La lucha contra la aristocracia y la labor del consistorio en la Ginebra de Calvino

Si hubo algo a lo que Juan Calvino se negó continuamente durante su trabajo eclesial en Ginebra fue la sumisión de la comunidad de fe a los dictados de las familias nobles de esa ciudad.

22 DE AGOSTO DE 2025 · 15:35

Calvino niega la Santa Cena a sus adversarios.,
Calvino niega la Santa Cena a sus adversarios.

…podemos decir que la unidad y la homogeneidad del cuerpo de pastores fue la verdadera arma de la reforma ginebrina […] Ella garantizó la independencia de la Iglesia, reclamando plena competencia en asuntos religiosos.

El Consistorio era un cuerpo de examen disciplinar discreto y reservado, pero sus efectos se habían de sentir en público cuando las conductas tenían esta dimensión o eran persistentes. Podemos decir que era la institución que cumplía las funciones de observación ética, pero manteniendo las viejas tradiciones de la censura eclesiástica primitiva. 1 J.L.V.

 

La persistente lucha contra la aristocracia por la dirección de la iglesia

Si hubo algo a lo que Juan Calvino se negó continuamente durante su trabajo eclesial en Ginebra fue la sumisión de la comunidad de fe a los dictados de las familias nobles de esa ciudad.

Las constantes referencias a la supuesta “teocracia” que impuso en la ciudad se ven expuestas como falacias por José Luis Villacañas al demostrar coherentemente la manera en que el reformador otorgó un cariz premonitoriamente “moderno” a la labor del Consistorio (formado por 12 ministros y 12 ancianos laicos) en contraste con las acciones de la inquisición católica.

Para él, se ha actuado incluso con mala fe al equiparar ambas instancias porque, si bien es cierto que ambas fueron “institutos centrales y formales de censura religiosa y social” (p. 122), para este nuevo cuerpo eclesiástico no existía “la frontera entre la vida privada y la vida pública. Todo cae bajo su inspección”.

Ambas investigaban los asuntos de fe, pero también lo hacían en cuestiones de costumbres y de moral, incluidas las supersticiones y las prácticas derivadas de las creencias antiguas con su énfasis en titos confusos y mágicos.

Los castigados publicados por el Consistorio tenían también un carácter “teatral” (la exhibición de los culpables) con la intención de avergonzar a las personas, pero las pocas similitudes con la Inquisición fueron abismales porque para Villacañas “permiten medir las diferencias entre un proceso de confesionalización moderna y otro arcaico”.

De entrada, la pertenencia al Consistorio no obedeció a criterios raciales o de clase social (ambos con el riesgo de mantener privilegios) porque sin ser propiamente un tribunal funcionó “como un colectivo regular” y en cierto modo tuvo “una dimensión representativa de los fieles” (p. 123), algo que la Inquisición jamás observó para su composición.

La definición del mismo es precisa y pertinente al referirse a la representación de la ciudad y la Iglesia a la vez: “…esta sensibilidad política se canaliza por un trabajo específicamente pastoral, imposible de realizar al margen del conocimiento del vecino singular”, algo que los miembros del cuerpo llevaron a cabo puntualmente. Sus “aspiraciones correctoras” revertirían “constructivamente sobre la vida social” y generarían consensos urbanos”.

Precisamente, al administrar el mundo doméstico de la ciudad, “sus formas de sociabilidad, las diferentes formas de vida de familias aristócratas y burguesas, y sus umbrales de desorden, sus prácticas habituales y aquellas conductas que se consideraban llamativas y escandalosas, a las que se intentaba moderar con paciencia, continuas revisiones y exhortaciones, antes de llegar a la excomunión” (pp. 123-124).

Con base en esta importante observación, acompañada por la referencia a que Calvino apenas y es mencionado en las actas de las reuniones de la Compañía de Pastores, es posible atender lo que Villacañas hace en estos parágrafos, esto es, demostrar que el reformador se propuso luchar abiertamente contra la aristocracia.

Para tal fin, cita las Ordenanzas que exponen “el orden que debe mantenerse hacia los grandes, para observar buena police en las iglesias”. Esta palabra francesa, police¸ “policía, vigilancia”, va a representar el trato pastoral-social realizado por el Consistorio, restringido éste para constreñir a la población en general reservando su acción para el plano religioso y espiritual: “…el Consistorio ni era un tribunal, ni tenía competencias jurisdiccionales, ni podía juzgar por sí mismo, ni podía dar un paso sin la cooperación con la autoridad civil”.

El autor señala cómo los ancianos se reunían con los pastores “todas las semanas el jueves por la mañana, para comprobar si hay algún desorden en las iglesias y tratar de manera conjunta como sea necesario”.

La lucha contra la aristocracia y la labor del consistorio en la Ginebra de Calvino

Calvino predicando 
 

Naturaleza y labor del Consistorio

Las áreas en las que debía entender este cuerpo eran estrictamente teológicas pues la autoridad civil, si surgía algún motivo de controversia en ese campo, recurría al Consistorio para seguir los pasos correspondientes de análisis de la temática en cuestión.

También los aspectos disciplinarios sobre las costumbres pasaban por sus manos, así como “los vicios notorios y públicos” (p. 125).

Al principio se emitían amonestaciones y si había reincidencia se privaba de la Santa Cena a los infractores, pero no de manera definitiva. Acerca de la ordenación ministerial, “se reconocía su legitimidad al haber pasado por los Consejos pequeño, grande y general, lo que en su conjunto constituía la Señoría a la que se juraba fidelidad como medio de cumplir el fin fundamental; a saber, mantener ‘la paz y la unión’, bajo su gobierno.

Los pastores, finalmente, renunciaban a toda inmunidad, se sometían a la ley de la ciudad y a sus magistrados dando ejemplo de obediencia” (p. 126).

Villacañas es enfático: “Nunca se ha visto de forma más sencilla la cooperación de dos poderes, su rango de autonomía, su mutua dependencia, siempre bajo la suprema entrega a la comunidad, al servicio de la ‘Señoría y del pueblo’, sin que eso pueda impedir que se cumpla el deber de la vocación pastoral” p. 126).

Con todo, Calvino debió enfrentar una progresiva y a veces altisonante oposición, pues fue visto como un extranjero francés entrometido que llevó a otros extranjeros a dirigir la iglesia.

Las familias Favre, Perrin y Berthelier se encargaron de hacerlo padecer pues formaban parte de una aristocracia que no estuvo dispuesta “a renunciar a sus hábitos mundanos, a sus prácticas familiares, a sus diversiones, sus juegos, sus usos amorosos, pero sobre todo no asumen que un grupo de franceses se instale como inspectores de sus vidas y límites de su libertad” (p. 127).

Lo que estuvo en juego fue si la aristocracia ginebrina impondría el tono vital en la ciudad, como sucedía en otras urbes europeas.

Hacia 1548, Calvino se dio cuenta de que si la aristocracia controlaba los Consejos civiles “las posibilidades de cooperación para desplegar la reforma estaban seriamente afectadas” por lo que decidió denunciar desde el púlpito que el gobierno solamente fuera testigo de las grandes insolencias.

Los hábitos y costumbres, no únicamente la fe, debían ser intervenidos, pero muchos nobles se resistieron (incluso nombraron a sus perros con el nombre de Calvino). La situación se complicó cuando en 1549 Ami Perrin fue nombrado síndico, por lo que el reformador enfrentaría las elecciones de 1550 y trataría de hacerse fuerte con el cuerpo de pastores.

En 1551 Philibert Berthelier fue electo secretario a pesar de su conducta disoluta.

Hasta en la lucha por poner nombres bíblicos a los hijos Calvino se hizo presente y predicó contra los privilegios debido a que la autoridad civil no se comprometía “con una disciplina rigurosa de homogeneización cristiana de la vida fundada en la Biblia” (p. 128).

La lucha contra la aristocracia y la labor del consistorio en la Ginebra de Calvino

Catecismo de Calvino 1545.
 

Progresivamente aumentó la oposición y la propia comunidad eclesial impondría su independencia de criterio sobre la autoridad civil en asuntos religiosos.

Finalmente, ante la acumulación de sucesos, solamente le quedaría la decisión de aceptar o no a un fiel en la Cena. Esa sería su única “capacidad coactiva”.

En 1553, ya con el caso Servet en curso, se encendieron las señales de alarma: lo que estaría en la mesa fue si el Consistorio podía excluir a alguien de la Eucaristía o si esto más bien sería una atribución del poder político.

Paradójicamente, “el extremo simbolismo de pertenencia a la comunidad de fe se elevó a rasgo decisivo de la legitimidad de todo magistrado civil” (p. 129).

Finalmente, las cosas llegaron al extremo de que la autoridad civil avaló a Calvino para negar la cena a Bethelier, pero el problema escaló hasta que en febrero de 1555 las elecciones le favorecieron y Ginebra fue capaz de romper la formación oligárquica de las grandes familias.

Calvino contraatacó aumentando el número de franceses y su predicación alcanzó una influencia política sorprendente: “los enemigos de Dios son también los enemigos del orden urbano.

Los enemigos de la Iglesia lo son también de la ciudad. La disciplina no era un capricho del reformador” (p. 133, énfasis agregado). Comenzaron los motines en su contra y varios miembros de las seis familias principales fueron apresadas y algunos ejecutados.

Con esto, el perfil del Consistorio está claramente delineado por Villacañas: el mérito de Calvino fue moverse “con prudencia y paciencia en el seno de instituciones avanzadas y complejas, libres y representativas” (p. 134).

Logró un triunfo que cambió para siempre la historia de Europa, así lo expone este autor, sin cortapisas. Se convirtió en un “profeta sin armas”, en el sentido de Maquiavelo, y aunque jamás tuvo el poder político, “supo desplegar una reforma religiosa en el seno de una ciudad dotada de instituciones representativas sin alterar sus estructuras políticas” (p. 135).

Asimismo, reforzó “el sentimiento de independencia de la ciudad respecto de sus contextos políticos nobiliarios e imperiales”.

El gran papel del Consistorio en todo este escenario sociopolítico le permite a Villacañas explicar su trabajo en varias páginas imperdibles en una clave que va mucho más allá de los intereses religiosos o teológicos.

En contraste, afirma: “Fue la superioridad del fin religioso lo que exigió a Calvino que su teología no tuviera implicaciones políticas directas, pero también lo que le dictó que cualquier institución política existente recibiera una obediencia religiosamente condicionada. Por eso es verdad que el régimen de Ginebra no puede describirse como una teocracia. Jamás Calvino pensó que la Iglesia tuviera derecho a cuestionar, fundar o alterar el régimen político de la ciudad” (p. 136, énfasis agregado).

El Consistorio llegaría a ser, entonces, como lo dirá más adelante, una auténtico “símbolo de ese poder nuevo y formidable de la unanimidad y es por eso una piedra angular del edificio disciplinario y pastoral” (p. 138), además de “el espacio para comprobar la conversión y animarla, para mantenerla viva; el espacio de la autoconciencia de la fuerza de la ciudad ante daca singular” (p. 139), “el primer órgano central de censura que vela contra la mendicidad, el descuido en el trabajo, el vagabundeo, la ociosidad, la dilapidación y el juego, todos los elementos del caos de la ciudad medieval, que el mundo católico, con su sentido de un mundo perdido, trasladará a la ciudad barroca.

Las calles dejan de ser en Ginebra el lugar del desorden” (p. 142). Se supera también la “discrecionalidad humillante” de los gobernantes aristocráticos (p. 143). Y Villacañas observa magistralmente: “Cuando se acabaron los conflictos políticos internos y Calvino estuvo en condiciones de publicar su nuevo Catecismo, la Reforma cambió de registro y se concentró en la educación de los nuevos ginebrinos, y no en la conversión de los antiguos”.

En suma, el Consistorio sería “una fábrica masiva de arrepentimiento” (p. 144), “la institución evangélica por excelencia”, una institución encaminada “a transformar la libertad del creyente” (p. 145), y “la conciencia crítica de la ciudad completa” (p. 146).

Villacañas continuará su exposición entrelazando afirmaciones teológicas de profundo calado espiritual con el enfoque sociopolítico obligado.

1. José Luis Villacañas, “La sistematización de la Reforma: Calvino”, en Imperio, Reforma y Modernidad. Vol. III. La revolución práctica de Calvino. Madrid, Guillermo Escolar Editor, 2025, pp. 121-122.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Ginebra viva - La lucha contra la aristocracia y la labor del consistorio en la Ginebra de Calvino