?” (cf. Ro 11:15). El mayor beneficiado con fruto y fruto que permanece –al desprenderse de recursos y hermanos/as capacitados/as para enviarlos/las a las misiones– es la iglesia enviadora. Siempre y cuando abrace la unidad en humildad. Por eso todos los que soñamos con las misiones necesitamos unirnos hombro a hombro, no para desbancar a otros con nuestro proyecto, sino para el avance del “reino” sin otras etiquetas, y para la gloria exclusiva de Dios.
Pero para poner manos a la obra necesitamos abordar, conocer y resolver los diferentes aspectos que entraña la misión. Desde la Plataforma Española de Misiones (PEM), conectamos a más de 80 organizaciones y denominaciones, así como otros participantes a título individual, que colaboramos todos voluntariamente para el avance de la misión transcultural en y desde España. Y nos articulamos en 9 mesas de trabajo que buscan poner a disposición de las iglesias de la Península todas las experiencias y los recursos disponibles, así como seguir reflexionando sobre cómo el Señor está haciendo la obra misionera desde España y cómo llevarla al próximo nivel, haciendo buen uso de eso, de las iniciativas y de los recursos que ya el Señor ha puesto entre nosotros. Las mesas de trabajo son las siguientes: Movilización, Movilización de Jóvenes, Sostenimiento, Investigación, Misionología, Capacitación, Cuidado Integral, Campos Estratégicos, Orientación-Recepción. No buscamos suplantar el esfuerzo ni de las iglesias ni de las denominaciones ni de los centros o programas de capacitación ni de las agencias misioneras, sino que queremos ser de ánimo y el puente de contacto de todos aquellos que están interesados en la misión y/o trabajando ya en misiones. Queremos poder orientarte a aquellos que podrán responder a tus inquietudes y necesidades para poner un proyecto en marcha.
El evangelio es el mismo, el llamado a las misiones es el mismo, pero los desafíos prácticos del primer siglo y los de hoy no son los mismos. Así que no es cuestión de enviar y ya está, y luego “si te he visto no me acuerdo…” Sino de discernir el contexto y las demandas de las circunstancias que nos toca vivir. Por poner un ejemplo, en el contexto de los Hechos de los Apóstoles nos encontramos un mundo sin pasaportes ni visados ni permisos de residencia. De seguir siendo así también yo hoy seguiría estando en Turquía… Necesitamos conocer pues las implicaciones de todos estos aspectos prácticos y cómo solucionarlos. Y no sólo enfrentamos esos aspectos burocráticos, sino sobre todo enfrentamos los desafíos espirituales del campo. ¿Cómo presentar el evangelio de forma comprensible a la mentalidad y cosmovisión del lugar? ¿Cómo afecta la religión y las supersticiones del lugar a la percepción de los nativos? ¿Cuáles son las claves para discipular en una cultura diferente? ¿Cómo se perciben las cosas si las hacemos de tal o cual manera? ¿Cómo evitar ser vistos como injerencia o intromisión política de otros países? ¿Cómo contrarrestar los malentendidos que una sociedad dada pueda tener respecto al evangelio? ¿Cuáles son los ataques más generalizados a la credibilidad del mensaje? ¿Cómo evitar caer presa de medios de comunicación difamatorios? ¿Cuál es el estilo y nivel de vida más adecuado para un buen testimonio? ¿Qué tanto nos hemos de ocultar o bien presentar abiertamente ante la sociedad como emisarios del evangelio? ¿Cómo relacionarse adecuadamente con las autoridades, si es que conviene hacerlo? ¿Qué métodos han funcionado y cuáles no? ¿Qué tipo de lenguaje y expresiones es el más adecuado para llegar al corazón de los oyentes? ¿Cuáles son las pautas de autoridad en la familia, en la sociedad y al asociarse en grupo? ¿Qué pecados estructurales afectan y dificultan la recepción del evangelio? ¿Cuáles son los errores más comunes cometidos por misioneros precedentes…? Y un largo etc. Polifemo es polifacético, multifacético, millón-facético incluso… Para ello debemos poder aprovechar las experiencias los unos de los otros, sin tener que reinventar la rueda. Nadie puede hacer la obra sólo y aislado.
La misión ha ido evolucionando desde la iglesia primitiva donde el Espíritu Santo iba guiando, aprovechando las calzadas romanas que unían el imperio, hasta nuestros días, en los que el mundo se ha convertido en un pañuelo y está conectado virtual y permanentemente. Y en ese proceso, en concreto las misiones protestantes se inician en el siglo XVIII aprovechando las nuevas vías que proporcionaban las colonias. Hoy en día estamos marcados por la globalización, las nuevas tecnologías, la hiperinformación, la vigilancia “gran hermano”, la realidad virtual y la inteligencia artificial (la posmodernidad y la sociedad líquida, no afecta de igual manera a otras culturas no occidentales…). Así las misiones protestantes han ido evolucionando también dese las misiones denominacionales, pasando por las agencias misioneras (para-eclesiales), llegando a finales del siglo pasado a las colaboraciones en redes (de agencias e iglesias entre sí), y centrándose hoy en lo que se llama misión “policéntrica” (i.e. de todas partes a todas partes; especialmente desde lo que se ha llegado a llamar “el sur global”).
No podemos seguir abordando la labor al estilo peninsular, hispano o latino a secas; es decir, al estilo “sálvese quien pueda”, o al estilo de “tirarse a la piscina y luego mirar si había o no agua”. La cultura de la improvisación puede tener ciertas ventajas; nos puede ayudar a reaccionar bien y rápido ante situaciones imprevistas. Pero si se usa de excusa para no planificar, a la larga o a la corta nos aboca al fracaso. No podemos seguir así a la hora de ayudar a los misioneros a salir, ni podemos seguir haciéndolo así a la hora de ayudar a los misioneros a “aterrizar” en su lugar de destino (y aún menos si queremos que sobrevivan allí). Y por “aterrizar” me refiero no sólo a llegar e instalarse, sino a todo el proceso de adaptación y descubrimiento de las condiciones, desafíos y oportunidades con las que se enfrentarán en el campo, proceso que durará años. Y para ello necesitan el contacto y la colaboración con otros que ya están en el campo. No podemos abordar aquí los detalles de la logística de envío y adaptación. Aparte de por falta de espacio, porque para destinos diferentes las prioridades serán muy diferentes.
Pero sobre todo no podemos olvidar que la meta no es el envío y ya está, sino llegar a ver la cosecha en nuevas tierras. Ahí donde están los Polifemos. Y evitar que nada más llegar nos devore… Una observación mía tras años en el campo es que algunas agencias o denominaciones operan como lo que yo comparo a un pozo de extracción de petróleo infructuoso. La meta es extraer el máximo petróleo posible, pero luego ese petrolero lo necesitan en la plataforma para aumentar constantemente la cantidad extraída, de modo que el petróleo que obtienen nunca llega al mercado. Algunas agencias o denominaciones parece que todo el empeño es enviar cuantos más misioneros mejor, y luego estos, más que en hacer la obra en el lugar de envío, siguen colaborando para aumentar el número de nuevos misioneros que salgan al campo. De modo que hay mucho movimiento, pero poca incidencia sobre el terreno. Mucho ruido y pocas nueces. No hay siembra por lo que no hay cosecha. Si enviamos, debemos ser conscientes de que tan importante como despegar, es que haya una pista donde aterrizar. Y nos sólo esto, sino que allí “el enemigo del sembrador” (el o los Polifemos), va a intentar por todos los medios frustrar la labor con su cizaña, así como devorar a los desprevenidos. La meta no es el envío, sino la cosecha. Y “Él que observa el viento no siembra, y el que mira las nubes no siega” Ecl 11:4).
Tenemos un conocido turco que se ha comprado una finca en la provincia de Gerona para cultivar la tierra. Antes era capitán de barco. Y nos decía: “Yo pensaba que era cuestión de plantar semillas y ya está. Y me encuentro ahora, que tengo que batallar con un ejército de insectos, orugas, alimañas, posibles plagas, insecticidas o pesticidas, problemas de sequía y regadío, fertilidad de la tierra, abonos, y a todo ello se añade la regulación europea…” Él se ha topado con lo Polifemos de la agricultura. ¿Qué ha hecho? Buscar asesoramiento en quienes tienen experiencia.
Iglesia, denominación, o creyente de a pie: Te animo a ofrecer tu colaboración (personal, como iglesia o como organización) a la Plataforma española de Misiones, a aportar tu experiencia, a compartir vivencias si las has tenido en el campo, de corto o largo plazo… O quizás tan sólo a empezar a informarte sobre misiones transculturales en y desde España. ¿Cómo iniciar, por ejemplo, un departamento de misiones en tu iglesia? Para ello puedes ponerte en contacto con nosotros. Yo desde la Comisión de Misiones de la AEE (responsabilidad que he asumido este noviembre), estaré encantado de darte la información y asesoramiento que esté en mi mano (es decir poner a tu disposición los recursos-contactos de la Plataforma), u orientarte a las personas o las fuentes indicadas que puedan hacerlo.
Porque nuestra oración ante todo sigue siendo “Venga tu reino… así en la tierra como en el cielo” (Mt 6:10 y ss.). Necesitamos cultivar la “mentalidad de reino”, necesitamos entrar en las “grutas” llamadas “Puertas del Hades” allí donde estén. Y necesitamos enfrentar en esas grutas a los Cancerberos y a los Polifemos, colaborando en la unidad más genuina.
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PARA REFLEXIONAR:
- ¿Cuál es la diferencia de enseñanza entre el símil del “astronauta” y el símil del “cíclope”? ¿Por qué la situación que ilustra este segundo símil reclama una unidad aún más genuina, más allá de la necesidad de combinar meros recursos?
- ¿Por qué necesitamos combinar esfuerzos, aparte de que sirve para multiplicar recursos? ¿Qué efecto tiene sobre el campo si estemos desunidos y/o enfrentados? ¿Qué impresión provoca en los receptores del evangelio acerca de quién es Jesús?
- Hablamos mucho de enviar misioneros, ¿y luego qué? En realidad ¿cuál ha de ser la meta a la hora de abordar la misión?, ¿simplemente llegar al campo y ya está, o seguir sosteniendo, perseverando y luchando hasta llegar a ver la cosecha?
Para más información sobre misiones puedes ponerte en contacto con: https://alianzaevangelica.es/iglesia-y-mision/misiones/.
Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Misiones - La misión: palanca definitiva para conseguir la unidad de la iglesia (8)