‘En la iglesia era encantador con otros, pero al subir al coche se transformaba’
“Dios me dio la fuerza por años y me envió ángeles, mujeres, que me ayudaron”
30 DE JUNIO DE 2025 · 08:00

Voz de Agar, entidad de ayuda, apoyo y restauración para mujeres víctimas de violencia que depende de la Plataforma Seneca Falls, comenzará a publicar una serie de testimonios de mujeres que han sufrido abusos sexuales y violencia en sus parejas como forma de sensibilizar sobre esta lacra a menudo silenciada. Son testimonios que hemos investigado, contrastado, y confirmado que son verídicos.
Este es el primero de ellos, la historia de Noemí (1) una mujer restaurada.
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Conocí al Señor a la edad de 12 años. Siempre pensé que, en su momento, mi futuro compañero de vida tendría que ser creyente, y así fue, en teoría.
He asistido toda la vida a la iglesia y así fue como en el grupo de jóvenes conocí a la edad de los 17 años al que fuera mi futuro marido. Con casi 19 años comenzamos a salir juntos y a los 21 me casé con él. Era 2 años mayor que yo. Tuvimos 4 hijas maravillosas. Nuestra relación fue bonita pero ya por ese tiempo veía atisbos de mal genio, de enfadarse por tonterías. Pero no le daba importancia. Él venía de una familia cuyo padre era maltratador y cuando lo supe, siempre creí que precisamente por eso, jamás se comportaría así. Para mí él era diferente, incluso temía a su padre. Él decía que no quería repetir el matrimonio de sus padres.
Mi primer año de casada fue difícil porque ya había discusiones y ya empecé a ver lo diferente que se comportaba en la iglesia y en casa. Pensé que era cuestión de adaptación. También me di cuenta de que era muy celoso, especialmente con mi familia. Mi relación con mi padre era muy especial y él sentía celos. Si le agarraba del brazo a él, le molestaba, o ponía caras de enfado y me castigaba con su silencio y hostilidad. La convivencia no empezó bien. Cuando nació nuestra primera hija también pude ver celos puntuales y todo eran rivalidades.
Fue una etapa en la que me sentí muy sola. Él estaba bastante tiempo fuera de casa por el trabajo, y cuando le dije que le echaba de menos, que me gustaría que estuviera más tiempo en casa, me dijo que me fuera con mis padres y fue capaz de coger a mi hija de 5 meses de la cuna, que estaba dormida, diciéndome que me la llevase con mis padres, o si no me iba, que se llevaba a la niña con ellos. Una locura. El primer disgusto para mis padres, llegar a las 11 de la noche a su casa y ver el panorama.
Mi marido era “creyente”, y por cierto, muy inteligente y preparado en el conocimiento bíblico, pero todo ese conocimiento se quedaba en el intelecto y no en el corazón. ¿De qué vale aprenderse la Biblia en la cabeza y razonarla, pero no aplicarla al corazón? Siempre eché de menos un hombre de Dios que nos guiara, que nos quisiera y fuera manso.
Su agresividad iba en aumento cada discusión era más fuerte. Recuerdo la primera vez que me dijo: eres tonta. Ya había nacido mi hija y pensé que no se merecía el haber sido padre. Yo sufrí mucho en el parto, y no sé si eso lo valora el hombre. No me sentía ni amada ni respetada. Recuerdo mi segundo embarazo durante el cual tuvimos un desencuentro fuerte. Fue en Navidad, después de llegar de casa de mis padres. No me acuerdo por qué discutimos, solo sé que estaba lavando a mi niña mayor y yo embarazada de 6 meses. El se enfadó y al pasar por mi lado me dio un cachetazo en la pierna. En esa época me atemorizaba, yo no quería discutir por miedo, pero él creo que sentía una mezcla de celos de mis padres y de mi hija. Su cara era de amargura y con llamadas de atención continuas para que estuviéramos pendientes de él.
Fue por esa época cuándo dejó de hablarse con sus padres. Viendo la familia que tenía era comprensible que él fuera así. Su familia nunca me aceptó, querían algo mejor para su hijo primogénito. En ese tiempo huyó de sus padres escapando y levantando muros para que no nos hicieran daño. Todavía él quería cuidarnos. Pero su padre era violento, y me enteré de que sus hermanos y él fueron testigos de palizas que daba a su madre. Era una familia qué nos imponía ir religiosamente todos los domingos a comer a su casa o no faltar a ningún cumpleaños. Todo lo que hacía o decía su hijo, me echaban a mí la culpa porque decían que yo le absorbía o manipulaba. Era una familia de 5 varones y yo la primera extraña que invadía la casa y que le robaba a su hijo. La más machista era su propia madre, que decía que habiendo mujeres ningún hombre se podía levantar de la mesa para ir a buscar un simple vaso a la cocina.
Llevaba poco tiempo de casada y me sentía ya enjaulada, presa, condenada de por vida. Cuántas veces en la iglesia le decía al Señor:” sí tú me has hecho libre, ¿por qué estoy presa en este matrimonio?”.
Cuando íbamos a la iglesia, su comportamiento era de risas y carcajadas cuando hablaba con otros, especialmente mujeres, pero se montaba en el coche y se transformaba. Muchas mujeres me decían:” qué marido más majo qué tienes, tan servicial” pero yo para mis adentros me decía:” si ellas supieran” …
Las mujeres debemos apoyarnos más y ser más prudentes a la hora de hacer algún comentario, y ser sabias, porque cuántos matrimonios hay de cara a la” galería” y duermen en camas separadas. Esto se calla y se tapa por vergüenza en las iglesias y se consiente por no coger “al toro por los cuernos”.
Conforme fueron creciendo mis hijas, él se fue haciendo más agresivo, más amargado y mis hijas siempre me preguntaban: ¿qué le pasa a papá?
Llegó a ser una convivencia a la que yo llamo” terrorismo familiar” porque mis hijas al crecer veían la realidad de lo que había y se enfrentaban con él.
Los insultos y los desprecios cada vez eran más constantes. Yo le pedía al Señor sabiduría, no sabía cuándo callarme o cuándo contestarle y también yo le atacaba. Le perdí el miedo.
Hubo en casa un episodio donde la discusión era por sus padres y él arremetió contra los míos. Él se encendió porque nos vio a las cuatro, contra él. Hubo toda clase de insultos. Yo estaba sentada en la cama de una de mis hijas y me cogió del pelo me levantó, llevándome a la otra cama. Ahí mis hijas le cogieron y le intentaban separar de mí para que me soltase. Me hice daño en una costilla, pero lo peor es que me cogió del cuello y no me soltaba. De esto último no recuerdo nada, no porque perdiera el conocimiento, sino porque la mente lo ha borrado. Este episodio trastocó mucho a mis hijas, pidiéndome que por favor me separara de él.
Estas situaciones son fatales para los hijos, les condiciona de mayores a elegir pareja. Aún con esto no me separé. Él se “arrepintió” y lloraba como un niño. Fue surrealista, no sabía si le seguía queriendo o era que simplemente era el padre de mis hijos. La confusión típica de una mujer maltratada. Pero iba viendo en él un perfil de maltratador cada vez más claro.
He de decir que estas broncas, eran cada vez más continuas. Porque, aunque había “arrepentimiento”, duraba la paz un mes, si llegaba. Se repetía el ciclo de la violencia. Me autoengañaba, por temor, mi pensamiento era de:” no me separo por mis hijos, son pequeños, no tengo economía, dependo de él…… le pediré a Dios que le cambie …”. Pero en la iglesia cantaba a Dios y en casa profería insultos y agresiones.
Es tan difícil a veces romper un matrimonio, siempre hay excusas: tus hijos, tus padres, la iglesia… nosotras siempre las últimas. Me influyó mucho mi falta de formación cristiana, mi falta de conocimiento. El divorcio era pecado, tu matrimonio es hasta que la muerte os separe. ¡Cuánta hipocresía podemos tener! ¡Cuántas caretas absurdas por el qué dirán y por cuidar el “testimonio”! Y cuántos matrimonios que solo les une un papel en el juzgado.
Si yo me enfrentaba, él me intimidaba acercándose a 1 cm de mi cara para gritarme. Tanto fue así que un día en la cocina me arrinconó en la encimera me cogió de los brazos y al apretarme me hizo cardenales. Hubo situaciones que no fueron a más porque estaban mis hijas.
Todo esto lo llevé en silencio hasta el día que se lo conté a mis hermanas.
Ya entonces hablaba yo de separarme y él me decía: “si te separas de mí, vas a comer “mierda”.
La última vez que me agredió físicamente fue después de venir de casa de mis padres. Había mucha tensión porque mi padre fue operado de un cáncer, yo estaba fatal y no recuerdo qué me dijo exactamente, queriéndose imponer, yo le dije…. “Tú y cuatro como tú” refiriéndome a que él no podía tocarme. Y eso para él fue toda una provocación. Se giró y me dio dos cachetadas en la cabeza. Dos de mis hijas lo presenciaron y le dijeron que se fuera de casa. Llamé a mi cuñado para que viniera a ayudarme.
Más adelante tuve el valor de contárselo al pastor, porque no me atrevía. Hay tantas cosas que se ocultan, por vergüenza, por miedo y porque muchos pastores piensan que hay que perdonar y olvidar y ya está…que lo más importante es que el matrimonio sea junto. ¿Pero perdonar qué?.. ¿Que te rompan la cabeza a cachos? A veces hay que ayudar a separarse porque eso es lo sano. El pacto matrimonial está más que roto y sin deseo por parte del agresor de cambiar. Mantenerlo es una agonía en vida para la mujer y para los hijos.
Mi matrimonio estaba destruido, éramos unos desconocidos con hábitos de vida juntos.
Cuando mi hija pequeña cumplió 12 años me puse a trabajar fuera de casa. Él siempre me decía qué en casa me “tocaba” las narices. Aún y así nos decía a las cuatro que él nos mantenía. Es humillante sentirte un cero a la izquierda, pero lo que más me dolía era por mis hijas. ¿Qué culpa tenían ellas? Gracias a Dios encontré un trabajo, aunque fuera de pocas horas. Fue lo que me llevó a salir de casa.
Después de años conocí a un hombre mientras viajábamos en el mismo transporte público. No sé qué pasó que nos sentimos atraídos, pero los dos estábamos “infelizmente casados”. Fue duro reconocerlo, vivir con la lucha entre la cabeza y el corazón.
La última discusión fuerte que hubo entre mi marido y yo fue con insultos, y amenazas, también a mi madre. Mis hijas temían que me quedara a solas con él en casa y planearon, sin yo saberlo, que siempre se quedaba una conmigo mientras las otras salían.! ¡Qué pena vivir con miedo! Y qué injusto para los hijos vivir así.
Así que decidí en serio divorciarme. Ese mismo día mi hija ya me exigió que al día siguiente fuéramos a un abogado. Ya era insostenible, solo eran insultos y gritos. ¡Ya eran muchos años de lágrimas, de hostilidad, de abusos hacia mis hijas y hacia mí, incluso alguna vez me repitió que a saber si mis hijas eran de él!
Mis hijas fueron el motor para que me separara, y el hecho de conocer a otra persona me dio fuerzas para hacerlo. Conocer a una persona que te trata bien y te respeta, aunque había mucho miedo por mi experiencia previa, fue para mi sanador. Pensé que no todos los hombres son iguales y auné la fuerza para divorciarme.
Actualmente llevo 4 años casada con esa persona. He podido rehacer mi vida. Feliz de ser yo misma, de recuperar esa libertad que necesitaba porque me estaba muriendo en vida. Dios me dio la fuerza y me envió a ángeles que me ayudaron, en forma de mujeres llenas de amor…. ¡Hay salida! ¡Gracias, mi Dios! Él nunca me dejó.
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- Nombre ficticio
Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Seneca Falls - ‘En la iglesia era encantador con otros, pero al subir al coche se transformaba’