Juana de Albret, reina de la paciencia

Este grabado es el último de los 100 emblemas que editó Georgina de Montenay (1540-1581) entre 1567 y 1571.

28 DE MAYO DE 2011 · 22:00

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[Aunque la edición es de 1571, la obra ya estaba compuesta antes. La coordinadora internacional de nuestro Centro de Investigación, Frances Luttikhuizen, ha hecho varias presentaciones de estos trabajos.] Esta mujer de la Reforma era dama al servicio de la reina Juana de Albret, y sobre la reina y el establecimiento de la Reforma versan los grabados. El libro tuvo varias ediciones, consta una políglota de 1619 en Fráncfort del Meno en castellano, italiano, alemán, inglés y holandés. Los grabados se presentan con una cabecera y una breve leyenda explicando algo del contenido de las imágenes, con una finalidad didáctica y de exposición de la doctrina reformada. En ellos se encuentra una teología bíblica profunda y práctica. Es profunda, muy profunda, pero no es necesario bajar por vericuetos escolásticos para tomar de ella, el agua llega a la superficie, clara, sencilla, para que beba quien tiene sed, para refrescar al cansado y trabajado. Es un tratado de teología, una sana exposición del Evangelio, en el formato más adelantado de su tiempo. Lo hace esta mujer sin requerir nada previo; cada uno desde donde está, con lo que tiene. Y ella ofreció lo mejor. El mejor modelo, la mejor edición, el mejor grabador. En la casa de la reina Juana conoció al Señor, y lo conoció como Señor. A su reina la conoció como sierva de ese Señor. Hoy seguimos conociendo por el trabajo de estas mujeres de la Reforma. En este emblema, al texto inicial: ”La paciencia todo lo alcanza”, sigue la leyenda: “Desde todas partes los corazones están discordantes, la discordia impera por todo el orbe, con un poder, ¡ay! dilatado en demasía: pero en ninguna parte estorba más que cuando se aferra al tálamo conyugal, aquí donde debe vivir perpetuamente el Amor”. Este es un retrato muy fiel de nuestro personaje. Una cama lujosa, pero su colchón imposible para el descanso o el amor conyugal. Con este panorama tuvo que edificar su casa, y, como mujer sabia, la edificó. Precisamente el libro se inicia con un emblema que representa a la reina Juana como esa mujer sabia. [Es el más conocido, no lo pongo aquí para librar espacio.] Con la cabecera: “La mujer sabia edifica su casa”, se muestra una figura de la reina trabajando con sus manos como albañil en la construcción de un edificio, y tiene al pie la siguiente leyenda: “Ea pues, ¿por qué apresuras tanto la obra y con tu propia mano, Capitana generosa, aceleras el trabajo santo? Te empuja el renacido amor de la piedad, y la generosa religión, que ha de hacerse visible con el culto sagrado”. [La traducción de ambos textos de los emblemas en latín la ha realizado Francisco Ruiz de Pablos.] Quede constancia de lo evidente del discurso: edificando la casa de Dios, su reino (del que forma parte la iglesia), es la manera de edificar la casa propia. Nunca la una sin la otra. Y no hay tiempo que perder. En pocas ocasiones se habrá podido ver una mejor imagen de la edificación de la casa en medio de la contienda (“los que edificaban, cada uno tenía su espada ceñida a sus lomos, y así edificaban”, Nehemías 4:18). Con Juana de Albret nos encontramos con la espada, otorgada por la autoridad de Dios al gobernante, y con la paleta de albañil, como vocación común de edificar el reino de Dios. Siempre “a través de muchas dificultades”. En su caso, con la palabra de Dios escrita como guía rectora. Para ver a la “persona” cristiana, aquí solo pretendo despertar el interés de los lectores. Hay mucho que ver. Dos imágenes pueden ser indicativas: la primera, cuando tenía 12 años y se había decidido su boda sin su consentimiento (como tantas veces por interés de fuerzas políticas y casas dinásticas). Se encontró abandonada por ello de sus padres y de su protector, el rey de Francia. Escribió de su puño y letra carta a los nobles de su entorno, informando de que solo le quedaba el amparo de Dios y que supieran que todo lo que externamente hiciera, lo hacía contra su voluntad y forzada con violencia, porque ella no quería casarse ni tener nada que ver con el hombre que le habían propuesto. Ese matrimonio luego fue anulado, pero ya quedó patente su carácter. La segunda, en un momento cuando los ejércitos hugonotes han sido vencidos, y sus generales están sin ánimo, la presencia y mando de la reina Juana cambió el espíritu, y en dos meses se fraguó una notable victoria (es verdad que en esas guerras civiles las victorias luego no traían la paz por mucho tiempo). Ese mando y liderazgo lo llevaba a cabo la reina con una situación personal reflejada en el emblema cabecera de este artículo. Su alma estaba llena de espinas por la experiencia de su propio pecado, por las traiciones, deserciones de amigos, infidelidad de su cónyuge, el peligro sobre sus hijos (le quedaban dos, pero tuvo tres más, uno muerto en el nacimiento, pero los otros dos, por negligencia de sus cuidadoras cuando ya contaban más de un año). Creo que tendremos que encontrarnos con nuestra reina al menos en dos artículos más, para recordar algunos trazos de su condición de gobernante creadora de un modelo de estado moderno. [Nuestro Centro de Investigación tiene previsto, d. v., editar el año próximo, con la adecuada contextualización crítica, los documentos propios de ese desarrollo.] La mejor biografía de su alma y su experiencia la encontramos en el Salmo 31. “Porque tú eres mi roca y mi castillo”, la reina percibía (como tantos en esa época) la presencia de un castillo como signo de amparo (o de peligro si estaba en manos enemigas). Su Dios era el único castillo de refugio seguro; aunque eso no le impedía también buscar la defensa de castillos propios, por eso mandó construir fortalezas, que luego fueran “ciudades de refugio” para los perseguidos por la fe. “Sácame de la red que han escondido para mí”, siempre en medio de traiciones y engaños. “Aborrezco a los que esperan en vanidades ilusorias; mas yo en Yahvé he esperado”. “Se han consumido de tristeza mis ojos, mi alma también y mi cuerpo. Porque mi vida se va gastando de dolor, y mis años de suspirar; se agotan mis fuerzas a causa de mi iniquidad, y mis huesos se han consumido”. Lloró, huyó, mandó y triunfó, en muchos casos con un cuerpo endeble consumido por la fiebre (seguramente padecía tuberculosis). “De todos mis enemigos soy objeto de oprobio, y de mis vecinos mucho más, y el horror de mis conocidos; los que me ven fuera huyen de mí. He sido olvidado de su corazón como un muerto; he venido a ser como un vaso quebrado. Porque oigo la calumnia de muchos; el miedo me asalta por todas partes, mientras consultan juntos contra mí e idean quitarme la vida”. Literalmente esto fue así en muchas ocasiones para nuestra reina. “Mas yo en ti confío, oh Yahvé; Digo: Tú eres mi Dios. En tu mano están mis tiempos; líbrame de la mano de mis enemigos y de mis perseguidores”. “Esforzaos todos vosotros los que esperáis en Yahvé, y tome aliento vuestro corazón”. Aunque los lemas de conducta propios de Juana de Albret fueron “Firmeza”, o, junto a la imagen de una llama de fuego, y como el fuego: “Si no encuentro camino, lo abro”, en ella se reafirma el de su familia: “Por la gracia de Dios soy lo que soy”.

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