Jesús y la otra mejilla (y 2)

¿Qué explicación tiene la actitud ambivalente de Jesús en relación a la violencia? ¿por qué unas veces lleva el precepto de no matar hasta la radicalidad de condenar al que llama “tonto” a su hermano, pero en otras ocasiones, él mismo usa la violencia verbal y les dice a sus hermanos fariseos que son una “generación de víboras”? ¿cómo es posible relacionar los ocho: “ay de vosotros escribas y fariseos...”, con aquella vo"/>

Jesús y la violencia

Jesús y la otra mejilla (y 2)

¿Qué explicación tiene la actitud ambivalente de Jesús en relación a la violencia? ¿por qué unas veces lleva el precepto de no matar hasta la radicalidad de condenar al que llama “tonto” a su hermano, pero en otras ocasiones, él mismo usa la violencia verbal y les dice a sus hermanos fariseos que son una “generación de víboras”? ¿cómo es posible relacionar los ocho: “ay de vosotros escribas y fariseos...”, con aquella vo

20 DE JULIO DE 2007 · 22:00

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Semejante actitud, aparentemente contradictoria, tiene una explicación bien simple. Jesús parece ser agresivo cuando la injusticia o la necesidad de defensa afecta a los demás, pero se vuelve no resistente cuando le afecta a él mismo. Esta doble medida, según se trate de los demás o de sí mismo, es el criterio que atraviesa todos los evangelios. Y en esta doble actitud es donde entra ya en juego la radicalidad máxima de la no violencia evangélica, el amor a los enemigos. En el mundo de hoy puede que tal comportamiento suene a utopía irrealizable. Pero si el creyente quiere ser fiel al mensaje evangélico, no tiene más remedio que reconocer que toda la vida de Jesús pregona una misma cosa: es mejor dejarse matar por una causa que matar por ella. De ahí que la violencia resulte radicalmente inhumana y, por eso, radicalmente anticristiana. Nuestra moral no puede seguir siendo la del Antiguo Testamento. Nuestro código ético ya no son las tablas de la ley convertidas luego en los diez mandamientos, sino el Sermón de la Montaña, la actitud de poner la otra mejilla y especialmente los consejos contenidos en las bienaventuranzas de Jesús. Cuando esto no se entendió así, el cristianismo se deformó generando un dios sádico y violento que se complacía en la inquisición, las cruzadas religiosas, la imposición de la creencia y tantas guerras santas que provocaron muertes y más muertes de inocentes en nombre de la pretendida fe. Tiempos oscuros en los que se olvidó la enseñanza bíblica de que matar es siempre un mal injustificable en cualquier caso. Pero hoy debemos volver la vista al Evangelio y reconocer que, a partir de la muerte y resurrección del Señor, el tiempo del odio o de la venganza, es decir el tiempo violento de Caín, ya pasó a la historia. Y ahora los cristianos vivimos -o debemos vivir- en el tiempo del amor ágape. De ese amor que da la vida sin pedir nada a cambio y nos hace semejantes a Dios (1 Jn. 3:11-24). El creyente que perdona a su enemigo no es un iluso que desconoce el mundo en que vive, sino alguien que pone en práctica el consejo bíblico de amontonar ascuas de fuego sobre la cabeza de quien no le quiere bien (Ro. 12:20). Y esto no es venganza porque, con tal actitud, el ardor de las ascuas puede transformarse en amor mutuo, si es que el adversario consiente en ello. Al actuar así, se le coloca en una situación difícil de mantener que puede motivarle a cambiar su odio en amistad. La persona que se esfuerza en amar a su enemigo, en realidad, aspira a convertirlo en amigo. Está imitando el comportamiento de Cristo, ya que también nosotros “siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo” (Ro. 5:10). Jesús no vino a negar la enemistad sino a vencerla por medio de ese amor misterioso que pone la mirada en las cosas de arriba y no en las de la tierra. Al ser insultado no devolvió el insulto (1 P. 2:23); frente a la agresión injusta, no resistió al malvado sino que procuró siempre vencer con el bien el mal (Ro. 12:21). Por tanto, ésta debe ser también nuestra actitud cristiana. El amor sincero hacia los enemigos que predicó Jesucristo es el único sentimiento capaz de conseguir una paz perdurable entre los seres humanos. La justicia del ojo por ojo, en cambio, sólo contribuye a crear un círculo vicioso de enemistad, odio y guerra. Como escribe Moltmann: “Si se devuelve mal por mal, entonces a un mal siempre le sigue otro mal, porque sólo así se sabe hacer “justicia”. Antiguamente, la cosa podía quedarse en la pérdida de un ojo y la rotura de unos cuantos dientes. En la era nuclear, la carrera armamentista y la amenaza de una “revancha masiva” sólo pueden llevar al mundo al exterminio total” (Moltmann, La justicia crea futuro, Sal terrae,1992: 66). El amor a los enemigos deja en la actualidad de ser una ilusión utópica para convertirse en una necesidad imperiosa. Ante la amenaza del terror o de una posible guerra nuclear, amar al enemigo es responsabilizarnos de él, de su persona así como de su situación social, económica y medio ambiental. En el tercer milenio esta es la única política razonable que se debe practicar si queremos seguir garantizando la paz mundial. La solución no está en exterminar a los pueblos enemigos o a los grupos disidentes que no compartan los ideales de la mayoría, sino en dialogar con ellos, en ponernos en su piel, en entender cuál es el origen de su queja sincera y por qué arremeten contra nosotros. La actitud correcta no es pensar sólo en cómo podemos defendernos de nuestros enemigos, sino en qué podemos hacer para llegar a un consenso de paz con todo el mundo. Hay muchos creyentes que piensan que con el Sermón de la Montaña no es posible gobernar el mundo. Sin embargo, el moderno arsenal bélico que hoy existe en el planeta y la temible amenaza que supone para la humanidad, actualiza cada vez más las palabras de Jesucristo y las propone como la mejor política de supervivencia que se debe practicar en la actualidad. Una política de paz, de empatía hacia las demás naciones, de respeto y perdón. La violencia contemporánea se puede y se debe superar, como hizo Cristo, mediante la no violencia.
Artículos anteriores de esta serie:
 1Jesús y la otra mejilla 

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