El Progreso, Guatemala
26 de mayo

Aquí acaba el frío y empieza el calor. La tierra arde bajo mis pies cuando paso de un lado a otro, o eso parece. Aunque si me lo preguntaran, no sabría indicar cuándo acaba uno y empieza otro."/>

Un lugar de cuentos

El Progreso, Guatemala
26 de mayo

Aquí acaba el frío y empieza el calor. La tierra arde bajo mis pies cuando paso de un lado a otro, o eso parece. Aunque si me lo preguntaran, no sabría indicar cuándo acaba uno y empieza otro.

11 DE OCTUBRE DE 2008 · 22:00

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Si andaba buscando un sitio distinto, sorprendente, acabo de encontrarlo. Es como si nadara en el caldo de cultivo del realismo mágico. Acacias bordean un camino que conduce al lugar de los viejos contadores de cuentos. Estos cuentacuentos guardan en su memoria breves relatos, varios de ellos prodigiosos, sobre pobres que se hacen ricos gracias a un corazón de oro, sobre Pedritos crueles, cangrejos y sapos, tigres y toros, y otras criaturas mitológicas, que se hablan entre ellas con un español rasgado por frases y refranes añadidos al paso del tiempo. Los viejos contadores no esperan a tener un nutrido grupo de niños o adultos expectantes; no los necesitan. Cuentan sus historias al viento, al frío, y al calor que en su día se unieran a Martín comemosca, uno de tantos protagonistas. Pero también son otras las fuentes de las que estos ancianos beben sin parar. Hay cuentos propios de los indígenas akatecos, de los indios norteamericanos, y de los colonialistas españoles y europeos. No hay cuentos puros, pues la mezcla es intensa, profunda, del mismo modo que no hay ni cultura ni lengua pura. La amalgama es densa, y toma incluso relatos bíblicos a los que sólo cambian determinados personajes. Me sorprendo cuando descubro que hay una versión de la historia de José y el faraón (Génesis 41:1-40), en la que quien interpreta los sueños es una mujer de la cual no alcancé a oír el nombre. También se encuentran entre esos cuentos recursos poéticos como las repeticiones inmediatas de ciertas frases, con ligeras variaciones en su forma, tan típicas de los salmos. Me dejo llevar por tañidos lejanos de campana, que también cuentan historias a su manera, y por calles semidesiertas, nuevas o antiguas, otras contadoras de cuentos. Los argumentos fluyen sin cesar, desatados y vueltos a atar. Aquí las sinopsis no sirven, pues un cuento puede comenzar de un modo concreto en una calle, y finalizar de un modo inimaginable en la siguiente esquina. En el mercado se olfatea tanto el trigo como las andanzas de los seres que habitan sus campos. No hay espacio para convencionalismos. Un buen comienzo puede a veces tener un mal final, o al revés. O puede tener giros inesperados, callejones por descubrir e imaginar. O uno puede soñar con nadar en aguas profundas, pensar en bromas, pensar en decir sin fisuras aquello que hay dentro del corazón, hacer carreras de cintas, hablar con coyotes y comer sandías cuadradas y frescas, libres de pepitas molestas. En este pequeño Babel invisible se siente el rumor pálido de que aún no se ha dicho todo lo que podía decirse. Y sin embargo, es una región como otras muchas; el cuento es una forma de mantener a raya el día a día, que puede querer abrirse camino a guantazos. En el aire, que ahora abofetea mi rostro con desgana, se entremezclan las voces y las imágenes de las viejas historias, junto con los cantos de gallos perezosos, y el aroma a vainilla, cañas de azúcar y ácido café. Yo mientras me despliego entre calles acolchadas de incipiente algodón, y de historias viejas como un volcán.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Tierras - Un lugar de cuentos