Esther, la belleza al servicio del pueblo de Dios

Soy mujer, ¿y qué? Aquí estoy para ser útil en sus manos, y tal vez mediante lo que Él me dio salvar a mi pueblo.

02 DE NOVIEMBRE DE 2019 · 14:00

La reina Ester, un cuadro de Edwin Long con fecha de 1878. / Wikimedia Commons,
La reina Ester, un cuadro de Edwin Long con fecha de 1878. / Wikimedia Commons

“Esther es una historia de triunfo que surgió de la tragedia; el éxtasis, que brotó de la agonía; celebración que surgió de la devastación. Esta puede ser tu historia.” Charles Swidall

La pequeña Hadassah siendo muy niña quedó huérfana. Sus padres habían decidido permanecer en la tierra del cautiverio y dicen las crónicas que fueron asesinados mientras su hijita lo veía escondida lo cual le salvó la vida.

Mardocai su primo, bastante mayor que ella, la adoptaría como su única hija y la amaría, criaría, educaría como si hubiera salido de sus propias entrañas.

Sus padres eran judíos y por lo tanto su nombre fue escogido con mucho esmero... ¡Hadassah!... Su significado es mirto o arrayán y, efectivamente, así llegaría a ser la maravillosa reina de Persia, ¡Esther!... ¡Estrella persa!

Me encanta todo lo referente al arbusto del mirto o arrayán, no sólo por lo precioso que puede llegar a ser; sino porque nos ilustra, sin la más mínima duda, cómo era Hadassah, tanto por dentro como por fuera.

El follaje del mirto es perenne, es decir, está siempre verde, nunca se cae, y dicen los entendidos que su precioso verdor nunca deja de ser, por muy grandes que sean las dificultades.

Su fuerza nunca desmaya ante las adversidades, por muy duras que puedan llegar a ser.

El mirto es tremendamente aromático, su olor es intenso a la vez que delicioso, y de ahí vienen otras dos acepciones del nombre que estamos intentando desgranar, perfume y precioso.

Así era Hadassah, Esther... ¡Preciosa!

Cuentan las crónicas que en su temprana juventud era bellísima y con una espléndida figura, pero no solo por fuera; sino en toda su esencia.

Podemos aplicarle todas las características citadas antes:

Fuerte, noble, digna, decidida, “sus hojas” permanecían siempre verdes tanto al sol como a la sombra. Las dificultades, creo que la hacían crecer. Su fortaleza era increíble en todos los aspectos, y jamás perdía el gozo. Tal como diría el profeta Isaías, el gozo del Señor era su fortaleza y eso nos lleva a la última acepción de este precioso nombre, ¡VICTORIA!

El gran lema para Esther, antes Hadassah, era no dejar que los grandes desafíos que tenía que atravesar la hundieran. Muy al contrario, logró vencer con la ayuda del Todopoderoso, siempre mirando al invisible.

Ese tipo de bellezas no se acaban con el paso del tiempo, se intensifican. La razón es muy fácil de comprender:

Nacen de muy adentro, de lo más profundo de un alma bella y se reflejan al exterior por más que pasen los años. Esa es la verdadera belleza de una mujer que está llena de su Dios.

Nunca soporté esa especie de idea retrógrada y casi podría decir que mentira extra bíblica de que para ser una verdadera mujer llena del Espíritu del Señor haya que ser más bien feíta, poco agraciada, ser poco lucida, vestir de una manera monjil, ser un poco bobita y caminar unos cuantos pasos atrás de un hombre de Dios, especialmente si éste es su marido.

Su especialidad debe ser la sumisión a ultranza, una especie de humildad no real, nada de demostraciones de cualquier don que el Señor le haya dado, prohibición de cualquier tipo de liderazgo, nada de cuidados o adornos externos, y si puede ser, un burka... ¡Eso sería genial!

¡Los siento muchísimo! Pero en Proverbios 31, cuando habla de las características de la mujer virtuosa, no encuentro por ningún lado nada parecido.

La belleza de Hadassah, Esther, Estrella persa... Iba desde lo más profundo hasta llegar a iluminar todo su exterior; era como una especie de luz que iluminaba cualquier lugar en el que se encontrara, y eso se trasluciría con el paso de los años por muy inverosímil que parezca, y quedaría bien patente como el más bello ejemplo de lo que debe ser una mujer llena de Dios y poder llegar hasta nuestros días.

No me emocionan demasiado los concursos de belleza actuales. La mayoría de las veces, veo a mujeres aparentemente bonitas; pero a las que le falta mucho para llegar a la talla de una Esther. En la mayoría de las ocasiones son una especie de rubias a lo Marylin o morenas intentando ser una burda imitación de Penélope Cruz y la mayoría dejan mucho que desear; aunque las tienen durante un tiempo para enseñarles a caminar, a hablar y a una serie de cosas.

¿Alguien sabe cuál fue el primer concurso de belleza de la historia? ¡Por supuesto! Ocurrió en Susa, capital de Persia, en el gran reinado de Asuero o Jerjes, como prefiráis, unos 483 años antes de Cristo.

Asuero rey de Persia, era un hombre sanguinario, cruel, lujurioso, arrogante y soberbio. Se dice que incluso cometió incesto por venganza y su amor por el vino era bien conocido por todos. Este “hombre maravilloso” estaba casado con una mujer bellísima, la reina Vashti, no tenía mal gusto este señor en cuestión...

Vashti era preciosa; pero también inteligente y muy empecinada y ¡lo siento!, pero puedo comprenderla demasiado bien.

El gran rey Asuero gobernaba 127 provincias y tenía trabajo duro y unos cuantos consejeros, algunos nada fiables y demasiado ambiciosos.

Un día decidió celebrar uno de esos festejos de los que duraban unos seis meses y corría el vino a raudales junto a todos sus consejeros. Una noche decidió mandar traer a la reina Vashti para que todos pudieran disfrutar de su belleza. Vashti dijo que nanai y os podéis imaginar la reacción, no sólo del rey; sino de sus maravillosos consejeros. ¡Esto no se puede consentir!... ¡Qué mal ejemplo para todas nuestras mujeres!... Vashti fue destituida como reina y a otra cosa mariposa.

Y aquí comienza el gran concurso de belleza. No se hace al modo tradicional de la antigua Persia, es decir, buscar mujeres hermosas de las mejores siete familias de la nobleza. Se buscaban vírgenes hermosas de toda Susa y entre ellas se encontraba Hadassah, cercana a cumplir sus veinte. ¿Os podéis imaginar cómo se pudo sentir aquella preciosa chiquilla judía y su primo Mardocai?

Me encantan la sabiduría y prudencia del primo mayor y la aceptación de sus sabios consejos por parte de Hadassah:

¡No digas que eres judía!... ¡Ten cuidado!... ¡Ten fe!... ¡Sé valiente!

Y allá que se nos llevan a Hadassah a palacio para prepararla durante tres meses a causa del concurso de belleza.

Cuando le preguntaron por su nombre dijo, Esther, Esther de Susa... Y allí estuvo dejándose cuidar por los más refinados tratamientos de belleza del momento, bajo el, creo que, cariño sincero, consejos y también órdenes del eunuco Hegai, quien siempre se portó muy bien con ella.

Esther tenía esa preciosa capacidad de llevarse bien con todos aquellos que la rodeaban, era fácil quererla.

Y llega el gran día, Hadassah, Esther, Estrella persa... Sabe caminar con elegancia, hablar con dulzura y con las palabras exactas. Va perfectamente vestida, maquillada, acicalada, perfumada y lleva sobre sí los más preciosos adornos ¡toda una belleza! Pero una belleza muy diferente a las otras y cuando Asuero la ve, simplemente queda prendado con ella, creo que realmente se enamora, la ama y la hace su esposa y su reina.

¿Colorín colorado este cuento se ha acabado?... ¿Vivieron felices y comieron perdices?... ¡Pues para nada señores míos! En poco tiempo comenzarían los grandes problemas.

Agag el amalecita, enemigo acérrimo y por antonomasia del pueblo de Dios, no soportaba a los judíos y a uno muy en especial, a Mardoqueo o Mardocai. No se rebajaba ante el enemigo de su pueblo y de su Dios y esto encendía todas las iras de Agag o Amán. No paró hasta ingeniar un plan para exterminar a los judíos y para acabar bien a gusto con Mardocai. Y aquí viene el punto más álgido del libro e historia de Esther, un libro del Antiguo Testamento en el que no se nombra, ni una sola vez, a Dios; pero Su presencia va implícita en cada párrafo. Un libro que cuenta la historia de una mujer valiente y osada como pocas; pero que se encuentra en una especie de esquina oscura del Antiguo Testamento y que es cuestionada por unos cuantos.

Mardoqueo se las ingenia para hablar con su querida prima y le pide ayuda. Ella se asusta en una primera instancia, no sabe qué hacer y hasta duda. Mardoqueo se lo pone bien clarito y le dice:

¿Te crees que tú te vas a librar por el hecho de que seas Esther la reina de Persia? Es entonces cuando Esther toma conciencia de toda la situación y salen unas palabras muy especiales para mí:

“Ve y reúne a todos los judíos que se hallan en Susa, y ayunad por mí y no comáis ni bebáis en tres días, noche y día; yo también ayunaré igualmente, y entonces entraré a ver al rey; aunque no sea conforme a la ley, Y SI PEREZCO, QUE PEREZCA.” (Esther 4:16)

Y así lo hace ella, sus doncellas y todo el pueblo judío que habitaba en Susa. Y esta mujer bella, osada y valiente, se prepara lo mejor que puede y sabe y se presenta delante del rey sin ser llamada.

Conoce, después de cinco años de reinado y matrimonio, los peligros que esto representa y sabe que se juega la vida. Pero se amarra muy fuerte a su Dios y utiliza todos sus encantos, creo que no estaría mal el decir... Para seducir a su esposo.

Y el gran Asuero no se pudo resistir y le coloca suavemente el cetro real sobre sus hombros, ofreciéndole hasta la mitad de su reino.

Pero Esther no sólo es preciosa. Es muy hábil, lista, sagaz... Y sabe bien cuál es una de las mejores maneras para llegar al corazón de un hombre, un suculento banquete... En realidad son tres banquetes en los que crea la intriga de su esposo y Agag, cada vez se siente más desconcertado.

El último día, la deliciosa antes Hadassah, le declara al rey todas sus peticiones y son concedidas, una a una con sumo gusto.

¿Qué podemos aprender de todo esto?

    • Hadassah, Esther, Estrella persa... Utilizó su belleza; aunque muchos no lo compartan conmigo, para salvar a su pueblo. De un modo sano, pero ese fue el principal motor.

    • Su fe en el Dios de Israel era grande y demostró de diferentes maneras.

    • Su presente determinó su futuro.

    • Ayunó y oró, y eso lleva implícito muchísimo del fondo de su alma.

    • Confió en Dios y esto le dio la fuerza para la valentía que requería todo aquello.

    • Jamás se mostró orgullosa, prepotente o altiva.

    • No era una “niña tonta”; pero supo ser sumisa y hasta diría que obediente a cada uno de los consejos y peticiones de su primo que hacía las veces de padre.

    • El reino de Dios pesaba en su corazón mucho más que el reino de Persia, tenía bien claras sus prioridades.

    • Bien podía haber dicho la frase que miles de años después pronunciaría otra mujer: “He descubierto que Dios y yo juntos podemos sacar mejor provecho de mi vida que el que yo sacaba sola”.

    • Cuando nos damos a Dios y cuidamos de los demás, llevamos como recompensa implícita, el cuidado de nosotros mismos.

    • Y lo más importante para mí: en todo aquel aparente sin sentido y despropósito, Esther encontró que había propósito divino. Esto toca muy fuerte a mi propio corazón.

    • Puede que yo sufra por unas cuantas cosas en mi vida, cuando es así, me paro, me acuerdo de Esther, y me identifico plenamente con las palabras: ¿Tal vez para esta hora has llegado al reino?... ¡Y si perezco que perezca!

Muchas veces en la vida del creyente, sobre todo cuando quiere vivir más y más cerca de Dios, suceden cosas inesperadas. Se presentan “amalecitas” como Agag con toda su intriga y su ira para intentar destruirnos. Alguien quiere exterminar a nuestro pueblo, el enemigo de nuestras almas hace un despliegue de todo su poder y tal vez comencemos a temblar o rebelarnos; nos hacemos mil preguntas, intentamos encontrar el propósito divino en nuestra situación, y no logramos verlo. Es ahí, justo ahí, cuando al menos a mí me recuerda el Señor: “Mi embrión vieron tus ojos y allí estaban escritas todas aquellas cosas que serían luego formadas” (Sal 139).

¿Recordáis las palabras del Señor a Moisés cuando dudaba en obedecer a Dios después de haberle fallado y fracasado?:

Moisés, ¿qué tienes en tu mano? Aquél gran siervo de Dios respondió: Una vara. Entonces el gran Yo Soy le dijo: ¡Vé!

MUJER DE DIOS YO TE PREGUNTO AHORA:

¿Qué tienes en tus manos?... Alguna tendrá aguja e hilo igual que Dorcas; otra tendrá muy buena mano para la casa igual que Marta; otra, tal vez tenga un muy buen pedigrí como Priscila en todos los sentidos... Otra, tal vez, igual que Esther tendrá una belleza muy especial.

Yo no sé lo que puedes tener entre tus manos. Pero te garantizo que siempre habrá algo en ti. Jamás olvides que “El Espíritu reparte los dones con liberalidad” y no hace ni la más mínima distinción con las mujeres.

Si eres mujer, no permitas que nadie “Ponga un bozal al buey que trilla”. Sé igual de valiente que Esther y no olvides jamás que Dios capacita a quien llama.

El pequeño libro de Esther contiene dramas, intrigas, suspense, amor, odio, venganza, matanzas, convicciones, valor y honor. Pero la gran verdad de este maravilloso libro, el personaje central de este libro, era UNA MUJER ESCOGIDA PARA UNA TAREA ESPECIAL, y Esther aceptó el reto de entrar en el plan de Dios. ¿Quién dijo fácil? Pero mi Dios es el Dios de los imposibles, el Dios que un día me dijo: ¡Ven, sígueme!

El Dios que más tarde me diría: ¿Qué tienes en tu mano?... ¡Te necesito! Ponte a mi servicio.

El Dios que un día, en medio de mis más profundas tormentas me dijo: ¿Tal vez para esta hora has llegado al reino?

Reconozco que en algunas ocasiones me ha costado lágrimas amargas. Pero siempre termino diciendo: HEME AQUÍ, ENVÍAME A MÍ... Y si perezco que perezca.

Soy mujer, ¿y qué? Aquí estoy para ser útil en sus manos, y tal vez mediante lo que Él me dio salvar a mi pueblo.

Dejadme terminar con una preciosa poesía de Karle Wilson Bailey que aprendí siendo muy joven y que hoy cobra para mí un valor muy especial…

Dejadme crecer amablemente y envejecer

y hacer tantas cosas excelentes.

El encaje y el marfil, el oro y las sedas

no han de ser nuevas para tener valor

y hasta los viejos árboles pueden curar.

Las calles antiguas conservan su encanto,

¿por qué no podría yo, a semejanza de ellas,

envejecer lenta y amablemente?

 

*Texto extraído de un capítulo del libro 'Ellas también cuentan', de diferentes autoras y editado por Eduardo Delás

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