El último discurso de Unamuno
La Historia tiene puntos suspensivos. Profecías por cumplir. Semillas que esperan años a brotar. Salamanca se ha reencontrado con uno de esos momentos, reflejo de todo un país.
24 DE MARZO DE 2015 · 20:00
Es difícil expresar con palabras esas razones del corazón que la razón desconoce, como lo ocurrido en la Sala rectoral de la Casa-Museo Unamuno, en Salamanca, este pasado 21 de marzo.
En esa misma sala, un 12 de octubre de 1936, Miguel de Unamuno se puso la toga de Rector para asistir en la contigua Universidad de Salamanca al Día de la Patria, acto de exaltación del sentimiento nacional-católico en presencia de la mano derecha de Francisco Franco (Millán- Astray) y Carmen Polo, esposa del Generalísimo.
Allí mismo, antes de salir, introdujo en su bolsillo la carta de la esposa del pastor protestante Atilano Coco, su amigo en Salamanca, preso en las cárceles franquistas, y que iba a ser fusilado pese a su enorme lucha por evitarlo.
En ese sobre, que aún se conserva, garabateó su discurso sobre la marcha, mientras escuchaba las frases enardecidas de los asistentes, para luego levantarse y declarar con voz fuerte:
“Me conocéis bien y sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio. A veces, quedarse callado equivale a mentir”…. A lo que respondió Millán-Astray: ¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte! Y de nuevo Unamuno: “Este es el templo de la inteligencia. Y yo soy su supremo sacerdote. Estáis profanando su sagrado recinto. Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta; pero no convenceréis, porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta: razón y derecho en la lucha”.
Este fue su último discurso público.
Atilano Coco murió solo, fusilado ante el pelotón ese 9 de diciembre. Unamuno muere también solo, apenas 22 días después, sobre su mesa de trabajo, el 31 de diciembre de 1936.
Y hace pocos días otra vez, en esa misma Sala rectoral, ha resonado el “Venceréis pero no convenceréis”. De la mano del pintor Miguel Elías, con un cuadro de Unamuno de idéntico título. De la pluma de Alfredo Pérez-Alencart, con un poema inspirado en el cuadro y su lema.
Y de la mano de los protestantes españoles, en su entrega del “Premio Unamuno amigo de los protestantes” al propio pintor Elías.
Allí mismo, en esa Sala rectoral, esta vez en los labios de una mujer (Asun Quintana), resonaron de nuevo con fuerza y fuego los ecos de las ideas profundas, los sermones laicos, los destellos de luz del Evangelio que impactaron al intelectual vasco.
Puedo asegurar que todo el evento impactó al público asistente que abarrotaba la sala. Multicultural, políticamente plural, mayoritariamente alejado de lo evangélico tal y como entendía el propio Unamuno en su sed de verdad en la vida y de vida en la verdad, arraigado en la búsqueda profunda en los textos bíblicos.
A veces la Historia tiene puntos suspensivos que quedan en el aire. Profecías por cumplir. Semillas enterradas que esperan años en brotar. Salamanca se ha reencontrado con uno de esos momentos de su Historia, que es reflejo de todo un país.
Y puedo prometer que me pareció sentir en la Sala rectoral las pisadas de Don Miguel, satisfecho de que esto hubiese ocurrido. Expectante por lo que pueda aún ocurrir.
Y yo me pregunto, si quizás hay un legado en ese verso suelto que fue Unamuno para nosotros, cristianos seguidores de Jesús en España, que deberíamos recoger.
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