El éxito de Schulz (9)
En 1967 ya se publicaban sus tiras en 745 diarios y 393 dominicales en Norteamérica. Sus historias eran leídas por la mitad de la población de Estados Unidos y gran parte del Canadá, así como en cientos de periódicos extranjeros.
02 DE SEPTIEMBRE DE 2025 · 12:00

La Iglesia de Dios en Anderson había proporcionado al “padre de Carlitos y Snoopy”, Charles Schulz (1922-2000), tanto un hogar como una familia en sus solitarios años de posguerra. Sin embargo, al mudarse a California empieza a dar clases de “escuela dominical” en la iglesia metodista de Sebastopol, pero sigue haciendo una viñeta cada dos semanas para la revista juvenil de la Iglesia de Dios, publicadas en castellano por la editorial italiana 001 en 2010 como “Los jóvenes según Schulz”. La traducción tiene el típico problema español que convierte todas las expresiones protestantes al lenguaje católico. Los pastores son “curas”, la escuela dominical es una “catequesis”, los cultos son “misas” y hay hasta “monaguillos” en esta iglesia evangélica.
Si Schulz hace estas viñetas en los años 50 y 60, será en esta última década cuando tenga el mayor éxito, la serie de tiras cómicas de Carlitos y Snoopy que se conocen en inglés como “Peanuts” –nacidas ahora hace 75 años–. Su fama viene con el traslado de su autor a California en los años 60. Si Estados Unidos era “la tierra prometida” para el resto del mundo, California lo era para millones de norteamericanos durante la posguerra. En 1962 se había convertido el Estado Dorado en el más poblado de la nación. Era una soleada tierra de cómodas casas en lo que los americanos llaman “suburbios”, llena de coches familiares y piscinas, “un lugar particularmente agradable para que crezcan los chicos” –dijo el padre de Carlitos y Snoopy en televisión en 1961–.
Los únicos vecinos que tenían los Schulz en Coffee Lane era una familia hispana, los Medrano, que jugaban con sus hijos y les llevaba el dibujante, al colegio en uno de los primeros modelos de monovolúmenes que Ford empieza a fabricar, el Country Squire. Lo que entonces se todavía se llamaba una camioneta, era el único lugar en que Schulz tenía una relación íntima con sus hijos. A su esposa Joyce no le gustaba madrugar, pero se levantaba para preparar el desayuno de tortitas con el que salían cada mañana a las ocho y veinte. Tras dejar a los chicos, Sparky –como llamaban familiarmente a Schulz– se sentaba en su mesa del Café Roberts de Sebastopol frente al San Francisco Chronicle y comparaba su trabajo con otras tiras.
¿Explotando el éxito?
En 1967 ya se publicaban sus tiras en 745 diarios y 393 dominicales en Norteamérica. Sus historias eran leídas por la mitad de la población de Estados Unidos y gran parte del Canadá, así como en cientos de periódicos extranjeros. Los primeros años en Coffee Lane se produjo la mayor lluvia de ingresos. A finales de los 50 aparecen ya una serie de figuras de los personajes, pero será en los 60 cuando aparece una mujer de San Francisco con la primera propuesta de una serie interminable de productos para los que requería su licencia.
Connie Boucher era de origen sueco, pero llevaba el apellido del novio de instituto con el que se casó. Madre de dos chicos, trabajaba de escaparatista en unos grandes almacenes, cuando tuvo la idea de su primer “merchandising” con los personajes de Winnie Pooh. Tenía como socio en esos proyectos a un compañero de trabajo llamado Jim Young, pero era en ella en quien Schulz confiaba desde que hizo las primeras agendas de calendario sobre la serie de “Peanuts”. No había nada parecido en el mercado. Vendieron 25.000 ejemplares en cuanto se publicó. A los que se une en 1960, las tarjetas de felicitación y papelería de Hallmark, que le daban de veinte a cincuenta millones de dólares, cada año.
La otra gran fuente de ingresos fue la licencia que concedió a la Ford en 1959, para utilizar sus personajes en sus anuncios. Se centran al principio en la campaña para promover el modelo Falcon. La economía norteamericana de posguerra dependía entonces de la industria automovilística. Uno de cada siete trabajadores en Estados Unidos vivía de ella. La cultura de lo que los americanos llaman los “suburbios” se basa en el coche como único medio de transporte. Y la televisión se convierte en el hábito diario de millones de norteamericanos. En 1960 está ya en el 90% de los hogares americanos y más de cien millones se reparten por todo el mundo.
¿Vendido a la industria?
Es entonces cuando empieza a recibir constantes críticas de que se ha vuelto “comercial”. Aunque estos comentarios le persiguieron hasta el final de su vida, nunca se acostumbró a ellos. Siempre le molestaban. A finales de 1959 participa en un debate de la asociación profesional de dibujantes de historietas en prensa con el ofensivo título de “Hasta dónde puede llegar la avaricia”. La invitación misma le produjo un enfado enorme, porque él creía que la publicidad de su serie beneficiaba en general, la lectura de las tiras cómicas en prensa, algo que estaba ahora en peligro por el auge de la televisión. Las ganancias derivadas de la sindicación en periódicos eran minúsculas en comparación con los beneficios multimillonarios de la televisión.
Cuando él daba licencias, supervisaba cada ilustración, producto y spot animado, como los que hacía Bill Melendez. Este antiguo empleado de Disney hace la primera serie de dibujos de “Peanuts” para la televisión. Melendez había hecho muchos cortos del ratón Mickey, pero también películas como “Fantasía”, “Pinocho”, “Bambi” o “Dumbo”. Y ahora tenía su propia compañía en Los Ángeles. Schulz estaba dispuesto a hablar sobre la posibilidad de vender los derechos para el cine, pero en el momento en que empezaban a hablar de guionistas, le entraban escalofríos. Confiaba en Boucher o Melendez, pero cuando algo era importante para él, no había discusión posible. Es él quien impone que las voces de la serie animada fueran de niños y no de adultos –como era costumbre entonces–, o que no hubiera “risas de hiena enlatadas” –lo habitual en la época, pero que él odiaba, porque creía que no se debía dictar al público cuándo reírse–.
Varios de los primeros productos de “Peanuts” habían sido una decepción para él, especialmente unos pisapapeles en forma de globo de nieve con Snoopy patinando dentro. Pensaba regalarlos a sus amigos en Navidades, pero cuando vio lo burdo que habían quedado, los tiró a la basura. La clave para todo aquel “merchandising” fue Connie. Ella fue otra Lucy de su vida. Boucher tenía toda una serie de ayudantes que la acompañaban, todas mujeres. Y aunque no tenía asistentes para dibujar, sí que dictaba la correspondencia a una secretaria, Sue Broadwell, otra de las muchas pelirrojas que le rodearon.
Fue Boucher la que le propuso los primeros libros, pequeños volúmenes con tapa dura para regalo, algo tan novedosos como las agendas de calendario. Fueron algunos de los más vendidos a principios de los 60. Sudaderas como las que hacen de “Peanuts” en 1965, sólo se conocía en las universidades, hasta que en el 59 se vende una en San Francisco para salvar una emisora local de música clásica con el rostro de Beethoven. Todo ello hace que ya en 1967 haya tiendas sólo para vender productos inspirados en sus personajes, creación de Boucher, ¡claro!
¿Mala conciencia?
Los personajes de Schulz conectan con la sociedad norteamericana de los años 60 al popularizar palabras como “deprimido”. La generación de posguerra se sentía culpable de su insatisfacción en una época de prosperidad sin precedentes. Como dice el biógrafo de Schulz, David Michaelis: “Peanuts tocaba la fibra de aquellos que habían conseguido todo lo que deseaban sólo para descubrir que no había sido así”. Sparky consideraba su fama: “el elemento más desestabilizador en mi vida, especialmente debido a mis creencias cristianas”.
Schulz era un hombre de costumbres. Empezaba a trabajar en su estudio a las nueve y media. No recibía visitas de amigos y vecinos hasta el fin de semana. Su esposa era quien organizaba todo. El peso que llevaba ella en la familia le hace quejarse cada vez más en público. En una entrevista en 1965 con la popular revista en aquella época de la Ciencia Cristiana (Christian Science Monitor) –una publicación de información general que competía hasta con Time y Newsweek– dice que todo lo acababa haciendo ella, sola: “Él era amable y le encantaba estar con ellos cuando eran pequeños, pero cuando se fueron haciendo mayores o tenía problemas, no quería implicarse”. El propio Schulz dice en 1967: “Para mí, criar hijos es un misterio absoluto, ya que cuanto mayor se hacen, más más me desconcierta”.
En la educación de los hijos, Joyce era más estricta que él. Su hija mayor, Meredith, fue adoptada por ellos sin saber que Schulz no era su padre biológico hasta ser adulta. Su madre no le dejaba llevar minifalda, la moda que popularizó Twiggy a finales de 1966 con su imagen de chica delgada y escasa de pecho. Sparky le dice a un periodista en 1967 que él no ve “nada malo en las minifaldas”, pero Joyce obliga a Meredith a llevar vestidos conservadores de lana. Ella quería llevar también el pelo largo, algo que no era costumbre hasta finales de los 60. Un amigo de la familia, Chuck Bartley dice a Michaelis que “ella quería que él disciplinara a los chicos, pero él no era capaz de hacerlo”. Sus muchas discusiones giraban en torno al tema de la disciplina.
¿Crisis espiritual?
Cuando a Schulz le preguntaban sobre la fe, evitaba ponerse como ejemplo de cristiano. En 1963 Billy Graham le pide escribir en su revista “Decisión” sobre “el estilo de vida cristiano”. Años después dijo a un entrevistador en Inglaterra que “en realidad no quería” hacerlo, pero cuenta en 1977 que se limitó a dar “respuestas anodinas”. Dijo “lo que querían oír”. Además, “si hubiera dicho otras cosas, no habrían publicado el artículo”, pensaba. El pastor presbiteriano que escribió el libro “El Evangelio según Peanuts” en 1965 –el primero con este tipo de títulos–, Robert Short, observó que “sus posturas eran mucho más liberales de lo que dejaba entrever cuando escribía para Billy Graham”.
Según Short, “Sparky podía hablar con los conservadores y sonar muy conservador, pero en su entendimiento de Dios había una veta liberal muy humanista, por debajo de la superficie”. Creía que “la única forma pura de adorar a Dios es amándose unos a otros”. Para él, “cualquier otra forma de adoración es una sustitución del amor que debiéramos mostrarnos unos a otros”. En 1963 se queja de que “mucha gente va a la iglesia los domingos con la misma actitud con la que van al teatro”, puesto que “se limitan a sentarse allí y a disfrutar del espectáculo”.
Schulz leía la Versión Estándar Revisada de la Biblia, palabra por palabra, cuatro veces para preparar los estudios que daba en la iglesia, tomando apuntes. Lo que pasaba es que a medida que iba pasando el tiempo, se veía desconcertado al leer sus propias notas: “Sé que los pasajes subrayados servían algún propósito, pero encuentro versos que no tienen ningún sentido especial para mí. Es casi como si un amigo hubiera abierto el libro en secreto y lo hubiera subrayado sólo para gastarme una broma. ¿Qué estaba intentando decirme el Espíritu que ya no necesito seguir escuchando? ¿O que era lo que intentaba oír que ahora ha dejado de interesarme?”.
¿El secreto de la vida?
Algunos llevamos mucho tiempo intentando seguir a Jesús en medio de las cosas de la vida. Sabemos que está ahí, pero es a veces difícil divisarlo en la neblina cotidiana. Hasta donde alcanzo a recordar, he querido ser siempre una persona piadosa, pero cuando considero mi vida pasada, lo que mayormente veo en un sendero quebrado e irregular, sembrado de errores y fracasos. Anhelas la presencia de Jesús, pero te ves enredado en tantas distracciones que, como Schulz, no te parece que seas ejemplo de lo que es un cristiano. Como él, quisiera ser una buena persona, aprender de mis errores y acercarme a Jesús, pero la mayor parte del tiempo siento que me estoy alejando. La única coherencia de mi vida parece ser la incoherencia. Lo que quiero ser y lo que soy no parecen tener mucha relación.
Como “el padre de Carlitos y Snoopy”, no he querido ser Juan de la Cruz o Billy Graham, simplemente alguien que el amor de Dios ha llevado a amar a los demás. Quisiera tener más victorias que derrotas, pero con ya más de sesenta años, sigo fracasando regularmente. Cuando era joven, creía que mi incoherencia se debía a mi juventud. Pensaba que la madurez que dan los años me enseñaría lo que necesito saber y cuando fuera mayor, habría aprendido las lecciones de la vida, los secretos de la verdadera espiritualidad. Ahora me veo mayor y los secretos siguen siendo un secreto para mí. Como Carlitos, me veo como un completo desastre. Aun así, a tropezones, torpemente, intento servir a Dios, siguiendo a Jesús, aunque sea tortuosamente.
Lo que llevó a Jesús a la Cruz fue la disparatada idea de que gente como yo, “material defectuoso”, roto y arruinado, pudiera ser piadosa. La Biblia está llena de individuos, cuya vida es francamente desordenada, pero conocieron a Dios y anduvieron con Él, a pesar de sus muchos defectos. Noé se emborrachó y desnudó (Génesis 9:21), pero tuvo fe (Hebreos 11:7). Alguien como David, amaba a Dios, a pesar de ser un asesino y un adúltero. Los hombres del Nuevo Testamento no fueron mucho mejores. Si miramos quién andaba con Jesús: prostitutas, recaudadores corruptos de impuestos, personas con problemas mentales, gente pobre y perdedora de todas clases.
El cristianismo tiene una tradición desordenada. Cuando lo admitimos, abiertamente confesamos que, aunque somos desesperanzadamente defectuosos, podemos ser desesperanzadamente perdonados. Una vida arruinada en los brazos de Jesús nos descubre un amor incomprensible por Aquel que no nos rechaza, cuando vamos a Él (Juan 6:37). Su amor es excesivo e indiscriminado, ¿quién lo puede entender? (Romanos 11:34) ¡Bendita locura!
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