La evangelización del nuevo mundo en el siglo XVI: ¿la estridencia de las armas o la voz del evangelio? (II)

Tras renunciar a sus propiedades y privilegios como colonizador, Las Casas viaja a España con el fin de informar a la Corona de las atrocidades cometidas contra los indígenas.

17 DE OCTUBRE DE 2021 · 22:00

Foto de <a target="_blank" href="https://unsplash.com/@louisnardsophie?utm_source=unsplash&utm_medium=referral&utm_content=creditCopyText">Sophie Louisnard</a> en Unsplash CC. ,
Foto de Sophie Louisnard en Unsplash CC.

La Providencia divina estableció, para todo el mundo y para todos los tiempos, un solo, mismo y único modo de enseñarles a los hombres la verdadera religión, a saber: la persuasión del entendimiento por medio de razones, y la invitación y suave moción de la voluntad. Se trata, indudablemente, de un modo que debe ser común a todos los hombres del mundo, sin ninguna distinción de sectas, errores, o corrupción de costumbres.

Bartolomé de Las Casas

 

El sermón de Antón de Montesinos quedó latente en Bartolomé de Las Casas. Por ello cuando éste reconstruye su itinerario de vida y espiritual destaca tanto las palabras del predicador, cuál fue el tema de su exposición: “voz que clama en el desierto” (Mateo 3:3, Marcos 1:3, Lucas 3:4 y Juan 1:23; que evocan Isaías 40:3).

Primero se benefició de la esclavitud, después fue un opositor del régimen que deshumanizó a los pobladores originales del Nuevo Mundo. Bartolomé de Las Casas, cuyo nacimiento algunos estudiosos de su vida y obra datan hacia 1474 o 1484, llegó a la Isla La Española (territorio hoy compartido por República Dominicana y Haití) en 1502. Tuvo esclavos indígenas para que trabajaran en las minas y cultivando tierras.

El 21 de diciembre de 1511 (cuarto Domingo de Adviento), escuchó el sermón dado por Montesinos en nombre suyo y de los dominicos. La pieza fue una severa denuncia de la empresa colonizadora, y a ella nos referimos la semana pasada. Inicialmente las palabras de Montesinos tuvieron poco efecto en el encomendero Bartolomé de Las Casas, pero pocos años después serían centrales para llevarle a romper con el sistema del que fue cómplice. 

Lewis Hanke narra que Las Casas participó en la conquista de Cuba (1512). Al año siguiente fue recompensado por este servicio y le fueron otorgados tierras y esclavos. En 1514 “un fraile dominico le negó los sacramentos en vista de que poseía esclavos”, se defendió de la negativa pero no pudo convencer al fraile (La humanidad es una, Fondo de Cultura Económica, México, 1985, p. 28). Su crisis de conciencia le llevó a renunciar en 1515 a la encomienda real que usufructuaba, e inició su larga lid contra la explotación de los indígenas y por la defensa de sus derechos.

Tras renunciar a sus propiedades y privilegios como colonizador, Las Casas viaja a España con el fin de informar a la Corona de las atrocidades cometidas contra los indígenas. Permanece allí hasta 1517, cuando regresa a La Española y atestigua el empeoramiento de las condiciones que mermaban a los indígenas.

Colonos de La Española, como Antonio de Villasante y Lucas Vázquez, expresaron el concepto en que tenían a los indios, el primero “afirmó enfáticamente que ni los indios ni las indias eran capaces de mandarse a sí mismos, ni siquiera como lo haría el más rudo de los españoles”. Para el segundo, “resultaba preferible […] que los indígenas se volvieran hombres siervos a que siguieran siendo bestias libres” (Lewis Hanke, op. cit., p. 33). Lo central era que se negaba su condición de seres humanos a los pobladores originarios, se les consideraba carentes de capacidades racionales y sentimentales. Así lo expuso en 1525 el padre dominico Tomás Ortiz, cuya argumentación era la antípoda de lo predicado por Antón de Montesinos: “Dios nunca ha creado una raza más llena de vicios […] Los indios son más estúpidos que los asnos y rechazan cualquier tipo de progreso”.

Bartolomé de Las Casas ingresó en La Española a la orden de los dominicos en 1522. Al contrario de los años en que tuvo esclavos, su forma de relacionarse con los indígenas era sin violencia y convencido de su plena humanidad. También inicia la tarea de documentar y escribir tanto sobre la cruel colonización española, como acerca de las características culturales de los pobladores originales del llamado Nuevo Mundo. En 1527 comenzó a redactar la Historia de Las Indias, según él mismo lo dejó asentado en el prólogo que hizo a la obra en 1552 (el dato está en la edición del tomo I, publicado por la Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1986, p. 18). La obra es “un gran tratado doctrinal en que desarrolla su teoría de la conquista evangélica, es decir de la atracción a la fe cristiana por medios únicamente persuasivos, y probaba largamente, por otra parte, la plena capacidad intelectual de las gentes del Nuevo Mundo” (Prólogo de André Saint-Lu, p. XIX).

Su convicción de hacer misión al estilo de Cristo quedó bien consignada en De unico vocationis modo omnium gentium ad veram religionem, de 1534 (edición en español: Del único modo de atraer a todos los pueblos a la verdadera religión, Fondo de Cultura Económica, México, 1975). Cuando Las Casas expuso de viva voz su teología cristocéntrica, y por lo tanto la necesidad de hacer misión en el ejemplo de Cristo, “ante los españoles de Santiago de Guatemala, sólo encontró carcajadas de desprecio y provocaciones para que pusiera en práctica sus ‘disparatadas’ teorías con tan belicosas gentes como los indios nativos” (ver aquí, p. 94).

Aunque Las Casas citaba otras fuentes para respaldar su oposición a la violencia de los conquistadores españoles, la base de su argumentación descansaba en los escritos bíblicos y leídos éstos desde una perspectiva cristocéntrica. En Del único modo, resume Lewis Hanke, “Cristo concedió a los Apóstoles licencia y autoridad para predicar la fe tan solo a aquellos que voluntariamente desearan escucharla. No habían de forzar ni molestar a quienes no quisieran hacerlo. Ni habían de castigar a quienes expulsaban a los Apóstoles de sus ciudades, Según declaraba, ‘Os envío como ovejas en medio de lobos’.

Expone luego Las Casas las cinco condiciones que deben existir si la predicación a los infieles ha de tener éxito, son las siguientes:

1. Los oyentes deben comprender que los predicadores no tienen intención de adquirir dominio sobre ellos.

2. Los oyentes deben estar convencidos de que ninguna ambición de riquezas mueve a los predicadores.

3. Los predicadores deben ser tan ´dulces y humildes, afables y apacibles, amables y benévolos al hablar, al conversar con sus oyentes y principalmente con los infieles, que hagan nacer en ellos la voluntad de oírlos gustosamente y de tener su doctrina en mayor reverencia’.

4. Los predicadores deben sentir el mismo amor y caridad por la humanidad que los que movieron a San Pablo, permitiéndole llevar a cabo tan enormes trabajos.

5. Los predicadores deben llevar vidas tan ejemplares que sea claro para todos que su predicación es santa y justa” (Lewis Hanke, “Introducción”, Del único modo de atraer a todos los pueblos…, pp. 33-34).

A principios de 1545 llega a Chiapas como primer obispo de ésa provincia de la Nueva España. Comprueba la devastación de los conquistadores españoles, y los presenta con términos muy duros, menciona que el mismo Lucifer gobernaba mejor “que la infidelidad más profunda destas gentes […] ni en tiempos de [Pedro] Alvarado, ni de Nuño de Guzmán […] se han hecho delitos tan enormes. Los peores son los ministros de la justicia del rey” (Gudrun Lenkersdorf, “Huellas de Fray Bartolomé de Las Casas en Chiapas”, p. 283).

En 1550 Las Casas renuncia al obispado de Chiapas, viaja a España y participa en agosto en un debate, en Valladolid, donde su contrincante fue el teólogo Juan Ginés de Sepúlveda, decidido partidario de la conquista sangrienta de los pueblos indios del Nuevo Mundo. De los argumentos cristocéntricos aportados en la controversia por fray Bartolomé daré cuenta en el próximo artículo.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Kairós y Cronos - La evangelización del nuevo mundo en el siglo XVI: ¿la estridencia de las armas o la voz del evangelio? (II)