Protestantismo mexicano nacionalizado: conclusiones

Fraternidad Teológica Latinoamericana-México, Centro de Estudios del Protestantismo Mexicano (*).

27 DE JULIO DE 2012 · 22:00

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El proceso de cuatro décadas, que va de las primeras discusiones sobre la tolerancia de cultos tras la consumación del movimiento de Independencia hasta la promulgación de la Ley de Libertad de Cultos de Benito Juárez (4 de diciembre de 1860), muestra claramente lo endógeno de la naciente diversificación religiosa de la sociedad mexicana. En ella confluyeron múltiples actores que buscaban, por distintas razones, que la nación se transformara mediante un nuevo paradigma económico, político, cultural y religioso. Sobre tal proceso endógeno construyeron su espacio de libertad sociorreligiosa los pequeños núcleos que rompen con la religiosidad tradicional. Lo hacen en condiciones adversas, pero no herméticas del todo a la nueva propuesta religiosa representada por el protestantismo. El decidido involucramiento de esos primeros cristianos evangélicos nacionales, cuyas conversiones tienen múltiples orígenes y desenlaces, sirve como cabeza de playa a la posterior llegada institucional de los misioneros extranjeros a partir de 1872. De hecho los informes de esos misioneros a las agencias que les enviaron son, en términos generales, muy optimistas por los relativamente buenos resultados alcanzados en poco tiempo. Lo sembrado por personajes que logran darle forma a una cierta sociedad de ideas (la propuesta de que México debe dar cabida a credos religiosos distintos del catolicismo romano), y los pasos dados por quienes de esa propuesta transitaron a la identificación personal y grupal con la nueva fe, hicieron posible lo que en otro trabajo hemos denominado el camino de la presencia ideológica a la presencia física del protestantismo en nuestras tierras.[i] La emergencia o asentamiento del protestantismo en México fue fundamentalmente un hecho endógeno, y otro indicador de ello, además de las referencias históricas que hemos citado en nuestro trabajo, es el costo en vidas que significó el precio a pagar por quienes resistieron la intolerancia y las franca persecución de grupos que se organizaron para desarraigarlos de distintos lugares. En todas partes de América Latina los protestantes enfrentaron situaciones similares, pero en el país parece que las condiciones violentas y sus resultados fueron más cruentos que en ninguna otra parte durante las décadas iniciales en que logró ser parte del panorama religioso nacional. Hubo un “volumen, sin par en la América Latina del siglo XIX, de actos de violencia contra los protestantes que se cometieron en México”.[ii] La misma fuente consigna que El número de mártires protestantes se eleva a 59, entre los que vale la pena advertir sólo un extranjero. Se trata, pues, de protestantes mexicanos, victimados por católicos mexicanos. En efecto, el peso fuerte de la labor misionera evangélica descansaba desde fechas tempranas sobre los hombros de los mexicanos, de manera que en 1892, del total de 689 de colaboradores que trabajaban en México, 512 eran mexicanos”. Ante la evidencia histórica de persecuciones contra los evangélicos mexicanos, no nada más en el siglo XIX sino también durante la siguiente centuria, el único gran intelectual mexicano que reiteradamente señaló esa ominosa realidad, Carlos Monsiváis, sostuvo que “al protestantismo mexicano lo nacionaliza, si el verbo tiene algún sentido en materia religiosa, el número de víctimas o, desde otra perspectiva, de mártires. La historia de las persecuciones es atroz. Y es impresionante el número de templos quemados o lapidados, así como el número de comunidades hostigadas en grados que incluyen con frecuencia el linchamiento, el número de pastores y feligreses asesinados o abandonados muy mal heridos”.[iii] Nos hemos referido a la compleja poligénesis del protestantismo en el centro de México, más propiamente a la capital nacional y sus alrededores.[iv] Cabe señalar que al mismo tiempo en que iniciaba la consolidación de células protestantes en dicha urbe, en otras regiones del país, durante los años 1860-1872, se estaban gestando de manera independiente entre sí núcleos evangélicos que fueron el origen de posteriores iglesias denominacionales. En Monterrey, al noreste de México, por la articulación de creyentes locales y misioneros extranjeros (Melinda Rankin, Tomás Westrup y Santiago Hickey) se organiza un grupo que inicialmente no tiene identificación denominacional, y que más tarde sería el origen de iglesias presbiterianas y bautistas.[v] En Zacatecas, norte de México, más precisamente en Villa de Cos, tiene lugar, prácticamente al mismo tiempo que en la ciudad de México se van nucleando los interesados en conformar una alternativa religiosa al dominante catolicismo, la emergencia de actores locales en un principio vinculados al liberalismo y la lid contra el clericalismo católico que se identifican posteriormente doctrinal y existencialmente con los postulados protestantes. Estos esfuerzos endógenos son apoyados por misioneros extranjeros que le dan un cariz presbiteriano a la obra local.[vi] Ha sido un error, por desconocimiento de los esfuerzos endógenos que abonaron el terreno para que fructificara la semilla del protestantismo en México, que las denominaciones históricas privilegien la vertiente de la participación exógena (vía misioneros extranjeros) como origen de su presencia en nuestras tierras. La investigación histórica muestra que el proceso fue mucho más rico, complejo y ancho que la estrechez empeñada en datar la génesis de algún grupo confesional protestante al arribo de misioneros foráneos. (*) Ponencia presentada en el Quinto Congreso Latinoamericano de Evangelización (CLADE V), Consulta de Historia: “Herencia histórica y misión actual: la importancia de aprender de nuestro pasado y afirmar nuestra identidad”, San José, Costa Rica, 9-13 de julio de 2012.


[i] Carlos Martínez García, “De la presencia ideológica a la presencia física del protestantismo en el México independiente”, en Carlos Mondragón (editor), Ecos del Bicentenario: el protestantismo y las nuevas repúblicas latinoamericanas, Ediciones Kairós, Buenos Aires, 2011, pp. 205-227.
[ii] Hans-Jürgen Prien, La historia del cristianismo en América Latina, Ediciones Sígueme, Salamanca (España), 1985, p. 775.
[iii] Carlos Monsiváis, “Tolerancia y persecución religiosa”, en Carlos Monsiváis y Carlos Martínez García, Protestantismo, diversidad y tolerancia, CNDH, México, 2002, p. 23.
[iv] La primera vez que usamos la categoría para explicar la articulación multifactorial y de muy variados actores en el proceso de construcción del protestantismo en un lugar dado, fue en nuestra obra Poligénesis del cristianismo evangélico en Chiapas, Publicaciones El Faro, México, 2004.
[v] Al comentar la nueva traducción de las memorias de Melinda Rankin, Veinte años entre los mexicanos. Relato de una labor misionera, Fondo Editorial de Nuevo León, Monterrey, México, 2008; hago en Protestante Digital una primera descripción del naciente grupo evangélico regiomontano seguida de otro artículo con la segunda parte de su historia.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Kairós y Cronos - Protestantismo mexicano <em>nacionalizado</em>: conclusiones