La evangelización del Nuevo Mundo en el Siglo XVI: ¿la estridencia de las armas o la voz del evangelio? (I)

En medio de la empresa colonial española y su evangelización espuria, resonaron las voces y vidas de Antón de Montesinos y Bartolomé de Las Casas.

10 DE OCTUBRE DE 2021 · 10:00

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La historia de México está en pie. Aquí no ha muerto nadie, a pesar de los asesinatos y los fusilamientos. Están vivos Cuauhtémoc, Cortés, Maximiliano, don Porfirio, y todos los conquistadores y todos los conquistados. Esto es lo original de México. Todo el pasado suyo es actualidad palpitante. No ha muerto el pasado. No ha pasado lo pasado, se ha parado.

José Moreno Villa

Afirma que los conquistadores evangelizaron y trajeron la civilización al que llamaron Nuevo Mundo. Según José María Aznar, presidente del Gobierno de España (1996-2004), en el siglo XVI sus compatriotas lograron la proeza de unificar a múltiples pueblos originarios bajo la fe que les transmitieron los catequistas que en sucesivas oleadas llegaron a lo que hoy es Latinoamérica.

Ante el requerimiento del presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, para que el rey de España reconozca las atrocidades cometidas por los conquistadores en el territorio latinoamericano, Aznar sostuvo con firmeza: “en esta época en la que se pide perdón por todo: yo no voy a engrosar las filas de los que piden perdón, no lo voy a hacer, lo diga quien lo diga”. Además agregó que el “nuevo comunismo se llama indigenismo”, y que la legislación española protegió a los indio(a)s. Aznar y múltiples voces en España argumentan que es anacrónico juzgar a los conquistadores de hace cinco siglos con argumentos del respeto a los derechos humanos propios de nuestros días. El problema para él y simpatizantes de la teoría del anacronismo, como Elvira Roca Barea (Imperiofobia y leyenda negra. Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio español, Ediciones Siruela, 2016), es que desde los inicios de la barbarie conquistadora hubo quienes la denunciaron.

Roca Barea afirma que la empresa colonial española ha sido distorsionada y mitificada para mal cuando se la presenta como devastadora de los pueblos indios. Considera que Bartolomé de las Casas contribuyó grandemente para desprestigiar a los colonizadores. Incluso hace, para mí, un fallido paralelismo entre quien fue el primer obispo de Chiapas y un crítico de la beligerancia estadunidense, Noam Chomsky. Ambos han sido “dispensadores de un producto del que existía una gran demanda. Se exagera sobre su importancia individual. Ambos encontraron una causa de gran repercusión a la que servir y de ella obtuvieron buenos beneficios en forma de notoriedad social, respeto intelectual y moral, y provecho material. Es el haberse puesto al servicio de los prejuicios antiimperiales lo que los llevó a la cumbre y los convirtió en personajes históricos” (p. 75). 

En medio de la empresa colonial española y su evangelización espuria, resonaron las voces y vidas de Antón de Montesinos y Bartolomé de Las Casas. Ambos denunciaron la misión de los conquistadores como ajena al Evangelio de Cristo, al imponer una fe que, para ser auténtica, tendría que haberse propagado sin el respaldo militar y las ambiciones económicas de España y Portugal.

Se desconoce año y lugar de nacimiento de Montesinos. Es probable que, si nos atenemos a su apellido, procediera de la aldea de Montesinos, en el actual municipio de Almoradí, provincia de Alicante. O bien de algún poblado en los alrededores de la cueva de Montesinos, en el corazón de La Mancha, informa el experto en las culturas indígenas mesoamericanas Miguel León Portilla (“Fray Antón de Montesinos, esbozo de una biografía”, en Fray Antón de Montesinos, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1982, p. 12).

Antón de Montesinos desnudó la brutalidad de la colonización española en el Nuevo Mundo. Lo hizo el Cuarto Domingo de Adviento de 1511 y mediante la exposición de un pasaje bíblico. Gustavo Gutiérrez, basado en lo que reproduce de lo consignado por Bartolomé de Las Casas en La historia de las Indias, segmentos de los capítulos 3-5, afirma que la exposición tuvo lugar el 21 de diciembre.

El grupo de frailes dominicos asentado en La Española (isla que hoy habitan República Dominicana y Haití) decidió pronunciarse contra la barbarie cotidiana padecida por la población indígena y los esclavos traídos a tierras caribeñas. Llegado el tiempo de Adviento, sus compañeros deciden que fuera Montesinos quien leyera lo escrito en conjunto. Uno de los presentes, Bartolomé de las Casas, en quien la predicación de fray Antón de Montesinos habría de calar muy hondo, al grado que desembocaría en su proceso de conversión, fijó para la posteridad el sermón y las primeras reacciones levantadas por el mismo.

Nos dice Las Casas que, a la hora de predicar, Montesinos subió al púlpito y tomó por tema y base de su exposición Ego vox clamantis in deserto (voz que clama en el desierto, Juan 1:23). Después de la introducción “comenzó a encarecer la esterilidad del desierto de las conciencias de los españoles desta isla y la ceguedad en que vivían; con cuánto peligro andaban en su condenación, no advirtiendo los pecados gravísimos en que con tanta insensibilidad estaban continuamente y en ellos morían”.

El predicador explicó así el motivo de su sermón: “Para os lo dar a cognoscer me he sobido aquí, yo que soy la voz de Cristo en el desierto desta isla, y por tanto, conviene que con atención, no cualquiera, sino con todo vuestro corazón y con todos vuestros sentidos, la oigáis; la cual voz os dará la más nueva que nunca oísteis, la más áspera y dura y más espantable y peligrosa que jamás no pensasteis oír”. Palabras muy distintas a las esperadas por los presentes, dado que por la temporada navideña lo natural era que los sermones enfatizaran la ternura de la encarnación. Olvidaron que el nacido en un pesebre, al inicio de su ministerio, como nos lo cuenta Lucas, refirió que la misión mesiánica consiste en proclamar libertad a los cautivos de todas las ataduras espirituales y materiales que lastiman la dignidad humana (Lucas 4:16-21).

Haciendo eco de lo anunciado por Juan, Montesinos continuó: Esta voz, dijo él, que todos estáis en pecado mortal, inocentes gentes. Decid, ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre aquestos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras, mansas y pacíficas, donde tan infinitas dellas, con muertes y estragos nunca oídos, habéis consumido? ¿Cómo los tenéis tan opresos y fatigados, sin dalles de comer ni curallos de sus enfermedades, que de los excesivos trabajos que les dais incurren y se os mueren, y por mejor decir, los matáis, por sacar y adquirir oro cada día? ¿Y qué cuidado tenéis de quien los doctrine, y conozcan a su Dios y criador, sean baptizados, oigan misa, guarden las fiestas y domingos? ¿Estos nos son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados a amarlos como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis? ¿Esto no sentís? ¿Cómo estáis en tanta profundidad de sueño tan letárgico dormidos? Tened por cierto que en el estado que estáis no os podéis salvar más que los moros o turcos que carecen y no quieren la fe de Jesucristo”.

El silencio era espeso, nadie se movía de su lugar. Montesinos bajó del púlpito, el efecto de sus palabras lo refleja Bartolomé de las Casas, porque a sus oyentes “dejó atónitos, a muchos como fuera de sentido, a otros más empedernidos y algunos algo compungidos, pero a ninguno, a lo que yo después entendí, convertido”. En 1515 Montesinos y Las Casas viajan a España, con el fin de presentar sus alegatos ante distintas instancias a favor de los pueblos indios y contra las sanguinarias acciones de los conquistadores.

Afirma, con toda razón, Gustavo Gutiérrez que “El sermón […] no fue un grito aislado, fue un punto de partida que tuvo inmediatas consecuencias y solidaridades, y que inspiró el testimonio de Bartolomé de Las Casas y sus reverberaciones en los siglos posteriores. Por ello volver a ese sermón y a las circunstancias que lo rodearon es ir a las fuentes de lo que, de alguna manera, todavía vivimos […] El sermón de Montesinos es el primer jalón en un largo proceso de reivindicación de la dignidad humana de la población originaria [de] América Latina y el Caribe. Un reclamo que sigue vigente en nuestros días”. La conciencia desértica de Aznar no lo entiende.

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