¿Es científico el Diseño inteligente?

La historia de la ciencia es pródiga en ejemplos de flagrantes injusticias cometidas por los científicos dominantes contra aquellos que sostenían teorías contrarias.

14 DE MARZO DE 2015 · 17:55

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Esta es una de las cuestiones que con frecuencia suele formularse contra la pretendida legitimidad científica del Diseño inteligente (DI). Si las soluciones que aporta la ciencia están por definición basadas en acontecimientos naturales, ¿no habría que desterrar al DI del ámbito científico precisamente por apelar a una inteligencia sobrenatural como causa original de todo? En este sentido, el investigador evolucionista, Francisco J. Ayala, afirma de manera tajante sobre los proponentes del DI que: “están convencidos de que la teoría de la evolución es contraria a sus creencias religiosas y desearían descubrir a Dios y la fe en la ciencia” y “El DI es mala ciencia o no es ciencia en absoluto. No está apoyado por experimentos, observaciones o resultados publicados en revistas científicas académicas.”1

Es de sobras conocido por los investigadores de la ciencia que las revistas científicas sólo aceptan trabajos que se acomoden bien a sus líneas editoriales y a las ideologías de sus dirigentes. Difícilmente admitirán artículos que cuestionen claramente el paradigma dominante. Pero vayamos a la pregunta fundamental: ¿es ciencia o no es ciencia el DI? ¿Cuáles son las características principales de la ciencia, de las que supuestamente carecería el DI?

Habitualmente se admite que la verdadera ciencia viene determinada y explicada por las leyes de la naturaleza; se evalúa a sí misma por medio de pruebas o experimentos comprobables y se le puede aplicar el criterio de falsabilidad, es decir, la posibilidad de demostrar mediante la experiencia que un determinado enunciado es falso o no lo es. No obstante, además de esto, hay otras características que se han propuesto también con el fin de argumentar que el Diseño inteligente no es ciencia.

Por ejemplo, se ha dicho que si una cosa, por muy importante que sea, no puede ser medida, pesada o detectada por medio de la tecnología humana, entonces el estudio de dicha cosa no puede ser considerado como científico. Por lo tanto, el DI no sería ciencia ya que intentaría dar razón de aquello que no es posible observar, apelando a estructuras o funciones que sí son observables en la realidad. Tampoco se le podría aplicar el mencionado criterio de falsabilidad porque no hace predicciones contrastables, ni propone ningún mecanismo de verificación, ni resuelve problemas concretos.

Otros críticos argumentan que apelar a un diseñador sobrenatural no es explicar nada porque lo primero que habría que hacer es demostrar el origen de tal diseñador. La verdadera ciencia, siguiendo criterios naturalistas, emplearía el llamado reduccionismo, es decir, el todo debe explicarse apelando a unidades cada vez más pequeñas hasta llegar a las partículas fundamentales de la materia, con el propósito de poder entender la realidad. Sin embargo el DI, al referirse a órganos irreductiblemente complejos, abandonaría el reduccionismo para inferir inteligencia previa a la realidad observada. Algunos han asegurado también que el DI nunca podrá aportar una genuina teoría científica de los orígenes, ya que lo que afirma es precisamente que resulta imposible para la ciencia ofrecer una explicación de tal acontecimiento. Y, en fin, que la existencia de un Diseñador inteligente del cosmos sólo podrá ser demostrada cuando se invente algún aparato especial para detectar diseñadores inteligentes.

Veamos por qué ninguna de tales críticas ha conseguido rebatir la legitimidad científica del Diseño inteligente.

En primer lugar, la afirmación de que la ciencia no puede tener acceso a aquello que no se puede ver, medir o pesar, simplemente no se sostiene. ¿Alguien ha observado las supercuerdas que explicarían todas las partículas y fuerzas fundamentales de la naturaleza? ¿Algún astrofísico ha visto la materia oscura del universo, los quarks o la expansión del Big Bang durante los tres primeros minutos del mundo? La ciencia acepta la existencia de muchas cosas que, en realidad, nadie ha observado directamente y probablemente no observará jamás. Sin embargo, a pocos se les ocurre pensar que tales investigaciones no sean propiamente científicas.

En cuanto al falsacionismo, o el llamado criterio de falsabilidad propuesto a principios del siglo XX por el filósofo austríaco, Karl Popper, aunque a primera vista puede parecer un buen método para averiguar si una determinada teoría se puede considerar científica o no, también presenta sus dificultades a la hora de decidir con exactitud qué es y qué no es ciencia. Según Popper, una proposición es falsable cuando puede ser refutada por una observación. Pero si dicha proposición es cierta, lógicamente, nunca se producirá tal observación que la refute. Esto significa que las teorías verdaderamente científicas han de estar formuladas de tal manera que permitan su comprobación con la realidad. Es decir, que no sean formulaciones que dependan de creencias subjetivas o de proposiciones metafísicas sino de la percepción de los sentidos.

El problema con el falsacionismo es que resulta imposible de alcanzar en numerosos casos. Es de sobras sabido que la tarea científica se halla repleta de enunciados que se descubrieron falsos y, a pesar de ello, las teorías a las que podían refutar siguieron vigentes. Esto significa que, en realidad, es sumamente difícil alcanzar falsaciones concluyentes de ciertas teorías. Además, también hay que tener en cuenta que, algunas observaciones que pueden servir de base a la falsación pueden resultar a su vez falsas a la luz de posteriores descubrimientos científicos. Todo esto quiere decir que -como resulta fácil comprobar a lo largo de toda la historia de la ciencia- las teorías no se pueden falsar de manera definitiva.

En ocasiones, la opinión pública tiende a creer que la verdadera ciencia es el acuerdo alcanzado por el estamento formado por los científicos de prestigio. Además de la tautología, o el pensamiento circular, que supone tal manera de pensar (que la ciencia aluda a los científicos y éstos a aquella), esta opinión confirma de alguna manera el hecho difícil de soslayar de que es, en realidad, el estamento científico predominante quien decide qué teoría debe estar vigente en un determinado momento. Lo que implica que frente a los investigadores ortodoxos que dominan el ambiente académico y cultural, los heterodoxos minoritarios siempre se hallarán indefensos.

No obstante, muchos de los progresos alcanzados por la ciencia se logran gracias a los planteamientos “heréticos” de estos últimos. De hecho, la historia de la ciencia es pródiga en ejemplos de flagrantes injusticias cometidas por los científicos dominantes contra aquellos que sostenían teorías contrarias. Por supuesto, la realidad de semejante discriminación en el seno de la ciencia hace también difícil de aceptar que el criterio popperiano de falsabilidad pueda aplicarse siempre y cuestione la legitimidad científica del Diseño inteligente.

De la misma manera, decir que el DI no es ciencia porque no hace predicciones es asimismo faltar a la verdad. Por ejemplo, ¿acaso no era una predicción de la filosofía del diseño -que se ha podido corroborar posteriormente- que el mal llamado “ADN basura” debía ser, en realidad, funcional? Según el darwinismo, cabría esperar que el ADN humano y de otros organismos estuviera repleto de pseudogenes o genes inútiles que habrían tenido alguna utilidad en el pasado, pero la habrían perdido acumulándose en el genoma paulatinamente a lo largo de millones de años. No obstante, el DI siempre postuló que desconocer la función de determinados segmentos de ADN no demuestra que no la posean. Si tantas funciones y órganos de los seres vivos evidencian diseño, complejidad y elevada información, resulta difícil creer que algo tan aparentemente planificado como las directrices contenidas en la molécula del ácido desoxirribonucleico no sirvan para nada. Pues bien, esta predicción, como es sabido, se confirma cada vez que se descubren las funciones de dichos genes y se publican los resultados en las revistas científicas especializadas. Hoy se confirma que el ADN basura no era tan desechable como se decía.

Seguiremos, D. M., la próxima semana respondiendo a tales cuestiones.

 

1 Ayala, F. J., 2007, Darwin y el Diseño inteligente, Alianza Editorial, Madrid, p. 28.

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