Stott y los campamentos evangélicos (4)
Stott aprendió de Bash que la evangelización nunca debe ser manipuladora. En su estilo de campamentos se evitaba la presión por lograr una respuesta emocional al Evangelio, que en el caso de adolescentes no suele tener un efecto duradero.
06 DE ABRIL DE 2021 · 10:15
Mucha de nuestra educación sentimental se ha dado en campamentos. Cuando nace el escultismo en 1907 con Baden-Powell, ir a un campamento era todavía dormir en tiendas de campaña, pero no fue así por mucho tiempo. Ya en los años 30 muchos de los campamentos para escolares eran en colegios privados. Igualmente la disciplina paramilitar tiende a desaparecer rápidamente tras la Primera Guerra Mundial, aunque algo de la terminología quedó en algunas organizaciones hasta casi los años 80 del pasado siglo.
La conversión de John Stott al cristianismo evangélico no fue en un campamento, pero sí en relación con la visita a su escuela de un representante de la Unión Bíblica que se dedicaba fundamentalmente a organizar campamentos. La visión de Bash era alcanzar con el Evangelio las elitistas escuelas privadas, conocidas como públicas en Gran Bretaña. Para ello alquilaba colegios a donde invitaba a estos escolares, para campamentos en Navidad, Pascua y verano, a los que Stott asistió durante años, pero que acabó también organizando, al convertirse en “el brazo derecho” de Bash, mientras estudiaba en la Universidad de Cambridge.
Los campamentos de Bash acabaron encontrando en la época de Stott su base en un colegio llamado Clayesmore, que había en un pequeño pueblo de Dorset, entre Shaftesbury y Blandford, que tenía el nombre de Iwerne Minster. La primera experiencia de organización de Stott, sin embargo, fue en 1941 con una misión que todavía existe para hacer actividades evangelísticas en las playas. Formó parte del equipo ese verano con el presidente del grupo de estudiantes evangélicos de Cambridge, Oliver Barclay. Hacían actividades para niños en la costa que hay al norte de Gales, cerca de Aberystwyth. Para una campaña así, los padres tenían que dejar ir a sus hijos a unos “cultos especiales”, para los que construían incluso un púlpito de arena.
¿Elitismo?
Curiosamente, una de las niñas que asistía a las reuniones era la hija del importante escritor, dramaturgo, locutor y activista político, J. B. Priestley. La razón es que su padre pasaba el verano en una casa al lado de la que se alojaba el equipo de la misión, ya que su socialismo era bastante contrario a toda religión organizada. Bash participaba de la campaña, en parte para contrarrestar las críticas que recibía de que su trabajo era demasiado elitista. Muchos le recordaban que “Dios no hace acepción de personas”, algo que él nunca negaba, por supuesto.
La acusación más difícil de contestar era, sin embargo, la de que ayudaba a perpetuar el sistema de división y arrogancia que suponía la exclusiva educación privada de la clase gobernante en esos colegios llamados “públicos”. A la sugerencia de que mezclaran en los campamentos a chicos de origen humilde con los hijos de las familias privilegiadas, Bash se negó totalmente. La razón, para él, no era que no viera sentido en que conocieran “el resto del mundo”, sino que él no consideraba sus campamentos una “actividad social”, sino “espiritual”. Lo veía como “un campo de batalla” en que no quería poner otro obstáculo que el Evangelio mismo. Se trataba de facilitar la estancia de los chicos en un contexto en que se sintieran cómodos.
Los grupos estaban divididos en dormitorios que contaban con un responsable que debía acercarse a un pequeño grupo de chicos para conocerlos y hacer amistad con ellos. Junto a ellos tenía otros más jóvenes que estaban aprendiendo con los que tenían más experiencia. Estos hablaban sólo en los devocionales de la mañana y la noche, no más de un cuarto de hora y bajo la observación crítica de los monitores. Así es cómo empezó Stott a hablar en público. Eran breves charlas ordenadas por un estricto esquema trinitario, que llamaban a conocer a Jesucristo como el Salvador vivo. Había un reconocimiento claro del pecado en el corazón humano, el significado de la cruz y el coste del discipulado. Básicamente, el modelo de predicación por el que Stott llegó a ser conocido.
¿Evangelización o manipulación?
Las actividades cristianas para niños han sido enormemente criticadas estos últimos años. La mayoría las consideran simple manipulación. Las objeciones ya no son sólo éticas, sino que muchos las condenan ya como una actividad casi delictiva. En el rumbo de la sociedad actual, las cuestiones morales se han convertido cada vez más en problemas legales. El abuso se presupone, ya no se sospecha. Lo que ha llevado a la imposibilidad práctica de muchas de las iniciativas evangelísticas que se hacían con niños, por lo menos en Europa.
Stott aprendió de Bash que la evangelización nunca debe ser manipuladora. El estilo de los campamentos era particularmente relajado e informal, por la aversión que tenía Bash a lo que él llamaba “intensidad”. En estas actividades se evitaba la presión por lograr una respuesta emocional a la presentación del Evangelio, que en el caso de adolescentes no suele tener un efecto duradero. El humor era usado no sólo como una forma de relajación, sino como una manera de ayudar a pensar en las cosas, calmadamente. Aunque colaboró con Billy Graham, Stott escribió siempre críticamente sobre las campañas de evangelización que no eran más que manipulación de masas.
Los campamentos que organizaron sirvieron, sin embargo, para llevar a la fe a futuros directores de colegio, profesores, obispos, misioneros, médicos, abogados, políticos, empresarios, músicos, artistas y escritores. Por dar algunos nombres, fue por el ministerio de Bash que se convirtió el capitán del equipo de cricket que llegó a ser obispo de Liverpool, David Sheppard, así como el vicepresidente del parlamento europeo y político conservador Sir Fred Catherwood, que se casaría con una hija del conocido médico convertido en predicador, Martyn Lloyd-Jones. Los frutos son evidentes.
Más que un administrador
Stott se convirtió en secretario y tesorero de la obra de la organización de Bash, cuando estudiaba en la universidad de Cambridge. El primer campamento del que tuvo responsabilidad fue en el verano de 1940 con solo 19 años. Su conversión había sido solo hacía tres años. Hacían actividades en bosques y campos de cosecha, pero el trabajo de Stott fue, sobre todo, en el área de la administración. Esto incluía desde pagar facturas y seguros, a llevar la contabilidad, hacer inventarios, listas y horarios. Se reunía con el equipo en las reuniones de oración y coordinaba la actividad de todos ellos. Eran conocidas las hojas blancas que repartía con la responsabilidad de cada uno, que cambiaba cada año, incluyendo un apartado para críticas y sugerencias.
Un poco más de humildad no nos vendría mal a todos. Y entender que el cristianismo, o es comunitario o no es.
Muchos recuerdan algunas cosas que caracterizaron a Stott toda su vida. La primera era su impresionante capacidad para recordar el nombre de cualquier chico que encontraba en el pasillo o el comedor. Esto siempre me sorprendió de Stott. Creo que pocos predicadores han conocido a tantas personas en todo el mundo. Pues, ¡siempre recordaba los nombres! Podía no verme durante años, que nunca dudaba de mi nombre. Y así con todos. Algunos de su círculo íntimo dicen que era por su práctica de hacer listas de oración. Puede ser, pero él nunca revelaba esas cosas. No era de los que siempre te dice que está orando por ti. La expresión suena algo vacía a menudo. Sirve también, además, para hacer exhibicionismo de tu vida espiritual. Y a Stott no le gustaba usar el lenguaje así. Siempre cuidaba mucho las palabras.Otra virtud por la que siempre destacó Stott, era su paciente capacidad pacificadora. Su vocación al ministerio eclesial hizo que no se convirtiera en diplomático, como querían sus padres, pero ejerció en cierta forma esa función en el dividido mundo cristiano. Como en cualquier grupo de personas, había a veces en los campamentos discusiones largas e inútiles, que no llevaban a ningún sitio. Bash solía decir entonces, para concluir el debate: “Algunos de nosotros nos reuniremos para solucionar esto”. Stott aprendió de él, esa forma de resolver conflictos. Cada vez que había un problema con padres o transportes, proveedores de material, trabajadores del campo o la cocina, era a Stott al que mandaban a resolverlo. Tenía una extraordinaria capacidad para apaciguar a la persona airada, tranquilizar al ansioso, o persuadir al reticente.
Nadie es una isla
Cuando escribo estas reflexiones, todavía es en medio de una pandemia, que hace que los campamentos parezcan ya, no solo del siglo pasado, sino de otra vida. Muchos podemos decir que gracias a los campamentos, somos lo que somos. No es extraño que tantas historias de reencuentro vuelvan al escenario del campamento. Separados de nuestro medio familiar y la rutina de cada día, mostramos la realidad de lo que somos de una manera distinta a una reunión o una actividad puntual. Nos revelan quiénes somos y cuál es nuestra verdadera necesidad.
Incluso aquellos que no somos tan sociables, aprendemos a convivir en los campamentos. Stott pasaba más tiempo en su habitación que en las actividades que organizaba. En parte, porque no tenía ocasión en Cambridge de hacer mucho de lo que hacía falta para organizar algo así, pero también era de esas personas que necesita recluirse cada cierto tiempo, para poder hacer las cosas bien. Somos diferentes, pero nos necesitamos los unos a los otros. No podemos vivir aisladamente. “Nadie es una isla”, como decía el poeta y predicador John Donne.
En esta era de Internet vuelve a proliferar un cristianismo sin iglesia. Hay algunos que se dedican incluso a pontificar en las redes sobre cuál es la verdadera fe y no tienen compromiso con comunidad alguna. Esto es un problema serio en el mundo evangélico. Cualquiera puede serlo. Nadie te pregunta de qué iglesia eres. Y menos aún si te reúnes con alguien. Todo esto ha creado una cultura de francotiradores, cuánto más aislados, más fanáticos. Gente que tiene un centenar de iglesias en su localidad y ninguna de ellas llega a la altura que ellos requieren para ser sus miembros. Y lo peor es que en vez de avergonzarse por ello, muchos exhiben su independencia como un orgullo. Y nos recriminan a los demás por no ser tan cristianos como ellos. Un poco más de humildad no nos vendría mal a todos. Y entender que el cristianismo, o es comunitario, o no es cristianismo. No hay cristianos sin iglesia en el Nuevo Testamento.
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