Misión Latinoamericana: Descansa en paz

El presente artículo representa la opinión de quien lo escribe y lo firma. No representa la opinión de la Misión Latinoamericana ni la de la United World Mission. Es posible que otras personas, miembros de la MLA o que algo han tenido que ver con ella a lo largo de su vida sustenten una opinión distinta.

02 DE NOVIEMBRE DE 2013 · 23:00

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Ayer me llamaron de la consulta del nefrólogo para decirme que algo había aparecido en el último examen por lo que se me recomendaba que acudiera a mi especialista. Ante aquella llamada, yo podía hacer una de dos cosas: o buscar una cita con el urólogo –que fue lo que hice-- o ignorar la recomendación y dejar las cosas como estaban. Al optar por lo primero, espero estar a tiempo. Uno nunca sabe. De haber hecho lo segundo, a lo mejor me pasaría, prematuramente( ?) lo que le ha pasado a la Misión Latinoamericana: RIP.[1] Porque en estos días, aquí en la Misión Latinoamericana (Latin American Mission) estamos siendo testigos y protagonistas de un funeral que pretende no serlo sino –¿cómo decirlo?—un cambio de estado, como si pasar de vida a muerte no fuera un cambio de estado. (En una carta enviada a todos los misioneros de la MLA por el presidente de la United World Mission, John Bernard, dice: I am delighted to write to you following our two board’s decisions to move forward toward merging LAM into UWM! Me complazco en escribirles después de las decisiones de ambas juntas de avanzar en la fusiónLAM into UNM». Into quiere decir: dentro de, hacia el interior de. Diferente habría sido el sentido de este merge si John hubiese escrito toward merging LAM-UWM (Hacia la fusión LAM-UWM) En el primer caso, into denota que la pequeña, la débil se «mete» dentro de la grande, la poderosa; en el segundo caso, ambas misiones habrían estado al mismo nivel y su fusión habría sido un procedimiento en igualdad de condiciones. La realidad que se está viviendo por estos días en el edificio de tres pisos, sede administrativa de la MLA aquí en la Calle 36 del Suroeste de Miami –aunque con notorias diferencias-- me trae a la memoria aquel pasaje de «Zorba el griego» en que una anciana está echada en su camastro a punto de exhalar el último aliento. Afuera, en la calle, agrupadas en un tumulto de impresionante voracidad, un grupo de mujeres, todas vestidas de negro, esperan, chillan, se mesan los cabellos, indican hacia arriba, hacia la buhardilla de la anciana moribunda esperando que muera. Y cuando esto ocurre, todas se abalanzan a agarrar lo que pueden. Hasta al loro se lo llevan. En menos tiempo de lo que se requiere para recordarlo y contarlo, el cuarto de la vieja queda vacío y solo ella --digamos su cadáver—abandonado sobre la pobre cama. Aquí ocurre, aproximadamente lo mismo. Aunque no hay viejas chillonas esperando afuera, adentro se percibe un ambiente de «esto me gustaría llevármelo para mi casa», «¿crees tú que me podría quedar con aquella maceta que me gusta tanto?», «¿y qué va a pasar con ese escritorio? ¿Y esas sillas? ¿Y los tenedores, y los cuchillos y las cucharas y la cafetera? «¡Yo me quedo con… y yo con… y yo con… y yo con!» Una pareja de misioneros de excepción, Enrique y Susana Strachan, venidos a América Latina desde la lejana Europa, se instaló en la República Argentina, lugar que les fue asignado, sin duda, con la mejor de las intenciones. Estando allá, sintieron que su parroquia era mucho más amplia que las cuatro paredes del país que les habían asignado. Pidieron, entonces, a su Misión un cambio, cambio que les fue denegado. Seguros de su llamado, renunciaron y se vinieron a Estados Unidos en busca de apoyo para formar lo que llegó a ser la Misión Latinoamericana. Con su centro de operaciones en San José, Costa Rica, D. Enrique se lanzó a hacer realidad su sueño. Su parroquia ahora no tenía límites ni fronteras: Era toda América Latina. Y fue organizando campañas de evangelización y armando equipos nacionales a ritmo acelerado por donde le fue posible. Mientras tanto, Doña Susana, que no se movía de San José empezó a dar a luz, como coneja, ministerio tras ministerio: campamentos, escuelas y colegios, hospitales, radioemisoras, asociación de iglesias, programas para niños, editoriales, seminarios teológicos Eso, entre 1921 y 1971. En 50 años la Misión Latinoamericana se hizo grande, ganó prestigio y adquirió un buen nombre tanto en el Norte como en el Sur. Era un movimiento pujante con misioneros, muchos de ellos latinos, de primera calidad. Cuando las riendas cambiaron de mano: de los Strachan padres a uno de los Strachan hijo, Kenneth, irrumpió en América Latinael prestigioso y reconocido programa de Evangelismo a Fondo cuya estrategia era movilizar a toda la iglesia evangélica detodo un país para llevar a cabo, durante todo un año, campañas a lo largo y a lo ancho del territorio nacional. Algo que no se ha vuelto a repetir. Todo iba bien. Había apoyo en los Estados Unidos; se percibía un interesante balance entre misioneros anglos y misioneros latinos, los departamentos organizados por Doña Susana seguían adelante con solvencia económica y una visión clara. Hasta que comenzó la debacle que está culminando en estos días y que se prolongará hasta el 31 de enero de 2014[2], cuando el edificio, sede administrativa de la Misión Latinoamericana que ilustra este artículo, quede completamente vacío y en sus paredes exteriores se cuelguen anuncios que digan: FOR SALE. SE VENDE. Conversaba en la tarde de ayer con un colega misionero –jubilado ya como nosotros pero que, como nosotros, no deja de trabajar-- que se integró a la MLA el mismo año que los Orellana: 1970; es decir, hace 43 años. Y concordábamos en que pocas veces se ve a «deudos» tan tranquilos ante el fallecimiento de la mamá como nos parece verlos aquí. Porque la MLA ha sido, de alguna manera, nuestra madre-misión por 43 años. El comentario generalizado pareciera ser, parafraseando un tango argentino:«¡La viejita se murió y… bueno, mucho duró ¿viste?» Quizás la tranquilidad se deba a que misioneros y empleados jóvenes aun no han llegado a quererla como nosotros la quisimos, parafraseando el bolero: «Yo la quería más que a mi vida/ más que a mi vida la amaba yo», o a que muchos de los pocos misioneros viejos que vamos quedando creen en aquello que me comentó otra misionera jubilada refiriéndose al merge (fusión): Dios no comete errores. Y es cierto. Dios no comete errores aunque nosotros los hombres, sí. 1971: CUARENTA Y DOS AÑOS DESPUÉS El siguiente artículo, modificado en algunas de sus partes y que repite conceptos expresados arriba (porque fue escrito en agosto de este año cuando aun no se hacía claro lo que estaba ocurriendo en la MLA a nivel de Junta y de Presidencia), representa el pensamiento, la visión, la pena del autor. Como digo más adelante, es posible que otras personas, miembros de la MLA o que algo tuvieron que ver con ella a lo largo de su vida, tengan una opinión distinta. Es lógico y natural. Esta es mi versión. «Él da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas. Los muchachos se fatigan y se cansan, los jóvenes flaquean y caen; pero los que esperan a Jehová, tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán y no se fatigarán» (Isaías 40.30-31). Contrapongo este versículo al usado por el ex presidente de la MLA, Steve Johnson en uno de sus comunicados:"Yo sé muy bien los planes que tengo para ustedes –afirma el Señor--, planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza. Entonces ustedes me invocarán y vendrán a suplicarme, y yo los escucharé. Me buscarán y me encontrarán, cuando me busquen de todo corazón» (NVI). «I know the plans I have for you,” says the Lord. “They are plans for good and not for disaster, to give you a future and a hope. In those days when you pray, I will listen. If you look for me wholeheartedly, you will find me.” (Jeremiah 29:11-13) No son muchos los testigos que quedan después de 42 años. Yo soy uno de ellos. Participé en todas las asambleas tanto en Costa Rica como en los Estados Unidos y puedo dar fe del espíritu que dominaba el ambiente. Los ideólogos del cambio tuvieron éxito en vender la idea y lo hicieron tan bien que… ¡todo el mundo contento! Todo el mundo, menos yo. Recién había llegado a la Misión. Solo unos meses. Había sido reclutado desde mi tierra en el sur de Chile ―donde ejercía funciones periodísticas en la cadena Sociedad Periodística del Sur y mi esposa, maestra primaria, terminaba sus estudios universitarios para ejercer como profesora de Estudios Sociales en el sistema educacional chileno―, para trasladarme a Costa Rica con el fin específico de desarrollar un plan que, en realidad, nació muerto. O murió en 1971: establecer una oficina de relaciones públicas orientada hacia el mundo de habla hispana mediante la cual la MLA pudiera fortalecer sus vínculos con esta región que era, precisamente, donde volcaba todos los recursos que conseguía en el Norte. La Misión Latinoamericana había llevado a cabo dos esfuerzos de gran magnitud en Latinoamérica: las campañas evangelísticas de Don Enrique y luego, el programa de Evangelismo a Fondo impulsado por su hijo Don Kenneth (muerto, lamentablemente, cuando aún era joven). La Misión tenía un bien ganado prestigio en Latinoamérica. Se la reconocía como un esfuerzo serio, con líderes de primer orden, dueña de una visión agresiva por llevar el Evangelio adelante. Pero en 1970 ocurrió un hecho político que hizo que cundiera el pánico en el ánimo de quienes por ese entonces eran la liaison (término que le gustaba usar a Dayton Roberts), el enlace entre el Board en los Estados Unidos y el mundo hispano, pasando por las oficinas centrales que en aquel tiempo se ubicaban en San José. (Por cierto, acabo de pasar por la esquina de la Calle 3 y Avenida 14 donde se levantaba parte del edificio construido por la Misión Latinoamericana y donde tuve mi primera oficina y donde —después de la reestructuración— funcionaba el Seminario Bíblico Latinoamericano y con mucha pena he visto que ya el edificio no existe; solo quedan escombros, ruinas y un sabor amargo en la boca.) Cuando hablo del hecho político me refiero a la elección en Chile, por la vía de las elecciones populares y democráticas, de Salvador Allende, socialista, médico y masón, como presidente del país. Aquella elección se transformó en una especie de sombra que, para muchos, no anticipaba nada bueno y que se fue extendiendo por todo el continente, empujada por vientos de temor y dudas. Muchas dudas. En la MLA se hablaba del asunto en comentarios de pasillo. Nada oficial, pero flotaba en el ambiente algo así como un mal presagio. Por aquel tiempo, la Misión Latinoamericana era un movimiento fuerte, robusto, respetable. Bien parado sobre sus propios pies. Se había desarrollado en dos frentes que aun ahora son objeto de admiración y respeto por quienes miran hacia atrás y están en capacidad de verlos. Don Enrique/Don Kenneth y su pasión evangelizadora movilizando países enteros con campañas masivas de evangelización; y Doña Susana, creando movimientos en Costa Rica con una habilidad y talento nunca más vistos ni dentro ni fuera de la Misión. Fundados directamente por la MLA o apoyados fuertemente por ella, fueron tomando forma iniciativas como la Asociación Roblealto Pro Bienestar del Niño, los Campamentos Roblealto, el Colegio Monterrey, la radioemisora Faro del Caribe, la Clínica Bíblica, Caravanas de Buena Voluntad, el Instituto de Lengua Española; EditorialCaribe, la Librería Caribe (con su departamento Distribución Libros Caribe), la Asociación de Iglesias Bíblicas Costarricenses, el Seminario Bíblico Latinoamericano y algunas otras cuyos nombres por ahora se me podrían escapar. Todos estos departamentos de la Misión habían recibido de los esposos Strachan y luego de Don Kenneth una visión/misión claramente definida. Como tales, estaban unidos por un vínculo espiritual que se había alimentado y fortalecido gracias a la pasión incansable de los fundadores. El plan era sencillo y lucía bonito. La Misión Latinoamericana otorgaba la autonomía plena a aquellos departamentos y ella misma pasaba a ser como uno más, igual a cualquiera de ellos. Este fue el primer gran golpe que se auto infligió la MLA y que parece tener su culminación definitiva ahora, cuarenta y dos años después. El plan era sencillo y lucía bonito. Todos los antiguos departamentos devenidos ministerios autónomos podrían nombrar a sus propios dirigentes, elaborar sus propias estrategias y planes de trabajo, reclutar su propio personal y buscar sus propias fuentes de finanzas. Todos, se decía, unidos por un vínculo fraternal en el cual nadie ejercería control sobre nadie. Desde 1921; es decir, desde hacía 50 años, los Strachan habían venido ganando terreno palmo a palmo en el ámbito cristiano de los Estados Unidos. Así, fue surgiendo el apoyo que permitió a la Misión mantenerse y crecer en el ámbito latinoamericano. Entró dinero. Se compraron propiedades, se construyeron edificios, se equiparon departamentos, se reclutó personal. Hubo suficiente para adoptar planes de expansión, pagar salarios a misioneros y a empleados. Incluso se estableció un fondo general del cual se obtenían los recursos para, entre otras cosas, pagar los salarios a los misioneros que recién ingresaban a la Misión y que aun no habían conseguido desarrollar sus fuentes de apoyo. En la reestructuración, se acordó que la Misión donaría todo aquello que se había conseguido mediante ofrendas de creyentes humildes y desconocidos (como aquella ancianita que estando yo en cierta ocasión en viaje de promoción ministerial en una iglesia, se acercó en silencio y puso en mi mano un billete de veinte dólares) o de iglesias y fundaciones con mayores recursos. El plan era sencillo y lucía bonito. De la noche a la mañana y, sobre la marcha, los departamentos devenidos entidades autónomas se vieron en la necesidad de crearse juntas directivas y asambleas de apoyo; de elaborar sus propios planes, de buscar su propio personal y de salir a conseguir los fondos que necesitaban para operar. No vamos a decir que todo fue un desastre. Estas reflexiones no tienen como fin echar sombras sobre ministerios que han sobrevivido al tiempo y que incluso han crecido sin haber perdido la visión/misión original insuflada por los Strachan y algunos de sus posteriores estrategas. Ni tampoco sobre los que han desaparecido o han elegido otros rumbos. Solo un ejemplo triste y doloroso: Antes de la reestructuración, el primer piso del edificio de la Misión, ubicado a mitad de cuadra en la calle 3 y las avenidas 14 y 16 de San José, era la planta física de Editorial Caribe. Así como se regalaron edificios y propiedades, todo el equipo de imprenta de Editorial Caribe se regaló a los empleados. Los empleados no supieron administrar esos bienes, de modo que dentro de poco tiempo pasaron a manos de terceras personas absolutamente ajenas a la Misión y a la fe y terminaron por desaparecer. Se habían botado miles de dólares donados por gente que había apoyado a la Misión; y se había perdido la visión. Aquella maquinaria, seguramente dedicada mediante oración en algún servicio de acción de gracias y destinada a publicar literatura cristiana que fuera el vehículo a través del cual corriera la visión original, terminó imprimiendo boletas, facturas, folletos y finalmente desapareciendo. ¿Y Editorial Caribe? Después de una lucha de años por sobrevivir, terminó convertida en un lamentable mergede un gigante de las publicaciones. Hoy, Editorial Caribe es un recuerdo loable aunque triste y cada vez más difuminado. El plan era sencillo y lucía bonito. Para darle un mejor viso de acierto a la reestructuración, se creó sobre la marcha CLAME, Comunidad Latinoamericana de Ministerios Evangélicos. El plan era sencillo y lucía bonito. Pero al poco tiempo, CLAME dejó de existir sin haber cumplido sus propósitos. Y la Misión Latinoamericana, convertida, gracias a la reestructuración en una entidad más, igual que cualquiera otra, se quedó esperando transformarse en el corredor a través del cual los departamentos devenidos ministerios, irían y vendrían hacia y desde los Estados Unidos buscando apoyo. La mayoría trazó sus propias rutas y LAM siguió haciéndose más y más pequeña. Creció la maleza por esos caminos donde ya nadie pasaba. O muy pocos. Ahora, en 2013, es decir, cuarenta y dos años después, se produce el merge (merge es igual a unirse, fusionarse, fundirse). LAM se une, se funde, se fusiona into la UWM (United World Mission).[3] Cuando estando en Costa Rica recibí, como todos los misioneros, el primer documento de parte del presidente refiriéndose a la posibilidad de un merge, después de una lectura sin profundizar mucho me pareció bien, y así se lo hice saber en un e-mail; sin embargo, al regresar a Miami y escuchar comentarios por los pasillos del edificio administrativo, la traducción de merge (unirse, fusionarse, fundirse) adquiría otro sentido, que queda gráficamente explicado con esta frase tan elocuente: «el pez grande se come al chico». Es decir, si la impresión de quienes me permitieron ver este otro lado de la moneda es correcta, estaríamos empezando a ver el final de la Misión Latinoamericana.[4]Ojalá que no sea así. He escrito este escrito (valga la redundancia) desde mi propio punto de vista. Me he basado en los recuerdos que guardo de la reestructuración. Es posible que quienes, como yo, participaron en las numerosas reuniones en 1971 y que, como yo, sobreviven a aquello que ahora puedo calificar como un desastre, tengan una opinión diferente. La mía es esta. Ojalá esté equivocado y mediante una inyección de dinero[5]y una administración más pertinente a los tiempos actuales, la MLA se levante con nuevos bríos. Y NO DEJE DE SER MLA.[6] «Él da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas. Los muchachos se fatigan y se cansan, los jóvenes flaquean y caen; pero los que esperan a Jehová, tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán y no se fatigarán» (Isaías 40.31-31). San José, Costa Rica 17 de agosto de 2013


[1]A la MLA se le advirtió una y otra vez que fuera a ver médico. Nunca lo hizo y cuando ya la enfermedad había invadido todo el cuerpo, solo la muerte. Si alguien quiere saber sobre qué me baso para decir esto, puede escribirme ([email protected]) y con gusto le explicaré mi punto de vista.
[2]No quiero dejar portillos en mi artículo. El 31 de enero es el día D para salir del edificio. Se nos ha asegurado que la MLA o LAM seguirá existiendo. ¿Cómo? Habrá que esperar para ver cómo.
[3]¿Quién, de los misioneros «viejos» se acuerda del Sun Bank? Era el banco donde la Misión Latinoamericana y muchos de sus misioneros, incluyendo al que escribe, teníamos nuestras cuentas. Un día, el Sun Bank se fusionó, con el mismo concepto “into”.¿Dónde está ahora el Sun Bank?
[4]Aclaro una vez más que esto lo escribí cuando aun el paciente respiraba.
[5]Los últimos informes (noviembre 1 de 2013) hablan de un incremento notableen las entradas de dinero en la Misión. Y la gran mayoría de los misioneros que estuvieron por debajo de sus niveles de ingresos, se han recuperado casi en forma milagrosa. En estos días, cuando ya «fuimos vendidos y comprados», se ha logrado una gran recuperación, faltando solo nivelar las reservas. Este factor, precisamente, fue el que gatilló este merge. Y si la MLA se está recuperando ¿no habría todavía una posibilidad de una reversión?
[6]Por lo menos, en honor de quienes dieron sus vidas por ella, los Strachan.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - El escribidor - Misión Latinoamericana: Descansa en paz