De las Biblias manuscritas a las Biblias impresas

Para Lutero fue más importante traducir la Biblia a la lengua del pueblo que la redacción de su vasta obra escrita.

19 DE AGOSTO DE 2023 · 22:00

Biblia de Lutero./ Wikipedia, Torsten Schleese, dominio público,
Biblia de Lutero./ Wikipedia, Torsten Schleese, dominio público

Agosto es, en México, el mes de la Biblia. En otros países hispanoamericanos la celebración es en septiembre. Tal vez en México es diferente porque septiembre es el mes de la patria y, por consecuencia, la Sociedad Bíblica consideró apropiado no hacer coincidente la festividad con días en que la atención pública se concentra en tópicos de la historia nacional. Valga el anterior referente para explicar la motivación tras el artículo que pongo a disposición de la pequeña comunidad lectora que hace el favor de leerme.

Durante toda la Edad Media, periodo de la historia que va de la caída del Imperio Romano (476) al llamado descubrimiento de América (1492),1 continuó la producción de biblias una por una, ya que un escribano copiaba del manuscrito base para trasladar el texto a hojas de papiro o pergamino.

Si bien es cierto que los copistas siguieron usando rollos, paulatinamente el formato preferido fue el codex, antecedente de lo que serían los libros como los conocemos actualmente. El codex, códice, estaba “formado por un conjunto de cuadernillos (hojas dobles), unidos por el doblado, hasta alcanzar un grosor discrecional […] A diferencia del rollo, el códice admitía la copia por ambos lados” del material elegido, fuese papiro, pergamino y más tarde papel. Inicialmente los códices eran de papiro, “pero en el siglo IV eran ya corrientes los de pergamino”.2

Quienes copiaban la Biblia Hebrea y los escritos que formaron el Nuevo Testamento realizaban la tarea muy cuidadosamente. En el caso del Primer Testamento el trabajo del copista tenía reglas muy claras y detalladas “con el fin de evitar al máximo todo posible error. La copia no podía ser hecha al dictado; debía hacerse directamente de otro rollo manuscrito, para evitar de este modo los típicos errores de oído”. Tras largas jornadas de los escribas y mecanismos de control durante el proceso de elaboración del nuevo rollo, “éste era sometido a revisión una o más veces. El ejemplar de la Torah, que el rey debía recibir conforme a la prescripción de Deuteronomio 17:18, era revisado por tres tribunales, uno integrado por sacerdotes, otro por levitas y el tercero por notables israelitas. Estaba prohibido conservar un texto no revisado”.3

Los copistas cristianos fueron meticulosos y, junto con personas capacitadas para cuidar la transmisión de los textos, produjeron copias de las diversas partes del Nuevo Testamento. Hacia finales del siglo II “los libros cristianos son ya suficientemente accesibles al público cristiano” que oye leer en voz alta distintas secciones neotestamentarias. Adicionalmente, en “Alejandría [Egipto] existía un scriptorium”, lugar especialmente acondicionado para copiar manuscritos, “que sirvió de modelo para el establecido más tarde por Orígenes en Cesarea, así como para la biblioteca de Jerusalén fundada por el obispo Alejandro después del año 212”. En estos lugares y por personas expertas “se cuidaba la caligrafía y se desarrollaban incluso métodos de estenografía a cargo generalmente de mujeres”.4

El trabajo cotidiano de los copistas implicaba mucha concentración y esfuerzo, que por la repetición provocaba desgastes físicos. Uno de tales personajes dejó testimonio escrito en el siglo VIII sobre lo desgastante del oficio: “¡Oh, afortunado lector, lávate las manos antes de coger el libro, pasa las páginas con cuidado y aleja tus dedos de las letras! Aquel que no sabe escribir no conoce el trabajo que comporta. Oh, cuán difícil es la escritura: enturbia la vista, tortura los riñones e inflige un suplicio a todos los miembros. Tres son los dedos que escriben, pero es todo el cuerpo el que sufre”.5

En los monasterios el scriptorium, para tener la máxima ventaja de la luz del día, estaba bien iluminado por varias ventanas. En el verano los amanuenses laboraban doce horas, las que se mantenían encorvados para copiar el volumen al nuevo material. Debían concentrarse en su labor y seguir “una caligrafía estandarizada”. Finalmente, “confeccionar una Biblia completa de unas 1200 páginas en formato folio requería de dos a tres años si el trabajo se encomendaba a un solo copista”.6

Antes hemos mencionado el uso del papiro, el cual, paulatinamente, fue desplazado por el pergamino como soporte de escritura. El primero siguió en uso hasta el siglo V d. C., aunque de forma declinante dado que el pergamino desde que comenzó a usarse en su lugar de origen, Pérgamo, en el siglo II a. C., demostró mayor durabilidad.

El pergamino “se fabricaba con pieles de becerro, oveja, carnero o cabra. Los artesanos las sumergían en un baño de cal durante varias semanas antes de secarlas en un bastidor de madera”. El estiramiento de las pieles “alineaba las fibras [de las mismas] formando una superficie lisa, que luego raspaban hasta alcanzar la blancura, la belleza y el grosor deseados”. El resultado de todo el dilatado proceso “eran láminas suaves, delgadas, aprovechables por ambas caras para la escritura y, sobre todo —esa es la clave—, duraderas”.7

Para la elaboración de una nueva Biblia de entre 600 y 800 hojas se necesitaban 300 o 400 pieles de ovejas.8 Incluso un texto “relativamente modesto en su extensión requería las pieles de veinte a cuarenta animales”.9 La suma del costo de las pieles, la tinta, cálamos de caña o plumas de aves y el pago a los copistas representaban una inversión muy considerable, la cual podía elevarse si la Biblia era iluminada por especialistas. Aunque el papel se produjo en Asia oriental en “el siglo II d. C. y se propagó en el mundo islámico a partir del siglo VIII”, es hasta el siglo XII cuando “aparecieron en la España musulmana los primeros molinos de papel, y en 1390 se construyó uno en Núremberg”.10

El papel sería un insumo ideal para usarse en la imprenta de tipos movibles desarrollada hacia mediados del siglo XV por Johannes Gutenberg. Tras algunos años de hacer pruebas con la máquina de imprimir y perfeccionarla, Gutenberg se dio a la minuciosa tarea de hacer funcionar su invento y ponerlo al servicio de un proyecto que transformaría la producción de libros: publicar la Biblia en gran formato, a la que se le conoce como Biblia de 42 líneas (B42) por tener en cada página el número citado de líneas. La obra salió del taller de Gutenberg, en Maguncia, Alemania, en 1454 y de inmediato causó gran admiración entre quienes la conocieron. El volumen tenía 1286 páginas y se imprimieron 180 ejemplares, de los cuales se conservan hoy en día 49 “prácticamente íntegros, además de algunos fragmentos sueltos”.11

El texto de la Biblia impreso por Gutenberg y sus colaboradores fue el de la traducción latina que realizó Jerónimo a fines del siglo IV y principios del V. Dicho texto fue revisado por distintos eruditos en el correr de los siglos, la revisión usada por Gutenberg fue la efectuada “en torno al año 1270 por los teólogos de la Universidad de París”.12 Los pliegos de papel para la B42 procedentes de la zona de Piamonte, llegaron a Maguncia después de un amplio recorrido “por la vía de Venecia, cruzando los Alpes hacia Basilea y desde allí a través de la compleja red comercial del Rin”.13

Entre los ejemplares conservados de la Biblia de Gutenberg está el de la Biblioteca Universitaria y Estatal de Gotinga, “una muestra totalmente sobresaliente, íntegra, impresa en pergamino e iluminada con un estilo peculiar”, que fue digitalizada en el 2000 y después impresa como facsímil.14 La Biblia de Gutenberg marca el inicio de la reproducción masiva de las Sagradas Escrituras, las que comenzaron a circular por toda Europa como nunca antes en la historia.

El movimiento que llevó a Martín Lutero de la crítica a la Iglesia católica romana a romper con ella y consolidar sus posiciones teológicas y eclesiales, contó desde un principio con la poderosa ayuda de la difusión masiva de sus escritos a lo largo y ancho de Europa. Gracias a la imprenta de tipos movibles los talleres produjeron por miles los folletos y libros de Lutero.

Los posicionamientos de Pedro Valdo, Marsilio de Padua, Guillermo de Ockham, John Wycliffe y Jan Huss no trascendieron mucho en su respectiva época, entre otras cuestiones, por carecer de medios que difundiesen ampliamente la crítica que cada uno hizo de la institución del papado y el llamado para regresar a las pautas del cristianismo neotestamentario. En contraste Lutero tuvo en la imprenta la herramienta que hizo llegar sus escritos a ciudades y lugares recónditos. Es certera la observación citada por Elizabeth Eisenstein: “A diferencia de las herejías wyclifita y valdense, el luteranismo fue desde sus inicios hijo del libro impreso. Por primera vez en la historia humana un gran público lector juzgó la validez de ideas revolucionarias a través de un medio de comunicación de masas, que utilizó tanto las lenguas vernáculas como las habilidades del escritor y del caricaturista”.15

El invento de la imprenta de tipo movibles, obra de Johannes Gutenberg, revolucionó la forma en que se transmitían las ideas e incentivó el crecimiento en el número de personas lectoras, o que se enteraban del contenido de una obra mediante la lectura pública en voz alta. Corresponde a Lutero ser el primero que usó de manera intensiva la imprenta para dar a conocer sus ideas, y que las mismas pudieron esparcirse por todo el territorio europeo.

Entre la década de 1450, cuando inicia la producción de Gutenberg, y 1500 “habían salido de las prensas europeas unos veintisiete mil títulos, tres de cada cuatro en latín. El medio era el mensaje en el sentido de que los impresores demandaban originales comerciables; hasta el mismo Lutero aprendió a escribir por encargo […] No fue el Renacimiento sino la imprenta lo que cambió el mundo”.16

El monje agustino vio en la imprenta un medio invaluable para extender sus traducciones y escritos. La tenía por “un regalo divino, el más grande, el último don de Dios”.17 El instrumento tecnológico es considerado un aliado por Lutero, y lo usa eficazmente en la producción promedio de un libro cada 15 días. Incluso antes que iniciara en mayo de 1521 la traducción del Nuevo Testamento, entre octubre de 1517 (cuando redacta las 95 tesis contra las indulgencias) y 1520 (cuando pública tres de sus principales escritos: Discurso a la nobleza de la nación alemana, La libertad del cristiano, y La cautividad babilónica de la Iglesia18); se venden más de 300 mil ejemplares de treinta obras de Lutero.19

Para sopesar la dimensión de Lutero como escritor y el lugar que tuvo en el mercado editorial de la época es necesario tener en cuenta que más de la tercera parte de los libros comercializados en Alemania entre 1518 y 1525 fueron escritos por él. Su opúsculo Sobre las indulgencias y la gracia (1518), en el que defendió las 95 tesis de las críticas de sus adversarios, tuvo 22 reimpresiones en dos años. Fue tal la demanda del Discurso a la nobleza de la nación alemana (1520) que los ejemplares se agotaron en una semana. Otro escrito de 1520, La libertad del cristiano, alcanzó 18 ediciones en cinco años. Su Manual de oraciones, de 1522, tuvo por lo menos 25 reimpresiones en 1545.20

En 1519 un amigo de Agripa von Nettesheim, filósofo alemán, le escribió desde Basilea para hacer de su conocimiento que, tras haber buscado por toda la ciudad impresos de Lutero, los mismos “no estaban disponibles en ningún lado, porque todos habían sido vendidos”. Spalatino informaba que en la Feria del Libro de Frankfurt de 1520 “nada era comprado con más frecuencia y leído con mayor apetito” que las obras de Lutero.21

El reformador alemán fue un escritor compulsivo, imbuido por la idea de prestar un servicio a favor de la verdad mediante su pluma. La edición crítica en alemán y latín de lo que produjo está conformada por 68 volúmenes de sus escritos publicados, 17 de cartas, 12 de documentos relacionados con traducción de la Biblia y 6 volúmenes de las Charlas de sobremesa. La edición estadounidense de las obras de Lutero consta de 56 libros.22

Para Lutero fue más importante traducir la Biblia a la lengua del pueblo que la redacción de su vasta obra escrita. Consideró tarea imprescindible poner los escritos bíblicos en manos de la gente para que por ella misma descubriera sus enseñanzas y dejara de ser presa de engaños y manipulaciones doctrinales. Al traducir la Biblia, hacerla asequible a más y más personas, Lutero provocó que la solitaria labor se transformara en apropiación colectiva cuyos alcances le granjearon simpatías y apoyos para enfrentar al sistema católico romano.

Tras comparecer en la Dieta Imperial de Worms (abril de 1521), en el viaje de regreso a Wittenberg, Lutero fue secuestrado por enviados de Federico el Sabio, quien calculó que su protegido difícilmente sobreviviría una vez que se venciera el plazo del salvoconducto dado por Carlos V. En el momento no se supo sobre la autoría del secuestro, y se divulgaron toda clase de rumores. Lutero fue llevado al castillo de Wartburgo, en el que permaneció del 4 de mayo de 1521 al 6 de marzo de 1522.23 Buena parte del tiempo en cautiverio lo aprovecharía para traducir el Nuevo Testamento del griego al sajón/alemán, tarea que completó tras once semanas de intenso trabajo.24

El conocimiento bíblico de Lutero se alimentó de la edición del Nuevo Testamento en griego que publicó Erasmo de Róterdam en 1516.25 Usó del erudito neerlandés la segunda reimpresión del material neotestamentario, de 1519.26 En marzo de 1522 abandonó la reclusión en el Castillo de Wartburgo y viajó a Wittenberg, donde con la ayuda de Felipe Melanchthon revisó lo traducido. Ya en pleno proceso de revisión, escribió a su amigo Spalatino en busca de ayuda para que le sugiriera correcciones:

No solamente el evangelio de Juan, sino todo el Nuevo Testamento, lo traduje en mi Patmos; ahora Felipe y yo hemos empezado a limarlo. Y será, si Dios quiere, una obra digna. También necesitaremos de tu colabo­ración en el empleo ajustado de algunos vocablos; está, pues, apercibido; pero no nos suministres palabras castrenses o cortesanas, sino sencillas, pues la sencillez quiere brillar en este libro. Para principiar, mira si puedes comunicarnos, de la corte o de donde sea, los nombres, los colores y ojalá los aspectos de las piedras preciosas del Apocalipsis.27

 

Sus afanes y deseo por ver completada la obra y, sobre todo, que pudiese circular ampliamente fueron recompensados “después de ser impreso durante cinco meses en el taller de Melchior Lotter el Joven, en Wittenberg, Das Neue Testament Deutzsch se publicó en la editorial de Lucas Cranach y Chistian Döring para ser comercializado en la Feria de Fankfurt y la Feria de Otoño de Leipzig (29 de septiembre a 6 de octubre de 1522) en tamaño folio y con un tiraje sin precedente en el mundo editorial de aquel tiempo: 3 mil ejemplares”.28

La primera edición fue conocida por el nombre del mes en que salió publicada, septiembre. Su costo equivalía al salario de dos meses de un maestro de escuela o el precio de un ternero, comenta Füssel. Circuló sin que se identificara al traductor, impresor o fecha de publicación (datos que se conocerían después) porque al “hereje” Lutero le estaba prohibida cualquier publicación.29 A la edición septembrina le siguió la de diciembre, que incorporaba centenares de correcciones en vocablos y sintaxis. El auge en la demanda de la obra hizo que, al año siguiente, impresores de Augsburgo, Basilea, Grimma y Leipzig produjeran en conjunto doce reimpresiones del Nuevo Testamento traducido por Lutero, sin que necesariamente él hubiese autorizado el trabajo. Por otra parte, en 1523-1524 “aparecieron 14 ediciones autorizadas y 66 reimpresiones”.30

Mientras estaba bajo impresión la primera edición del Nuevo Testamento, Martín Lutero inició la traducción del Antiguo Testamento, sirviéndose para la tarea del texto en hebreo y el de la Vulgata. Doce años de arduo trabajo concluyeron en 1534, cuando se publicó toda la Biblia traducida por él.

Lutero, además de poner a disposición de la comunidad lectora el Nuevo Testamento, primero, y, a partir de 1534, toda la Biblia en un lenguaje asequible y cotidiano, también estaba desechando la traducción literal para tomar partido por la “traducción según el sentido del texto [o] ad sensum”.31 Las mejores traducciones no son las que se hacen palabra por palabra, sino idea por idea.

Las premisas que Lutero expuso en la carta sobre su traducción como necesarias para realizar un buen trabajo conforman “uno de los documentos más importantes para la historia occidental de la teoría de la traduc­ción”, y al defender que “para tradu­cir, no basta saber bien ambas lenguas implicadas en el proceso, hay que conocer el tema o asunto que trata el texto”, estaba sentando escuela en las características deseables en un buen traductor.32

Sin duda al cumplir él mismo con el perfil que describió, es que su traducción de la Biblia pudo ser comprendida por un público amplio. La lengua de origen y la de destino tienen que conjuntarse para producir un texto fiel a la primera y pertinente a la segunda. En palabras de Lutero: “No hay que solicitar a estas letras latinas cómo hay que hablar en alemán, que es lo que hacen esos borricos [que lo criticaban]: a quienes hay que interrogar es a la madre en la casa, a los niños en las calles, al hombre corriente en el mercado, y deducir su forma de hablar fijándose en su boca. Después de haber hecho esto es cuando se puede traducir: será la única manera de que comprendan y de que se den cuenta de que se está hablando con ellos en alemán”.33

Después de la impresa por Gutenberg y hasta 1500 fueron publicadas “94 ediciones completas de la Vulgata Latina, 22 directamente dependientes de la Biblia de Gutenberg; y hasta la grandiosa traducción de Lutero salieron al mercado 18 ediciones diferentes en alemán (14 en alto alemán y 4 en bajo alemán). […] Ningún otro país europeo produjo tantas Biblias en lengua vernácula durante la era de los incunables como Alemania”.34 Un libro incunable, procede del latín incunabulae, en la cuna, es todo el que haya sido impreso a partir de la década de 1450 y hasta 1500.

En la gesta dada por Lutero para que la Biblia fuese leída por el pueblo alemán en su propio idioma, uno de los resultados fue democratizar el conocimiento mediante la lectura de quienes sabían hacerlo, estimular a hombres y mujeres analfabetas para que dejaran esa condición, fortalecer los centros escolares a través de instruir a la infancia para que aprendiera a leer.

En 1522 se publicó el Nuevo Testamento traducido del griego al sajón/alemán por Lutero. Doce años después, en 1534, el teólogo vio el resultado de su tarea traductora al ser publicada la Biblia. De acuerdo con Gilmont, “la Biblia alemana de Lutero conoció más de 400 [ediciones], totales o parciales antes de su fallecimiento en 1546”.35 Al ser cuestionado Bertolt Brecht sobre cuál consideraba el libro alemán de mayor importancia, sin vacilar contestó que la Biblia de Lutero.36

La trascendencia cultural e histórica de la traducción de Lutero le da un cariz particular a la nación germana. Le sirve para fortalecer su identidad, para anteponer su idioma al dominante latín priorizado por la Iglesia católica. La Biblia de Lutero representa la democratización del conocimiento religioso, que desde este terreno se extiende a otros ámbitos, como el político. De ahí que se haga necesario aquilatar la afirmación de Johann Wolfgang von Goethe: “Los alemanes sólo se convirtieron en un pueblo con Lutero”. Las traducciones bíblicas de Lutero sirvieron de acicate para que otros lo emularan y emprendieran la misma tarea en distintos idiomas europeos, entre ellos el español.

 

Notas

1 Umberto Eco, “Introducción a la Edad Media”, en Umberto Eco (coordinador), La Edad Media: bárbaros, cristianos y musulmanes, tomo I, México, Fondo de Cultura Económica, 2018, p. 11.

2 Miguel Pérez y Julio Trebolle, Historia de la Biblia, Editorial Trotta-Universidad de Granada, Madrid, 2006, p. 45.

3 Julio Trebolle, La Biblia judía y la Biblia cristiana. Introducción a la historia de la Biblia, segunda edición, Madrid, Editorial Trotta, 1993, p. 126.

4 Ibid., p. 127.

5 Stephan Füssel, “La producción de Biblias en los monasterios medievales”, en Andreas Fingernagel (editor), El libro de las Biblias. Las Biblias iluminadas más bellas de la Edad Media, Colonia, Editorial Taschen, s/a, p. 14.

6 Idem.

7 Irene Vallejo, El infinito en un junco. La invención de los libros en el mundo antiguo, tercera edición, Madrid, Ediciones Siruela, 2019, p. 79.

8 Stephan Füssel, “La producción de Biblias en los monasterios medievales”, p. 27.

9 Andrew Pettegree, The Book in the Renaissance, New Haven, Yale University Press, 2011 p. 7.

10 Stephan Füssel, “La producción de Biblias en los monasterios medievales”, p. 31.

11 Stephan Füssel, La Biblia de Gutenberg de 1454, Comentario sobre la vida y obra de Johannes Gutenberg, la impresión de la Biblia, las particularidades del ejemplar de Gotinga, el “Muestrario de Gotinga” y el “Instrumento notarial de Helmasperger”, Colonia, Editorial Taschen, 2018, p. 7.

12 Ibid., p. 31.

13 Luz María Rangel Alanís, El arte de imprimir, México, Universidad Iberoamericana, 2020, p. 225.

14 Stephan Füssel, La Biblia de Gutenberg de 1454, p. 7.

15 Elizabeth L. Eisenstein, La imprenta como agente de cambio. Comunicación y transformación culturales en la Europa moderna temprana, México, Fondo de Cultura Económica, 2010, p. 287.

16 Patrick Collinson, La Reforma, Barcelona, Editorial Debate, 2004, p. 56.

17 Teófanes Egido (editor), Lutero, obras, Salamanca, Ediciones Sígueme, 1977, p. 11.

18 La triada fue publicada en México con el título Escritos reformistas de 1520, Humberto Martínez (selección prólogo y notas), México, Secretaría de Educación Pública-Dirección General de Publicaciones y Bibliotecas, 1988.

19 Teófanes Egido, op. cit., p. 15.

20 Idem.

21 Jane O. Newman, “The Word Made Print: Luther´s 1522 New Testament in an Age of Mechanical Reproduction”, Representations, número 11, verano de 1985, University of California Press p. 104. Jorge Spalatino (1484-1545), humanista germano, estudio en las universidades de Erfurt y Wittenberg. En 1508 fue ordenado sacerdote y al año siguiente es nombrado tutor de los hijos del príncipe elector Federico el Sabio, de quien fue bibliotecario y secretario. En 1511 coincide con Lutero en la Universidad de Wittenberg y comienza a estudiar la Biblia con él. Spalatino aconsejó a Federico el Sabio para que protegiera a Lutero cuando surgió el diferendo con autoridades de la Iglesia católica romana. Acompañó a Federico en 1518 a la Dieta de Augsburgo y en 1521 a la Dieta de Worms. En 1525 contrajo matrimonio. A la muerte de Federico (5 de mayo 1525), Spalatino desarrolló una función clave con el sucesor (Juan de Sajonia) para fortalecer el movimiento de Reforma. Datos tomados de F. L. Cross y E. A. Livingstone (editores), The Oxford Dictionary of the Christian Church, tercera edición, Oxford-New York, Oxford University Press, 1997, p. 1527.

22 Timothy F. Lull, “Luther’s writings”, en Donald K. McKim (editor), The Cambridge Companion to Martin Luther, Cambridge, Cambridge University Press, 2003, p. 39.

23 Eric W. Gritsch, Donald K. McKim (editor), The Cambridge Companion to Martin Luther, Cambridge, Cambridge University Press, 2003, p. 63

24 Andrew Pettegree, Brand Luther. 1517, Printing, and the Making of the Reformation, New York, Penguin Books, 2016. p. 185.

25 Randall Zachman, “Learning to Read Scripture for Ourselves. The Guidence of Erasmus, Luther and Calvin”, en Jennifer Powell McNutt y David Lauber (editores), The People’s Book. The Reformation and the Bible, Downers Grove, Illinois, InterVarsity Press, 2017, p. 59.

26 Stephan Füssel, El libro de los libros. La Biblia de Lutero de 1534: una introducción histórico-cultural, Colonia, Tashen, 2003, p. 37.

27 Herón Pérez Martínez, “Misiva de Martín Lutero sobre el arte de traducir”, Relaciones Estudios de Historia y Sociedad, número 38, primavera 2014, El Colegio de Michoacán, p. 155.

28 Andrew Pettegree, Brand Luther, p. 186; Stephan Füssel, La Biblia de Lutero de 1534, pp. 39-40; Jane O. Newman, op. cit., p. 106.

29 Eric W. Gritsch, op. cit., p. 63.

30 Stephan Füssel, La Biblia de Lutero de 1534, p. 40.

31 Herón Pérez Martínez, op. cit., p. 153.

32 Ibid., pp. 153 y 159.

33 Martín Lutero, “Misiva sobre el arte de traducir”, p. 311.

34 Stephan Füssel, La Biblia de Lutero de 1534, pp. 15 y 26.

35 Jean-François Gilmont, “Reformas protestantes y lectura”, en Guglielmo Cavallo y Roger Chartier, Historia de la lectura en el mundo occidental, Madrid, Taurus, 1998, op. cit., p. 334.

36 Stephan Füssel, La Biblia de Lutero de 1534, p. 7.

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