J.J. Fernández de Lizardi y la libertad de creencias en México (III)

Se atrevió a cuestionar la autoridad eclesiástica tanto en asuntos de fe como de la vida pública.

28 DE MAYO DE 2023 · 09:00

Callejón de la Inquisición en Sevilla./Wikimedia,
Callejón de la Inquisición en Sevilla./Wikimedia

La Inquisición ha sido un auxilio mezquino de los poderosos; así, cuando éstos la han habido menester para confundir las causas de religión con las de Estado, no les ha sido difícil arrancarle edictos y excomuniones en docenas. Por cualquier lado que se vea la Inquisición es temible y abominable.

J. J. Fernández de Lizardi

José Joaquín Fernández de Lizardi conoció de los excesos inquisitoriales ocurridos en el siglo XVI en España, y los denunció de forma temeraria. Y escribo temeraria porque en el México que vivió el poder de la Iglesia católica romana podía causarle graves problemas. Sabiéndolo se atrevió a cuestionar la autoridad eclesiástica tanto en asuntos de fe como de la vida pública.

En El Pensador Mexicano, 13 de septiembre de 1813, Lizardi escribió un artículo titulado “Sobre la Inquisición”. En una sección del mismo sintetiza la información que tuvo sobre el caso de los protestantes en Valladolid:

Este tribunal [la Inquisición] había entronizado tanto su dominación que los mismos soberanos lo respetaban y se comprometían a unas acciones que ciertamente degradaban su carácter, no desdeñándose de asistir en persona a sus sangrientos espectáculos para ver quemar a los hombres a sangre fría. ¡Qué pudieron hacer más los tiranos del gentilismo! Entre cuarenta infelices que el año de 1559 sacó en auto la Inquisición en Valladolid de España en presencia del señor Felipe II, fueron condenados a perecer vivos entre las llamas (¡horrorosa crueldad y digna de sólo ejecutarse por un inquisidor o por un tirano!), fueron, repito, condenados al fuego don Carlos de Sesé, hijo de un privado del mismo señor rey, el doctor Casalla y el cura Pedraza. Y estando Sesé en el brasero exclamo: “Señor, ¿es posible que vuestra majestad ha de permitir que nos quemen vivos?” Nótese que el miserable no pedía ya la vida, sino la disminución del tormento, lo que no se le concedió, y sí vio el rey y la corte perecer a aquellos infelices con la misma serenidad que vio Nerón arder Roma. ¡Oh, fuerza de la barbarie de los pasados siglos!1

 

En Castilla, sobre todo en Valladolid, Toro, Palencia, Zamora, Logroño y Pedrosa del Rey, fueron detectados núcleos protestantes, el más sólido de los cuales era el vallisoletano. De los procesados en 1559 recayó en el obispo Agustín de Cazalla (de familia judeoconversa) ser considerado por las autoridades inquisitoriales “el cabecilla del grupo”.2 Cazalla había acompañado al emperador Carlos V en el viaje por Europa que realizó en 1548. Durante el periplo aludido el obispo conoció ideas, personas y acontecimientos relacionados con la Reforma protestante. Agustín era reconocido por haber sido “predicador en la corte y preferido de la regente doña Juana, capellán de Carlos V, canónigo de Salamanca”.3

Carlos de Seso, abogado italiano, fue el principal difusor de las ideas protestantes en Toro, donde era regidor desde 1554.4 Seso introdujo en España obras de Juan de Valdés, que había traído de Italia, y libros de autores protestantes, entre ellos la versión latina de Institución de la religión cristiana, de Juan Calvino, escritos de Martín Lutero y de Bernardino Ochino.5 Uno de los más influidos por las enseñanzas de Juan de Valdés durante su estancia en Italia (1531-1541) fue Ochino.6

Seso conformó una pequeña congregación y facilitó en la región el trabajo de distribución de literatura bíblica y protestante de Julián Hernández, quien viajaba desde Ginebra para introducir en España materiales producidos por Juan Pérez de Pineda (que publicó en 1556 la revisión, realizada por él, del Nuevo Testamento traducido por Francisco de Enzinas que salió a la luz en 1543). Además Carlos de Seso “consiguió, no sólo que la Buena Nueva entrase en Valladolid, sino extenderla y hacerla comprender y amar por tierras de Logroño, Toro, Palencia y algunos pueblos más de la provincia de Zamora”.7

Además de mencionar al obispo Cazalla y Carlos de Seso (de quien erróneamente escribe el apellido como Sesé), Fernández de Lizardi cita entre los condenados a la hoguera en Valladolid al “cura Pedraza”. Muy probablemente se confundió cuando refirió el patronímico del cura párroco de Pedrosa del Rey, Pedro de Cazalla (hermano de Agustín), y asumió que tal clérigo se apellidaba Pedraza.

El 21 de mayo de 1559, en Valladolid, Agustín Cazalla (de quien el Santo Oficio logró se retractara) pereció en las llamas. A su hermano Pedro, le fue concedida la “gracia” de no ser quemado vivo, ya que primero lo asesinaron y después sus restos puestos en la hoguera.8 Ese día otras doce personas fueron quemadas, entre ellas varias mujeres. “La casa de los Cazalla, padres de uno de los líderes de esta comunidad, donde celebraban sus reuniones, fue derribada y el solar restante sembrado con sal”.9

Con la presencia de Felipe II en el Auto de Fe del 8 de octubre de 1559, también en Valladolid, bajo la acusación de ser luteranos, once que padecieron la muerte por garrote vil (y un cadáver) fueron presas de las llamas. A dos más los condujeron vivos a la hoguera, Carlos de Seso y Juan Sánchez.10 Los acontecimientos vallisoletanos han sido narrados literariamente en una gran novela por Miguel Delibes, El hereje.11

Con la poca información a la que tuvo acceso J. J. Fernández de Lizardi pudo enterarse de lo central sobre los inclementes juicios inquisitoriales de 1559 en Valladolid. Así acrecentó su convicción de que la Inquisición era “un tribunal no solamente perjudicial a la prosperidad del Estado, sino contrario al espíritu del Evangelio que intenta defender”.

 

Notas

1 J. J. Fernández de Lizardi, “Sobre la Inquisición”, en María Rosa Palazón Mayoral (Selección y prólogo), José Joaquín Fernández de Lizardi, Ediciones Cal y Arena, México, 2001 (tercera edición) p. 735.

2 Moreno, Doris, “El protestantismo castellano revisitado: geografía y recepción”, en Boeglin, Michel, Fernández Terricabras, Ignasi y Kahn, David (editores), Reforma y disidencia religiosa. La recepción de las doctrinas reformadas en la Península Ibérica en el siglo XVI, Casa de Velázquez, Madrid, p,181.

3 Ibid., p. 185.

4 Ibid., p. 189.

5 Boeglin, Michel, “El doctor Egidio y la Reforma en Sevilla. Redes y proselitismo religioso”, en Boeglin, Michel, Fernández Terricabras, Ignasi y Kahn, David (editores), op. cit., pp. 210-211.

6 Nieto, José C., Juan de Valdés y los orígenes de la Reforma en España e Italia, Fondo de Cultura Económica, México, p. 243.

7 Gutiérrez-Marín, Claudio, Historia de la Reforma en España, Casad Unida de Publicaciones, México, 1942, pp. 116-117.

8 Shäfer, Ernst Hermann Johann, Protestantismo español e Inquisición en el siglo XVI, vol. 3, parte A, Centro de Investigación y Memoria del Protestantismo Español, Sevilla, p. 74.

9 Díaz Pineda, Manuel, La Reforma en España (Siglos XVI-XVIII). Origen, naturaleza y creencias, Editorial CLIE, Viladecavalls, Barcelona, 2017, p. 171.

10 Ibid., pp. 171-172.

11 Ediciones Destino, Barcelona, 2004.

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