Pentecostés define la misión incomprendida por la iglesia (3)

Tercer artículo de la serie "Recuperando algunos de los pasajes clave sobre misiones".

BARCELONA · 01 DE DICIEMBRE DE 2024 · 21:00

Fotografía de <a target="_blank" href="https://unsplash.com/es/@mandyhenry1">Mandy Henry</a> / Unsplash,
Fotografía de Mandy Henry / Unsplash

Pentecostés marca el inicio de la nueva creación, la meta para la humanidad.

Al igual que Dios le confirió su imagen divina al primer ser humano soplando su Espíritu en él, así el Espíritu le transfirió a la iglesia su ADN misionero haciéndola hablar en todas las lenguas “bajo el cielo” en su primer día de existencia. Indicando que la misión no debía ser un punto más en su agenda sino su vocación por excelencia.

Pentecostés no fue algo anecdótico. Dios en ese mismo instante de un plumazo (mejor dicho, de un soplo) le comunicó a su pueblo todo lo que éste debería asumir y desarrollar en los dos mil años de era cristiana (y lo que nos quede aún). Pentecostés fue el soplo de Dios para “la nueva creación”, dio el pistoletazo de salida para forjar al “nuevo ser humano”, representó el punto de inflexión para “la restauración de todas las cosas” y la inauguración del programa de Dios para “su iglesia”. En Pentecostés Dios hizo “borrón y cuenta nueva”.

Lo ocurrido en Hechos 2 nos ha dado todo lo que necesitamos saber para comprender cuál debe ser la agenda, la hoja de ruta para la comunidad de fe. Y Él determinó que la vocación del pueblo de Dios sea misionera por excelencia. Pero ¿qué tanto hemos entendido y puesto en práctica lo que se nos transfirió en ese primer día, en esa primera hora y en ese preciso primer minuto del nacimiento de la iglesia? Allí ya se nos dio el combo completo para llevar a cabo lo que Dios nos propone para esta era, hasta su fin.

Podemos decir que con Cristo y con “la nueva creación” de Pentecostés (i.e. con la iglesia), se provee de reparación a todo lo que empezó a malograrse a partir de Edén. Y este movimiento de “reparación” es el que debe definir la vocación de la iglesia. Podemos ver esa sucesión de caídas a lo largo de la historia y previas a Pentecostés –como si de una pelota que cae rebotando por los peldaños de una escalera se tratara– representada en la siguiente lista:

     1) En Edén se perdió: la Presencia. P. ej. el acceso directo a Dios.

     2) En Babel: la unión de la lengua. P. ej. la hermandad de los pueblos.

     3) En Sinaí: el oír todos la voz de Dios. P. ej. para sólo oírla los profetas.

     4) En Ramá: el gobierno directo de Dios. P. ej. al preferir a los reyes humanos.

     5) Con Caifás: el privilegio de ser Su pueblo. P. ej. al pedir la muerte del Mesías.

     6) Con Barrabás: el liberar al que es víctima. P. ej. a los pisoteados por el sistema.

     7) Con Pilatos: el ejercicio de justicia real. P. ej. renunciando al poder abusivo.

Con el primer pecado el ser humano perdió “la presencia”, ese percibir netamente a Dios “que se paseaba en el huerto al fresco del día” (Gn 3:8). Con Babel podemos decir que se forjaron las naciones y las religiones antagónicas. En Sinaí el pueblo tuvo miedo de escuchar la Voz y le pidieron a Moisés que él se encargara de oírla y transmitirla (Ex 20:19). En Ramá le pidieron rey a Samuel, desechando a Dios como su soberano. Caifás dijo “es más convenien­te que un hombre muera …y no que la nación perezca” (Jn 11:50; 18:14; cf. Mt 27: 25), precipitando la destitución de Israel en favor de los gentiles. Cuando el pueblo optó por Barrabás en lugar de Jesús, se perdió la ocasión de liberar a las víctimas del sistema. Y Pilatos se lavó las manos por proteger al poder, ejemplificando el abuso endémico de los poderosos en la aplicación de la “justicia”; abusos que llenan la historia de los pueblos.

En contrate, esto es lo que se restituyó de un solo golpe a partir de Pentecostés:

     1) Con el regreso discrecional del Espíritu: se palían los efectos de la caída.

     2) Él habla en todos los idiomas a la vez: deshaciendo la confusión de Babel.

     3) Ofrece una relación de profeta a todos: ahora todos y todas oyen la voz de Dios.

     4) Se inicia un nuevo Sinaí y nuevo reino: su ley es escrita en corazones de carne.

     5) Se inicia el cumplimiento de los tiempos: vivimos en el preámbulo de Su regreso.

     6) Se suprime y supera toda discriminación: restaurando a marginados y oprimidos.

     7) Llega el Jubileo y restitución definitivos: ofreciendo justicia universal para todos.

En el Antiguo Pacto el Espíritu sólo descendía sobre profetas, sacerdotes y reyes (o sobre algunos operarios con ciertas habilidades para construir el templo). Ahora es rociado discrecionalmente sobre todos los creyentes. El soplo del Espíritu que el primer Adán experimentó nada más abrir los ojos a la vida –y a quien alejó de sí mismo tras el primer pecado– ahora lo experimenta de nuevo cada hijo e hija de Dios, nacido/a de la nueva semilla del Evangelio. Los receptores del Espíritu ahora hablan en múltiples lenguas, deshaciendo la confusión y efectos de Babel. A su vez, Pedro aclara que lo allí ocurrido es el cumplimiento de lo anunciado por el profeta Joel: “Derramaré de mi Espíritu sobre toda carne; Y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; Y vuestros jóvenes verán visiones; Y vuestros ancianos soñarán sueños…” (Hch 2:17). A partir de entonces todos somos recibidos a esa relación de profeta con Dios, aquella que Moisés anheló para todo el pueblo (Nm 11:29; cf. Heb 4:7; 12:25).

Igual que Dios promulgó su ley santa en todas las lenguas de la tierra (según el Talmud, y de ahí ese tronar irresistible), ahora el Espíritu truena en todos los idiomas haciendo que ante tal “estruendo” todos se pregunten: “¿Qué significa esto?” (Hch 2:6 y 12). Pedro nos recordó que todo esto era una señal premonitoria “…antes que venga el día del Señor; grande y memorable” (Hch 2:20). El mismo Pedro añade un matiz a la profecía de Joel cuando dice que también los siervos y las siervas “…profetizarán” (Hch 2:18), diluyendo la diferencia entre clases, y por tanto apuntando a la eliminación de toda discriminación. Por último, Pentecostés (día cincuenta) nos recuerda el quincuagésimo año que se debía celebrar tras cada siete tandas de años sabáticos: el año de Jubileo. Año en el que se restituía la tierra y se rescindían todas las servidumbres, impartiendo una justicia universal inédita en la historia de la humanidad (Lv 25). Este Jubileo ya no es sólo válido para un año cada cincuenta, sino para que abarque toda una era: ¡el resto de la historia de la humanidad!

Pentecostés inicia lo que podríamos llamar la verdadera reivindicación Arco Iris (cf. Gn 9:13-16, la de la fidelidad redentora de Dios para el mundo y cada individuo). A través de:

  1. La comunidad de fe: una “nueva creación” que inspire una sociedad mejor.
  2. El llamado esencial de la Iglesia: extender el evangelio a todas las naciones.
  3. La aspersión del Espíritu: sin distinción de géneros, edades o clases sociales.
  4. Una reedición del “reino”: saneando desde el individuo hasta toda la sociedad.
  5. Oferta de “restauración” (Hch 3:21) y advertencia a “los que destruyen” (Ap 11:18).
  6. La restitución de la dignidad (imago Dei) a todo ser humano, etnia y cultura...
  7. A favor de la justicia social, la igualdad de oportunidades y el reparto equitativo.

Dicho con nuestra terminología tradicional, la misión y énfasis del programa para la(s) iglesia(s), según lo inició el Espíritu Santo en Pentecostés, se centra en promover: (1) el nuevo nacimiento, (2) la misión transcultural, (3) la experiencia carismática, (4) el discipulado, (5) la visión escatológica, (6) la obra social, y (7) la justicia universal.

Ahora bien, el hecho más destacado y sorprendente de lo ocurrido en Pentecostés es el de las lenguas. El resultado buscado y subsecuente de nacer del Espíritu es hablar en las lenguas de otros pueblos (cf. Hch 11:15; y 10:45-46; 19:6). Porque a partir de Babel se constituyeron las naciones que dejaron de entenderse y por tanto que dejaron de convivir en armonía, para convertirse en rivales, en enemigos. Babel marcó la defección de las naciones que desembocó en la elección de un único pueblo apartado de las naciones. Que se blindara en un confinamiento espiritual, al resguardo de las aberraciones de los pueblos circundantes.

En Pentecostés se revierte el proceso. Del exclusivismo se pasa de nuevo a la globalidad y la pluralidad. De la cerrazón a la apertura, del aislamiento a la integración, de la discriminación a la inclusión. De una visión de pueblo de Dios de puertas para adentro, a una experiencia de iglesia de puertas para afuera. De la casa de recogimiento (el aposento alto) se volcaron a la vía pública (Hch 2:1-2, 5). De un planteamiento centralista del reino, a buscar la periferia, los márgenes y los marginados. De nación santa (i.e. apartada), a santos (“apartadme a…”, Hch 13:2) que van a las naciones. De “llamados adentro” (mésa-kalei), a “llamados afuera” (ékso-kalei o ek-klesia). De una sola lengua y revelación hermética, a hablar todas las lenguas y hacer una proclamación políglota y cosmopolita. De sentar a las naciones en el banquillo de suplentes, a la inclusión de las naciones como titulares en el programa para Su pueblo. Esto es lo que significa “deshacer los efectos de Babel”. Y por tanto Pentecostés marca un nuevo entendimiento para el pueblo de Dios que ante todo se distingue por dirigirse a las naciones. No solamente que ahora miembros de todas las naciones entran a formar parte del pueblo de Dios, sino que el pueblo y sus miembros son el pueblo de Dios en la medida que su prioridad es ir y evangelizar a todas las naciones, así como llegar hasta los más olvidados.

Que el Espíritu hiciera hablar a los suyos en distintas lenguas ¿era algo meramente anecdótico? ¿Se trataba de una performance que hizo Dios sólo para dejarnos boquiabiertos? ¿Acaso Él disfruta haciendo extravagancias, sólo para hacer alarde de su poder, como un prestidigitador? ¿Es puro postureo, fuegos artificiales, focos deslumbrantes…? ¿O nada de lo que hace Él es aleatorio ni falto de sentido; y por tanto todo ha sido diseñado minuciosamente para darnos un mensaje muy específico? ¡Tal despliegue de poder sobrenatural debe por fuerza apuntar a un objetivo muy importante para su proyecto de iglesia!

En lugar de hablar en lenguas, en el nacimiento de la iglesia el Espíritu podría haber convocado un evento de adoración celestial con sus ángeles (como en Belén), pero no lo hizo. Podría haberse llevado a los suyos a ver Su gloria celestial (como en la transfiguración), pero no lo hizo. Podía haber aclarado una estructura de gobierno, nombrando pastores, obispos, ancianos, diáconos… pero no lo hizo. Podía haber hecho una declaración teológico-trinitaria como la del Credo de Nicea, pero no la hizo. Podía habernos dado templos, púlpitos, hospitales o cátedras cristianas, doctorados … pero no lo hizo. ¡En lugar de todo ello nos dio lenguas! Y no porque estas áreas que luego desarrolló la iglesia no sean legítimas o importantes, sino porque debían alimentarse del énfasis de Pentecostés. ¡Para poder ser “iglesia” – la iglesia que Él quería – nos impulsó a hablar en todas las lenguas! De modo que podemos atrevernos a decir que una iglesia que “habla” una sola lengua (i.e. que trabaja para una sola nación o para una sola cultura) es una iglesia incompleta, que sigue trabada en la mentalidad de Babel.

A tal punto que, igual que la humanidad rescatada del diluvio acabó construyendo sus zigurats en Babel para adorar a sus estrellas, la familia de la nueva humanidad naciente que surgió de Pentecostés con el tiempo hizo/hicimos de los templos, de las estructuras e instituciones, del estatus y el liderazgo, de los ministerios y los ministros, de su identidad nacional y denominacional… un fin en sí mismo y no el instrumento para la tarea global. A la “iglesia” le ha acabado interesando más su propia promoción, éxito, prosperidad, riqueza, comodidad y poder terrenal, que no el “reino que no es de este mundo” (Jn 18:36).

Procuremos desgranar un poco más qué es lo que el advenimiento del Espíritu Santo y la proclamación en lenguas nos quieren transmitir. Y es que las lenguas de Pentecostés nos dan la clave para la agenda de la iglesia. Sin desatender los demás aspectos desvelados ese mismo día: la nueva experiencia en el Espíritu, una nueva hermandad y sororidad, un discipulado y pastoral atractivos y contagiosos; conscientes de la provisionalidad de todo lo que hacemos a la espera de Su venida inminente, procurando también la buena conservación del planeta para devolvérselo en perfecto estado; la libertad de renunciar a nuestras comodidades, incluso a nuestros bienes, para desvivirnos por los marginados y erradicar toda discriminación, reconociendo la imago Dei en todo ser humano y en toda clase social, en todo género y edad, y en todo grupo étnico o cultural; ser una iglesia que reclama y ejerce presión para procurar una justicia procesal, social y estructural en favor de todos aquellos que no tienen voz. Dios no quiere que seamos anti-todo, sino antídoto a los males de la humanidad.

¡Es en la medida en que le demos toda prioridad al propósito de las lenguas de Pentecostés, que podremos desarrollar en su justa medida todas las demás áreas de la agenda para la iglesia, y no al revés! Generalmente en la agenda de las iglesias “la transculturalidad” ocupa un puesto hacia el final de la lista. En la lista de Dios, es el punto que la encabeza. De tal modo que según Pentecostés “todas las naciones” es el objetivo que debe captar todas las atenciones y que debe ostentar el lugar de preeminencia. Y así permear, potenciar y maximizar todas las demás áreas de ministerio (de la Missio Dei), y no al revés.

¿Por qué sino el Espíritu habla en todas esas lenguas? Se nos dice que allí “había …hombres …procedentes de todas las naciones bajo el cielo” (Hch 2:5). En el conjunto de Hechos 2:9-11 se mencionan tan sólo unos 15 o 16 grupos étnicos. Por lo que evidentemente la alusión a “todas las naciones bajo el cielo” es simbólica. Por descontado, no había allí nadie de América u Oceanía. Ni de muchos de los pueblos del mundo entonces conocido, como pueblos del África meridional o del Oriente más lejano. Es evidente que los que estaban allí estaban en representación de todas las naciones.

Es más, los allí presentes eran “tanto judíos como prosélitos” (Hch 2:10), muy probablemente acostumbrados al lenguaje de la liturgia en las sinagogas de la diáspora, oficiada en hebreo (quizás alguna parte en arameo). Por lo que seguramente la “traducción” a diversos idiomas no era necesaria tanto para hacerse entender, como sí para resaltar el nuevo propósito del pueblo de Dios. Aunque la lengua habitual para muchos de ellos, y en la que hablarían de forma fluida, con toda seguridad eran las lenguas vernáculas de las regiones que habitaban. Vemos que, en esta nueva era que el Espíritu inicia, Él está empeñado en hablar en el idioma del corazón de cada persona. Él quiere que su iglesia hable en todas las lenguas y a todas las lenguas. Dios no hace las cosas a la ligera. No es algo caprichoso, frívolo o azaroso. Se ve una intencionalidad muy clara por grabar a “fuego” (cf. Hch 2:3) –de forma vivida, gráfica e inolvidable– cuál debe ser la vocación de la iglesia.

Cuando miramos al mapa de las etnias repartidas por el Imperio Romano en el primer siglo, vemos que algunos de los 15/16 grupos étnicos mencionados compartían una misma lengua, y que en total el Espíritu habló en 12 lenguas, identificables hoy en el mapa de lenguas habladas en el primer siglo a lo largo de todo el litoral mediterráneo (ver lista y mapa abajo), aunque las lenguas unificadoras del Imperio fueran el latín y el griego:

  1.  Partos y medos (1. persa), y elamitas (2. sumerio), y los que habitamos en Mesopotamia (3. acadio), en Judea (4. arameo) y en Capadocia (5. capadocio), en el Ponto y en Asia, 10 en Frigia (6. griego) y Panfilia (7. sidético), en Egip­to (8. copto) y en las partes de Libia que está más allá de Cirene (9. púnico), y romanos extranjeros, tanto judíos como prosélitos (10. latín)11 cretenses (11. cretense) y árabes (12. árabe), les oímos hablar en nuestras lenguas las maravillas de Dios. (Hch 2:9-11).

Mapa de lenguas habladas en el primer siglo a lo largo de todo el litoral mediterráneo.

¿Por qué 12 lenguas? El simbolismo parece obvio: doce tribus, doce apóstoles, doce meses del año, incluso doce signos del zodiaco… El número doce nos habla (y habla en todas las cosmovisiones humanas) de la totalidad de los pueblos y del cosmos, de la universalidad del mensaje, de la transculturalidad de la iglesia… El que sean doce ¿es pura casualidad?, ¿se trata de una cifra que Lucas ajustó artificialmente?, o ¿responde a la voluntad expresa de la inspiración divina para subrayar la vocación transnacional del Evangelio?

El último grupo y lengua que se menciona en Hechos son los árabes y el árabe (Hch 2:11). Es interesante ver que uno de los primeros pueblos a los que el Espíritu Santo habló, y quiso que la iglesia alcanzara, son los pueblos de habla árabe. Sin embargo, hasta donde sabemos, los Apóstoles y la primera generación de emisarios del evangelio nunca fueron a los árabes. De hecho, ninguno de ellos empezó a dirigirse de inmediato a las otras naciones porque probablemente, igual que nosotros, no entendieron claramente la consigna que Dios les estaba dando. Esperaron hasta que la persecución los forzó o hasta que la anunciada caída de Jerusalén era inevitable. Quisieron antes alcanzar “su nación” y cuando se dieron cuenta ya estaban demasiado avanzados en edad como para traspasar las fronteras del Imperio (aunque se dice que Tomás llegó hasta la India hacia el año 52).

Volviendo a los árabes. Vemos que uno de los primeros pueblos a los que el Espíritu Santo quiso llevar el evangelio fueron los árabes. Y sin embargo la iglesia no captó el mensaje. Fueron el pueblo descuidado por los emisarios. Es verdad que Pablo fue a Arabia (Gál 1:17) pero no a predicar sino a meditar sobre lo ocurrido en el camino a Damasco y a profundizar en las revelaciones que Dios le había dado (Gál 1:11-12). Y la única opinión que Pablo expresa sobre Arabía en sus cartas es para relacionarla con Agar y trazar un paralelismo entre ella y la Ley de Moisés diciendo que “engendra hijos para ser esclavos” (Gál 4:25). Aparte de Hechos, esta única otra mención sobre Arabia en el Nuevo Testamento suena algo despectiva.

La iglesia a medida que se institucionalizaba desoyó más y más las indicaciones que el Espíritu le había dado en el minuto uno de su vida en Pentecostés. Y en cuanto a la península arábiga esto siguió así hasta el siglo séptimo. ¡Y luego el Islam le ganó la partida! ¿Qué ocurre si en futbol uno de los equipos no acude al encuentro? ¿Nos podríamos imaginar que Argentina no se hubiera presentado a la final con Francia en el pasado mundial de 2022? Imposible ¿verdad? ¿Qué habría pasado? ¡Que Francia habría ganado automáticamente! ¿Qué pasa cuando los creyentes dejamos la cancha vacía? ¡Que otros la ocupan en su lugar y se llevan el trofeo! Tristemente, cuando miramos a la historia de la iglesia ésta ha sido su tónica habitual.

Nuestro tema no son los árabes ni las conquistas del islam, sino la vocación misionera del pueblo de Dios. Pero el caso árabe sí nos ilustra las consecuencias de gran calado que tiene el no comprender la prioridad de la vocación transcultural. ¿Qué ocurre cuando aquello que está al inicio de la lista de prioridades en la agenda del Señor las iglesias lo colocan hacia el final? Que no funcionamos como la luz de las naciones y tarde o temprano el Señor nos quita el candelero. Así ocurrió en Oriente Medio y en el norte de África…

Pentecostés define la misión incomprendida por parte de la iglesia. En su primer soplo el Espíritu Santo se empleó a fondo para proclamar el evangelio en todas las lenguas bajo el cielo. La iglesia primitiva lo vivió como un acontecimiento introductorio, y no captó toda la trascendencia y la validez permanente de la consigna recibida. Y se resignó prácticamente a los límites del Imperio, del griego y del latín. Pero no sólo la iglesia primitiva, tras los primeros 4 o 5 siglos de expansión cristiana, no es hasta el siglo XVI en el caso católico, y hasta el XVIII en el protestante, que la iglesia empieza a contemplar la posibilidad de llevar el evangelio a otras lenguas y culturas (y tristemente demasiadas veces poniéndose al servicio de la conquista, del imperialismo y del colonialismo).[1] Y tras haber pasado casi 2000 años desde la clara consigna de Pentecostés, aún seguimos preguntándonos qué lugar debe ocupar la misión transcultural en la agenda de las iglesias. ¡Hoy, desde las tierras que un día fueron colonias o campo de misión, tenemos la oportunidad y privilegio de revertir el proceso, y recuperar y potenciar el espíritu más transformador y liberador de Pentecostés para todos los pueblos!

¿Seguiremos incomprendiendo también nosotros el empuje que representó, el ideario que nos comunicó y el legado que nos transfirió Pentecostés?

*

 

PARA REFLEXIONAR:

  1. ¿Qué importancia tiene que la primera acción del Espíritu Santo fuera hacer el mensaje del Evangelio inteligible a todas las lenguas bajo el cielo? ¿Cómo debería esto cambiar nuestra visión sobre las metas de la iglesia?
  2. Dentro de las siete áreas de la misión que se pueden percibir en los acontecimientos ocurridos el día de Pentecostés, ¿por qué el detalle de las lenguas sobresale sobre todos los demás a la hora de definir la misión de la iglesia?
  3. Cuando el pueblo de Dios ha incomprendido o descuidado su vocación transcultural, su llamado a alcanzar los confines de la tierra, ¿cuáles han sido las consecuencias para la historia de la iglesia y de la humanidad?

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[1] La Iglesia Oriental (Ortodoxa) bajo el dominio islámicos no pudo extenderse más allá de los pueblos eslavos.

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